El budismo en Sudamérica: una perspectiva general. Segunda parte.
FRANK USARSKI
Este artículo forma parte de la edición especial «El budismo en los países de habla hispana».
Puede leer la primera parte de este artículo aquí
Dentro de las comunidades budistas étnicas sudamericanas existen instituciones zen tradicionales con un fuerte trasfondo étnico, como el templo Busshinji en São Paulo, y el templo Daishinji en Bogotá. También puede contarse al templo Tzong Kwan en São Paulo, construido gracias a la orden taiwanesa y a la comunidad china local, y el cual sirvió como modelo para la construcción de dos instituciones «hermanas» en Argentina y Paraguay. En una categoría similar cae la orden fo kuang san, cuyas actividades religiosas en países como Brasil, Chile, Argentina y Paraguay, son apoyadas por las comunidades chinas locales.
La importancia de los inmigrantes budistas en Sudamérica resulta aún más evidente desde un punto de vista histórico. Por ejemplo, gracias a ellos, mucho tiempo antes de que el budismo atrajera al público occidental, en Perú y Brasil comenzaron las actividades budistas debido a las labores misioneras de representantes oficiales del soto zen y la jodo, entre los inmigrantes nipones.
En Brasil, las actividades budistas antes de la Segunda Guerra Mundial se desarrollaron en «colonias» niponas ubicadas en São Paulo. El primer grupo conocido es el de la honmon butsūryū-shū, cuyo pionero Tomojiro Ibaragi se contaba entre los inmigrantes que llegaron en el primer buque japonés en 1908.
Mientras las primeras décadas del budismo en la región estaban directamente relacionadas con la inmigración asiática, las tendencias más recientes cobraron ímpetu a través de un número creciente de sudamericanos que – desde los años sesenta en adelante, y paralelamente al desarrollo en otros países occidentales – descubrieron al budismo como una alternativa a sus religiones heredadas, y principalmente al catolicismo.
Dos tendencias fueron las principales responsables de estas dinámicas. Por una parte, las instituciones budistas (por ejemplo, los templos zen tradicionales) y sus movimientos (como la soka gakkai), inicialmente arraigados con firmeza en un entorno inmigrante nipón, se abrieron a un público más extenso, y sirvieron como un catalizador para la expansión del budismo en los nuevos contextos.
Por otro lado, hubo potenciales conversos que, gracias a sus viajes a EE.UU. o a Europa, o por las visitas de maestros a la propia Sudamérica, entraron en contacto con aproximaciones budistas ya adaptadas a la mentalidad e idiosincrasia espirituales de Occidente. A la larga surgiría una generación de conversos que asumirían roles activos como maestros o como miembros «innovadores» del budismo étnico tradicional, o como los protagonistas de alguna rama budista «globalizada». Hay varios ejemplos de famosos convertidos sudamericanos, quienes empezaron su carrera como ministros en un templo zen tradicional.
Por ejemplo, en Brasil, la célebre Claudia Souza de Murayama, o la «monja Coen» (así llamada por los medios de comunicación nacionales) estudió soto zen en EEUU y Japón, hasta alcanzar finalmente el estatus de maestra oficial. De vuelta a São Paulo, asumió la dirección del templo Busshinji, fue electa miembro del Consejo Soto-Zen Sudamericano, y presidenta de la Federación Brasileña de Sectas Budistas. Pero su postura modernista e inclusiva hacia los conversos brasileros, la llevó a chocar con el conservadurismo en la orden, y a fundar una institución separada: el dojo zen Tenzui.
En Colombia, sobresalen Densho Quintero (director del templo Daishinji) y Shotai de la Rosa (también estudiante de zen en Japón). A su vez, en Argentina resaltan Ricardo Dokyu (fundador de un templo zen en Buenos Aires, y de la Asociación Budista Soto Zen de Argentina); Augusto Alcalde (fundador de la institución Shobo An Zendo en Córdoba), y Antonio Eiju Pérez (fundador del centro zen en Mendoza).
En la órbita del budismo tibetano, descuella el brasileño Michel Lenz Calmanowitz. Siendo niño, sus padres fundaron en São Paulo la primera institución del movimiento del lama Gangchen, quien terminó reconociendo al chico como un tulku. Posteriormente, el «lama Michel» pasaría a jugar un papel principal en la comunidad budista tibetana exiliada en Sera Me, en India del sur.
