Entrevista al maestro Densho Quintero de la Comunidad Soto Zen de Colombia: el budismo y la acción social. Segunda parte.

ÁNGELA MARÍA ZARAMA SALAZAR

Puede leer la primera parte de este artículo aquí

AMZ: Ahora sería interesante que me contaras de esas acciones que sé que han llevado a cabo, porque he visto que han trabajado con la comunidad en San Luis en el Vichada y con comunidades en el Amazonas. Recuerdo también durante la pandemia, cuando estábamos todos encerrados, enviaron ayudas de alimentos y tapabocas. Me parece que la comunidad soto zen se ha movido muchísimo aquí en el país. Me gustaría que nos contaras un poco todo esto.

DQ: La verdad es que no nos hemos movido tanto como quisiéramos porque recoger fondos como budistas no es fácil. Nosotros empezamos realmente en 2016, cuando hicimos el tercer encuentro latinoamericano soto zen en Bogotá. Estábamos en medio de la firma del Acuerdo de Paz del gobierno Santos con las FARC. Entonces dijimos «queremos proponer esta práctica como un camino de transformación para relacionarnos de una manera diferente con la vida». En medio de las negociaciones de paz queríamos realmente manifestar nuestra postura, porque el budismo es una corriente de no violencia. Así, queríamos participar activamente en la construcción de una sociedad en paz proponiendo maneras de relacionarnos diferente los unos con los otros desde el respeto, la tolerancia, la inclusión. Precisamente por eso veíamos el reconocimiento de la individualidad del otro y todo eso.

Entonces empezamos a recoger fondos, y fue dificilísimo. Hubo una organización hotelera que nos apoyó, nos dio todos los hoteles para los maestros que vinieron. Una cosa increíble y sin pedir nada a cambio. El balance económico del encuentro fue cero, no ganamos un peso, no perdimos un peso, pero fue maravilloso. Tampoco el objetivo era ganar plata. El encuentro estuvo muy bien y conseguimos reunir a 22 maestros incluso de Japón, Italia, Estados Unidos y Latinoamérica. Lo que pasa es que nosotros somos una comunidad muy pequeña y tampoco esperamos tener un impacto muy fuerte en la sociedad, por lo menos por ahora, pero hacemos lo que podemos.

Y no por ello nos quedamos quietos, porque algo muy bonito en nuestra práctica es el voto y el arrepentimiento. Voto es la dirección que imprimimos a nuestras acciones, la intención o intencionalidad que le damos a nuestras acciones para producir resultados bondadosos, amorosos, compasivos, incluyentes, todo eso. El arrepentimiento es el reconocimiento de nuestra imposibilidad de cumplir con nuestros votos a cabalidad, porque somos muy limitados, tenemos pocos recursos, nuestra propia individualidad tiene muchas limitaciones. Sin embargo, lo más importante es mantener la flecha dirigida hacia allá. El impulso, la intención, porque eso es lo que va a modificar la manera cómo nos relacionamos con el mundo, hacia dónde apuntamos. Si yo busco lucrarme, generar un beneficio personal, pues no me importará pasar por encima de los demás; pero si yo incluyo a los otros dentro de mí mismo puedo mantener una dirección continua hacia esos objetivos.

AMZ: ¿Y cómo han sido estas dinámicas que han llevado con las comunidades? ¿Cómo tuvieron este enfoque del proceso de paz? Además que en Colombia, como tú dices, tenemos el sufrimiento a la vuelta de la esquina, pues este país ha sufrido con la violencia durante más de 50 años. Pero también han llevado a cabo otro tipo de actividades con comunidades muy específicas que son comunidades muy vulnerables y que están en condiciones muy difíciles.

DQ: Es que es increíble. Nosotros, en Suramérica, vivimos en un territorio que originalmente estaba habitado por indígenas hasta que llegaron los colonos, les usurparon todo y los marginaron a unas reservas. Casi acabamos con nuestros pueblos originales, con nuestros pueblos autóctonos. Despreciamos su sabiduría, despreciamos su conocimiento, despreciamos esa interrelación que tienen con la naturaleza, porque ellos sí están conectados. Nosotros vivimos en colmenas de ladrillo, todo el tiempo en la cabeza convencidos de que sabemos, pero no somos capaces de conectarnos con una planta, con un ser vivo, y eso es muy lamentable. ¿Cómo es posible que en un país como el nuestro despreciemos a nuestros pueblos originales? Hay que ver la sabiduría de los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta, la sabiduría de los taitas del Sibundoy del Putumayo, los guahíbos de los Llanos Orientales.

