Budismo zen en la poesía de Juan L. Ortiz, una aproximación ética y estética

VÍCTOR RUIZ MELÉNDEZ* 

Este artículo forma parte de la edicion especial «El budismo y literatura iberoamericana»

Juan L. Ortiz: https://hoydia.com.ar/wp-content/uploads/2021/08/ilustrapag8Nosotti.jpg

Juan Laurentino Ortiz, «Juanele», nació en Entre Ríos, Argentina, en 1896 y falleció en Paraná en 1978. Su ubicación cronológica lo sitúa en la nómina de vanguardistas como Huidobro, Borges y Vallejo. Sin embargo, su obra presenta una estética que lo distancian del espíritu experimental y rupturista que caracterizó a esta generación. En contraste con la búsqueda de la sorpresa y la pirotecnia verbal, Ortiz se sumerge en la contemplación de la naturaleza y la vida rural. En una conversación con Bignozzi (2008), reveló:

Yo hice una vida que tal vez no hubiera hecho otro poeta en mi condición. Hice una vida provinciana… No le quiero decir que soy absoluto en cuanto a una poesía provincial sino que se da una comunión diremos, con lo más positivo de la provincia,… con la naturaleza (p.16)

Como afirma Veiravé, de esta conexión extrae los materiales de una poética animista y humanista. En efecto, en su obra los elementos de la naturaleza y los seres humanos, poseen un espíritu que los anima y con el cual el poeta mantiene un diálogo para captar lo que no se ve ni se comprende con la razón: ese sentido oculto que sólo una mente sensible y despierta puede descifrar.

Por ende, reducir a Juan L. Ortiz a la categoría de poeta regionalista sería un error simplista. Comprender su obra requiere analizar su concepción del lenguaje y la poesía, sus influencias literarias, estrechamente relacionadas con el simbolismo más que con las vanguardias, su profundo vínculo con lugares como Gualeguay y el Paraná, y, de manera especial, su conexión con el budismo zen, que constituye el enfoque principal de este análisis. Pasar por alto estos elementos podría llevar a una interpretación equivocada, clasificándolo como un poeta irracional o hermético, en lugar de apreciar la profundidad y la riqueza de su universo poético.

Al respecto, Mario Nosotti (2022), asevera que «la poesía de Ortiz toma del simbolismo el carácter alusivo, un modo de decir que evade lo referencial, en cuyo avance es posible perderse y es difícil muchas veces saber ‘de qué se habla’. Todo trabaja en pos del cambio y la levedad musical. La consustanciación con el río, los árboles, las luces, los momentos que huyen, hace que el campo entrerriano se abra a lo fantástico sin dejar de ser plenamente sensitivo». (p.54)

Nosotti resalta el carácter profundamente sensorial de la poesía de Juanele, acompañado de un lenguaje que roza lo místico-religioso. Esta dimensión se evidencia en las propias palabras de Ortiz, quien, en una entrevista con Jorge Conti, definió su poesía como un «lenguaje de iluminación», expresando su anhelo de integrarse con la naturaleza. Esta perspectiva no solo fusiona lo natural con lo místico, sino que también refleja la influencia del budismo zen en su obra.

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Para Ortiz, el budismo no es un elemento decorativo, sino un eje fundamental que atraviesa su poética. En la misma entrevista, lo describe como una «forma de vigilia», una herramienta para acceder a una dimensión inaccesible al conocimiento racional. Este estado requiere una «disposición especial», una apertura que, en sintonía con el Zen, implica un vacío previo que permite a la realidad impregnar profundamente la sensibilidad del poeta. En cuanto al lenguaje poético, Ortiz lo concibe como un vehículo de «iluminación», capaz de activar múltiples posibilidades fonéticas, conceptuales y rítmicas, logrando que, paradójicamente, se vuelva transparente y receptivo, encarnando así los principios esenciales del Zen.

Ortiz deja clara su vinculación con el budismo zen. La mención a una dimensión de la realidad que escapa al conocimiento racional alude a un estado de conciencia en el que se trasciende la dualidad sujeto-objeto, un pilar de la sabiduría budista conocida como Prajña. D.T. Suzuki la define no como un conocimiento obtenido mediante el análisis racional, sino como una comprensión intuitiva y espontánea que abarca la unidad y totalidad del ser, un concepto contenido en la expresión «ser tal como es» (sono mane en japonés) (Suzuki, 1999).