También es digno de mención el argentino Gerardo Abboud, estudioso y practicante de budismo en India y Nepal, traductor de textos tibetanos al inglés y al español, e intérprete en talleres y conferencias de maestros tibetanos que visitan Sudamérica, incluyendo al propio dalái lama durante su visita a América Latina en 1992.
Por último, hay varios convertidos sudamericanos que se han responsabilizado por un centro local que representa a un movimiento budista operando a escala internacional. Así, en toda Suramérica operan la Asociación Zen Internationale y la Karma Kagyu; en Venezuela, los Amigos de la Orden Budista Occidental; hay grupos de Meditación Vipassana de la tradición de S.N. Goenka activos en Brasil, Perú y Venezuela; y en Brasil actúan la escuela Kwan Um de zen, y la Orden del Inter-ser.
El budismo en Brasil: desarrollos históricos y socio-demográficos.
La historia del budismo en Brasil puede subdividirse en cuatro etapas. La primera, es datada aproximadamente entre 1810 y la Segunda Guerra Mundial. En esas décadas, el budismo se hallaba restringido a los inmigrantes asiáticos y a sus prácticas religiosas domésticas tradicionales. Esto se aplicó por igual a los japoneses y a los chinos, los cuales habían antecedido en casi un siglo a la inmigración nipona.
La regla en aquellos días eran las prácticas religiosas informales y la autonomía involuntaria a nivel de laicos y laicas. No obstante, se realizaron algunos esfuerzos para apoyar institucionalmente la vida espiritual de algunas colonias de inmigrados, como los del rev. Tomojiro Ibaragi, quien, según la orden de la honmon butsūryū-shū, se hallaba entre la primera ola de inmigrantes japoneses, y ganó renombre nacional en 1936 al fundar el templo Taisseji en Lins, exactamente la primera institución oficial budista en Brasil.
En aquella primera fase, se fundaron también instituciones brasileras asociadas al budismo shin y shingon; y, de igual modo, el teósofo Lourenço Borges creó la Sociedad Budista de Brasil en 1923. Esta sería la primera asociación diseñada, intencionalmente, para los budistas occidentales, con lo cual anticipaba tendencias características de un período posterior. Dicha Sociedad fue cerrada unos pocos meses después, pero fue reavivada en su forma actual en 1967.
La época de posguerra marca el inicio del segundo período de la historia del budismo en Brasil, caracterizado por el establecimiento de instituciones asociadas a las comunidades budistas étnicas. Tales dinámicas eran particularmente estimuladas por la intención de la mayoría de los japoneses de permanecer en Brasil y ya no retornar a su país de origen, con lo cual se le ponía fin a la «inmigración experimental», e igualmente a la idea de los inmigrantes de que, hasta su retorno, alguien más se ocuparía en casa de los asuntos religiosos de la familia.
Esto motivó el establecimiento de una serie de instituciones budistas. Así, la honmon – butsuryū-shū extendió su red de templos brasileños a Taubaté (1949), Londrina (1950) e Itaguai (1950), e inauguró su principal oficina brasileña en la ciudad de São Paulo (1962). En la primera mitad de los años cincuenta, las ramas tendai-shū y õtani de la jõdo shinshū inauguraron sus primeros templos; la rama honpa de la jõdo shinshū fundó su sede nacional; y las sectas jodo, zen, nichiren y shingon anunciaron el comienzo oficial de sus misiones en Brasil. En 1958, se estableció la Federação das Seitas Budistas no Brasil como una organización que actuaba a modo de sombrilla legal del budismo japonés.
La nichiren shõshū comenzó a articularse públicamente en 1960, estimulada por la expansión internacional de la soka gakkai, y por la visita a Brasil de su presidente, Ikeda Daisaku. La primera institución budista china de Brasil, el templo Mo Ti en São Paulo, ha existido desde 1962.
Cronológicamente, la inauguración de los otros templos chinos étnicos y del único templo coreano étnico, se superponen a eventos ya característicos del tercer período. La colonia china local tardó veinticinco años en empezar la construcción de un segundo templo, el Kuang Ying en São Paulo, y otros cinco años hasta que finalmente dicha institución abriera sus puertas. Sólo un breve tiempo antes de eso, fue inaugurado el templo Zu Lai en Cotia (1992), seguido por otros tres templos fo kuang shan en Río de Janeiro (1996), en Recife (1999) y en Foz de Iguaçu (2000). En lo que respecta al budismo coreano tradicional, sólo existe el templo Jin Kak en la ciudad de São Paulo, inaugurado en 1988 y perteneciente a la línea del budismo chogye.