Aprendiendo a despedirnos de los enemigos internos
VENERABLE KARMA TENPA
Este artículo pertenece a una serie de cuatro artículos del Venerable Karma Tenpa, publicada en BDE y titulada Aprendiendo a despedirnos
Puede leer el primer artículo de esta serie aquí
Mi vida no ha consistido en arreglar lo que estaba roto. Ha consistido en emprender una amorosa y tierna excavación arqueológica de vuelta a mi verdadero yo.
Jewel, Never Broken, «Songs are only half the story»
Cuando el príncipe Siddhartha Gautama dejó atrás su palacio, intuía que aquella despedida no solo implicaba la separación del poder que lo mantenía atrapado, de la familia que lo retenía o del lujo que adormecía su espíritu, sino también el abrirse paso hacia un propósito mayor, una verdad que yacía más allá del esplendor y la seguridad de su entorno.
Dejando atrás el confort emocional que proporcionan las estructuras arraigadas, emprendía el camino hacia lo desconocido, hacia una sabiduría que solo podía alcanzarse teniendo a la experiencia como guía. Su partida no solo representaba el abandono de los privilegios de la vida palaciega, sino también la determinación de trascender aquel refugio ilusorio, construido por hábitos y certezas que limitaban su comprensión de la realidad.

El relato de esta despedida tiene un inmenso valor para nuestras vidas. Nos señala que también podemos dar ese paso: abandonar el palacio del «yo», esa fortaleza mental que hemos construido con nuestras expectativas, certezas, miedos y defensas. Despertar de esta ilusión no es un evento abrupto, sino un proceso gradual en el que cada acto de comprensión y compasión nos lleva a reconocer y atravesar obstáculos internos.
Estos «enemigos internos» no son conceptos abstractos ni ideas filosóficas distantes, sino experiencias profundamente arraigadas en nuestra mente y cuerpo que se despliegan con rostros universales, como la culpa que nos inmoviliza, el movimiento frenético de un ego siempre en fuga o que se desdibuja en un opaco anonimato que nos vuelve invisibles a nuestros propios ojos, mientras la vida sigue su curso sin esperarnos.
Para la tradición budista, esas fuerzas mentales sutiles son consideradas «toxinas» o «venenos»: el deseo compulsivo, que genera avidez e insatisfacción; la aversión, que empuja irreflexivamente; y la ignorancia, una confusión activa que deforma la percepción de la realidad. A estos se les añaden el orgullo y los celos, conformando así los cinco venenos.
No es intención del Dharma señalar que estamos haciendo algo mal, sino mostrar que el yo, atrapado en su propia maraña, busca, o se escapa, sin hallar descanso de algo que no sabe que es. Los enemigos internos nos disocian y nos enfrentan.

El proceso no es sencillo ni inmediato, pero es profundamente humano. Es un aprendizaje continuo de transformar la lucha en reconciliación, de convertir el rechazo en aceptación, y de permitir que lo que alguna vez fue visto como un obstáculo se convierta en un maestro que nos guíe de vuelta a nuestro auténtico hogar, nuestra naturaleza búdica.
La bondad presente en esa naturaleza esencial se puede manifestar, parafraseando a Gabor Maté*, a través de una autoindagación compasiva: un verdadero acto de amistad hacia nosotros mismos. Este enfoque nos invita a mirar nuestras historias más dolorosas sin juicio ni rechazo, sino con la intención de comprender su origen y significado.
Todo lo que habita en nosotros, incluso lo que nos angustia, está allí por una razón. Así, la pregunta deja de ser «¿Cómo me deshago de esto?» y se transforma en «¿Qué propósito cumple esto? ¿Qué función cumple en mi vida?». Al explorar estas partes con comprensión, dejamos de verlas como enemigas y comenzamos a reconocerlas como aliadas en nuestro proceso de sanación.
De haber un camino hacia lo mejor,
requerirá antes la contemplación de lo peor.
Thomas Hardy**
Al mismo tiempo que leía Buenos días monstruos**, accedí a una profunda enseñanza. Todos podemos ser héroes. No los que vencen dragones o conquistan montañas. Los héroes son aquellos que se enfrentan a sus propios rincones oscuros, iluminan lo que han mantenido en la sombra y dan un paso hacia lo desconocido.

