Tara: una poderosa fuerza femenina en el panteón budista
MEHER MCARTHUR
Edición especial: «Mujeres y budismo en los países de habla hispana»
En las escuelas del budismo del norte, el rico panteón tradicional de divinidades, como en muchas tradiciones espirituales y religiosas, está dominado en buena medida por el elemento masculino. En el centro está el Buda Shakyamuni, un hombre que vivió entre nosotros hace unos 2.500 años y que alcanzó la perfección espiritual.
En las tradiciones tántricas del Himalaya, existen también los cinco Dhyani-Budas o Cinco Tathagatas (autogenerados, celestiales): Vairocana, Amoghasiddhi, Amitabha, Ranasambhava y Akshobhya. Todos ellos son manifestaciones de varias enseñanzas y poderes espirituales del Buda, y son también todos hombres. Los bodhisattvas, seres compasivos que han pospuesto su propia iluminación para permanecer en este reino y ayudar a otros seres sintientes, también son descritos en los textos y representados en el arte como masculinos, aunque el más reverenciado de ellos, Avalokiteshvara, adopta, a veces, forma femenina.
Después están los arhats (hombres santos), los reyes de luz, las divinidades iradas y otras varias divinidades menores que ayudan a los devotos en su camino espiritual. Ellos también son mayoritariamente masculinos y se suelen representar abrazados a consortes femeninas. Las divinidades femeninas independientes son relativamente escasas. Existe, sin embargo, una deidad budista que no es solamente de una belleza sublime en su iconografía, sino que también, según se cree, posee un poder espiritual cuanto menos equiparable a sus homólogos cósmicos: Tara.
Tara es, sin duda, la divinidad femenina más poderosa del panteón budista. Su nombre, en sánscrito, significa «estrella» y se cree que posee la capacidad de guiar a los devotos, como una estrella, en su camino espiritual. En algunas tradiciones del budismo del norte, se la considera un bodhisattva y a menudo se la describe en los textos, y se la representa en el arte, como la consorte femenina de el bodhisattva más ampliamente reverenciado, Avalokiteshvara. En algunas leyendas budistas, se cuenta que nació de una de las lágrimas de Avalokiteshvara, derramada en un momento de profunda compasión. Otras leyendas, sin embargo, explican que una princesa budista devota que vivió hace millones de años se convirtió en un bodhisattva, haciendo el voto de renacer en forma femenina (en vez de masculina, que se consideraba una forma más avanzada en el camino hacia la iluminación) para seguir ayudando a los demás. Permaneció en un estado de meditación durante diez millones de años, liberando así a millones de seres del sufrimiento. Desde entonces, ella ha manifestado su iluminación como diosa Tara.
En la región del Himalaya, especialmente en el Tíbet y en Nepal, el estatus de Tara es más el de una divinidad suprema o un buda femenino que el de un bodhisattva. Es invocada como Diosa de la Sabiduría, la encarnación de la Sabiduría Perfecta, la Diosa de la Compasión Universal y la Madre de todos los Budas. Como beneficios de tan supremamente poderosa y compasiva deidad, se la suele representar, en pinturas y esculturas, sentada en un trono de loto en una posición que es al mismo tiempo real y atenta. La «posición de relajamiento real», o lalitasana, es típica de los bodhisattvas como Avalokiteshvara, Manjushri y Maitreya, que normalmente se representan sentados en la posición del loto, con la pierna izquierda colgando por encima del extremo del loto, o con la rodilla flexionada hacia arriba y el pie plano en el suelo. En el caso de Tara, sin embargo, su pie derecho se pone normalmente encima de un loto menor, no tanto como si se relajara, sino como si se estuviera preparando para impulsarla a la acción en caso de que sus seguidores requieran de su asistencia.
En las representaciones de la región del Himalaya, Tara puede adoptar hasta 21 formas diferentes. En pinturas y sedas se la representa en imágenes de diferentes colores, como los cinco Dhyani Budas. La más común de ellas es la Tara Verde (inspirada en una princesa china de una leyenda budista) y la Tara Blanca (inspirada en una princesa nepalí). La Tara Verde se asocia a la actividad iluminada y a la compasión activa. Es la manifestación desde la que todas sus otras formas emanan. En el thangka de seda de la artista Leslie Rinchen-Wongmo, la Tara Verde aparece sentada en un trono de loto y sostiene dos lotos, atributo que comparte con su homólogo masculino, Avalokiteshvara. Su loto es normalmente el azul o loto de noche (sáns. utpala), una flor que solo desprende su fragancia cuando aparece la luna. Así, tanto como se asocia con las estrellas, Tara también se relaciona con la luna y con la noche. En tanto que Tara Verde, también se la asocia con la fertilidad, el crecimiento y la nutrición de las plantas, flores y árboles.
La Tara Blanca se asocia a la compasión maternal y a la sanación. En muchas representaciones tiene ojos en las palmas de sus manos y en las suelas de sus pies, así como en el centro de su frente, lo cual representa el poder de ver a aquellos que están sufriendo y ofrecerles su ayuda. El thangka de seda ilustrado más arriba enseña claramente los ojos en las palmas de sus manos mientras ella abre la palma derecha para conceder los deseos de sus devotos. La Tara Blanca está específicamente asociada con prácticas que buscan alargar la vida para prolongar así la práctica del Dharma y progresar en el camino de plenitud espiritual.
Con todos estos atributos, Tara tiene mucho que ofrecer a las mujeres budistas. Durante gran parte de la historia del budismo, las practicantes han sido instruidas en la idea de que, para alcanzar la iluminación, deben renacer como hombres, y solamente entonces podrán progresar hacia la plena liberación espiritual. La presencia de Tara en el panteón budista a lo largo de los siglos, tanto como bodhisattva como buda femenino, ha dado un sentido de inclusividad y de esperanza de salvación espiritual a muchas practicantes mujeres. Las esculturas como este elegante bronce nepalí de los siglos XVIII o XIX, que manifiesta la serenidad que emana de la sabiduría perfecta y la gracia que acompaña a la verdadera compasión, se cuentan entre las más exquisitas y poderosas representaciones de la espiritualidad femenina.
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Meher McArthur es curadora de arte asiático, escritora y educadora especializada en arte japonés. Vive en la región de Los Ángeles. Es directora artística y cultural de JAPAN HOUSE Los Ángeles. Ha curado más de 20 exposiciones sobre aspectos del arte asiático para museos y galerías de los Estados Unidos. Sus publicaciones incluyen: Reading Buddhist Art: An Illustrated Guide to Buddhist Signs and Symbols («Leyendo el arte budista: una guía ilustrada a los signos y símbolos budistas», Thames & Hudson, 2002); The Arts of Asia: Materials, Techniques, Styles («Las artes de Asia: materiales, técnicas y estilos», Thames & Hudson, 2005); y Confucius: A Biography («Confucio: una biografía», Quercus, Londres, 2021; Pegasus Books, Nueva York, 2011) y New Expressions in Origami Art («Nuevas expresiones en el arte del origami», Tuttle, 2017). Es autora también del libro infantil An ABC of What Art Can Be («Un ABC de lo que el arte puede ser», The Getty, 2010). Arte budista se publica ocasionalmente.