Naturaleza en el Dharma

EMERSON KARMA KONCHOG
Traducido por Fina Iñiguez Abad *

Este artículo forma parte de nuestra edición especial: « Budismo, ecología y cambio climático»

Emersom Karma Konchog es un monje budista brasileño y experiodista. Entre 2013 y 2020, estudió lengua tibetana y filosofía budista en India y Nepal, y completó el tradicional retiro karma kagyu de tres años en Estados Unidos. Además del dharma y la propagación secular de los valores humanos, ayuda en la causa ambiental.

Detalle del artículo publicado en la Revista Bodisatva, Brasil, con ilustración de Higor Soffe.

Teniendo en cuenta que el cuidado con el medio ambiente es una consecuencia natural del budadharma, es difícil encontrar practicantes que ignoren este tema. Sin embargo, esta conexión puede ser mucho más profunda que una mera apreciación, desplegándose en beneficios tanto individuales como colectivos.

En lo personal, comencé a involucrarme más profundamente con el budismo y lo que llamamos «naturaleza» (¿no es extraño que utilicemos esa palabra así, como si fuera algo que está ahí afuera?) simultáneamente, cuando comencé la práctica formal de budismo tibetano y también me di cuenta de la extrema gravedad de nuestra crisis ambiental, hace 16 años. Esto coincidió también con el momento en que pasé de ser un agnóstico (o casi ateo) a ser un «creyente», en el sentido de que reconocía como crucial la dimensión más espiritual de la vida, aquella que se contrapone a los objetivos materiales más inmediatos y egoístas.

No puedo decir si el detonante fue la naturaleza o la espiritualidad. Se presentaron a la vez, básicamente después de algún tipo de apertura o una mejor comprensión y visión. Desde la adolescencia me sentía atraído por eso, como un llamado, pero lo iba descuidando, hasta que ya no fue posible. Entonces, decidí dedicarme al camino espiritual con el que me identificaba —hasta entonces solo como filosofía— durante muchos años: el budismo.

Para mí, la práctica del dharma siempre me ha brindado diversas percepciones sobre la realidad más profunda de la vida o la naturaleza, y la contemplación del esplendor natural también ha enriquecido enormemente el cultivo de la visión budista, ya que estos dos contextos implican una visión interconectada, sin separaciones en lo que llamamos realidad.

Por ejemplo, visualizar la interdependencia que sustenta a los ecosistemas puede expandir enormemente la práctica de incorporar la visión budista en la vida cotidiana. Podemos estudiar, reflexionar y meditar sobre las enseñanzas sobre la interdependencia y el vacío, pero no es raro que esta comprensión se convierta en algo árido, que no se refleja en la forma en que vivimos e interactuamos con otras personas o formas de vida.

Pero experimentar esta realidad directamente, aunque sea por poco tiempo —por ejemplo, en contacto cercano y completamente dependiente de los elementos naturales—, a menudo brinda una comprensión más vívida y directa de esta red interconectada de fenómenos, que tiene consecuencias en la forma en que nos comportamos.

El árbol Bodhi, en Bodhgaya, India, es el lugar donde se dice que el Buda alcanzó la iluminación.

Continuidad de la vida

Un ejemplo a tener en cuenta: nuestro plasma sanguíneo es salado a causa del mar, origen de la biosfera terrestre. Así, el mar pulsa y fluye en nuestro cuerpo del mismo modo que su agua salada constituyó la sustancia de los primeros organismos vivos, lo que desencadenó un proceso de división celular que, durante 3.500 millones de años, nunca se interrumpió, y que aquí mismo y ahora puede desarrollarse en pensamientos, palabras y frases.

O bien, justo frente a nosotros, está todo este mundo multicolor, que solo puede aparecer así debido a la evolución combinada de los árboles y los animales que viven de sus frutos, pues la percepción de los colores de los frutos, en contraste con el fondo verde, fue una de las ventajas evolutivas que heredamos de otros seres, y que hoy nos permite ver cómo vemos.

Si no somos dueños de nuestras facultades de percepción, de nuestra capacidad imaginativa o del propio lenguaje en que se expresa, si no producimos aquello de lo que dependemos para vivir, como el aire, la luz del sol, el agua, los alimentos, etc., ¿dónde está la independencia de nuestra identidad? ¿Dónde termina el límite que nos separaría de todo lo demás? Un organismo que depende de tantos factores, ¿tiene existencia propia?

Contemplando de esta manera nuestra identidad natural mayor, llegamos a la misma percepción que Nagarjuna expresó hace muchos siglos en los Versos raíz de Madhyamaka:

No hay ningún fenómeno
que no surja dependientemente,

por lo tanto, no hay ningún fenómeno
que no sea vacío.

Dado que nosotros mismos somos una expresión interconectada de la vida, no podemos decir que tenemos independencia o singularidad. Estamos compuestos de múltiples elementos, sobre los cuales no tenemos control —basta que uno de ellos se interrumpa, como el aire o la comida, para que dejemos de existir. ¿Tiene sentido llamar «yo» a algo que se ramifica en dependencias virtualmente infinitas en todas las direcciones?