Esta experiencia intuitiva es fundamental para comprender la interconexión de todas las cosas, representada por el principio de pratitya-samutpada. Este concepto puede ilustrarse a través de la metáfora de la «Red de Indra», en la que cada perla refleja a todas las demás, simbolizando cómo cada fenómeno individual es, en realidad, una manifestación de un todo interrelacionado. No existen entidades aisladas; todo surge y se sostiene en una dependencia mutua. Este principio de interdependencia, o pratitya-samutpada, es esencial en el budismo, no solo para entender la naturaleza del sufrimiento, sino también para desentrañar la red de causas y efectos que perpetúan el ciclo del samsara. (Paniker, 2018, p. 127)

La comprensión plena de estos conceptos se alcanza a través de la intuición de sunyata o ku —la vacuidad—, un término que Juan Arnau describe como «la esencia del mundo». En este estado se revela que las cosas, los seres y los fenómenos carecen de una naturaleza inherente; son transitorios y, en cierto sentido, ilusorios. La realización de la vacuidad se convierte así en el camino hacia la comprensión del pratitya-samutpada.

Un ejemplo de esta impronta se encuentra en el poema «Fui al río».

Fui al río, y lo sentía

cerca de mí, enfrente de mí.

Las ramas tenían voces que no llegaban hasta mí.

La corriente decía cosas que no entendía. Me angustiaba casi.

Quería comprenderlo

En esta primera estrofa, el yo poético experimenta la sensación de que la naturaleza intenta comunicarle algo, pero la incapacidad de comprenderlo le provoca angustia. Este sentimiento de «no pertenencia» surge al percibir la naturaleza como algo ajeno y distante de sí mismo, lo cual se refleja en las palabras: «lo sentía / cerca de mí, enfrente de mí». Los adverbios «cerca» y «enfrente» sugieren una distancia que separa al individuo del río, obstaculizando cualquier intento de descifrar el mensaje de la naturaleza. Por ello, se hace imprescindible que el sujeto trascienda este estado de dualidad.

Regresaba

-¿Era yo el que regresaba?- en la angustia vaga

de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas. De pronto sentí el río en mí,

corría en mí…

Era yo un río en el anochecer..

Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

En la segunda estrofa, se nos introduce un «regreso» que invita a cuestionarnos: ¿en qué momento vimos al sujeto poético partir hacia algún lugar? ¿Qué implica realmente este «regreso»? Podría interpretarse que el yo lírico ha vuelto a su estado esencial, donde desaparece la dualidad entre sujeto y objeto, entre el ser humano y la naturaleza. En este estado, todo se integra en una única realidad. La distancia desaparece porque ya no hay un «yo» separado del río; en su lugar, emerge una sola realidad en la que todo está unificado (pratitya-samutpada)

En el Shōbōgenzō de Dogen, se menciona que en este estado de comprensión:

Juan L. Ortiz: https://cultura.cervantes.es/SSAA/ImgSharepoint.ashx?UniqueId=8a914820-d025-49d1-8169-48ed3d238e59

No hay yo. No hay ningún lugar que esté fuera de nuestro alcance en este mundo que todo lo abarca. No hay otros, solo una vía recta de hierro de mil kilómetros. (Dogen, 2019, pág. 283)

Por consiguiente, se formula la pregunta retórica: «¿Era yo el que regresaba?» Sin embargo, entendemos que quien inició la caminata como un individuo separado (atman) ha trascendido el concepto del yo (anatman) y ha alcanzado la sabiduría (Prajna), lo que le permite reconocer la interconexión entre los árboles, el cielo y el río (pratitya-samutpada). Por ello, puede exclamar con júbilo: «Era yo un río en el anochecer… / Me atravesaba un río, me atravesaba un río». Este logro es posible únicamente cuando la persona se libera del velo de la ilusión generado por lo que Suzuki denomina vijnana: un conocimiento discursivo que analiza la realidad dividiéndola entre sujeto y objeto (Suzuki, 2000, pág. 41).

El sujeto lírico que se presenta en la segunda estrofa es alguien que experimenta el vacío (sunyata, ku), donde «las cosas, el universo, la realidad» lo atraviesan, lo llenan y se funden, creando así una plenitud en la que ya no falta nada.