Nos aferramos a nuestras rutinas y narrativas, creyendo que ahí encontramos estabilidad, pero podemos cambiar si miramos de frente nuestras sombras, aunque el camino implique dolor, riesgo y esfuerzo. Como dice Gildiner en su libro:
Hay momentos en los que tenemos que decidir si cambiar o dejar que todo siga como hasta ahora. ¿Vamos a continuar siendo esclavos de unas rutinas mundanas solo porque nos dan seguridad, o estamos dispuestos a romper con ellas y rehacer nuestra vida, a hacerla tal y como la imaginamos? El auténtico cambio puede conllevar riesgo, dolor, probablemente ansiedad, y mucho trabajo, pero es la posibilidad de «ser» frente a no ser. Todos hemos sido héroes o cobardes en nuestras propias narraciones, dependiendo de la ocasión y de las decisiones que hayamos tomado.
Esas palabras resuenan en mí como una invitación. Todos tenemos dentro de nosotros ese potencial para ser héroes. Esos momentos de autoexamen y cambio son actos de valentía. Son gestos de amor propio que nos impulsan a evolucionar. Superar el miedo y abrazar la incertidumbre no es una tarea fácil, pero sin duda es un camino hacia una vida más auténtica, más nuestra.
Cuando nos enfrentamos a la realidad de la muerte, es posible que, por primera vez, tengamos que afrontar el doloroso proceso emocional de renunciar a nuestro aferramiento a la vida y a toda nuestra historia. Este trabajo emocional, como tantas otras tareas relacionadas con la muerte, puede volverse inmensamente difícil si no aprendemos a despedirnos con delicadeza de aquello que vamos resolviendo a través de conversaciones difíciles con nosotros mismos y con nuestro entorno afectivo.
En el umbral de la muerte, a menudo emerge un caudal de penas inacabadas, acumuladas durante toda nuestra vida. Son heridas no cerradas, despedidas que nunca nos permitimos ni siquiera divisar, pero que esperan ser reconocidas para sanar. Si nos damos permiso para abrirnos a esas despedidas, podemos comenzar a reconciliarnos con todo aquello que hemos enterrado en nuestra interioridad.
En el centro de todo sufrimiento hay siempre un vislumbre de la muerte. Lo hemos experimentado en cada pérdida significativa: un cambio abrupto, la pérdida de un hogar, la traición de un compañero, una enfermedad prolongada, la separación de una pareja, o incluso el alejamiento de los hijos cuando dejan el hogar. Cada uno de estos momentos, por pequeño o grande que parezca, nos enfrenta al temor esencial de la pérdida, que en última instancia es un eco de nuestra mortalidad.
Con frecuencia, nuestra reacción a estos sufrimientos ha sido la aversión, la indulgencia, la culpa o la desesperanza. Estas respuestas no solo complican y prolongan nuestro dolor, sino que también nos dificultan el acceso a los recursos internos necesarios para afrontar el sufrimiento cuando llegue el final de nuestra vida. Estas mismas dificultades pueden intensificar los múltiples niveles de dolor que acompañan el proceso de despedida.
No podemos elegir las cartas que la vida nos reparte, pero sí decidir cómo jugarlas. Cada experiencia de sufrimiento puede convertirse en una oportunidad para redirigir la energía de nuestra mente y corazón, fortalecer nuestras cualidades positivas, sanar heridas abiertas, transformar patrones destructivos o profundizar en nuestro camino espiritual. El verdadero desafío es encontrar la manera de crecer incluso en medio del sufrimiento, en lugar de dejarnos arrastrar por las circunstancias.
Es vital reconocer y comprender que podemos conectar con nuestra verdadera naturaleza: una bondad clara y fundamental, que podría describirse, en palabras simples, como un buen corazón y a relacionarnos desde esa bondad, tanto con nosotros mismos como con los demás.

*Maté, G. (2022). El mito de la normalidad: Trauma, enfermedad y sanación en una cultura tóxica. Barcelona: Editorial Tendencias.
**Hardy, T. (1901). «In Tenebris II». En Poems of the Past and the Present. Londres: Harper & Brothers.
*** Gildiner, C. (2021). Buenos días, monstruos. Barcelona: Editorial Kairós.

Venerable Karma Tenpa es un monje budista, argentino, residente en España. En el año 2007, recibió de parte de S. E. Situ Rimpoche la ordenación de guelong (monje completamente ordenado). Participa en la formación de voluntarios en el acompañamiento espiritual en el proceso de morir en la Fundación Metta Hospice (https://fundacionmetta.org/). También gestiona el programa Creciendo en Nepal, cuya actividad se centra en recaudar fondos para los estudios de menores y jóvenes en Katmandú.