La unidad del ser: budismo y Técnica Alexander

CATÓN CARINI Y VERÓNICA BELLÓN

El presente escrito tuvo su origen en los numerosos diálogos informales que, naturalmente, se fueron dando entre los dos autores en el marco de las clases de Técnica Alexander (T. A.). Uno de ellos desde su posición de estudiante de esta disciplina—y practicante de budismo—y la otra desde su trayectoria como profesora de la Técnica desde hace más de 15 años. Estos intercambios pusieron en evidencia numerosas coincidencias entre el budismo y un método de reeducación psicofísica que nació en Australia a principios del siglo XX.  No pretendemos agotar todos los elementos que ambas disciplinas comparten, pero sí hacer un recorrido por algunos de ellos y reflexionar sobre la forma en que la T. A. puede no solo contribuir a la práctica de la meditación, sino también a que sus efectos beneficiosos se integren a la vida cotidiana.

Hace más de 100 años, el joven actor de teatro australiano Frederick Matthias Alexander (1869-1955) realizó, mediante una profunda observación de sí mismo, una serie de descubrimientos sobre el modo de usar con mayor eficiencia la estructura corporal. Estos hallazgos constituyeron el fundamento de una técnica de reeducación psicofísica que, desde sus comienzos, sería recomendada por personalidades de la talla de Aldous Huxley, Bertrand Russell, George Bernard Shaw, John Dewey, Nikolaas Timbergen y Raymond Dart, y que actualmente es bien conocida entre los actores, bailarines, músicos y cantantes, ya que su práctica constituye parte de la formación profesional en numerosos centros de enseñanza de primer nivel.

Frederick Matthias Alexander, creador de la técnica que lleva su nombre. 
Fuente: The Society of Teachers of the Alexander Technique
Frederick Matthias Alexander, creador de la técnica que lleva su nombre. Fuente: The Society of Teachers of the Alexander Technique

Especializado en interpretar Shakespeare, Alexander comenzó a experimentar problemas con su voz al actuar en el escenario al punto de quedarse prácticamente afónico al finalizar sus presentaciones. Tras haber consultado a todos los médicos y terapeutas a su disposición y no obtener resultados positivos, y urgido por la necesidad de solucionar las dificultades que amenazaban su incipiente pero prometedora carrera como actor, con el deseo, la curiosidad y la pregunta de entender cómo funcionaba su voz, y por qué la perdía, comenzó una investigación minuciosa sobre sí mismo. A lo largo de la misma, comprendió desde su experiencia empírica, desde su mente occidental, que somos un ser indivisible, y que el uso de la voz y la respiración no está separado del resto de la totalidad psicofísica. Una dificultad aparentemente aislada no puede ser superada sin un cambio total en todo el ser.

Tras años de observar, ayudado por el uso de espejos, la manera en que realizaba acciones sencillas como hablar, sentarse y ponerse de pie, Alexander descubrió que la estructura física del ser humano es un sistema que involucra un equilibrio sutil y dinámico entre todos sus aspectos, equilibrio que muchas veces se deteriora, adormece e incluso colapsa. Esto conlleva que importantes funciones como la locomoción, la respiración, la circulación sanguínea y la digestión se vean interferidas, y que la manera de organizar la estructura corporal en quietud o movimiento sea ineficiente, al punto tal que una acción como sentarse, pueda requerir mucho esfuerzo debido a un exceso de tensión o a una falta de tono.

Al observar sus movimientos en los espejos, Alexander no sólo tomó consciencia del uso ineficiente que hacía de sí mismo, sino también de que no podía fiarse de sus propias sensaciones a la hora de corregir ese uso, ya que cuándo pensaba que estaba haciendo una cosa en realidad hacía otra. Al no poder confiar en su apreciación sensorial por estar ella misma condicionada por sus hábitos, no sólo tenía que restaurar y reeducar patrones de movimiento, sino también su percepción sensorial a través de la observación.

Asimismo, cayó en la cuenta de que no podía restablecer el uso de su cuerpo desde una corrección directa, pues el intento por cambiar a través de «hacer algo» solo generaba más tensión y desorganizaba aún más la estructura. Descubrió así que, ante todo, necesitaba observar y reconocer donde estaba interfiriendo. No tenía que corregir directamente su estructura sino detener la reacción habitual ante un estímulo. Para referirse a este proceso, Alexander desarrolló el principio de «inhibición», el cual significa no permitir la reacción automática y habitual a un estímulo. En ese parar consciente es donde Alexander cree que aparece la libertad de poder decidir reaccionar habitualmente o elegir no reaccionar, o simplemente hacer otra cosa. Al frenar la reacción habitual, se crea un espacio y un tiempo que permite vernos a nosotros mismos. No hacer es, sobre todo, una actitud de la mente. Una decisión de parar y reconocer los patrones habituales en el uso de uno mismo.

