Nuestras vidas urbanas II: Los ocho desafíos para una vida con sentido.

VENERABLE KARMA TENPA

Puede leer la primera parte de este artículo aquí

Este es el segundo artículo de una serie de cuatro denominada Nuestras vidas urbanas, en la que desarrollo con un entendimiento personal, e inspirado por el texto Los ocho puntos del entrenamiento de la mente de Gueshe Langri Tampa, mi convencimiento de cómo las extraordinarias enseñanzas enunciadas varios siglos atrás, tienen plena vigencia en nuestras sociedades contemporáneas y urbanas. Aquí os dejamos el enlace al artículo anterior, que se complementa con el actual y los dos restantes.

De las orillas del Ganges al siglo XXI

Lo que el propio Buda decía a cerca de sus enseñanzas era haber comprendido el sufrimiento humano, dukkha, al descubrir su origen, su funcionamiento y, finalmente, el resultado, cómo acabar con él. De aquellos tiempos a los actuales ha habido muchos y profundos cambios sociales y, sin duda, en lo colectivo se han agregado causas que en los tiempos del Buda ni siquiera se podían sospechar. Pero la experiencia de sufrimiento, dolor o frustración, tanto individual como colectivo, es esa misma que con tanta precisión el Buda describió.

Monje theravada en Sarnath, Uttar Pradesh, India.

De acuerdo, hay elementos propios de nuestra época, pero ¿cuáles son algunos de esos elementos distintivos? Por ejemplo, en nuestra sociedad global nos encontramos con que coexisten, en una continua tensión, el progreso digital con la desinformación, el descenso de los niveles de pobreza extrema con el aumento de la concentración de la fortuna, la democracia con la autocracia, el asombroso avance en el diagnóstico preventivo de tantas patologías médicas, y los recursos terapéuticos y tecnológicos para curar o paliar las que ya están aquejando a los enfermos, con un acceso desigual de la ciudadanía a todo ello. Por otro lado, las primas desorbitantes a los CEO de las grandes empresas contrastan con contratos laborales precarios de esa misma empresa y con una economía sumergida de subsistencia extendida en amplios sectores poblacionales y no olvidemos a la globalización en todos sus aspectos, uno de ellos el económico de la mano de la deslocalización de la producción que tanto daño hace a la producción local, y, por citar algunos más, la biotecnología, el cambio climático y otras crisis ecológicas y una lista que no acaba aquí, pero vaya todo esto de ejemplo.

Pero en lo que se refiere al sufrimiento individual, aun habiendo cambiado tanto nuestras sociedades, resumidamente podríamos entenderlo como una suerte común, e histórica en el ser humano, de indisposición básica, que nos lleva a sentirnos siempre molestos, insatisfechos, contrariados o interpelados por algo o por alguien y muchas veces por ambas cosas al mismo tiempo.

Ahora bien, el budismo en lugar de subrayar la dualidad entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, distingue más bien entre tendencias saludables y nocivas. Estas últimas engendradas por tres movimientos básicos: codicia, animadversión y desconocimiento o evasión. Pero, también señala que pueden ser transformadas en su contrapartida más saludables: la codicia en generosidad, la animadversión en benevolencia y el desconocimiento en sabiduría.

Pero vayamos más allá de la mera descripción de causas y consecuencias de males, infortunios y sufrimiento para llegar a la pregunta, ¿cómo puedo actuar para, al menos, disminuir el dolor y el sufrimiento? 

Tercer desafío: Desde el conflicto que separa hacia el aprecio que vincula

Destaco la importancia de la atención consciente y amorosa que llamo “meditación relacional”, y durante todo el día, para que siempre que surjan pensamientos que vemos pueden generar dolor nos ocupemos de ellos para que no se afinquen y acaben dominando a nuestra mente. Conservemos nuestra sensación de integridad encontrando un equilibrio ante las demandas y manipulaciones del exterior y las necesidades, miedos y compulsiones de nuestro interior, y renunciando a las fijaciones mentales que nos atan con actitudes rígidas.

El mundo de las relaciones personales está plagado de todo tipo de contradicciones, malos entendidos, fricciones, etcétera, por lo que podríamos preguntarnos ¿pode­mos seguir siendo amables cuando aparecen el enfado y la críti­ca? ¿cómo podemos entregamos a los demás sin perder nues­tro centro y al miedo de ser controlados por otra persona?

En lugar de quejarnos o rechazar las experiencias, sin más podemos dejar que la energía de la emoción, y la calidad de lo que estamos sintiendo, nos visite en el corazón. Esto es más fácil de decir que de hacer, sin duda, pero el esfuerzo nos premia con una manera noble de vivir. Se trata, en definitiva, del cultivo de la intrépida bondad del corazón. Si cuando llega­mos a nuestro límite, aspiramos a no ceder ni reprimir, sino tan solo permanecer, entonces, una dureza se disolverá en nosotros.

“Aquieta las cosas que nombras”.

Una de las consignas meditativas que más me impactó por su contundencia y brevedad, fue “aquieta las cosas que nombras”. Comprendí, con el tiempo oportuno de reflexión y práctica, cómo la fuerza misma de aquello que “nombramos”, toda forma tiene un nombre y el lenguaje la define y posee, y nuestra relación de atracción o rechazo con ella la “agitan”, bien sea con la energía del deseo, de la decepción o del temor. En cambio, una mirada contemplativa, que no está solidificada por el miedo ni excitada por la esperanza, las aquieta y sucede allí una comprensión mayor para encontrar el pasadizo hacia la salud emocional y la bondad.

