Referencias bibliográficas y percepciones budistas en la narrativa de Emilia Pardo Bazán. Parte II
BLANCA PAULA RODRÍGUEZ GARABATOS
Este artículo forma parte de nuestra edición especial «El budismo y literatura iberoamericana»

La influencia de la literatura francesa inspirada en temas orientalistas se deja sentir de manera indudable en el relato «Agravante». Publicado dentro de la sección titulada «Cuentos propios», en el periódico madrileño «El Liberal», el 30 de agosto de 1892, fue calificado como plagio el mismo día de su edición. En el diario conservador «La Unión Católica» Fray Juan de Miguel acusaba a la autora coruñesa de haber copiado el argumento de «Agravante», de uno de los capítulos de la obra de Voltaire «Zadig o el destino». Dos meses más tarde de esta acusación, Pardo Bazán publica su relato «La hierba milagrosa», destinado también a la sección «Cuentos propios» de «El Liberal» e incluye, como texto introductorio a su relato, una carta abierta dirigida al director de «La Unión Católica», Miguel Moya. En esta carta la escritora aclaraba que no había tomado el tema de «Agravante» de la obra de Voltaire, sino del texto «La matrone du pays de Soung», incluído en «Contes chinois» del sinólogo francés Jean-Pierre Abel-Rémusat. Además, en su descargo, doña Emilia subrayaba que, de este mismo texto, procedía también una versión de Anatole France, titulada «El abanico blanco» y que había sido publicada, también en «El Liberal», dos meses antes de la edición de «Agravante», en la sección de «Cuentos ajenos». Lo cierto, es que la autora gallega había dejado constancia de la existencia de tales precedentes al comenzar su relato en los siguientes términos:
«Ya conocéis la historia de aquella dama del abanico, aquella viudita del Celeste Imperio que, no pudiendo contraer segundas nupcias hasta ver seca y dura la fresca tierra que cubría la fosa del primer esposo, se pasaba los días abanicándola a fin de que se secase más presto. La conducta de tan inconstante viuda arranca severas censuras a ciertas personas rígidas; pero sabed que en las mismas páginas de papel de arroz donde con tinta china escribió un letrado la aventura del abanico, se conserva el relato de otra más terrible, demostración de que el santo Fo -a quien los indios llaman el Buda o Saquiamuni- aún reprueba con mayor energía a los hipócritas intolerantes que a los débiles pecadores».
En efecto, tal y como señala la condesa, el asunto de la historia en la que una mujer accede a casarse con otro hombre poco después de haberse quedado viuda, formaba parte de la tradición oral y escrita tanto de Oriente como de Occidente. En «Agravante», el sabio Li-Huan y su discípulo Ta-Hio, deciden sondear el fondo de la malicia y sobre todo, la hipocresía de la hermosa Pan Siao, esposa del primero, quien después de haber recriminado a una joven por mostrarse demasiado ansiosa por contraer nuevo matrimonio, tras la muerte reciente de su marido, incurre ella misma en un pecado aún mayor, tras ser engañada para que crea haber enviudado. La trama del cuento resulta muy interesante y está también en la línea de los ardides tramados por maridos desconfiados que se recogen en relatos como «El curioso impertinente» de Miguel de Cervantes. En cualquier caso, la alusión al budismo del cuento pardobazaniano pasa por la referencia a los diferentes nombres de Buda. De acuerdo con los estudios que Siwen Ning ha realizado sobre los escritos de los autores europeos sobre China, Pardo Bazán, con este relato, incidiría en la imagen legendaria y anacrónica del «celeste imperio» durante el período de las Guerras del Opio, una época en la que muchos escritores occidentales utilizaron los modos y costumbres sinenses como pretexto para elaborar divertimientos exóticos, observando esta civilización desde una perspectiva preñada de extrañeza.

No obstante, en otros cuentos, Pardo Bazán parece abordar la religión budista desde una óptica más comprensiva, reconociendo aspectos admirables en esta forma de espiritualidad oriental. Así por ejemplo en «El conde sueña», publicado en «El Imparcial», el 2 de enero de 1911, la trama se centra en el desconcierto que suscita en un aristócrata ruso, una pesadilla en la que un buda prefiere sacrificar su integridad física, primero y su propia vida, después, para salvar a una paloma que ha sido herida por la flecha de un chatria (cazador). Con este relato doña Emilia recoge la crítica de Buda hacia las tradiciones brahmánicas que incluían el sacrificio de animales. También, en el martirio del buda encontramos reminiscencias de la crueldad proverbial que se atribuía a Shylock, el protagonista de «El mercader de Venecia», la obra de Shakespeare en la que el avaro judío reclamaba el pago de su deuda con una libra de carne.
