Visión correcta: reflexiones para una ecología positiva

ALEIX RUIZ-FALQUÉS

Este artículo forma parte de la edición especial «Budismo, ecología y cambio climático».

La «visión correcta», también llamada «recta opinión», es uno de los factores del noble óctuple sendero, una pieza fundamental en la enseñanza del Buddha. «Visión correcta» es una forma literal de traducir el termino pali sammādiṭṭhi (sánscrito samyagdṛṣṭi). La palabra diṭṭhi a secas, sin el adjetivo «correcta», suele tener connotaciones negativas. Por regla general, la «opinión» suele representar un cierto sesgo cognitivo, una tendencia a proyectar sobre la realidad, de forma absoluta, una interpretación subjetiva y parcial. El Buddha afirmaba que no existe en el mundo cosa más peligrosa que una diṭṭhi errática y sin freno, e insistía en la utilidad de la visión correcta, que se concibe como una brújula para la acción correcta.

Como antídoto al pensamiento sesgado, o a tomar la parte por el todo (piénsese en el símil de los ciegos y el elefante), el Buddha recomendaba evitar las posiciones absolutas, dogmáticas, sin lugar a matices o correcciones. Esto se puede aplicar a todas las discusiones de carácter filosófico o ideológico, incluyendo el debate sobre la ecología, sobre el que me gustaría compartir unas reflexiones en este artículo. Mi intención es simplemente poner de relieve ciertas contradicciones del discurso ecologista que se suelen pasar por alto.

Los ciegos y el elefante. Bajorrelieve en un templo del noreste de Tailandia. Un ejemplo gráfico de los peligros de la visión sesgada. Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Blind_men_and_an_elephant#/media/File:Illustrated_proverb-_Blind_men_and_an_elephant.jpg

El discurso ecologista suele ser explícito a la hora de indicar contra qué se posiciona (contra el cambio climático, contra la contaminación, contra la extinción de especies, contra la deforestación, contra la pobreza y el hambre…). Raramente abunda en el propósito final de esta lucha, o se define de forma vaga: llegar al «equilibrio» a la «armonía», etc., conceptos abstractos, de difícil concreción, que cada cual ejemplificará como quiera.

El ecologismo engloba una serie muy diversa de corrientes de pensamiento que han ido cristalizando en ciertas consignas, lemas breves y fáciles de recordar y repetir («el Amazonas es el pulmón de la Tierra», «piensa globalmente, actúa localmente», «los recursos son limitados», «el consumismo no da la felicidad»). Lo que une a estas corrientes de pensamiento es la lucha contra un enemigo común: la destrucción o deterioro del medio natural. No queda claro, sin embargo, si también luchan a favor de lo mismo. La cuestión se puede ilustrar con un par de ejemplos:

Muchos de ustedes habrán oído la siguiente consigna: «debemos reducir el consumo, porque los recursos son limitados y si seguimos con esta dinámica consumista capitalista destruiremos el planeta que nos sustenta.» Aparentemente, esta es una llamada a una sana austeridad. ¿Qué puede haber de malo en evitar un colapso ecológico? Todos estamos de acuerdo en que la moderación es una virtud en sí misma. Sin embargo, si leen entre líneas, verán que lo que realmente está diciendo la consigna es lo siguiente: «Si los recursos fueran infinitos, no habría ningún problema en consumir como lo hacemos ahora, ni en seguir creciendo sin parar. Pero nos hemos dado cuenta de que los recursos son finitos, ergo…» etc. Lo que parece sugerir esta consigna del decrecimiento es que el problema está en el límite de los recursos, no en su derroche o abuso.

Permítanme aquí hacer un símil. Imagínense a un adicto que tuviera una cantidad de droga infinita a su disposición y a otro adicto que tuviera una cantidad de droga limitada. ¿Cuál de los dos estaría en peor situación? En efecto, la abundancia no es una virtud en sí misma, la sostenibilidad tampoco. Para serlo tiene que ser abundancia o sostenibilidad de algo bueno. Tampoco la escasez un defecto (la escasez de droga, para un adicto, puede significar la salvación).

The Limits to Growth («Los límites del crecimiento») (1972), de D.H. Meadows y colaboradores, es una obra de referencia en la doctrina del decrecimiento. También es un ejemplo de la paulatina colonización científica del discurso ecologista, antaño de corte «romántico». Nos hemos acostumbrado a pensar que no es posible ya tomar el pulso a la naturaleza directamente, a través de nuestros sentidos, de nuestra respiración y de nuestra mente, sino que solamente es accesible por la meditación de datos en grandes cantidades, procesados y representados en gráficas matemáticas que, supuestamente, nos revelan el estado «real» de nuestros bosques, lagos, arrecifes, etc. mejor que nuestros propios sentidos.

La consigna de la «limitación de los recursos» no aborda ni cuestiona el derroche en un hipotético mundo de recursos infinitos (por ejemplo, no cuestiona el posible derroche de energía solar o eólica). Si tuviéramos recursos infinitos, parece decir, el hiperconsumismo dejaría de ser un problema. Podemos decir que es una doctrina pragmática materialista. Su objetivo no es la austeridad en sí misma, sino el máximo disfrute de los recursos materiales dentro de lo que sea posible. El ideal de vida consumista y hedonista no cambia. Solamente cambia el modo de alcanzarlo.

Esta doctrina contradice otra consigna, de carácter más «espiritual» que, curiosamente, suelen utilizar los mismos defensores la primera consigna: «los recursos materiales no dan la felicidad». Muchos conocerán el famoso índice de bienestar o felicidad per cápita, que pretende ser una crítica al indicador económico conocido como PIB (producto interior bruto). Según ciertos estudios sociológicos, los índices de opulencia económica (PIB) no tienen correlación directa con una percepción de mayor bienestar por parte de la gente o de los consumidores. La disponibilidad de recursos, aunque fuera infinita, podría llevarnos a la situación del adicto con provisión infinita de droga.

