Tres aspectos de la danza budista
JOSEPH HOUSEAL
«Danza» es una palabra occidental derivada de una palabra francesa del siglo XII, dansier, que significaba, simplemente, mover el cuerpo de forma rítmica. Otras palabras para danza derivan de términos que significaban «saltar», «brincar» y «botar». Estas palabras describen el cuerpo externo, la forma superficial. Incluso una definición académica de ballet de los años 80 («el ballet es una forma con el cuerpo erguido y los brazos y piernas moviéndose en equilibrio y armonía a su alrededor»), aunque introduce los principios de equilibrio y armonía, permanece anclada en una descripción externa.
El problema empieza cuando la palabra «danza» se convierte en una palabra genérica, aplicada a cualquiera que se mueva de forma diferente a un peatón: claqué, striptease, danza litúrgica, por nombrar unos pocos. En japonés, por ejemplo, existen muchas palabras para danza, dependiendo del propósito y del tipo de movimiento. El movimiento en el Noh se llama mai, que significa hacer figuras. El movimiento en el kabuki se llama buyo, que significa el florecimiento de brazos y piernas. Las danzas hacen cosas diferentes y causan efectos e impresiones diferentes.
De hecho, muchas lenguas tienen más de una palabra para danza. Tuvieron que pasar décadas para que el tai-chi y el yoga, después de ser introducidos en Occidente, empezaron a ser llamados tai-chi y yoga. Al principio eran llamados «danza tai-chi» y «danza yoga». Incluso los occidentales podían notar que había algo categorialmente distinto en el tai-chi y el yoga que no se ajustaba exactamente a la palabra «danza». En primer lugar, las formas ya tenían nombre. La mayoría de las formas de movimiento tienen nombre.
En el budismo hay más danza que en cualquier otra religión. Las culturas en las que se ha desarrollado, y en las que se ha difundido, el budismo eran culturas de danza, en las que se danzaba desde tiempos antiguos y en las que la danza desempeñaba un papel central en la vida cívica, privada y espiritual. No existe punto de comparación con Occidente, excepto si admitimos que las danzas occidentales antiguas, como las que se asocian a la tragedia griega y al ditirambo, eran gnósticas en cuanto a contenido, es decir que la danza inducía un nivel de consciencia que proporcionaba un contacto directo con lo divino. Pero, ¿danza integrada a todos los niveles de la sociedad? Tal cosa es inaudita en occidente. En Sri Lanka, en cambio, no existe celebración oficial sin que la danza sea parte de la ocasión.
En lo que refiere al budismo vajrayana y a las culturas del Himalaya que vehicularon su difusión (Kachemira, Ladakh, India, Himachal, Nepal y Bhutan), se puede afirmar que son culturas de danza. Todo el mundo baila, jóvenes y viejos. En el panteón de divinidades, la mayoría de las cuales tienen roles funcionales en las prácticas tántricas de visualización meditativa, existen muchos personajes que no solamente danzan, sino que lo hacen siempre. Entre los sujetos más comúnmente representados del arte budista vajrayana que siempre se muestran danzando, están las energías espirituales femeninas, llamadas en sánscrito dakinis, y los héroes celestas llamados ging en tibetano, los cuales se unen a los magos del sombrero negro, ciervos, esqueletos y divinidades coléricas. Cuando hablamos de arte religioso, no existe ninguna otra religión que tenga tanta danza como el budismo. Es omnipresente en las culturas y en el arte. Es una expresión religiosa intrínseca, la energía misma de la vida.
Es destacable en la literatura académica occidental que cuando el lingüista y tibetólogo checo René de Nebevsky-Wojkowitz (1923–59) observó la importancia de la danza en la cultura tibetana, tradujo el Chams Yig, el manual de danza ritual del Quinto Dalai Lama. El pionero aventurero y erudito Giuseppe Tucci (1894–1984) también se percató de la importancia de la danza en el arte tibetano. Lo entendió como una seña de antigüedad y como un símbolo viviente de orden, maestría y poder heredado. Es un tema que elabora con gran perspicacia en sus mejores obras. Estos académicos sobresalen por haber reconocido el papel de la danza en el budismo y en el arte budista.