Doña Emilia, en este relato llama al Buda «Sakiamuni» (uno de los nombres que podíamos ver también en «Agravante»), es decir, sabio de los saquias, subrayando con esta nomenclatura, su pertenencia a este clan solar del subcontinente indio que no veneraba a los brahmanes. Además, el relato incide en la oposición entre dos castas superiores de la India enfrentadas en su concepción de la existencia: chatrias y brahmanes.
Este antagonismo entre ambos grupos sociales se reitera en los cuentos «La almohada» y «La tigresa», ambientados en la India. En el primero, que aparece en el número 261 de «Blanco y Negro» en 1903, la condesa, a través de uno de sus protagonistas, expone la doctrina brahmánica de que el bien consiste en la indiferencia: «El sabio, cuando ve, oye, toca y respira, dice para sí: “Es otro, no yo mismo, no mi esencia, quien hace todo esto.” El insensato está aherrojado por sus deseos. El autor del mundo no ha creado ni la actividad ni las obras; lo que tiene principio y fin no es digno del sabio».
Por su parte en «La tigresa» publicado en 1909, en el número 43 de «La Ilustración Española y Americana», la condesa, frente al espíritu activo de los chatrias, recoge un elocuente elogio brahmánico de la inacción: «En general, es dañosa la acción, y el hombre sólo acierta cuando se está quieto y espera sin interés el fin de su existencia, la cual no es sino apariencia, sombra vana. Pero todavía debe el hombre precaverse doblemente contra la acción, si pesa sobre él un augurio, una amenaza del destino. Entonces no debe ni respirar, pues cuanto haga servirá únicamente para apresurar lo que esté decretado».
Resulta interesante el hecho de que «La tigresa» aparezca en una de las revistas ilustradas más emblemáticas para los lectores interesados en el orientalismo. «La Ilustración Española y Americana» presentaba, en estas fechas, crónicas de viajes, usos y costumbres, relatos de ficción, reseñas, noticias, artículos de opinión… que tenían un estrecho vínculo original con la prensa extranjera y además, también publicaba textos, como el relato pardobazaniano, en los que la representación de la cultura oriental se enfocaba desde una perspectiva realista, documentada y analítica.

Poco a poco, a lo largo de la obra narrativa de Pardo Bazán vamos apreciando una evolución en su tratamiento, cada vez más profundo y experto, de la espiritualidad indostánica que le permite crear para sus cuentos, tramas con finales inesperados que provocan la sorpresa del lector. Además, la curiosidad insaciable de la autora deriva en una exploración concienzuda de los orígenes del budismo que la lleva al estudio y análisis de las convicciones del hinduismo y el brahmanismo, aspectos que le servirán para elaborar historias complejas plagadas de elementos sobrenaturales y de un exotismo trascendente.
Así por ejemplo en el relato «La paloma» (1902) utiliza la creencia brahmánica sobre la transmigración de las almas para elaborar un «final feliz» en el que el príncipe Durvati cree ver reemplazada a la esclava cautiva, de quien está enamorado, por una paloma que responde a las características físicas y a las cualidades psicológicas de su amada: «paloma mansa, que llevaba por collar el anillo de la cautiva: paloma de níveo plumaje, de tornasolado cuello verdi-azul, de rosado pico, de ojos negros, amantes y candorosos…» Lo cierto es que, a lo largo de toda la historia, la autora va preparando al lector versado o interesado en la filosofía hindú, para comprender este desenlace agridulce haciendo alusión a elementos de la escuela vedanta como los cantos védicos o kangas y el atman (o esencia) cuyo cuerpo sutil es susceptible de metempsícosis.
