Nibbāna: La liberación del apego

MAESTRO DENKÔ MESA

Comencemos por citar el Satipaṭṭhāna Sutta donde se hace referencia a la experiencia cumbre que alcanzó Siddhartha Gautama, a quien llamaron desde entonces el Buddha, el hombre despierto, un ser iluminado:

Este, monjes, es el único camino para purificar a los seres, para superar la pena y el lamento,

para eliminar el dolor y la aflicción,

para obrar con acierto, para realizar el nibbāna,

a saber, los cuatro fundamentos de la atención

En muchos textos del budismo se recoge que este «único camino» facilita una dirección precisa para conectar con la luz interior, lo cual conlleva a la comprensión de la realidad. La meditación es el principal vehículo de esta experiencia. Gracias a ella, y a través de ella, todo es visto tal y como es, todo recupera el orden y deriva en el bienestar integral de la persona. El cuerpo, el corazón, la mente y el espíritu forman un sistema perfecto. Así que, las palabras comprensión y bienestar están íntimamente relacionadas. 

El budismo nos ofrece una metodología detallada para alcanzar los estados de conciencia despierta (jhāna). Con la práctica meditativa, concebida como asiduidad y encuentro, el sujeto consigue estabilizar el cuerpo, tranquilizar su ánimo, ralentizar el discurso agitado de la mente y abrirse a la contemplación serena de todos los fenómenos, ya sean de carácter interno o externo. A través del estado de presencia todo es visto, comprendido e integrado. Al hacerlo de esta forma, observando sin pretensión alguna, salvo con el propósito de clarificar la verdad de lo mirado, el sujeto descubre que todo está vacío de una sustancia real, más bien, que lo real en todo es vacío. Por lo tanto, debido a la carencia atencional, se constata que la percepción equivocada nos lleva a sufrir. Con esta aparece la ignorancia (mumyō en japonés) que entendemos como una falta de sapiencia. El despierto ve las cosas tal y como son. El ego ilusorio fantasea con la realidad y la llena además con múltiples expectativas o exigencias sin sentido. Llegados hasta aquí, descubrimos que el origen del malestar se encuentra en la distracción con que vivimos. Ahora bien, el meditador se siente libre de cualquier fijación. El observador ecuánime se hace testigo del asombro, experimentando la unidad en todo y con todo. He aquí el gozo del ser, el despertar de la conciencia, la luz radiante del nibbâna. Esto es lo que el Buddha vivió y enseñó.

Distrae todo aquello que provoca dispersión y distrae igualmente lo que provoca fijación. Hay dos términos claves en la tradición zen que se refieren a esto, sanran y kontin. El primero hace referencia al caudal de información que recibimos y al número de tareas que podemos realizar simultáneamente. En este sentido, cabe decir que hoy en día sufrimos un exceso de hiperestimulación. Se nos alienta, cada vez más, a que seamos muy productivos, agotando así nuestra energía vital, lo que deriva en el famoso síndrome del quemado (burn out). El Dr. Herbert Freudenberger fue la primera persona en describirlo. Explicó que el desgaste que padecen algunas personas estresadas es muy similar al de un edificio abrasado. Aunque el exterior permanece más o menos intacto, sus recursos se consumen por el fuego, produciendo así un gran deterioro a nivel interno. En profesiones como sanitarios o profesores se puede observar esto, si en su labor cotidiana no disponen de un buen anclaje atencional. El segundo término se refiere a la cantidad de energía que prestamos a un objeto o tarea y está directamente relacionada con el nivel de vigilia y alerta de un individuo. Si hay un exceso de implicación sobre lo que observamos, podemos quedarnos embobados y, a lo peor, podemos convertir la necesaria estabilidad de la mirada en una fijación involuntaria. A uno se le pasa el tiempo sin ser consciente, como si entrase en un agujero negro espacio-temporal en el que el mundo exterior desaparece. Es un estado de ensimismamiento.

Pongamos algunos ejemplos. La gente que hace magia, mueve muy rápido las manos, necesita que estés distraído y te llama la atención en demasía con algo muy llamativo, con un color o una forma. He aquí la fijación mientras lo que está pasando, en realidad, va mucho más allá de lo que estás supuestamente atendiendo. Así te engañan. También pueden ponerte muchas cosas delante, para que te distraigas y no elijas conscientemente. Esta es la dispersión. Suelen combinarse ambas. Los hipermercados son especialistas en estas tretas. Captan la atención con ambas tendencias y te atrapan a través del mismo error de percepción. Las golosinas están a la altura de los niños (público potencial) y los productos que caducan, o ellos quieren vender rápido, son colocados en las primeras filas e incluso cerca de los cajeros donde vas a pagar. Puede que los cojas y te los lleves sin darte cuenta. No los necesitabas, pero caíste en su juego. Igual sucede con la música de los grandes almacenes. Suena a un volumen alto y los ritmos son acelerados. Con todo ello, al mantenerte disperso y distraído, consiguen que compres compulsivamente. Son estrategias de control. Pongo más ejemplos. En las panaderías, destacan los olores intensos a canela o vainilla. Atraen tu atención y la fijan a través del olfato y las papilas gustativas. Casi que esos bollos te los puedes comer sin habértelos llevado a la boca. Fíjate si no acabas comprando lo que igual no necesitabas en ese momento. También las redes sociales manipulan a los jóvenes, pretendiendo que atiendan mucho al mismo tiempo. Alimentan en ellos una necesidad que nunca se sacia. Les incitan con supuestos deseos a nivel vital (influencers), les generan una fijación de algo altamente codiciado y que deben obtener para ser felices. Lamentable. 