Cuando nos aproximamos a las danzas budistas, no nos queda más remedio que utilizar la palabra «danza» debido a su uso extendido, aunque durante los últimos veinte años los esfuerzos de mucha gente por llamar cham al cham del budismo tántrico, en vez de llamarlo «danza budista sagrada», han tenido su fruto. Mucha gente sabe ahora qué es y cómo es el cham, y un número creciente de personas se da cuenta de que el cham es de hecho un yoga de la deidad budista, no una danza en el sentido occidental. Una de las razones por las que el turismo puede infligir un impacto negativo en la expresión ritual budista es la falta de comprensión, por parte del turista, con respecto a lo que ve, y ello suele tener como consecuencia una actitud poco respetuosa. Básicamente, los occidentales entienden la danza como un evento social y como un mero entretenimiento.
La antropóloga de la performance Joan Erdman ha acuñado tres términos que ayudan a apreciar los aspectos esenciales de la danza en el budismo: danza actual, danza representada y danza efímera. Cuando la danza budista se contempla como una manifestación en cada uno de estos dominios, aparece claramente su máximo potencial como medio para la religión y la práctica espiritual.
La «danza actual» se refiere a lo que convencionalmente llamamos danza: cuerpos físicos moviéndose en el espacio según un orden y forma específicos. Es simplemente danza. Ver a monjes con máscara haciendo mandalas danzados en un patio es danza actual. Debe ser aprendida, dominada y luego representada. Existe mucha danza actual en las prácticas budistas. La «danza representada» se refiere a imágenes danzando en el arte budista, en la pintura, escultura, murales y manuscritos ilustrados. La deidad de la meditación Vajrayogini en la pintura de un thangka es danza representada. Un mural con divinidades coléricas en un abrazo erótico moviéndose rítmicamente con sus consortes es danza representada. Una escultura de Vajrayogini, de puntillas, cambiando de una figura a otra, es danza representada. En el arte budista encontramos muchísima iconografía de la danza.
El término «danza efímera» se refiere a una danza incorpórea, como la meditación de visualización de los monjes, o la práctica de una deidad yidam en la meditación personal. La danza incorpórea permite al meditador tomar el cuerpo de una divinidad, un elemento fundamental en el yoga de la deidad. Convirtiéndose primero en vacío y luego sustituyendo este vacío con una deidad visualizada, el meditador crea un mandala dentro de sí mismo. Este mandala se deshace seguidamente de forma tan sencilla como si se vertiera un mandala de arena en un río. Es todo actividad de vacío; del Sambhogakaya, el mundo ilusorio. En la magia tántrica se conjura a entes danzantes y se les da ciertas instrucciones que habrán de seguir. Las prácticas incluyen la realización de una danza de la deidad visualizada.
En la práctica, estos aspectos interactúan. Las relaciones en la danza efímera, como la visualización de una deidad, implican muy a menudo la ayuda de la danza representada en forma de thangka, o en los murales y bajorrelieves de la sala de meditación, donde grupos de monjes realizan rituales colectivos. En el caso del cham, los monjes han recibido un entrenamiento exquisito. La «danza efímera» como meditación de visualización, recibe el apoyo de la «danza representada» en el arte utilizado para los rituales y culmina en una «danza actual» con todos sus elementos: las grandes ceremonias públicas de la danza de máscaras.
La danza budista se puede entender como un fenómeno multidimensional, transformativo y que altera la consciencia. Al comprender estos tres aspectos de la danza budista—actual, representada y efímera—es más fácil abarcar su significado pleno y su importancia en el arte cobra pleno sentido. Situar la danza en un mandala: representado, visualizado o actualizado, fortalece todavía más la correspondencia entre la danza y la práctica del budismo místico.
Este es un ejemplo de una tradición de danza visualizada, o danza efímera, en referencia a la divinidad que se visualiza, no la pintura, que es otro ejemplo de danza representada. La conexión entre danza representada y danza visualizada es clara.