Por su parte en «La adopción», publicado en el número 978 de la revista «Blanco y Negro», en 1910, la autora crea una ficción tomando como base el sistema de castas de la sociedad hindú. El texto recoge elementos del sistema de creencias de la región de Coorg para elaborar una crítica contra las divisiones sociales del hinduismo y contra los modos colonizadores de los británicos quienes, a diferencia de los españoles que «nunca hemos degradado al vencido», aplican, en palabras del narrador, una noción de raza superior «tremenda». Además de la obligada mención a Buda como uno de los más influyentes filósofos de la región citada, la escritora coruñesa cita, hasta en dos ocasiones, las descripciones de Kipling como inspiración directa de las impresiones de los occidentales sobre la India. Asimismo, recoge la tradición del sati o inmolación de las viudas como leit motiv del castigo que recibe Kandyra, la protagonista a quien los británicos han impedido sacrificarse ritualmente en el fuego junto a su marido, el difunto rajá. El sati sirve como pretexto para la trama del relato y parece claramente inspirado en el poema de Kipling titulado «El último sati (1899)» en el que, a diferencia de Kandyra, la reina Bundi escapa de los ingleses que intentaban evitar su inmolación.
En sus últimas obras, Emilia Pardo Bazán renueva su estilo combinando su estética realista con matices espiritualistas y poniendo el acento en una preocupación por lo sobrenatural y la religiosidad que hunde sus raíces en sus lecturas (sobre todo en la influencia de los autores rusos) y en las prácticas espiritistas, que se iban extendiendo por toda Europa y que se pusieron de moda en la sociedad española de fin de siglo. Por estos motivos, el espiritualismo de Gaspar de Montenegro en «La sirena negra» (1908) es poco ortodoxo y se halla impregnado de referentes teosóficos y krausistas y de ensoñaciones en las que el espiritismo aparece insinuado. No obstante, la intención moralizante de la novela es clara e incuestionable, tal y como se aprecia en la conversión final a la fe católica del protagonista. En todo caso, la curiosidad malsana de Montenegro por la trascendencia y el fenómeno de la muerte, lo lleva a explorar creencias religiosas poco convencionales.

Una de estas filosofías ajenas al mundo provinciano de Gaspar es el budismo. En una de las conversaciones que mantiene con su antagonista, Solís, el preceptor de su hijo, Montenegro declara: «buscando una forma que revele superioridad -: ¿No cree usted en el despertar? -interpeló en alta voz-. Le felicito. El no creer es ya género de fe en algo. ¡Cree usted que no cree! …; una creencia como otra cualquiera. Yo, a la verdad, de eso… ni sé, ni creo, ni descreo palabra… Creer o descreer es ofender al Misterio, única realidad en todo lo que nos rodea. Envidio a usted la firmeza de su convicción». Frente a esta interpelación intelectual, bastante provocadora, Solís, enojado, responde con una alusión a Buda que le sirve para expresar su nihilismo: «Convicción no es -murmuró-. Es apatía, o indiferencia, o como quiera usted llamarle. Es que acaso damos por supuesto que la vida encierra un enigma, y no encierra nada: está hueca. El fenómeno, la sustancia… vacío todo, como dijo Saquiamuni».
En esta novela, resurge de nuevo en Pardo Bazán aquella consideración negativa de las consecuencias de las tesis budistas que apreciábamos en su biografía de san Francisco de Asís. Si entonces, apelaba a las filosofías orientales como causantes de los males de la sociedad medieval y de los errores de la filosofía contemporánea, ahora, además, considera el budismo como expresión de un dandismo decadente e individualista en el que la vida es una «espiral de humo» que termina en un «sueño completo, sin despertar», esto es en un no ser, una suerte de esperanza en el nirvana impregnada de nihilismo…
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BLANCA PAULA RODRÍGUEZ GARABATOS (Santiago de Compostela, 1973), investigadora y catedrática de secundaria en la especialidad de Geografía e Historia, es licenciada en Derecho y en Historia Contemporánea y Estudios Americanos por la Universidad de Santiago de Compostela, además de doctora en Estudios Literarios por la Universidad de A Coruña. Colaboradora habitual de las revistas de cine Versión Original e Icónica, ha publicado diversos artículos sobre las relaciones entre moda, literatura y arte en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Tropelías, Boletín Galego de Literatura, DeSignis y La Tribuna. Es autora de dos libros sobre Emilia Pardo Bazán: Emilia Pardo Bazán y la moda; y Emilia Pardo Bazán: Visiones del dandismo. En 2023, ganó el premio Manuel Murguía de ensayo con la obra Arte dexenerada galega. Catro exemplos fóra da España saudable.