A lo largo de todo el poema, los motivos centrales son el sujeto y la naturaleza. Ortiz manifiesta una profunda preocupación por la ecología, pero su enfoque no recurre a la denuncia, sino a la empatía y la compasión, dos conceptos profundamente arraigados en el Zen. Esta compasión, conocida como karuṇā, «la gran compasión que encierra las cualidades fundamentales del budismo» (Suzuki, 2000, pág. 59), lo impulsa a comprender el lenguaje de la naturaleza, mientras que la empatía lo lleva a fundirse con ella. A diferencia de otros autores que abordan el estado del ecosistema desde una perspectiva exterior o dualista, Ortiz propone que no solo formamos parte de la naturaleza, sino que somos uno con los árboles, el agua, los animales y el aire. Por ello, destruirla equivale a destruirnos a nosotros mismos. En otras palabras, el poeta argentino nos invita a «liberarnos del estado ‘desnaturalizado’ en el que vivimos, donde el ritmo lineal y artificial nos ha alejado profundamente de la atención consciente de ser uno con la naturaleza” (Ríos, 2022).

En conclusión, la exploración de la poética de Juan L. Ortiz a través del budismo zen revela una íntima integración entre su visión del mundo y esta filosofía oriental. Ortiz no se limita a incorporar elementos de esta tradición en su escritura; transforma su poesía en un medio para la contemplación y la interconexión. En poética, el ser humano y la naturaleza no son entidades separadas, sino partes indivisibles de un todo unificado. Su obra, más allá de ser un reflejo de su filosofía personal, es un testimonio de cómo la poesía puede convertirse en un canal para la transformación y la comprensión profunda de nuestra relación con el mundo. En tiempos de crisis ambiental y desconexión espiritual, Juanele nos invita a abandonar la idolatría del yo y a abrazar, con sinceridad, simplicidad y amor, la idea de que somos parte de una armonía donde coexistimos con las flores, los árboles, los animales y los ríos como iguales.

Referencias

Arnau, J. (2006). Antropología del budismo. Kairós.

Bignozzi, J. (2008). La poesía que circula y está como en el aire. En F. Urondo (Ed.), Una poesía del futuro: Conversaciones con Juan L. Ortiz (pp. 9-36). Mansalva.

Conti, J. (1995). Juan L. Ortiz en el límite. Poesía y poética, 18, 64-76.

Dogen, E. (2019). Shôbôgenzô. La preciosa visión del Dharma verdadero. Kairós.

Lanzaco Salafranca, F. (2020). Cultura japonesa: Pensamiento y religión. Satori Ediciones.

Nossotti, M. (2022). La casa de los pájaros: Notas sobre la vida y obra de Juan L. Ortiz. Ediciones UNL.

Ortiz, J. L. (1976, julio). Juan L. Ortiz: Los 80 años de un poeta (V. Z. Lema, Entrevistador). Revista Crisis. https://revistacrisis.com.ar/notas/juan-l-ortiz-los-80-anos-de-un-poeta

Paniker, A. (2018). Las tres joyas. El Buda, su enseñanza y la comunidad. Kairós.

Ríos, M. E. (2022, 2 de marzo). Una interpretación ecosófica de la experiencia budista de ganying. Buddhistdoor en Español. https://espanol.buddhistdoor.net/una-interpretacion-ecosofica-de-la-experiencia-budista-de-ganying/

Suzuki, D. T. (1996). El zen y la cultura japonesa. Paidós Ibérica.

Suzuki, D. T. (2000). El ámbito zen. Kairós.

Víctor Manuel Ruiz M.: Poeta y crítico literario. Es docente e investigador en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Su especialización se centra en la literatura nicaragüense de mediados del siglo XX, con investigaciones sobre figuras clave como Ernesto Mejía Sánchez, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal. Además, desarrolla estudios en el ámbito de la literatura comparada, enfocándose en la relación entre Oriente y la literatura latinoamericana. Es becario de la Fundación Carolina y de la Universidad de Huelva, donde cursa el programa de Doctorado en Lenguas y Culturas. Su tesis explora la relación entre el pensamiento y la estética oriental y la poética de tres autores latinoamericanos: Juan L. Ortiz, José Watanabe y Elsa Cross.