Reliquias: la exportación del Buda

ÓSCAR CARRERA

A nivel de infraestructura, el budismo es una red internacional de reliquias. Dondequiera que echara raíces no tardaban en aparecer relicarios con el sello de su India natal. Es como si, conforme se iba alejando de su hogar, adentrándose en las selvas de Asia, fuera dejando caer un reguero de trozos de santos para no olvidar el camino recorrido… Ya en India, una de las prácticas budistas más antiguas documentadas (quizá no sólo entre el laicado) es la adoración de reliquias. Las narrativas sobre la muerte del Buda sitúan su inicio en el propio funeral, y el entusiasmo relicario no parece haber menguado desde entonces. El monje cingalés Seelakkhandha Thera llegaba a aseverar, a finales del siglo XIX: «No hay nada más valioso para un budista que una reliquia genuina». Pese a que el culto a las reliquias distingue al budismo de muchas de las culturas con las que entró en contacto, así como de otras tradiciones índicas, el interés académico occidental ha preferido centrarse en la (presunta) palabra del Buda antes que en su (presunto) cuerpo. Afortunadamente, en las últimas décadas algunos intentan remontar esa corriente.

Una de las cosas que diferencian a las reliquias budistas de otras es su aspecto. La autopsia más liberal tendría problemas para certificar el origen humano, siquiera biológico, de algunas de ellas. Sucede que el cuerpo se transmuta por la santidad del difunto, al contacto con el fuego de la cremación. Aunque existen semejanzas en el trato que reciben, estamos lejos de los fragmentos cadavéricos de otras religiones: muchas reliquias de budas, arahants y otros individuos «nobles» recuerdan a perlas, joyas, pepitas de oro, cristales, bisutería, minerales o formaciones coralinas, rescatados de entre las cenizas. La veneración de estos objetos transubstanciados es común a diversas escuelas, aunque sus orígenes siguen siendo oscuros. Ya los comentarios cingaleses empleados por el erudito Buddhaghosa en el siglo V comparaban lo que fuera que emergió de la cremación del Buda con oro, perlas y capullos de jazmín. Asociación que recuerda (para algunos, clasifica) no sólo a reliquias actuales del sur de Asia, sino a las de las escuelas chinas o tibetanas. Pareciera que el fenómeno, en efecto, se remonta a unos tiempos previos a las divisiones sectarias…

Diversas reliquias (ringsel para los tibetanos) que serán introducidas en dos futuras megaestatuas del buda Maitreya en India. Fuente: The Maitreya Project

Aparte de proteger a personas, santuarios e incluso países, las reliquias budistas pueden multiplicarse con el tiempo, cambiar de tonalidad, aparecer en objetos, desaparecer, emanar luz y moverse por voluntad propia. En cierto sentido, estos restos materiales del arahant poseen todavía sus poderes «psíquicos». También su condición errabunda, al cambiar de localización cuando lo desean, ya sea volando por los aires o empleando a los humanos para trasladarlas*. Por su demostrada autonomía, llegaron a ser tratadas como sujetos legales y metafísicos, capaces de poseer propiedad: sus estupas, pero también templos, monasterios… Como algunos santos cristianos en el Medievo, la persona del Buda nunca abandonó del todo sus despojos.

Otra facultad de algunas reliquias es la de crecer con el paso de los años. Este fenómeno se aprecia en los generalmente enormes «dientes del Buda», que pueden alcanzar proporciones paquidérmicas. Una clase de reliquias que suele librarse (no siempre) de acabar deshecha en perlas de aspecto mineral o cristalino, pero que no por ello goza de menor estatus: se dice, por ejemplo, que el regente que posea el diente del Buda hoy en Kandy gobernará la isla de Lanka, como sabían los colonizadores británicos, que lo custodiaron e incluso participaron de su ceremonia en la primera mitad del XIX. Si bien no es fácil encontrar un diente «del Buda» que parezca humano a ojos escépticos, diríase que el no haberse metamorfoseado completamente, el retener aunque sea la sombra de su forma original, incrementa su valor en lugar de disminuirlo. Lo mismo se aplica, quizá, a cabellos y uñas de Gautama, que no siempre experimentaron el fuego de la cremación, pues muchos se desprendieron en vida. La más célebre pagoda de Myanmar, la magnificente Shwedagon en Yangon, alberga ocho de sus pelos (así como artefactos de budas anteriores).

Colmillo izquierdo del buda Gautama preservado en Kandy, Sri Lanka. Varias fuentes fechan la fotografía en 1920. Fuente: asianreviewofbooks.com

La categoría de reliquia se complica, en el budismo y otras religiones, al incorporar no sólo restos de personajes honorables, sino objetos venerados por asociación con ellos: santidad por contagio, por así decir. Legendarios son el bol de ofrendas y la túnica del Buda (reliquias «de uso»), pero en este grupo podríamos incluir también, según la budología que empleemos, el árbol bajo el que se iluminó Gautama, o los descendientes de ese árbol, o la especie entera, el propio monumento conmemorativo o estupa, e incluso la imagen (a menudo ritualmente animada o insuflada) del Iluminado**. Sin embargo, el parámetro por el que se miden estos otros seres y objetos acostumbra a ser la cercanía a la envoltura mortal del Gran Hombre: no en vano una de las palabras usuales para reliquia (en sánscrito, pali y otras lenguas) es dhātu, que significa también ‘elemento’, ‘esencia’.

