Más allá del sectarismo

Anam Thubten Rinpoche

Fotografía de Pauline Hall

El sectarismo es una ideología y una práctica que suele burlarse de otras tradiciones, creencias o religiones por considerarlas inferiores, impuras o, incluso, peligrosas. Constituye una fuente de división y resentimiento que sirve como plataforma para el fundamentalismo, la violencia y la guerra. Los sabios maestros budistas de la antigüedad acostumbraban a recomendar a sus seguidores que no siguieran prácticas sectarias. De hecho, uno de los 14 preceptos del budismo tántrico es no denigrar la tradición propia ni la de otros. Sin embargo, las actitudes proclives a la división han sobrevivido y persistido a lo largo de los siglos, y no es probable que desaparezcan fácilmente; el sectarismo es longevo, a pesar del alto precio que pagamos por él.

Existe cierto número de motivos (económicos, políticos, teóricos y psicológicos) por los que el sectarismo sigue estando muy extendido, incluso en pleno siglo xxi, después de que muchas otras prácticas atrasadas hayan desaparecido. Pero, a menos que nos entreguemos de corazón a la práctica del no apego, los seres humanos seguiremos profundamente conectados con nuestros instintos y nuestro deseo de supervivencia y seguridad. No solo deseamos seguridad y nuestras necesidades básicas, ansiamos riquezas, lujo y el éxito financiero que nos permita hacer más y más de lo que desea nuestro ego, a medida que nos vamos apegando a la seductora alegría que produce el estar orgulloso de los logros y los éxitos personales.

Incluso hay muchas instituciones espirituales tradicionales que se comportan como seres vivos a este respecto, porque están dirigidas por individuos con egos complejos. No hay nada inherentemente equivocado en el hecho de que estas instituciones precisen de dinero y seguridad financiera para operar. Los problemas empiezan cuando se sumergen tanto en la persecución de sus objetivos económicos que sus prácticas espirituales se convierten en secundarias respecto de la prosperidad y la posición de la institución. Además, las instituciones tradicionales están apoyadas por comunidades leales y, a menudo, existe cierto miedo a que otros grupos o sectas puedan atraer a los miembros actuales, a sus fieles feligreses o a nuevos miembros potenciales. Este miedo empuja a la gente a ver a las demás sectas como malas o rivales que intentan robarles lo que les pertenece, de modo que trabajan para animar a sus seguidores a mantener una actitud negativa ante otras sectas.

Como sucede en las comunidades animales, existe un orden jerárquico en el mundo humano. Nuestros egos no iluminados quieren estar en lo más alto, para tomar las riendas del poder. Esta tendencia especialmente ególatra prevalece no solo en el terreno secular, como los negocios o la política, sino también es fuerte en las comunidades religiosas. La lucha por el poder entre partidos políticos puede ser encarnizada y, a menudo, la retórica y las plataformas políticas no son más que una trampa diseñada para lograr apoyos en lugar de contribuir sinceramente al bien mayor de la sociedad. Este conflicto es muy fácil de ver en la política actual, las naciones que se dividen y el creciente antagonismo entre sus ciudadanos; un partido político intenta dañar la imagen de otro para ganar el apoyo de los votantes y, en el proceso, minar todo el sistema político. De un modo similar, el sectarismo espiritual entra en juego cuando una escuela intenta tener más poder u obtener ventajas. Incluso dentro de la misma tradición espiritual, se encuentran sectas religiosas que incitan al odio hacia quienes perciben como oponentes.

Las antiguas tradiciones religiosas tienen sus propias doctrinas, pero no solo existe división y rivalidad entre las grandes religiones mundiales, hay incluso diferencias doctrinales entre sectas dentro de la misma religión. Sus seguidores creen, de manera justificada, que no todas las doctrinas pueden ser válidas al mismo tiempo, ya que sus enseñanzas y prácticas a menudo se contradicen entre sí. Pero una vez se siembra esta idea, los devotos suelen afirmar de manera natural que la secta que siguen es suprema, la fuente de las enseñanzas más puras, mejores y menos disueltas, etcétera. En realidad, las enseñanzas esenciales de estas sectas puede que tengan mucho en común, como un mismo néctar que se vierte en contenedores distintos.

Las personas acaban tan implicadas en estas opiniones divisivas que a veces están dispuestas a denigrar a los padres y madres fundadores de otras religiones. Detrás de todas estas acciones arde un fuego de odio que se convierte en un potente bloqueo de nuestro camino espiritual, que nos hace tropezar.

Esto no significa que debamos estar de acuerdo con todas las doctrinas y enseñanzas. El Buda en persona nos animó a sumergirnos en la naturaleza de la doctrina mediante el discernimiento inteligente e, incluso, a ofrecer una crítica constructiva cuando existe un buen motivo. Sin embargo, lo que no debe darse es el odio y la intolerancia.

La identidad religiosa puede ofrecer un sentimiento de pertenencia como miembro de un grupo de personas que piensan de manera similar y siguen un conjunto común de valores. Ofrece una sensación de comunidad, familia y red social que es uno de los deseos fundamentales del ego humano. Quizá tememos que tener una actitud abierta y de reverencia hacia otras tradiciones desafíe nuestra identidad religiosa monolítica, pero lo que significa en realidad es que nuestro sentimiento de pertenencia descansa sobre un terreno inestable. Albergar odio hacia otras tradiciones proporciona un consuelo casi patológico: la necesidad de confirmación de que nuestra identidad religiosa está intacta. Cuando alguien muestra una actitud sectaria o fundamentalista, sus pares y líderes lo perciben como un «seguidor de verdad». Pero esto no sucede en grupos que practican la tolerancia y la reverencia hacia otras tradiciones.

Quizá te preguntes qué sentido tiene arrojar luz sobre los factores que se ocultan tras el sectarismo. Lo importante es que una vez entendamos que el sectarismo carece de cualquier integridad y está motivado por motivos muy mundanos, podremos bajarlo del pedestal divino en el que ha sido situado y tratarlo como una patología, de modo que pueda perder su validez a ojos de todo el mundo. Este puede ser un método potente para salir del sectarismo.

Todos tenemos la responsabilidad de trabajar duro para alcanzar la armonía entre todas las tradiciones espirituales, dentro y fuera del budismo. Todos debemos aprender a ser tolerantes con las demás escuelas, incluso cuando hay importantes diferencias doctrinales. El no sectarismo no significa que debamos aceptar ciegamente todos los aspectos de las doctrinas de los demás; solo significa que no odiamos a los demás ni a sus tradiciones.

Debería ser sencillo para los budistas practicar la veneración de todas las tradiciones sagradas que existen dentro del budismo, bajo la perspectiva de que todos estamos sentados bajo un paraguas dorado gigante que es la sabiduría del Buda. También deberíamos intentar de manera deliberada practicar la tolerancia hacia otras creencias y otras religiones, para poder reconocer y apreciar su propia belleza una vez abramos la mente. Estos son los primeros pasos esenciales hacia la sanación de las divisiones y las fisuras que tantos problemas generan actualmente en el mundo.

Leave a Reply

Captcha loading...