La huella del budismo en la obra del filósofo mexicano Antonio Caso
ÓSCAR FIGUEROA
Este artículo forma parte de muestra edición especial «El budismo y literatura iberoamericana»
Contexto
Como he mostrado en otra parte (2024), la cultura letrada mexicana atestiguó la consolidación de un primer imaginario inspirado en la antigua tradición de India en las tres décadas entre 1860 y 1890. Ello ocurrió mayoritariamente en el contexto del debate entre positivistas y antipositivistas, con todas sus implicaciones: racionalismo versus espiritualismo, ciencia versus metafísica, etc. A principios del siglo XX, con India ocupando ya un sitio en el imaginario cultural mexicano, la balanza se inclinó a favor de los críticos del positivismo debido a la profunda crisis que diluyó de golpe los sueños de progreso material y lanzó al país a una revolución. Los intelectuales mexicanos buscaron nuevos asideros teóricos en Europa, pero además revaloraron formas de pensamiento extraeuropeas. Estas circunstancias renovaron la fascinación indostánica del siglo XIX desplazando el interés por la India literaria hacia la India filosófica y espiritual, percibida como portadora de una brújula moral para el presente. En esta coyuntura, la tradición de origen indio que más sedujo a los círculos intelectuales mexicanos fue, sin duda, el budismo.
Al respecto, como ha notado Roberto E. García (https://espanol.buddhistdoor.net/jose-vasconcelos-precursor-del-budismo-en-mexico/), el gran referente es el filósofo y educador José Vasconcelos, cuyo interés por el budismo se remonta a los primeros años del siglo XX, en especial en el seno del Ateneo de la Juventud, el espacio de reflexión y diálogo más importante de la época. Sin embargo, aunque es cierto que en ese círculo Vasconcelos sobresalía por sus intereses orientalistas, incluido su interés por el budismo, en modo alguno fue una afición desarrollada en solitario. De acuerdo con su propio testimonio en Ulises criollo (1935), el interés era compartido por otros destacados ateneístas:
Llevé yo por primera vez a estas sesiones un doble volumen de diálogos de Yajnavalki y sermones de Buda en la edición inglesa de Max Müller por entonces reciente. El poderoso misticismo Oriental nos abría a senderos más altos que la ruin especulación científica. El espíritu se ensanchaba en aquella tradición ajena a la nuestra y más vasta que todo el contenido griego (p. 312).
Anterior por varios años, el testimonio de Alfonso Reyes, otro connotado participante en aquellas tertulias, apunta en la misma dirección. Leemos en su libro de ensayos El suicida, de 1917:
Caso lo oye y lo comenta todo con intenso fervor mental; y cuando —a las tres de la mañana— Vasconcelos acaba de leernos las meditaciones del Buda, Pedro Henríquez Ureña se opone a que la tertulia se disuelva, porque —alega entre el general escándalo— «apenas comienza a ponerse interesante» (p. 302).
Reyes se refiere aquí a Antonio Caso, de quien nos ha llegado el testimonio más contundente de que el budismo no fue una obsesión vasconcelista que los demás debían tolerar, sino un interés común. Ese testimonio es el profuso número de alusiones al budismo en su obra. Que, por un lado, se desconozca casi por completo este aspecto del pensamiento de Caso, y por el otro, las simpatías budistas de Vasconcelos sean bien conocidas, nos habla de la necesidad de esbozar un retrato más completo de la importancia del budismo entre los intelectuales mexicanos de principios del siglo XX. A ello contribuye modestamente este artículo. Veamos, pues, qué papel tuvo el budismo en la filosofía de Caso, qué tan duradero fue su interés y qué podemos concluir de todo ello.
El budismo, el «alma oriental» de la humanidad
Nacido en 1883 y fallecido en 1946, filósofo de formación, sucesor de Vasconcelos como rector de la Universidad Nacional de México, Antonio Caso puso en tela de juicio ―como el resto de los ateneístas― la capacidad del positivismo para dar respuesta a todas las inquietudes humanas. Consideraba que era necesario articular una filosofía más completa que, sin oponerse a la experiencia objetiva, diera cuenta de todas las dimensiones de la existencia, en especial la dimensión espiritual. Y para ello volver la mirada a las tradiciones «orientales» revestía la mayor importancia. Tal como hicieron otros autores de la época, la importancia de «Oriente» fue articulada en la forma de un contraste con el pensamiento europeo. En un artículo elocuentemente titulado «Las dos almas», de 1924, Caso afirmaba convencido:
Hay dos almas; dos grandes almas distintas: el alma oriental y el alma occidental. Una es sentimiento y la otra pensamiento; una éxtasis bienaventurado y la otra dialéctica eficaz; una axioma y la otra teorema; una es de diez mil años y la otra de ayer; una fue iniciación sacerdotal; la otra ciencia laica (p. 151).