Visto todo lo anterior, volvamos al título que nos ocupa, el nibbâna. Es un término importante en el hinduismo, jainismo y budismo. Sucintamente podemos decir que consiste en la liberación de los apegos, la desidentificación de la individualidad y la salida del ciclo de las reencarnaciones. Muchos creen que es una meta a alcanzar, si bien es una experiencia que surge al descubrir la verdadera naturaleza de la existencia. En este sentido, el budismo indica que hay tres sellos a tener en cuenta para experimentar el despertar: la transitoriedad, la insustancialidad y el sufrimiento. No se trata de resignarse al hecho de que todo es transitorio y está vacío, sino que, sabiendo que esto es así, nos sirve de ayuda para ir reconociéndolo sin pérdidas de tiempo y distracciones. Por esta razón, la experiencia meditativa conduce a la exacta y necesaria comprensión de la realidad. Esto me lleva a hablarles de las Cuatro Nobles Verdades. Partiendo de la base de que sufrimos debido a una falta de atención, intuimos y sentimos en lo más profundo de nuestro corazón que todo está bien siendo como es. Sabemos de forma clara que nada ni nadie nos tiene atados y que tenemos la posibilidad de despertar de la ilusión. Este impulso de sanación hace que pongamos en marcha el camino de la práctica. 

Todo está bien tal y como es porque realmente es así. Lo que nos hace sentir o creer que algo es erróneo, confuso o injusto, aparece cuando no atendemos la totalidad de lo que está sucediendo. Hay una pérdida de perspectiva. Esto se debe a que nuestra atención está fijada sobre un determinado deseo o está dispersa, es decir, se encuentra con una avalancha de información que, en muchos casos, es innecesaria. Vivimos llenos de ideas y con falsas creencias que se interponen entre nosotros y lo que en verdad sucede. Comparto la voz que surgió durante una meditación zazen y que emití en forma de enseñanza oral: «Todo parte de la mirada atenta. Decir partir, es decir llegar. Así como sucede al meditar caminando, no hay un paso que inicie y otro que siga el tránsito de la contemplación. De la misma forma, la inspiración y la espiración suceden naturalmente, tal y como ocurre en todo el universo. Sentarse en zazen es ser parte de este universo manifestado, en el que cualquier tipo de palabras usadas, solo pertenecen a una mente condicionada que trata de verbalizar lo no escuchado. Por ejemplo, al decir concentración, observación, contemplación, son términos que se desvanecen, desapareciendo en una vacuidad sin límites.»

Una vez que nos acercamos al Dharma, se nos enseña de primeras que el apego, todo lo que ata o con lo que te identificas, es el causante de cualquier tipo de malestares. De ahí que la palabra nibbâna se relacione con un fuego que se enfría o apaga, como el final de una vela. Tiene matices de calma, independencia y liberación. Esto revela un patrón progresivo, esto es, el meditador va avanzando hacia el alcance de los estados superiores de conciencia. Etimológicamente hablando, la palabra se compone de una partícula negativa «nir-» (hacia afuera, lejos, no, sin) y el verbo «vatti», que significa soplar, de modo que podríamos traducirla como estar libres, extinguidos o apagados del apego. La profunda significación indica que se extinguen en el sujeto las llamas del odio, la avidez y la ignorancia, esto es, se libera de los llamados «tres venenos». Ahora bien, ¿cómo distinguir el impulso del deseo del veneno de la posesividad? Esta es la gran pregunta a responder. 

Todo lo que no sea fluir, conlleva el signo del dolor. Las fijaciones mentales, corporales o emocionales retienen la energía universal, cuya naturaleza es moverse, presentarse, fundirse y cambiar de nuevo, para de nuevo aparecer. «Todos los fenómenos tiemblan en la impermanencia», dijo el Buddha. Todo se da de manera natural. Estar conectado en todo y con todo es la sabiduría del presente. Todo es tal y como está sucediendo. Todo lo que necesita cada ser se está dando. Desear lo que el otro tiene, es caer en la ignorancia. La comprensión de esta fluidez, vivir abiertos al acontecimiento, hace que avances, interactúes y disfrutes sin tener que pedirlo siquiera. Eso provoca a su vez que la vida te entregue nuevos aprendizajes, siempre perfectos para ti.  

Todo es en compañía. Somos juntos, trascendemos juntos, cada cual, ocupando su puesto, viviendo el momento, reposando en la serena quietud a través de la cual la mirada atenta sucede. Siempre ha sido así. Es así. No hay forma alguna de atrapar esto. He aquí el gozo del samadhi, el ser que se ilumina a sí mismo, brillando en ternura y compasión por y para todos los seres, puesto que somos en una misma sintonía. En conclusión, nibbâna no es una meta a alcanzar. Es el estado de comprensión absoluta de que el creador y lo creado son «no dos». Es un descubrir que todo aquello que te pueda hacer sufrir es falso. Déjalo partir.

Denkô Mesa nació en 1967 en la isla de Tenerife, España. Es maestro zen, director espiritual de la Comunidad Budista Zen Luz del Dharma. Cursó estudios superiores en la Universidad de La Laguna donde obtuvo la licenciatura en Filología Hispánica en el año 1990. Asimismo, es profesor del prestigioso Máster en Mindfulness de la Universidad de Zaragoza. Comenzó a estudiar y practicar el budismo zen en 1989. En el año 2005 es reconocido como maestro zen. Junto a su dedicación como maestro zen, ejerce docencia como profesor de Lengua Castellana y Literatura en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, Tenerife. Ha publicado dos libros de poesía, así como otros relacionados con la tradición budista.