Borobudur, el camino ascendente. Primera parte.
NATY SÁNCHEZ ORTEGA
En medio de un mar de vegetación, se alzan las nueve terrazas sagradas del santuario budista de Borobudur; están envueltas por el misterio de un origen enigmático que se acentúa con su belleza espiritual y simbólica. Todo esfuerzo por razonar quiénes fueron sus creadores y por qué fue abandonado el lugar sigue atrapado en la selva imprecisa de la especulación, como si la antigua vegetación que lo cubría no se hubiese retirado del todo. Esto nos permite alejarnos del monumento turístico y encaminarnos, como peregrinos, tras la sabiduría que dimana su piedra antigua y golpeada, pero viva y trascendente.
Borobudur es una construcción budista ubicada en la isla de Java, en Indonesia. Aunque muchos libros la definen como una estupa, no sigue los parámetros tradicionales que asociamos a ese modelo arquitectónico budista. En cierto modo, podríamos considerarlo una estupa de estupas, si bien muchos investigadores se han inclinado a plantearlo de manera genérica como un templo. En cualquier caso, es único en su género. Uno de los aspectos que más sorprende es su tamaño: cada uno de los lados de su base cuadrada mide aproximadamente 118 metros. Desde el suelo, comienza a elevarse en una sucesión de terrazas cuadrangulares que van reduciendo su perímetro mientras se transfiguran en una planta circular hasta reducirse, en lo alto, a una estupa central que corona el monumento. Esta dimensión estructural pretendía generar varios efectos ópticos en el peregrino que acudía hasta allí y que estaba autorizado a emprender el ascenso. En efecto, desde abajo, no se divisa la cumbre; y desde arriba, en el cénit y centro, tampoco se avistan ya las bajas regiones iniciales. Por otra parte, si logramos distanciarnos en altura y contemplarlo desde el cielo, descubrimos un formidable mandala. Se ha propuesto que en la zona original había un lago, y que el edificio flotaba sobre él como un loto en el agua. En síntesis, Borobudur combina las acepciones simbólicas de la montaña sagrada, el túmulo funerario, el mandala cósmico y la personificación de Buddha. Su complejidad es asombrosa. El hecho de haber perdido toda fuente contemporánea que nos instruya sobre sus constructores y su utilización en el marco de las creencias budistas no hace sino incrementar la admiración y la sorpresa ante los logros artísticos y metafísicos alcanzados en la isla de Java hace, al menos, mil trescientos años.
Un hallazgo inesperado
En la segunda década del siglo XIX, entre 1811 y 1816, Java estaba bajo el control británico en el marco de los conflictos colonialistas de la época, en este caso entre ingleses y holandeses. El gobernador inglés de 1814, Thomas Stamford Raffles (1781-1826), envió a un subordinado holandés llamado H.C. Cornellius tras la pista de unos rumores locales sobre ciertas ruinas antiguas. Cornellius atravesó la espesa vegetación que había aislado aquel ignoto lugar del resto del mundo durante siglos y quedó fascinado al encontrar un silencioso canto en piedra. En ese momento estaba cubierto de lava y presentaba numerosos signos de una violencia pretérita, pero sus relieves y estatuas caídas testimoniaban su importancia. Desde 1814 hasta 1835 se realizaron los primeros grandes esfuerzos por desenterrar, limpiar y restaurar el edificio y su decoración. Las primeras investigaciones detalladas empezaron entonces y no serían publicadas hasta 1873, año en que apareció también la fotografía más antigua que se conserva. A partir de ese momento, la atención prestada al monumento fue inconstante. En 1885 se redescubrió la base, que había pasado desapercibida hasta entonces. Tras varias medidas poco concluyentes tomadas en la primera mitad del siglo XX, la UNESCO puso su foco de atención en la zona en 1973; con su apoyo, el gobierno indonesio pudo realizar una exhaustiva reforma estructural. Como consecuencia de todo ello, en 1991 el lugar fue declarado Patrimonio de la Humanidad y se convirtió en un foco de atracción para curiosos turistas, pero también de numerosos peregrinos budistas y de personas con sensibilidad espiritual, que acuden hasta allí tratando de reencontrar el sentido original de este camino ascendente, más allá de los límites de la arqueología.
En 1814, el nombre que entendieron los europeos al hablar con los indígenas fue candi Borobudur, y con él pasaría a los libros de historia. No tenemos documentación anterior al siglo XIX que se refiera a él con este término, salvo una cita dudosa en un manuscrito del siglo XIV en el que se menciona un santuario budista de la isla como Budur. El texto se titula Nagarakretagama y fue redactado hacia 1365 por Mpu Prapanca para exaltar las hazañas de Hayam Wuruk, soberano del reino javanés de Majapahit. Es un hecho que en Java convivieron pacíficamente las dos tradiciones de origen indio, budismo e hinduismo, favorecidas por la monarquía autóctona hasta la invasión islámica, después de la cual se produjo una ruptura cultural por la conversión generalizada de la población al nuevo credo durante el siglo XV, provocando que la zona quedara abandonada y se olvidaran sus orígenes. En tales circunstancias, ¿podemos saber qué significa candi Borobudur y quién lo construyó? Hay muchas hipótesis abiertas. Por un lado, la palabra candi no presenta dudas; se utiliza en la isla para referirse a los templos, sean budistas o hinduistas. Borobudur, en cambio, se ha interpretado de varias maneras, de las que destaco las siguientes:
- Bore sería el nombre de una aldea muy próxima al lugar, y Budur significaría «Buddha» o simplemente «budismo», de modo que en nuestra lengua equivaldría a «templo budista de la zona de Bore».
- Para otros especialistas, bore derivaría del término javanés bhara, cuya traducción es «honorable», de modo que el concepto sería «El Buddha honorable», o bien, el «el honorable santuario a Buddha»
- En otra línea, hay quien opina que bore procede del sánscrito, de la palabra vihara, utilizada en el budismo para referirse a los monasterios, de modo que Borobudur se traduciría como «monasterio de Buddha».
- Propuestas alternativas proponen traducir bore como «grande», simplificando el concepto a «Gran Buddha». No olvidemos que, en última instancia, una estupa es una representación simbólica de Buddha.
No sabemos nada cierto sobre sus constructores, ni siquiera sobre los mecenas que patrocinaron el proyecto. En la base original del monumento, que permaneció oculta hasta 1885, hay indicios que se pueden asociar con los documentos de las monarquías de Java vigentes entre los siglos VIII y IX d. C. Por supuesto, tales inscripciones podrían haberse realizado en siglos posteriores a la construcción, pero al carecer de documentación alternativa, es la fecha más antigua que podemos fijar. Durante el siglo VIII, el poder lo ostentaba en Java la dinastía Shailendra, cuyos dirigentes fueron famosos promotores de un gran apogeo cultural en la isla sobre la base de la tradición india, de la que adoptaron tanto el uso del sánscrito como el hinduismo y el budismo, que para ese momento estaba desarrollando ya la vertiente Mahayana, evidenciada claramente en la decoración de Borobudur. Por todo ello, la fecha más probable para la construcción del santuario es mediados del siglo VIII; una tarea que llevó varias generaciones, pues se ha estimado que necesitaron al menos setenta y cinco años para concluirlo, terminando los trabajos en torno al año 825 d.C.