Lo que somos es mucho más profundo y vasto de lo que imaginamos. No es casualidad que la principal escritura budista sobre la naturaleza de buda se llame el Sublime Continuum (sánscrito: uttaratantra). En el budismo mahayana, yogachara y en el vajrayana, la naturaleza de buda es ese continuum, omnipresente, perfecto, jamás siendo interrumpido. Continuum es también el significado de tantra, ya que, en el vajrayana, esa naturaleza es el corazón de la práctica.

Haciendo un paralelo en un contexto secular, esta continuidad es la vida misma. Y se podría decir que va más allá. Cuándo «apareció» la vida, ¿cómo ocurrió la transición de materia inanimada a materia orgánica? Este enigma parece insoluble porque implica una transición, o ruptura en la continuidad. Pero la materia «inanimada» tiene aspectos de autoorganización como los que definen la vida. Por ejemplo, los elementos dentro de un electrón reaccionan de acuerdo con estímulos externos. Esto podría interpretarse como una forma de cognición sumamente básica, es decir, la capacidad de «sentir» el exterior (si algo reacciona o siente otro elemento, se convierte en sujeto de una experiencia), según una de las corrientes de la tradición filosófica del panpsiquismo —que incluye personajes como Platón, Spinoza y Bertrand Russell.

Así, la vida sería una forma más compleja de la autoorganización «cognitiva» omnipresente en la materia. Ahí no hay ruptura de continuidad y, al final, lo que somos es expresión de la totalidad misma de la realidad o existencia, en inseparable continuidad.

La contemplación de este tipo de interdependencia natural puede enriquecer la práctica del dharma, ya que su mensaje básico también es que existe una realidad mayor y perfecta, donde la existencia individual es relativa.

Fuente: https://www.ecologiapolitica.info/notas-sobre-la-ecologia-politica-latinoamericana-arraigo-herencias-dialogos/

Espiritualidad en crisis

Hoy, trágicamente, no se necesita mucho esfuerzo para reconocer nuestra mayor identidad. Está llamando a nuestra puerta, en forma de fenómenos meteorológicos extremos, la contaminación de lo que ingerimos o respiramos, la muerte de los ecosistemas de los que dependemos para existir, etc. La destrucción de la naturaleza es también nuestra.

Sin embargo, al reconocer esto y abrirnos hacia «la naturaleza que llora dentro de nosotros», como dijo el maestro Thích Nhất Hạnh, también emerge una valiosa reconexión. Esta crisis en sí misma es una llamada al despertar individual y colectivo. El reconocimiento agudo de la enfermedad de nuestra relación destructiva con el mundo natural, que llega incluso a derribar las barreras que erigimos a nuestro alrededor, también trae una apertura de espíritu vigorizante.

Así como el mutualismo y la dependencia observados en la naturaleza pueden informar la contemplación de la vacuidad, lo mismo vale para la compasión. Tener la capacidad de reconocer nuestra mayor identidad en la biosfera del planeta activa una apreciación intensa y un cuidado espontáneo y sin esfuerzo; como dijo Shantideva hace más de 1.200 años en Compromiso en lapráctica bodisatva:

Así como aceptamos que las manos

y otras partes son miembros del cuerpo,

¿por qué no aceptar que los seres

son miembros del mundo viviente?


Así como el hábito ha traído la idea

de que soy este cuerpo sin mí,

¿por qué —con el hábito— no habría de surgir la idea

de que soy los otros seres sintientes?

Es esta misma compasión la que se descansa en el centro de la realización de la cualidad vacía de la individualidad de los fenómenos, incluidos nosotros. Al darnos cuenta de que no existimos de la manera que imaginamos, como seres autónomos, independientes, singulares y (relativamente) permanentes, todavía existe el «continuum sublime» de una naturaleza perfecta, y nada más. Así, al mirar a otros seres, podemos traer esta comprensión, aunque sea sólo conceptual. Somos todos y todas meras expresiones de esa naturaleza. ¿Vale la pena cultivar algo que no sea la devoción infinita, el amor extremadamente cuidadoso?

Así, la urgente labor de regenerar nuestra existencia como personas y sociedades puede emerger como expresión natural de nuestra verdadera esencia, del mismo modo que a veces ayudamos a los necesitados, de una forma completamente desinhibida y natural, sin esperar nada, simplemente dando paso libre para la actividad de la mente del despertar (bodhicitta). Como Shantideva dice de nuevo:

Así como, en medio de las nubes oscuras de la noche,

un relámpago por un instante hace que todo sea claramente visible,

por el poder de los budas, en raras circunstancias,

a veces surgen intenciones meritorias en el mundo.

Debido a la gravedad de la situación en la que nos encontramos, la regeneración necesaria ya no se refiere simplemente a cambios de hábitos individuales. Tendremos que unirnos como sociedad y exigir las medidas gubernamentales y corporativas medidas que puedan mitigar la destrucción aún mayor que se avecina. Como practicantes del dharma también podemos demostrar cómo es vivir y actuar de acuerdo con los valores necesarios — como la sabiduría y la compasión— para sanarnos, alineándonos con la sabiduría mayor de la propia vida o realidad.

* Este artículo fue publicado originalmente en portugués con el título «Natureza no Dharma» en el número 34 de la Revista Bodisatva de Brasil.