Fotografía tomada de Daishinji Zen Soto. (Bogotá, 2020). Recuperado de https://www.instagram.com/daishinjisotozen/

Entonces nosotros hablamos con Ángela Bernal, miembro de nuestra comunidad, que estaba trabajando con indígenas en el Guaviare y nos propuso que hiciéramos un plan, porque viven en situaciones completamente lamentables. Sus casas ni siquiera tienen pisos, sino que es la tierra pisada. Era un proyecto realmente poco ambicioso, en el que íbamos a hacer lo mejor que pudiéramos. Este tenía dos objetivos, el primero era conseguir una motosierra con una unidad fotovoltaica para talar los árboles que ellos conocen y escogen. No es pobrecito árbol, porque era tomar una parte del bosque, algunos árboles, secarlos y nosotros mismos ir a construir los pisos. Ya estaba todo planeado y justo cayó la pandemia, pero logramos llevarles la motosierra y las condiciones para la unidad fotovoltaica. Porque, además, si ellos tienen que ir a conseguir gasolina, les toca un día para un lado y el otro día de regreso para conseguir un bidón de gasolina y traerlo a pie. Llevarles una motosierra de combustible era absurdo. Ángela está ahorita intentando recuperar el proyecto para ver si podemos volver y terminar lo que empezamos.

Además, ir hasta la Orinoquía colombiana es más caro que ir a Miami o a Nueva York, y eso es increíble, porque son pueblos completamente abandonados, marginados y despreciados. Decirle «indio» a alguien es un insulto cuando debería ser un elogio, porque ahí tienen la sabiduría. Luego en la pandemia resulta que nos enteramos de que había comunidades indígenas en la Amazonía que no tenían ni siquiera para tapabocas. Obviamente, mucho menos les iba a llegar alimentos porque todo estaba cerrado. Entonces hicimos una campaña SOS Amazonas y recogimos fondos con la idea de comprar tapabocas reutilizables, porque llevar unos desechables a la selva no es buena idea por la basura que genera. Hicimos eso y recogimos como unos 10 millones de pesos. Amigos y demás personas donaron plata. Compramos eso con la OPIAC, Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, y con la directora de la OPIAC logramos en medio de las dificultades darles los tapabocas. Una amiga también donó unos que ella misma cosió y lo que sobró lo invertimos en alimentos. Todo esto lo hicimos con la OPIAC porque también queda la duda, la susceptibilidad de la gente sobre el uso del dinero y todo eso; pero todas las cuentas están clarísimas. Porque uno tiene que ser impecable y más en este país donde los fondos de los niños y de la gente se desvían quién sabe para dónde, para cuentas personales.

Tenemos otro proyecto maravilloso con la parte de la ecología. Que hoy en día dicen que es mejor decir ecosofía porque no es una comprensión intelectual sino una postura vital. Eso me corrigieron el otro día. Como ya no hablamos de medioambiente sino de naturaleza, porque no es un medio para algo, es la naturaleza en la que vivimos. A mí me corrigieron y desde esa vez ya no utilizo casi medioambiente, sino entorno y naturaleza.

Hay un practicante que pertenece a la comunidad que es dueño de una reserva natural en el Quindío y eso es parte del proyecto de la comunidad también, que se llama Kasaguadua. El bosque nativo original tiene cinco nacimientos de agua que estaban secos por el mal uso de la tierra y logró recuperarlos. Tiene un pequeño sitio, ahí llegan los turistas y se quedan para aprender cómo funciona todo esto de la relación íntima y respetuosa con la naturaleza. Se quedan ahí, practican meditación con nosotros por la plataforma Zoom, porque tienen una pequeña maloka preciosa. Ahí estuvimos el fin de semana pasado y todo eso es parte ya de la comunidad, como proyecto de restablecimiento de una relación sana y de respeto con la naturaleza.

Tenemos otro proyecto y es que queremos hacer un colegio. Estamos trabajando con educadores con mucha experiencia, años de educación, porque nos parece fundamental empezar a sembrar los valores en las edades tempranas. Porque mucho de esto se queda en un discurso, se queda en puras ideas; pero es evidente con la acción bondadosa que el ser humano no aprende por lo que le digan sino por lo que ve. Eso tiene que ver con las neuronas espejo, de las cuales hablo en otro texto. Así que es importantísimo dar educación que no esté basada en la competencia sino en la colaboración, que no se trata de vencer al otro. Yo digo que el problema de nuestra educación es que nos enseñaron desde pequeños que el que piensa distinto es el enemigo y el que piensa igual es un competidor. Entonces hay que luchar contra todo el mundo para vencerlos y no entendemos la importancia de trabajar cooperativamente, colectivamente. Como individuos no somos nada, pero colectivamente podemos transformar la realidad, y si les va bien a todos pues mejor para todos. En lugar de que le vaya bien a uno y que los otros estén arruinados. Obviamente son cosas que toman mucho tiempo y puede que no sean para un futuro inmediato, pero es algo en lo que estamos trabajando porque nos parece muy importante.

Fotografía de Comunidad Soto zen de Colombia. (Bogotá, 2016). Tercer Encuentro Zen Latinoamericano. “Conversando antes de la charla”. Recuperado de https://www.facebook.com/sotozencolombia/photos
Fotografía de Yakofoto. (Bogotá, 2019). Tomada de Daishinji Zen Soto. Recuperado de https://www.instagram.com/daishinjisotozen/
Fotografía tomada de Comunidad Soto zen Colombia. (Bogotá, s.f.). Recuperado de https://sotozencolombia.org/kasaguadua/#

AMZ: Maestro, yo siento que estas iniciativas han sido muy importantes aquí en Colombia, además de que han tenido una incidencia gigante teniendo en cuenta el tamaño de la comunidad, porque es pequeña y aun así han logrado grandes cosas.

