Los nyönpas o «locos» del Tíbet

ÓSCAR CARRERA

Altar de Drukpa Künlé, con piedra fálica. Fuente: The 'Divine Madman' Drukpa Kunley (Facebook)

La espontaneidad es un concepto recurrente en el pensamiento budista moderno. Lo encontramos en proponentes occidentales del budismo, como Alan Watts, pero también en presentaciones modernas (y cuidadosamente desritualizadas) de la tradición Chan/Zen, en la idiosincrática enseñanza de Chögyam Trungpa y en maestros cercanos al Dzogchen.

Incluso los maestros zen más excéntricos —muy lejanos al maestro zen estándar— estaban constreñidos por su posición monástica: su excentricidad solía ser verbal, o expresarse en acciones que no rompieran sus muchas reglas y preceptos. Las tradiciones de origen tibetano, en cambio, preservan la memoria de un linaje de maestros que rompían todas las normas en pos del Despertar. Una especie de linaje espiritual de iconoclastia y desinhibición. Quizá sean ellos el mejor ejemplo budista premoderno de «espontaneidad» iluminada.

Las tradiciones budistas tibetanas remontan sus raíces a la India medieval, donde encontramos un nutrido cuerpo de leyendas sobre adeptos budistas de costumbres controvertidas, escandalosas y aun obscenas. Podemos recordar, por ejemplo, al mahāsiddha Saraha, quien realizaba prácticas tántricas con una compañera; era señalado por la gente debido a su nueva condición, pero él respondía: «he tomado los votos formales de un monje y vago con una esposa: no veo ahí distinción alguna. Algunos pueden tener dudas y decir: “¡He aquí una impureza!”, pero no saben…» (1). O al mahāsiddha Tilopa, quien no solo encontró su consorte en la cortesana Bharima, sino que por las noches le hacía de proxeneta (2).

En el tantrismo budista e hindú existe la noción de que actividades tradicionalmente denostadas o prohibidas pueden constituir, en las condiciones adecuadas, un atajo hacia el Despertar. Pero el budismo indotibetano siempre trató de maridar la sensibilidad tántrica con los preceptos budistas fundamentales, y, contra lo que a veces se cree, el yoga sexual (karmamudrā) con consortes de carne y hueso ha sido históricamente excepcional. Las prácticas más controvertidas quedaron con frecuencia relegadas a la visualización meditativa o la sustitución simbólica.

El Loco de Tsang, Tsangnyön Heruka. Fuente: treasuryoflives.org

No obstante, a lo largo de la historia aparecen personajes que hacen honor a las raíces más antinómicas de la tradición. Destacan los llamados «locos» (nyönpa) del Tíbet, pertenecientes principalmente a la escuela Kagyü. Los más célebres vivieron en los siglos XV y XVI: el Loco de Tsang, el Loco de Ü y Drukpa Künlé, considerado fundador del budismo butanés. Como los mahāsiddhas indios de los siglos VIII al XII, estos maestros se atrevieron a tomar el tantra al pie de la letra. No sólo empleaban el sexo, la carne o el alcohol como medios para la Iluminación, sino que a menudo lo hacían de la forma más caótica e, incluso, horripilante: el Loco de Ü, por ejemplo, podía ser visto devorando el cerebro de un cadáver humano frente a una multitud. El de Tsang llevaba despojos humanos como vestimenta. De Drukpa Künlé se dice que alardeaba de cinco mil consortes.

Según la tradición, el singular comportamiento de los nyönpas es producto de una comprensión de la no dualidad esencial de lo puro y lo impuro, lo permitido y lo prohibido, lo burdo y lo sublime, lo correcto y lo incorrecto… Unas mentes liberadas, imposibles de sondear con nuestras ordinarias luces. Sin embargo, esta oposición es a veces expresada en lo que parece ser una forma deliberadamente chocante. Aquí podemos percibir algunas semejanzas con los filósofos cínicos de la Antigua Grecia. Cuando el Loco de Tsang camina entre la multitud con un trozo de azúcar moreno en una mano y heces humanas en la otra, dando bocados indiferentes a ambos, nos acordamos de Diógenes con su lámpara encendida en el mediodía ateniense(3). Al encontrarse con dos monjes enzarzados en un debate metafísico, Drukpa Künlé emitió una sonora ventosidad, la trasladó con la mano a las narices de los monjes y preguntó: «¿Qué fue primero, el aire o el olor?» (4) No tan diferente a la gallina desplumada con la que el cínico griego pretendía ridiculizar a unos académicos que habían definido el hombre como «bípedo implume». Aunque presuponer su pura espontaneidad favorece el estatus de «loco sagrado» de estos maestros, lo que importa, creemos, es que muchas de estas historias son retratadas como lecciones.