El lugar más seguro y protegido para empezar a trabajar en este sentido es durante la meditación formal en soledad. Sentados en medi­tación empezamos a vislumbrar las claves de no ceder ni repri­mir, así entrenamos “cohabitar” con la energía que demanda hacer y simplemente estamos desde el ser. Luego, de esas soledades regresamos para encontramos con los demás, viviendo en comunidad, descubriendo como el encuentro con los otros nos ilumina y nosotros iluminamos esas otras vidas, ya que no hay luz posible sin el “nosotros”.

Aunque, seguramente, y parafraseando a Kathleen Dowling Singh*, es posible que necesitemos regresar más de una vez a nuestra soledad, como los ciervos heridos buscan por el bosque el refugio en una cama mullida, de abundante hierba verde, para dar a las heridas el tiempo que requiere su cura. Así nosotros, sentados en meditación, sanando en humildad, podemos empezar a desarrollar más compasión para el dolor engendrado por los patrones confusos de conducta y sembramos la semilla que nos permite estar des­piertos en medio del caos de lo cotidiano. El despertar es algo gradual y acumulativo. “No nos sentamos en meditación para convertirnos en buenos meditadores, sino para estar más despiertos en nuestra vida cotidiana” **

Cuarto desafío: Detener la guerra interna

Hemos de aprender cómo se inicia y cómo terminar el proceso de hacer la guerra dentro de nosotros mismos que nos lleva a pelear con la vida, huyendo del dolor o aferrándonos a una pretendida seguridad y a los placeres. La lucha con la vida se expresa en cada dimensión de nuestra experiencia, como un reflejo de nuestro propio conflicto interno, y acabamos guerreando con nosotros mismos, con nuestras familias y comunidades.

La meta de la disciplina espiritual es aportarnos un modo de parar esa guerra y hacer las paces con nosotros y los demás, mediante la comprensión y su entrenamiento gradual. Cuando abandonamos nuestras batallas, descansando de nosotros mismos, abrimos nuestro corazón a la vida en su plenitud.

¿Cómo desarrollar la aceptación paciente de las dificultades y los obstácu­los con los demás? ¿Cómo convertir los encontronazos en situaciones provechosas? Toda situación puede gestionarse con una presencia despierta, que me gusta llamarla, como ya he citado, “meditación relacional”, para hacer lo que corresponda hacer, sea defenderse, cuidarse, acercarse o marcharse, con una aproximación consciente de que el otro es más de lo que solo vemos en esas circunstancias, con esa suerte de efecto lupa con la que le observamos sesgadamente que resalta lo que consideramos inoportuno, desagradable, irritante o amenazante y oculta sus aspectos positivos.

Fuente: Getty Images

El riesgo de amar

¿Cómo mantener el principio de la cordura y de una humanidad compartida con las expresiones emocionales? La respuesta es amando de verdad, arriesgándonos a amar de una manera novedosa y desafiante. ¿Por qué digo que es riesgoso amar? Porque deberemos acoger amorosamente, es decir con una presencia despierta y receptiva, todo lo que habitualmente descartamos para llegar a transformarlo y crecer con ello, en vez de solo rechazarlo. El amor es mayor que cualquier conflicto, por lo que puede dialogar desde su propia seguridad y fortaleza con lo inseguro o desafiante.

Algunas propuestas, por ejemplo, asumamos el riesgo de amar al fracaso y al éxito por igual. Claro, que sin duda deseamos el éxito y no el fracaso, pero ambas posibilidades están presentes desde el principio, en todo lo que hacemos. Entonces, si amamos el éxito en vez de vanagloriarnos si llega ya no saldremos corriendo hacia el próximo en una alocada carrera sin fin y ya sin más propósitos que la vanidad, simplemente, le acogemos. Como contrapartida, si también nos arriesgamos a amar al fracaso cuando llegue, escucharemos que viene a decirnos que, de estas maneras, con estos medios, o en estos tiempos, esta vez no es posible. Entonces, desde esa acogida amorosa no nos condenaremos y no caeremos en la falta de valía.

También es un desafío amar sentirnos algo ridículos, pero si lo amamos seremos libres de la tiranía de la perfección y amaremos tanto las imperfecciones propias como la de los demás y no solo no nos angustiaremos, sino que podremos realmente mejorarnos desde el amor y ¡el humor! Un ejemplo más, es riesgoso aprender a amar a ser rebelde sin alaracas y bravuconadas porque implica amar la humildad, algo totalmente disruptivo en nuestra sociedad competitiva que corona la altanería y la arrogancia, pero cuando ocupemos silenciosa y anónimamente un sitio en esa realidad que queremos cambiar estaremos más cerca de propiciar ese cambio.

En conclusión, es riesgoso atreverse a amar, pero el precio que pagaremos por no arriesgarnos a amar es el de una vida sin sentido. ¿Deseas una vida así?

* Los dones de la vejez de Kathleen Dowling Singh, Editorial Elephteria.

** Cómo meditar de Pema Chodron, editorial Siro.

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Venerable Karma Tenpa es un monje budista, argentino, residente en España. En el año 2007, recibió de parte de S. E. Situ Rimpoche la ordenación de guelong (monje completamente ordenado). Participa en la formación de voluntarios en el acompañamiento espiritual en el proceso de morir en la Fundación Metta Hospice (https://fundacionmetta.org/). También gestiona el programa Creciendo en Nepal, cuya actividad se centra en recaudar fondos para dos hogares de acogida para menores en Katmandú.

Pueden leer la tercera parte de este artículo aquí

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