Poemas de la confianza en el ser. Xìnxīn Míng (信心銘)

MAESTRO ZEN DENKÔ MESA

Desde el momento en que posamos la mirada y leemos los primeros versos de esta obra, nos sentimos cautivados y comprendemos que estamos ante un texto de enorme belleza. La simplicidad y hondura de los poemas es inigualable. Fueron escritos por el maestro Jiànzhì Sēngcàn, considerado como el tercer patriarca del incipiente linaje del chan en China. Vivió en el siglo VII.

El Xìnxīn Míng es un canto de alabanza a la talidad, un sentido homenaje a lo insondable. Heredero de las enseñanzas sobre la Prajñāpāramitā, observamos que la influencia taoísta se hace evidente en el lirismo de sus palabras, al igual que las nociones de la vacuidad y la interacción de la esencia (li) y de los fenómenos (shi).

El libro al completo se compone de 584 ideogramas, que aparecen repartidos en 146 estrofas muy breves, formando un total de 72 versos. Para esta ocasión, he elegido unos pocos y que me sirven de inspiración para elaborar este artículo.

   «Los estados agitados y somnolientos surgen de la duda.

El amor y el odio no existen en la conciencia del despertar.»

Observamos que comienzan con la palabra «estados». La meditación no es un estado, es un proceso. En el momento en que nuestra mente se detiene en exceso sobre algún fenómeno, es decir, se identifica con lo observado, ya sea por atracción o por rechazo, la conciencia del practicante entra en los terrenos resbaladizos de la ausencia. Si la atención no fluye con lo visto, escuchado y sentido, el estado de somnolencia aparece y el cuerpo se derrumba, pues carece de fuelle. El sujeto está desconectado, no está en el eje. El contacto con la respiración se pierde y distintas partes de la postura ceden por el bajo tono, por ejemplo, el meditador cae sobre sus riñones, curvando demasiado las lumbares, la cabeza cae hacia adelante, los ojos terminan por cerrarse y, sin darse cuenta, se duerme. Este es el estado de somnolencia o aletargamiento (shuìyì en ch.) al que se refiere Jiànzhì Sēngcàn en estos versos.

Psicológicamente hablando, se dice que quien se duerme durante la práctica meditativa es porque algo no quiere ver, es decir, aceptar, reconocer e integrar. Uno prefiere desconectarse y hace como si hiciera algo. Aparenta estar meditando, pero en realidad, está durmiendo. En España hay un dicho popular que dice «camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.» 

En el otro extremo de esta bipolaridad inconsciente está la hiperactividad (jiǎodòng en ch.) El sujeto abre demasiado los ojos, como queriéndolo ver todo de golpe, atrapar la experiencia con avidez y compulsividad. Le pide, más bien le exige a la práctica, resultados inmediatos. Medita de manera desordenada y acelerada. Los hombros se estiran hacia arriba, igual que los dedos pulgares, la cara se crispa y el cuerpo se echa demasiado hacia adelante. Es la postura del pretensioso, del personaje narcisista, del que quiere dar la nota.

Así que, cuando nuestra mente se agita, pretendiendo cumplir todas las expectativas que se plantea, o bien se relaja en exceso, porque no se da lo que en el fondo quiere, observamos que tanto la celeridad como el bajo tono son producidos por falta de coherencia y certeza interna. Por esta razón, el maestro Jiànzhì Sēngcàn indica que ambos estados son producidos por la duda, esto es, lo contrario de la certeza.

La duda es generada al no ver las cosas como realmente son. Cuando hay incertidumbre los meditadores se preguntan: ¿estoy meditando correctamente, estoy progresando, es este camino útil, lo puedo hacer, soy lo suficientemente bueno? Todas estas preguntas provienen de la inseguridad y son una indicación de no estar viendo las cosas claramente. Esta inseguridad surge debido a que se está viendo la experiencia en términos de yo, mío, en términos del pasado y del futuro, en términos de la idea de la habilidad que se tiene en la técnica de meditación. Meditar no es una técnica, es la expresión comprensiva de que todo es como está siendo.

Nosotros los meditadores fluimos en ecuanimidad, nos fundimos de forma alegre y serena con cada acontecimiento que nos brinda la vida. No elegimos. No rechazamos. Reposamos en la paz del corazón. Esta es la esencia del pensamiento sin pensamiento del que tanto nos habla la Vía. Al reposar en el vacío de las formas, el despertar brilla con luz propia en nuestro interior y así se manifiesta en las palabras, actos y pensamientos. Meditamos para expresar nuestro despertar, no para alcanzarlo.

Altar del Dojo Zen de Tenerife, sede social de la Comunidad Budista Zen Luz del Dharma. Imagen cortesía del autor.

De la misma manera, al referirse al amor y al odio, el maestro Jiànzhì Sēngcàn muy cariñosamente nos invita a instalarnos más allá de la dualidad. Los opuestos sólo existen en la mente del personaje que trata siempre de desequilibrarnos, que nos tiene del tú al yo, del nirvāna al saṃsāra, del deseo al rechazo. La raíz de este desequilibrio y la falta de armonía mental no son otra cosa que una falta de atención justa, estable y mantenida.

Por eso, la meditación es la práctica del equilibrio, la que armoniza cualquier tipo de opuestos, la que supera cualquier tipo de contradicciones, la que estimula a que no haya ni esto ni lo otro. En nuestras prácticas juntamos ambas manos a la altura del corazón (gasshô en jap.), entramos a la sala de meditación con la pierna izquierda y salimos con la derecha, la persona que sirve en las comidas y la persona que es servida fluyen en un mismo siendo. A través de la práctica de la atención permitimos emerger esa llamada conciencia testigo que no toma partido ni por ni contra y con la que dejamos de vernos atrapados en el juego de las elecciones.