DQ: Yo, la verdad, creo que no son tan grandes como quisiéramos. Yo creo que el impacto es muy pequeño y no es fácil, por lo que te decía. Cuando fui a recoger fondos para el encuentro la gente decía «ah sí, explíqueme», y cuando yo decía que somos una comunidad de budismo zen decían «ay no», porque suena a budismo y eso aquí es un problema. La gente no entiende, no conoce, por lo que parte de esto es darnos a conocer.

AMZ: Yo creo que también la gente asocia mucho este tipo de cosas a las prácticas que ha tenido el catolicismo, a cómo el catolicismo se ha acercado históricamente a los indígenas, por ejemplo. Por eso la gente tiende a rechazarlas. Pero tenía una pregunta y es cómo este tipo de actividades están relacionadas con el budismo zen en concreto. ¿Podemos decir que esta mirada es propia del budismo zen o es parte del budismo en general? ¿El budismo zen tiene una línea en específico de esta incidencia? Y esto ya es mi percepción, pero yo siento que dentro del budismo zen el maestro es fundamental y creo que el maestro permite hacer ese espejo con los demás. Como reconocer las cosas que uno quiere hacer y mirarlas en el otro. Entonces mi pregunta sería qué parte de esto es del budismo y qué parte es del budismo zen.

DQ: Bueno, yo creo que el fundamento de estas acciones está en el budismo original. Si uno mira, por ejemplo, todas las enseñanzas de las cuatro acciones bondadosas y, todo eso, viene del budismo general. El principio de no violencia, que es algo decisivo del budismo, viene del budismo general. Incluso el Buda dio un decálogo para gobernantes. Eso obviamente es muy idealizado, pero está en mi charla de los 10 puntos para un gobernante desde el budismo. Porque si nuestra práctica no se traduce en acciones concretas, pues no sirve para nada. Lo que pasa es que la escuela soto zen y el Zen en particular japonés son muy organizados, somos muy formales con el tiempo, somos muy formales con el respeto y esto tú lo ves mucho en como el zen incluyó la cultura japonesa. Tiene que ver con ser un buen anfitrión, por ejemplo, para reconocer al otro en su valor y tratarlo de manera que se sienta inevitablemente bien, que se sienta a gusto, que se sienta cómodo, en paz. Estas son expresiones de la práctica que yo creo que el soto zen ha querido concretar y la sotoshu, la escuela japonesa, ha querido manifestarse en la vida cotidiana de una manera concreta y eso estamos tratando de hacer, a pesar de nuestras limitaciones y de nuestra pequeña comunidad.

AMZ: Para terminar, después de estar año y medio encerrados por la pandemia, ¿qué enseñanzas nos deja esta experiencia, en especial sobre nuestra relación con los demás?

DQ: La verdad, cuando estábamos en medio de la pandemia yo creía que las personas se iban a hacer más conscientes sobre la fragilidad de la vida, depositarían sus expectativas en valores menos materiales y reconocerían el valor de los otros y la importancia de las relaciones. Sin embargo, es un poco decepcionante ver cómo ahora que ha pasado lo más crítico de la pandemia, se ve cómo muchas personas han mostrado lo peor del ser humano, y sus intereses son aún más egoístas y más encerrados en sus pequeños mundos.  En nuestro caso, podemos decir que la pandemia nos benefició en el sentido de que se abrieron las posibilidades de conectarnos con personas de otros países y de estrechar los vínculos con amigos de la «Vía» que en otras condiciones tal vez no se hubiera dado. Nuestra práctica de meditación virtual a través de Zoom creó una dinámica nueva para la práctica, hasta el punto de que en la actualidad continuamos sentándonos en zazen con personas de diferentes países y hemos podido compartir enseñanzas de manera mucho más abierta.

Nosotros tenemos un grupo de práctica en Caracas (Venezuela) y tal vez en otras circunstancias no nos habríamos podido acercar tanto como lo hemos hecho. Hemos tenido reuniones mucho más frecuentes con los maestros misioneros de Suramérica y el último Encuentro Zen Latinoamericano lo hicimos virtual, con lo cual se redujeron enormemente los costos y en consecuencia hubo un aumento en el número de participantes. En términos generales, creo que la virtualidad ha facilitado extender los vínculos de la práctica y poder llegar a más personas que tal vez nunca habrían podido beneficiarse de esta manera con una práctica regular.

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ANGELA MARÍA ZARAMA SALAZAR es Socióloga de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Escribió la tesis de «El budismo en Bogotá», galardonada con mención honorífica y con la cual participó en el Concurso Nacional Otto de Greiff a las mejores tesis de pregrado. Es miembro del Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico en donde coordinó y participó en el especial «Una mirada al Tíbet: Historia, cultura y política» entrevistando a un maestro de la Nueva Tradición Kadampa. Además, es asistente de investigación en Transparencia por Colombia, capítulo nacional de Transparencia Internacional, en donde realiza seguimiento a la acción pública anticorrupción del gobierno colombiano, así como a los hechos de corrupción reportados en la prensa nacional.

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