Apenas unas líneas adelante, esta «alma oriental» es identificada con las enseñanzas de «Sakiamuni» (p. 153), la forma como Caso transcribía el conocido título de Siddhārtha Gautama. No era la primera vez que expresaba simpatía por el Buda. Un año antes, en el ensayo «Artistas y moralistas», había afirmado: «Del mismo modo que los grandes ríos, cuando se vuelcan en el mar, pierden sus nombres y se confunden con él, así los hombres de todas las castas, repudiando su origen, se hacen hermanos y se cuentan como hijos de Sakiamuni» (p. 92).
En este punto es importante precisar que, de acuerdo con Caso, las «almas oriental y occidental» son igualmente constitutivas y, por lo tanto, ninguna es superior a la otra (aquí el error tanto del positivismo, al privilegiar el orden material en detrimento de la vida espiritual, como del romanticismo, al privilegiar ésta en detrimento de aquél). «La humanidad es una sola; oriental y occidental, ciencia e iniciación, axioma y teorema, dogma y dialéctica, sentimiento y pensamiento, milagro y razón», insiste en «Las dos almas» (p. 152). Fue en el contexto de esta filosofía integradora que el budismo tuvo para Caso una función central. De hecho, los términos «budismo», «Buda» y «nirvana» tienen en su obra el estatus de categorías para referir la dimensión espiritual del ser humano. Ya en «El silencio», uno de sus primeros ensayos, publicado en 1906, Caso se refería al nirvana como el «residuo ignoto» que el verbo no puede abarcar y que no obstante constituye «lo más intenso del espíritu genial». Por su parte, en Filósofos y doctrinas morales, de 1915, en el capítulo dedicado a Nietzsche, utiliza la expresión «moral nirvánica» como categoría equivalente a lo dionisíaco, al otro extremo de nuestro aspecto racional apolíneo (p. 145).
Sin embargo, una vez más, la espiritualidad de la que el budismo es acabada expresión remite solo a uno de nuestros aspectos constitutivos. Por ende, al exaltarlo debe evitarse caer en el extremo de negar el mundo, posibilidad interpretada por Caso según los clichés orientalistas europeos del siglo XIX como «quietismo» y «panteísmo». Llama la atención, no obstante, su esfuerzo por asociar estos impulsos con India en general. Desde esa perspectiva, lo que el Buda logró fue a pesar de y no gracias a su entorno cultural. Más específicamente, Caso identifica ese entorno con el brahmanismo, a sus ojos una tradición inferior precisamente por sus abiertas inclinaciones «quietistas» y «panteístas». Por ejemplo, en 1927 escribió en Sociología:
La India es la matriz del panteísmo. Dios y el mundo no son cosas diversas. Todo es divino. Brahma es el alma universal, primera emanación del ser, de cuya sustancia proceden dioses, seres y hombres […]. Lo principal de todo el brahmanismo estriba en que, dentro de la unidad sustancial panteísta, no hay necesidad de paraíso purgatorio e infierno. El alma va, de transmigración en transmigración, de purificación en purificación, a confundirse con la esencia del universo (pp. 158-159).
En el mismo libro, Caso cita unas líneas del octavo capítulo de la Bhagavad-Gītā, sobre la absoluta dependencia del individuo al Ser supremo. De nuevo, en contraste con esta dependencia, el budismo sobresale por haber enseñado la posibilidad de alcanzar «un estado de plena beatitud» con base solamente en el autodominio (p. 159).
Una afición sostenida
A diferencia de Vasconcelos, cuyo interés por el budismo decayó con el paso del tiempo, Caso lo mantuvo hasta el final de su vida. De ello da fe, por ejemplo, «La vida es sueño», un ensayo de 1942 en el que el mexicano presenta de nuevo al budismo como la filosofía que mejor sintetiza el alma «oriental» o «espiritual» del ser humano, en contraposición al alma «occidental» o «racional». La preeminencia radica en haber anticipado una idea universal en la historia del pensamiento, a saber, que todas las cosas son insustanciales, tal como los sueños. Para sustentar su postura, Caso glosa algunas de las enseñanzas del Milindapañha, famoso diálogo budista entre el rey griego Milinda y el monje Nagāsena. Al margen de lo cuestionable que pueda parecernos su interpretación, la referencia constituye un hito en la historia de las representaciones mexicanas del budismo. Es, de hecho, la referencia más extensa de una fuente primaria «oriental» en la obra de Caso; más notable es la manera como él articula una reflexión filosófica original combinando con gran intuición postulados budistas básicos e ideas propias. Vale la pena citar un fragmento in extenso:
Solo es posible la salvación ―conforme a la creencia prohijada por Sakiamuni― si se puede lograr desbaratar el acto, la obra que encadena al sueño de la existencia. El buddhismo sostiene la irrealidad del mundo sensible. Cuando el rey Milinda interroga al sabio Nagasena, sobre la significación de los nombres, Nagasena dice al rey: «Me llamo Nagasena; pero esto es un mero nombre; el ‘yo’ que podría corresponder a tal denominación, solo en apariencia existe». Y Nagasena corrobora su aserción, con esta metáfora:
Así como la llama de una lámpara no es más que una sucesión, una continuación ininterrumpida de llamas, que se miran como si fuesen una unidad, y que, constantemente, surgen del mismo aceite, así también, lo que estimamos ser nuestro yo, es algo que, constantemente, se reforma en la serie de acontecimientos que constituyen nuestra existencia.