«Cuando el espíritu no está sometido a las discriminaciones

todas las existencias del cosmos se vuelven unidad.» 

En el estado de ausencia, la mente discrimina, esto es, enjuicia, cataloga, compara, separa y divide. En el estado de presencia surge la comprensión, se expresa la verdad de quien tú eres y todo es visto con la luz del conocimiento despierto. Este es el gran regalo de la práctica, el legado espiritual que nos brindó Shakyamuni, la certeza de saber que los seres humanos sufrimos por desconocimiento de lo real. He aquí la segunda noble verdad expresada por el Buda.

Llega un momento en la práctica en la que uno ya no busca, huye o se detiene sobre nada. Al reposar en la experiencia de lo que acontece, la comprensión se desvela, como si un rayo penetrara en el fondo de un océano infinito y lo iluminara todo de golpe. La experiencia de la común unidad es el despertar a lo que somos, un permanente siendo en los otros. En este gozo compartido, el universo entero se mira a sí mismo a través de nosotros y nosotros mismos contemplamos la maravilla del Dharma manifestado.

La palabra sánscrita sangha hace referencia al grupo de practicantes que comparten el camino de la meditación. A un nivel más profundo, el término alude a la convivencia armónica, al cuidado y al respeto entre todas las existencias. Es una de las Tres Joyas, una guía práctica para vivir en relaciones saludables. Los practicantes tenemos el propósito común de mantener relaciones afectivas, auténticas y verdaderas. El modo de vida donde reinan los patrones de la mentira, la comparación con los otros y las opiniones infundadas, no forman parte de nuestro sentir.

Compartir los procesos personales en el grupo, sintiéndose en la confianza de verse respetado y comprendido, cultivar la apertura receptiva y la aceptación del otro, es positivo siempre. En este sentido, lo que siembras, cosechas. Nosotros elegimos vivir en la común unidad. El poeta chino Satoba llegó a decir que «El hombre sabio no tiene ego. Todas las existencias son su ego» ¿Dónde empiezas tú o acabo yo? ¿Dónde están los límites en el cielo, en los aires primaverales? ¿Cuándo nace una flor y en qué momento deja de oírse el sonido del silencio?

Maestro zen Denkô Mesa. Imagen cortesía del autor.

«Cuando el espíritu coincide con el espíritu,

el origen y las huellas de las acciones desaparecen».

En la meditación caminando, los meditadores están enraizados sobre la tierra y, auspiciados por los aires del cielo, sienten que no se va ni viene de ninguna parte, de hecho, nadie va o viene, por lo tanto, tampoco se dirige a ningún lugar concreto. A esto lo llamamos fluir en la impermanencia, dejándonos sostener por la experiencia de lo contemplado.

Cuando nos acostamos, cuando nos levantamos, cuando caminamos como he dicho, cuando en verdad descansamos sobre la vacuidad, somos envueltos, mimados y nutridos por la experiencia de lo real. El tiempo se detiene y el espacio se abre de par en par como una sabrosa sandía de verano. ¿Qué sabor tiene? Si te haces ideas de ello, no tendrás la experiencia. Siéntate y disfruta del jugo fresco de esta fruta.

Podemos distinguir seis modalidades en el desarrollo de la conciencia:

  1. pensar en exceso y de manera atropellada
  2. permanecer en el deseo tranquilo de pensar
  3. pensar, pero no pensar
  4. no pensar, pero hacerlo al mismo tiempo
  5. querer parar el pensamiento
  6. huir del movimiento natural de la mente pensante

Las dos primeras llevan al meditador a un estado de excesiva agitación y las dos últimas a la somnolencia. Las modalidades tercera y cuarta son los estados propios de la concentración estable, a través de los cuales todo es visto tal y como es. En la tradición zen se habla de la conciencia hishiryô. Ahora bien, expresar con palabras el lenguaje de lo intangible, no es tarea fácil porque las definiciones que usamos para referirnos a la realidad, sabemos que no son la realidad en sí misma.

La práctica no se inicia o acaba con el sonido de la campana, es completa en sí misma, no tiene principio ni fin, de ahí que el origen y las huellas de las acciones desaparezcan. Puesto que no tiene principio ni fin, la vía del Buda es sin límites, es infinita, a todos nos acoge por igual. Puesto que es infinita, no tiene raíces, ni ramas. Al no tener ningún límite, no es estrecha, ni ancha. En ella no hay movimiento, ni no movimiento, ni adentro, ni afuera. Es una sin separación. Es la vacuidad. Es la perfección.

He aquí el movimiento de una flor entre los dedos, he aquí el instante eterno en el que dos seres se reconocen y sonríen con el corazón, desde el mismo palpitar, sentir y ser. He aquí la esencia de nuestra tradición donde el espíritu se funde con el espíritu. Meditar no es nada. Meditar lo es todo.

Denkô Mesa nació en 1967 en la isla de Tenerife, España. Es maestro zen, director espiritual de la Comunidad Budista Zen Luz del Dharma. Cursó estudios superiores en la Universidad de La Laguna donde obtuvo la licenciatura en Filología Hispánica en el año 1990. Asimismo, es profesor del prestigioso Máster en Mindfulness de la Universidad de Zaragoza. Comenzó a estudiar y practicar el budismo zen en 1989. En el año 2005 es reconocido como maestro zen. Junto a su dedicación como maestro zen, ejerce docencia como profesor de Lengua Castellana y Literatura en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, Tenerife. Ha publicado dos libros de poesía, así como otros relacionados con la tradición budista

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