Monasterio Paro Taktsang o «Guarida del tigre» en el valle Paro de Bután. Bután es el país pionero en el índice de felicidad por cápita. La integración del complejo monástico en la montaña da muestra los principios respetuosos de la arquitectura budista tradicional: el templo se adapta a su entorno. Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Paro_Taktsang

De nuevo el problema de este argumento no está en el fondo, sino en la forma y en su relación con el argumento anterior. Pues el argumento anterior supone que los recursos materiales son un bien deseable por sí mismo y considera que una limitación de los recursos materiales es un problema. Pero si los pobres son más felices que los ricos y la gente en países más contaminados dicen ser más felices que la gente en países limpios y verdes, ¿no será la escasez de recursos y la polución el camino a la felicidad? Esta es la incómoda paradoja a la que se llega si uno sigue tales consignas de modo acrítico y simplificado. La paradoja, me parece, nace del énfasis excesivo en el enemigo a batir y de la poca claridad en la definición del objetivo final.

Cuando se entra en guerra contra un enemigo, el objetivo no es acabar con el enemigo, sino instaurar un cierto orden de cosas que el enemigo impedía. Así, cabe preguntarse cuál es el orden de cosas que quiere instaurar el ecologismo cuando la destrucción del medio natural deje de ser un problema. ¿Se trata de un orden de cosas con primacía de lo material o de lo espiritual? ¿O con un equilibrio entre ambos? ¿Pero cuál exactamente? Algunos evocan el orden de cosas del paleolítico, una especie de vuelta al reino natural, del que supuestamente «salimos» hace miles de años. Otros apuestan por una utopía de nuevas tecnologías limpias y disponibilidad energética infinita, coches voladores eléctricos y smoothies de aguacate en un resort turístico de Marte. Otros simplemente confían en una progresión moderada hacia un mundo más o menos igual al que tenemos ahora, pero sin tanta basura y polución, un poco como lo que ya ha pasado en las ciudades industriales del Reino Unido como Manchester desde el siglo XIX hasta hoy. Lo que está claro es que no existe unanimidad en cuanto al destino de la lucha ecologista y llama mucho la atención que este debate, como es costumbre en las luchas negativas, de deje para más tarde, o, mejor dicho: se deje para demasiado tarde.

Pintura rupestre en las cuevas de Altamira, España. Las escenas de caza son el tema favorito del llamado «arte» paleolítico. La matanza y consumo de animales salvajes constituye uno de los ejes vertebradores de la sociedad paleolítica, cuyo supuesto equilibrio ecológico es frecuentemente evocado como posible paradigma de una convivencia armónica con el medio natural que circunda a los humanos. Fuente: https://en.wikipedia.org/wiki/Paleolithic#/media/File:Cave_of_Altamira_and_Paleolithic_Cave_Art_of_Northern_Spain-110113.jpg

El siglo XX nos ha dado muchos ejemplos de los peligros que encierran las consignas con puntos de vista demasiado simples, y cómo se pueden transformar en opiniones incorrectas que lleven a las masas a grandes desilusiones. Los grandes ideales suelen llevar a grandes desastres, porque no se basan en conocimiento directo, sino en la imaginación de la mente humana. Es sintomático, por ejemplo, que un consistorio municipal como el de Barcelona conmine a sus ciudadanos a no emitir gases contaminantes, no para hacer el aire de su ciudad más limpio, sano y agradable, sino para combatir el «cambio climático», enemigo abstracto, hecho de estadísticas, proyecciones y datos numéricos. Es cuanto menos curioso que el bienestar directo de los propios ciudadanos de Barcelona no se mencione como uno de los beneficios de reducir la contaminación. Parece que las políticas gubernamentales se justifican mejor con grandes ideales abstractos. Una tendencia que, como ya he dicho, no ha llevado nunca a buen puerto. No porque las ideas sean malas, sino porque el pensamiento simplificado es diṭṭhi y sus peligrosas desviaciones son innumerables.

Con esta reflexión me gustaría cuestionar cierta tendencia al discurso simplista y repleto de lugares comunes, una especie de nueva religión ecologista que puede conducir fácilmente a un resultado contrario al que se esperaba. El debate es siempre bueno si ayuda a corregir visiones simplificadas. La ciencia se fundamenta en el debate y el esfuerzo constante para revisar nuestras propias ideas heredadas. Por lo demás, la ciencia tiene sus limitaciones y reducir el debate de la ecología a cálculos cuantitativos y estadísticos es perder de vista el objetivo final que, al menos según el budismo, es la erradicación del sufrimiento, tanto entre los humanos como entre el resto de seres sintientes.

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Aleix Ruiz Falqués (Barcelona, 1982) es Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Barcelona (España), Master en Sánscrito por la Universidad de Pune (India) y doctor en Estudios del Asia del Sur (especialidad de pali) por la Universidad de Cambridge (Reino Unido). Su campo de investigación es la literatura buddhista en pali, específicamente la tradición birmana. Actualmente es profesor de lengua y literatura pali en la Shan State Buddhist University, Taunggyi (Myanmar), y profesor de pali en el Instituto de Estudios Buddhistas Hispano (www.iebh.org). Tradujo junto a Abraham Vélez de Cea y Ricardo Guerrero el libro de Bhikkhu Bodhi En palabras del Buddha (Kairós, 2019) y próximamente publicará el libro Los últimos días del Buddha: El Mahāparinibbānasutta pali con el comentario de Buddhaghosa (Trotta, 2022).

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