Nuestras vidas urbanas I: Los ocho desafíos para una vida con sentido
VENERABLE KARMA TENPA
Con este artículo comienzo la serie de Nuestras vidas urbanas. Pretendo mostrar como el Dharma vive entre nosotros, no solo en los lugares de retiro y práctica en la naturaleza. Que en nuestros ajetreados paisajes urbanos también tenemos la posibilidad de llevar a cabo la práctica, de tal manera que cuando giremos una esquina encontremos en el sufrimiento del marginado la compasión y actuemos, que en la felicidad de los niños, paseando de la mano de sus padres y en los mayores acompañados por sus hijos, veamos el regocijo por el bienestar del otro, que en el vertiginoso tránsito está la calma de nuestra mente si nos enfocamos en la apertura y la espaciosidad más que en coches y autobuses y que con una amplia y ecuánime mirada de bodhisattva anhelemos de corazón que cada ser con los que nos cruzamos puedan ser felices, liberarse del sufrimiento. Debemos repensarnos como practicantes budistas que bebemos de una tradición milenaria, pero nos alienta a hacerla dialogar con nuestro presente del siglo XXI.
En este primer artículo, de un total de cuatro, desarrollo «Los ocho desafíos para una vida con sentido». Todos ellos se nutren del texto Los ocho puntos del entrenamiento de la mente de Gueshe Langri Tampa (1054–1123), un gran maestro de la escuela Kadampa, que luego enriqueciera a tantos linajes y escuelas diversas. Es un texto muy breve, tan solo ocho puntos, pero es uno de los numerosos textos de entrenamiento de la mente en las escuelas mahayana, que recalca la importancia de la comunicación y de las relaciones compasivas con los demás.
Hoy, tan lejos de los paisajes humanos de la época del Buda, nos preguntamos cómo traer la esencia de esas enseñanzas a nuestras vidas urbanas. Históricamente, hemos pasado de pequeñas unidades familiares y de parentesco, entre 30 a 150 miembros, a vivir la mayor parte de la población mundial en ciudades, muchas de ellas megalópolis, con extensiones urbanas por encima de los 10 millones de habitantes. «Nos hemos convertido en el homo urbanus.» *
A estos paisajes urbanos traigo a Marina Garcés que señala que «dada la magnitud actual de la calamidad, que ha puesto a la especie humana misma al borde de su sostenibilidad… hemos llegado a aceptar, como un dogma, la irreversibilidad de la catástrofe. Por eso, más allá de la modernidad que diseñó un futuro para todos, y de la posmodernidad, que celebró un presente inagotable para cada uno, nuestra época es la de la condición póstuma: sobrevivimos, unos contra otros, en un tiempo que solo resta. ¿Y si nos atrevemos a pensar, de nuevo, la relación entre saber y emancipación? Parecen palabras gastadas e ingenuas. Pero precisamente este es el efecto desmovilizador que el poder persigue hoy: ridiculizar nuestra capacidad de educarnos a nosotros mismos para construir, juntos, un mundo más habitable y más justo.» **
Vuelvo a esta frase desafiante «¿Y si nos atrevemos a pensar, de nuevo, la relación entre saber y emancipación?», y la llevo a la relación que tiene el poder de nuestras maneras de estar en el mundo, ya no solo el «poder fáctico» y la independencia de él, sino el poder de nuestras tendencias, o kleshas en lengua tibetana, y la emancipación o liberación en términos budistas, de las causas que promueven el sufrimiento?
Si aceptamos este desafío, y buscamos referencias para «reeducarnos» a nosotros mismos para construir juntos un mundo más habitable y más justo relacionándonos con valores que contribuyan a aliviar el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor, y que no es distinto al propio, estas antiguas enseñanzas budistas son especialmente alentadoras y oportunas.
PRIMER DESAFÍO
Comprender nuestra humanidad en común.
Podemos considerarnos distintas hebras del entramado de nuestras vidas en esta humanidad compartida. A contracorriente de un sentimiento, extendido, de separación y rivalidad, son más los puntos en común que nos vinculan que los que nos distancian. Podemos trascender el individualismo extremo y limitante por su egoísmo, sin descuidar nuestras necesidades, y podemos ir hacia un encuentro mayor con los demás, dándole, así, un propósito a nuestra vida.
La mayoría de los conflictos entre las personas, y sociedades, surgen por no entender los motivos del otro. Todos creemos tener sólidas, y «santas», razones para decir lo que decimos o hacer lo que hacemos. Pero cuanto más disponibles estemos a una generosa escucha, a una palabra que afirma o niega, pero que no hiere o a un compasivo silencio como acogida, como el que el padre ofrece a su hijo en la pintura de El regreso del hijo pródigo de Rembrandt, más cerca estaremos de entender qué motiva a la otra persona, qué necesita, qué podemos ofrecer o, también es importante decirlo, podemos neutralizar el conflicto aprendiendo a negociar la tensión.