El yo, como la llama de la lámpara, es un sueño, una síntesis no real, no existente. Es un aspecto sintético de nuestra conciencia, pero no una sustancia, como los fantasmas que el sueño anima en los episodios de su desenlace; fantasmas que la conciencia del soñador acata; pero que se desvanecen ante la claridad de la vigilia.
Si se contiene la investigación filosófica, dentro de los límites de un riguroso respeto a los datos de la experiencia, solo fenómenos conocemos. Pero estos fenómenos se ordenan en series causales; y lo que se llama «ley», es la sucesión de las causas; porque cada acontecimiento procede del anterior y produce el siguiente. Para el brahmanismo, lo propio de los fenómenos es parecer un juego desordenado; para el budhismo, es un juego o sueño ordenado (pp. 36-37).
Palabras finales
Sirva esta pequeña muestra entre las múltiples alusiones al budismo dispersas en la obra de Antonio Caso para ilustrar el interés del mexicano por dicha tradición. Como vimos, el interés no solo perduró en el tiempo, sino que desempeñó un papel relevante en su filosofía. Al igual que Vasconcelos, Caso halló en el budismo el componente «oriental» que debía poseer la filosofía del futuro en respuesta a la profunda crisis por la que atravesaba el mundo moderno, México incluido. Con base en el nexo entre «Oriente» y budismo, y entre budismo y espiritualidad, Caso vio en la enseñanza del «Sakiamuni» una posible vía para restablecer el necesario equilibrio entre las dimensiones material y espiritual del ser humano, equilibrio que a sus ojos se había perdido a causa de décadas de pensamiento positivista. La función asignada al budismo no fue, pues, menor, aunque tampoco exenta de límites: era fundamental evitar el extremo negativo de la alienación en la pura espiritualidad, de espaldas al mundo objetivo, pulsión que pesaba sobre la enseñanza budista debido a su origen indio. Estas premisas entretejen una visión del budismo dominada por intereses filosóficos ajenos, por un conocimiento limitado de la propia tradición budista y, sobre todo, por estereotipos orientalistas. Como en otros autores modernos, la huella del budismo en el pensamiento de Caso no puede entenderse al margen de estos factores circunstanciales. A pesar de ello, su testimonio, aunque poco estudiado, reviste la mayor trascendencia respecto al importante papel del budismo en la historia intelectual mexicana.
Este artículo recoge las ideas centrales de una investigación más amplia sobre la huella de India en la filosofía mexicana. En dicha investigación participa como estudiante becaria Andrea Fascinetto, quien localizó la mayoría de los pasajes en la obra de Antonio Caso aquí citados.
Referencias
Caso, A. (1971 [1906]). El silencio. En Obras completas (vol. 5, pp. 3-4). UNAM.
⸺ (1973 [1915]). Filósofos y doctrinas morales. En Obras completas (vol. 2, pp. 77-180).
UNAM.
⸺ (1971 [1923]). «Artistas y moralistas». En Obras completas (vol. 4, pp. 91-94). UNAM.
⸺ (1971 [1925]). «Las dos almas». En Obras completas (vol. 4, pp. 151-153). UNAM.
⸺ (1973 [1927]). Sociología. En Obras completas (vol. 11). UNAM.
⸺ (1971 [1942]). La vida es sueño. En Obras completas (vol. 5, pp. 36-38). UNAM.
Figueroa, Ó. (2024). «Francisco Bulnes y la representación positivista de India en el México
decimonónico». En India en Hispanoamérica: historia y variaciones de un imaginario
cultural (pp. 53-86). UNAM.
Reyes, A. (1995 [1917]). El suicida. En Obras completas (vol. 3, pp. 218-305). FCE.
Vasconcelos, J. (1935). Ulises criollo. Ediciones Botas.
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Óscar Figueroa (www.oscarfigueroa.org) es un reconocido especialista en la cultura clásica de India y su representación en el mundo de habla hispana. Entre sus publicaciones se encuentran los libros El loto en el estanque: canon y diversidad en la India clásica(2022) y La mirada anterior: poder visionario e imaginación en India antigua (2017); asimismo es coeditor del volumen India en Hispanoamérica: historia y variaciones de un imaginario cultural (2024) y traductor de obras sánscritas como el Vijñāna Bhairava Tantra (2017) y Madre por conveniencia (2019). Es investigador titular de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).