Alexander durante una de sus clases. Fuente: The Society of Teachers of the Alexander Technique
Alexander durante una de sus clases. Fuente: The Society of Teachers of the Alexander Technique

A partir de parar y soltar, es posible pensar direcciones. Estas « direcciones» no son hacer algo directamente, como por ejemplo corregir la postura: supone más bien un proceso indirecto en el cual está involucrada la proyección de mensajes del cerebro a determinadas partes del cuerpo. Estas direcciones implican concebir, verbalizar e incluso visualizar que el cuerpo se suelta, se alarga y se ensancha. Son instrucciones mentales que, de una manera indirecta, generan expansión y un tono muscular adecuado, permitiendo recuperar el largo, ancho y volumen de la estructura corporal y, en consecuencia, restablecer su mecanismo de soporte y su equilibrio dinámico. Si observamos a un niño pequeño moviéndose, podemos reconocer este equilibrio y coordinación natural. No solo el uso de su cuerpo sino el de todo su ser está integrado y presente en la actividad que está explorando. Esa estructura usada en su máxima expresión devela su potencial, su equilibrio, su armonía y su belleza.

Si bien representaron para el contexto del mundo occidental de principios del siglo XX una mirada innovadora de la experiencia corporal, los descubrimientos realizados por Alexander se encuentran en total sintonía con la cosmovisión y la filosofía oriental conocida ahora en buena parte del mundo. Gran parte de la práctica de la T. A. se cimenta en estar presente «aquí y ahora», con una mente atenta, alerta y consciente a la hora de realizar las actividades cotidianas más simples como barrer el piso, cocinar o lavar los platos. Así, se ha descripto el efecto de la T. A. como una «iluminación del cuerpo», experimentada y vivenciada de forma contundente y visible por quienes la practican, una expansión y liviandad corpórea que roza lo milagroso.

 Los puntos de encuentro con la cosmovisión y la práctica del budismo son muchos. Para mencionar algún ejemplo, una profunda observación de sí mismo sin reaccionar ni intervenir es la base de la meditación budista zen y vipassana. En esta última tradición, se observa minuciosamente las sensaciones del cuerpo, parte por parte o mediante un barrido unificador, sin cambiar lo observado, es decir, sin reaccionar automáticamente a las sensaciones agradables con apego, o a las desagradables con aversión.  Es así como, durante una práctica de meditación, al sentir una tensión en la espalda y observarla ecuánimemente sin moverse ni tratar de cambiarla, no se está practicando otra cosa que aquello que F.M. llamaba «inhibición».

En el zen también se observa el cuerpo, la respiración y los pensamientos, dejando pasar las formaciones mentales, sin intervenir en la respiración y manteniendo la consciencia de la estructura corporal. La importancia de la forma de sentarse adquiere en la meditación zen especial relevancia, sobre todo el hecho de mantener la cabeza en una posición adecuada, ya sea que se medite en postura de loto o medio loto. Para ello se dan una serie de indicaciones tales como «empujar la tierra con las rodillas y el cielo con la cabeza», «estirar la nuca y entrar el mentón», «nariz en línea vertical con el ombligo». También existe la idea de la percepción sensorial ilusoria y, es sabido que, con frecuencia, uno cree estar sentado en la postura correcta cuando esto no es así, con un hombro más levantado que el otro, la cabeza cayendo hacia adelante y la columna vertebral inclinada hacia un lado. Para revertir estas fallas posturales, el maestro puede disponer un espejo al frente y al costado para poder autocorregirse, al tiempo que un practicante experimentado recorre el salón de meditación corrigiendo la postura de quienes se encuentran haciendo zazen.

Maestro Kodo Sawaki en postura de meditación zen o zazen. Fuente: zazencantabria.wixsite.com

De manera más general, se puede afirmar que el «no hacer» constituye no solo la base del zen, sino también del taoísmo y de la sabiduría perenne de todas las tradiciones místicas. No es preciso afanarse en busca de la luz, ya que la libertad y la iluminación surgen al dejar de hacer, de interferir. Como un vaso con agua sucia que decanta con el tiempo, dejando el agua cristalina arriba y el lodo en la base, el satori, la iluminación o el despertar aflorarán naturalmente cuando la mente se calme y se dejen de perseguir la realización de los deseos, incluyendo el de iluminación. Como se afirma en el zen, del mismo modo que la respiración adecuada brota de una postura integrada, equilibrada y expandida, la actitud del espíritu fluye naturalmente de una profunda atención sobre nuestro cuerpo físico y nuestra respiración.

 Con respecto al budismo vajrayana, esta tradición hace hincapié desde hace cientos de años en que el cuerpo, tal como es autopercibido por el no iniciado, es una construcción ilusoria arraigada en profundos hábitos de percepción. Según la indicación de los maestros y lamas tibetanos, se visualiza el cuerpo según un modelo que cuestiona la concepción materialista occidental, de forma que este aparezca como luminoso, inmaterial, expandido y etéreo. Al visualizar el cuerpo de esta forma, no se está sustituyendo una imagen corporal realista por otra nacida de la ilusión, sino que está combatiendo el hábito de concebir el propio cuerpo de forma kármica o condicionada, por una forma de percepción más cercana a la verdadera. De esta forma, en los ejercicios de visualización se construye una identidad sagrada con el propósito de romper con el patrón habitual de percibirse como un ser ordinario. El cuerpo se ve transfigurado y se experimenta un cuerpo utópico. A partir de allí, se puede re-construir con la imaginación el sistema de canales de energía del cuerpo sutil para poder realizar un ajuste energético que equilibre el cuerpo físico.