Este primer desafío invita a un compromiso sincero y profundo hacia el corazón del despertar, porque ¿cómo nos sentimos y actuamos cuando estamos con otros atrapados en su propia confusión manifestada en enojo, crítica, celos, alcoholismo, drogodependencias o incluso con la avara estulticia de los despachos alfombrados? Aprendamos con todo esto a comprendernos y comprender a los demás. Para crear un mundo sano, hemos de empezar sanando nosotros mismos.
El requisito para no hacer daño es permanecer atentos, una sensación de ver lo que estamos protagonizando claramente, con discernimiento y compasión. Esto es lo que nos enseña la práctica budista. Pero la atención no se detiene en la meditación formal, sino que nos ayuda a relacionamos con todos los detalles de nuestra vida. La clara quietud de la práctica se lleva a la actividad desmontando las culpas del pasado y el miedo al futuro.
SEGUNDO DESAFÍO
Humildad y sencillez, el camino espiritual por excelencia
Podemos desplegar una actitud de humildad y sencillez que nos permite, tanto, relacionarlos con los demás asumiendo con determinación nuestras opiniones, como al mismo tiempo, renunciar a toda identificación rígida y egocéntrica. Nos invita a residir en la apertura de la no-conclusión desde donde puede emerger una solución mayor al conflicto y a la parcialidad impuesta solo por una de las partes.
La humildad y la sencillez aquietan nuestras agitadas mentes, iluminan un nuevo sendero que ofrecemos a que las cosas y las personas lleguen a nosotros de un modo transparentes que nos hace disponibles a lo que nos quieren comunicar, sin los filtros de los sesgos que nos hacen ver y escuchar selectivamente. La humildad, también, es un auténtico desafío para descansar de nosotros mismos, de tanto «yo sé» que nos retiene en un rincón de la vida cuando ella irrumpe en cada momento de un modo nuevo, aunque tenga el sabor de lo conocido.
El jesuita Javier Melloni en su libro De aquí a Aquí cita el testimonio de Byron Katie que cuando emerge de su infierno depresivo con una voz iluminada por el amor dice: «La humildad es lo que surge cuando te ves atrapada y expuesta a ti misma, y te das cuenta de que no eres nadie y que has intentado ser alguien. Simplemente te mueres, y te mueres en esa verdad. Mueres a lo que has hecho y a quien has sido, y es una cosa muy dulce; no existe en ello ni culpa ni vergüenza. Te vuelves totalmente vulnerable, como un niño. La defensa y la justificación se disuelven, y te mueres en el brillo de lo que es real» ***
De lo individual a lo colectivo, este desafío, ser humildes y sencillos, clama por respuestas activas ante las urgencias éticas, comunitarias y globales, y las medioambientales.
«Las catástrofes ecológicas que han llegado a ser frecuentes muestran con evidencia que es necesario resolver la dualidad entre nosotros y el mundo natural si tenemos -no solo los humanos, sino toda la rica diversidad que constituyen la biosfera-que sobrevivir y crecer en el nuevo milenio.» ****
Finalmente, la humildad y la sencillez, el camino espiritual por excelencia nos proporciona un sentido de conexión y responsabilidad que nos hace tener en cuenta nuestras existencias, necesidades y la inmensidad misteriosa de la vida misma y no reducirlo al servicio de la violencia y la codicia. En el budismo se dice que todos los seres tienen naturaleza búdica. Esto significa que la esencia de nuestro ser, dicho simplemente, es bondad básica. Está más allá del tiempo y el espacio, y trasciende la idea de sujeto y objeto. Cada ser con quien nos encontramos es un buda de manera inherente. Nuestra tragedia es que no nos damos cuenta de eso y nos identificamos, en cambio, con nuestra simple personalidad ordinaria y llena de aflicciones.
* Jeremy Rifkin, La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis (Editorial Pairós, 2010).
** Marina Garcés, Nueva ilustración radical (Nuevos cuadernos, Anagrama Edición formato digital 2021, posición 33).
*** Javier Melloni. De aquí a Aquí: Doce umbrales en el camino espiritual (Editorial Kairós, Edición digital 2021, posición 83).
**** David Loy. El gran despertar. Una teoría social budista (Editorial Kairós, edición en castellano 2004, página 87).
Venerable Karma Tenpa es un monje budista, argentino, residente en España. En el año 2007, recibió de parte de S. E. Situ Rimpoche la ordenación de guelong (monje completamente ordenado). Participa en la formación de voluntarios en el acompañamiento espiritual en el proceso de morir en la Fundación Metta Hospice https://fundacionmetta.org/ y, como voluntario, se suma a la actividad de la Asociación ACM112 dedicada al acompañamiento a personas sin familia en el proceso de morir. También gestiona el programa Creciendo en Nepal cuya actividad se centra en recaudar fondos para dos hogares de acogida para menores en Katmandú.