Como decíamos, la propagación del budismo ha sido, históricamente, la propagación geográfica del cuerpo del Buda. El budismo no se ha expandido sin que se expandiera también el hombre Gautama; a lomos del budismo —si creemos a las hagiografías— viajaban los restos mortales del fundador. Y si no, siempre queda un número (o sinnúmero) de budas anteriores, cuyos restos yacen bajo tierra, cubiertos por la pelusa de los eones. Las estrategias de legitimación e incardinación han sido tan variopintas como lo exigían los diversos contextos socioculturales con los que se fue enfrentando el budismo en su odisea. Una obra clave para entender algunas de ellas es Relics of the Buddha de John S. Strong, testimonio, además, de la riqueza narrativa de esta tradición que algunos prefieren reducir a ciencia o a una psicoterapia. ¡Probetas contra relicarios!

En el Mahāsupina Sutta, Gautama relata un sueño profético en el que se ve a sí mismo yaciendo sobre la masa del mundo que conocemos, con la cabeza reposando en el Himalaya, «rey de las montañas», y manos y pies sobre el océano. Tal vez no adivinara que la profecía se iba a cumplir literalmente… post mortem y a pedazos. Tampoco se imaginan muchos de los budistas que hoy veneran reliquias en sus templos de confianza cuál fue la última voluntad del Gran Hombre para sus restos mortales. Encontramos, de hecho, unas instrucciones muy precisas en las varias versiones conservadas del «discurso» que cubre sus últimos días y exequias.

Se dice que la estupa de Ramabhar, en Kushinagar, marca el lugar asociado con la cremación de Gautama. Fotografía: Óscar Carrera

Al preguntar el Ven. Ānanda por los ritos funerarios, el Buda insiste en que estos deben estar a cargo de sabios del laicado, no de renunciantes. El pasaje ha sido interpretado en tiempos modernos como que monjas y monjes no debieran venerar reliquias, aunque el sentido original parece ser que monjes como Ānanda (y quizá sólo como Ānanda) no debieran preocuparse por prepararlas, concebidos los ritos funerarios del Buda como un tratamiento del cuerpo destinado expresamente a producir reliquias. Como Ānanda insiste en saber, Gautama le explica que con su cadáver se ha de hacer lo mismo que con un cakravartin o monarca universal: recubrirlo de hasta quinientos pares de capas de algodón, introducirlo en una bizarra cuba doble de hierro rellena de aceite, cremarlo (¿freírlo en aceite?) y, al término del proceso, erigir un monumento «en un cruce de caminos» para que las gentes puedan venerarlo.

Se entiende que dicho monumento contendría las reliquias, aunque esto no es explícito en todos los textos. El Buda prescribiría aquí la concentración de sus restos mortales en un único relicario. Como es sabido, tras la cremación se produjo una disputa por la posesión de las reliquias entre ocho clanes de la región, al borde de la guerra en según qué versiones. El inesperado conflicto se resolvió con una distribución en diez partes: cada clan construyó una estupa en su territorio, budificando en el proceso el norte de India. Comenzaba así, en la leyenda, la milenaria dispersión de los restos del Buda, en contra de sus instrucciones expresas: desde la caucásica Kalmukia hasta los confines de Asia, por no hablar de Francia o Estados Unidos, encontramos hoy relicarios que se afirman poseedores de restos de aquella cremación efectuada en la ciudad de Kusināra (actual Kushinagar) hace veinticinco siglos***

Esta espiral centrífuga se irá ralentizando conforme se vaya perdiendo en el mundo el recuerdo de Gautama. Llegará un momento en el que la expansión de siglos se detenga y comience el movimiento inverso: el reencuentro de las reliquias. Los comentarios palis profetizan que, cuando ya nadie los venere en la tierra, los restos del Buda escaparán de sus relicarios desde todos los rincones del universo (algunos son conservados por dioses y nāgas) y se reunirán en el árbol de la Iluminación en Bodhgaya, India, tras haberse detenido una parte de ellos en la Gran Estupa de Anuradhapura, Sri Lanka. Articulándose como un cuerpo en postura de meditación, las reliquias irradiarán rayos de luz de seis colores que iluminarán diez mil universos frente a una nutrida asamblea de dioses. Realizarán el milagro búdico de emitir fuego y agua para terminar desintegrándose en una llamarada que alcanzará los cielos de Brahmā. Este será el Nirvana Final de las reliquias y el día final del Śāsana de Gautama, ese paréntesis, esa larga errancia que se abrió entre el deseo de un monumento funerario en algún cruce de caminos del norte de India y la reconstitución de todos los fragmentos dispersos en el lugar donde adquirieron su poder.

* Vienen a la mente los tours de reliquias internacionales que han despertado fervor en países modernos de mayoría budista.

** En ocasiones, las sorprendentes formaciones que llamamos «reliquias» se desprenden bastante de los cuerpos y asuntos humanos. En la Tailandia septentrional brotan en paredes de cuevas —especialmente si fueron empleadas para la meditación— o en estatuas. En Katmandú en 1970 comenzaron a multiplicarse en uno de los lados de la estupa Swayambhunath. Nuestras reliquias asociativas predilectas son, sin embargo, una variante de los tailandeses hin khaosan o granos de arroz petrificados, que en este caso provienen del cuenco de Gautama. Algunos crecieron tanto que se pueden tallar en ellos imágenes del Iluminado. (Otros dicen que todo era enorme en una época de gigantes…).

*** Sólo unos pocos relicarios excavados en el norte de India en la época moderna evidencian una cercanía temporal (y geográfica) con aquel legendario funeral. Y aun sobre algunos de estos pesan sospechas de fraude arqueológico.