En suma, uno de los puntos de encuentro más importantes entre la filosofía budista y la T. A. es la visión no dualista del ser humano. El cuerpo y la mente se conciben como aspectos estrechamente imbricados de un fenómeno total, «como dos caras de una hoja de papel» tal como decía el maestro zen Taisen Deshimaru. De forma pionera para su época, Alexander afirmó que el ser humano es una unidad psicofísica indivisible y que sus pensamientos, emociones y experiencias condicionan la manera en que se mueve, se sienta, habla y camina. Por ello, ideó un método en el cual se emplea el pensamiento, la imagen y la verbalización para influir en el cuerpo físico y mejorar la manera general de organizarse corporalmente y reaccionar ante las distintas situaciones de la vida.

La autora dando clases de Técnica Alexander en un seminario. 
Fuente: archivo personal.
La autora dando clases de Técnica Alexander en un seminario. Fuente: archivo personal.

Quienes se inician en la práctica budista a menudo no esperan encontrarse con que gran parte de su práctica implica confrontarse con la dimensión corporal y sensorial de uno mismo. Así, durante retiros de meditación zen o vipassana, muchas veces se escucha a los principiantes manifestar su sorpresa al encontrar que la práctica resulta ser algo «mucho más físico» de lo que esperaban. Incluso meditadores avanzados procuran seguir la indicación de «sentarse derecho» mediante un «hacer» directo, alternando entre la rigidez al tratar de alcanzar la forma correcta con esfuerzo muscular, y la laxitud que deriva en el colapso de la postura. En este sentido, la T. A. puede ayudar a la práctica de la meditación, facilitando permanecer sentados cómodamente durante períodos más prolongados de tiempo al posibilitar encontrar un buen soporte y un equilibrio natural.

Pero los beneficios que puede aportar la T. A. a un practicante budista no se limitan a las horas que pasa sentado meditando. Muchas veces, tras volver de un retiro es difícil mantener el estado de presencia, alerta y ecuanimidad en la vida cotidiana. La T. A. puede ayudar a integrar este estado mental a todas nuestras actividades, ya que promueve la atención sobre el cuerpo, las emociones, los pensamientos y el medio externo. De hecho, desde principios del siglo pasado la T. A. ha ayudado a numerosos actores, músicos, cantantes y personas en general a tener más fluidez en el movimiento, mayor equilibro mental y una presencia relajada y atenta, por lo cual es probable que la comunidad de meditadores pueda sacar un gran provecho del aprendizaje de esta técnica. Y los que lo han hecho, no dudan en afirmar que la T. A. constituye de por si una práctica espiritual.

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Catón Eduardo Carini es licenciado en antropología por la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), magister en antropología social por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y doctor en antropología por la UNLP. Trabaja como investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina y como profesor de Antropología Cultural y Social en la UNLP. Se interesó en el budismo en 1999 cuando comenzó a practicar meditación zen con el maestro francés Stéphane Thibaut de la Asociación Zen de América Latina. Posteriormente, se abocó a la práctica de la meditación vipassana en centros vinculados al maestro birmano S. N. Goenka, así como a la práctica de la tradición dzogchen del vajrayana, bajo la guía del maestro tibetano Chogyal Namkhai Norbu.

Verónica Bellón se formó como bailarina y coreógrafa en Armar Danza Teatro, Buenos Aires.  Realizó su formación de Técnica Alexander en ATON, Alexander Technique Opleiding Nederland (Amsterdam, Holanda) entre los años 2001-2005, bajo la dirección de Arie Jan Hoorweg.  Es miembro de AATA (Asociación Argentina de Técnica Alexander) y del STAT (Society of Teachers of the Alexander Technique). Es profesora regular de ETABA (Escuela de Técnica Alexander Buenos Aires). Junto a su amplia trayectoria como maestra de Técnica Alexander a través de clases individuales ha desarrollado su trabajo en talleres grupales focalizados en la aplicación de los principios de la Técnica Alexander a las artes performáticas (talleres para bailarines, actores y músicos) y a la práctica de Yoga, (talleres de formación para docentes de Yoga). Verónica es también Maestra del Método Shaw (la Técnica Alexander aplicada a la natación), habiéndose formado en el 2009 en Londres con Steven Shaw y del Arte de Correr (la Técnica Alexander aplicada al correr) formándose en el 2016 con Malcolm Balk. Con Steven Shaw ha trabajado en distintos seminarios de formación docente del método Shaw (Reino Unido, Madrid y Barcelona) y enseña regularmente el método en cursos en Etaba y en talleres abiertos a todo público. 

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