Existe un punto de cálculo en estos episodios: más que fruto espontáneo de la meditación, parecen premeditados. Algunos investigadores enmarcan este revivalismo tántrico en el contexto de competición sectaria entre las tradiciones Kagyü y Geluk en el siglo XV (5). Mientras que los gobernantes Rinpung del Tíbet occidental apoyaban a los Kagyü, los del Tíbet central defendían a los Geluk, tensión que conduciría incluso a una guerra, que ganarían los segundos. La vida salvaje y errabunda de los nyönpas, generalmente Kagyü, puede ser entendida como un contrapeso al énfasis en la pureza monástica de los Geluk (los «virtuosos»), poniendo de relieve que existen otras formas de ser un budista vajrayāna. Su propuesta tenía no menos de 84 precedentes en la literatura clásica india (los mencionados mahāsiddhas), pero se nutría también de desarrollos indígenas tibetanos, como la práctica del chöd. Un texto clave de esta contracultura Kagyü fue la popular Vida de Milarepa, escrita por el Loco de Tsang, que representa a su biografiado como «un poeta místico que no fundó monasterio o escuela algunos y nunca fue monje» (6). Milarepa terminó por convertirse en el yogui solitario arquetípico, así como en uno de los candidatos predilectos para el título de buda tibetano (7).

Representación contemporánea del yogui Milarepa. Fuente: Milarepa: Great Yogi and Mystic (Facebook)

Los Geluk y otros budistas partidarios de las reglas monásticas no rechazaban por principio este otro estilo de vida. Al contrario, solían interpretar los elementos más insólitos del tantra como prácticas espirituales muy útiles en una era pasada, pero cuya propagación sería hoy peligrosa e indeseable, salvo quizá para unos pocos individuos excepcionales. Paradójicamente, el tantra a menudo ha sido concebido como una manera (brusca) de adaptar las viejas enseñanzas a una era decadente. El mismo tipo de racionalización se emplea, pues, en dos direcciones distintas, que reflejan la tensión entre dos maneras de entender la práctica budista: por un lado, compromiso con los preceptos, control de los sentidos, comunidades monásticas; por el otro, libertad antinómica, espontaneidad no dual, vida errante. Compostura contra controversia, monacato contra fundamentalismo tántrico.

Que esta oposición se encuentra de alguna manera en el corazón mismo del budismo indotibetano lo sugieren algunas narraciones sobre Tsongkhapa, el fundador de la escuela Geluk. Pese a oponerse toda su vida a los ejercicios que rompían las reglas monásticas, en realidad habría estado esperando al estado de bardo (entre dos vidas) para, no atado ya a sus preceptos, practicar «el yoga sexual necesario para alcanzar la liberación última» (8). Quizá este desenlace no sea justo con la figura histórica de Tsongkhapa, pero sin duda lo es con las inquietudes de muchos tibetanos.

Por supuesto que existe una tensión entre el celibato vitalicio y las consortes tántricas, entre observar minuciosamente los preceptos y romper todos los posibles. Sin embargo, quizá sea significativo que, mientras la intelligentsia monástica tibetana ha intentado explicar, reducir o relajar esta tensión, a ningún nyönpa parece haberle preocupado excesivamente esta obvia dualidad.

(1) R. Ray, “Accomplished Women in the Tantric Buddhism of Medieval India and Tibet”, en N. A. Falk y R. M. Gross (eds.), Unspoken Worlds: Women’s Religious Lives in Non-Western Cultures, San Francisco: Harper & Row, 1980, p. 235.

(2) F. Torricelli, Tilopa: A Buddhist Yogin of the Tenth Century, Dharamshala: Library of Tibetan Works and Archives, 2019, p. 174.

(3) D. M. DiValerio, The Holy Madmen of Tibet, Oxford: Oxford University Press, 2015, p. 33.

(4) K. Dowman (trad.), The Divine Madman: The Sublime Life and Songs of Drukpa Kunley, Varanasi: Pilgrims Publishing, 2000, p. 64.

(5) DiValerio, op. cit., cap. 4.

(6) E. G. Smith, Among Tibetan Texts: History and Literature of the Himalayan Plateau, Boston: Wisdom Publications, 2001, p. 60.

(7) D. S. Lopez Jr., “Introduction”, en Tsangnyön Heruka, The Life of Milarepa, Nueva York: Penguin Books, 2010.

(8) DiValerio, op. cit., p. 108.


Óscar Carrera es graduado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y máster en Estudios del Sur de Asia por la Universidad de Leiden, donde escribió una tesis sobre la música y la danza en la literatura pali. Conoce en profundidad las regiones budistas del sur y el sudeste asiático y ha publicado varios títulos sobre música y sobre religiones, que se pueden consultar en: http://leidenuniv.academia.edu/OscarCarrera

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