El vínculo asombroso con la naturaleza: entrevista a Claudia Lira Latuz. Segunda parte.

MARÍA ELVIRA RÍOS

Claudia Lira Latuz es doctora en Filosofía por la Universidad de Chile y profesora del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En estos últimos años ha concentrado su trabajo y publicaciones en un estudio comparado del pensamiento, estética y arte de las culturas tradicionales de China y Japón con las sudamericanas, especialmente con las cosmovisiones aymara y quechua, relacionándolas a través de su visión de la naturaleza, la agricultura natural y la educación, a partir de lo cual ha elaborado un método de educación de los sentidos y de los sentimientos denominado sātī, que incentiva la reconexión con la naturaleza y la relevancia de la disciplina corporal en la enseñanza de las artes/artesanías. Trabaja actualmente en proyectos de interdisciplina a fin de introducir la educación estética en la educación, en la agricultura urbana educativa, en la alimentación saludable, en la salud y en la creación artística por medio del Concurso Internacional de pintura infantil Museo de Bellas Artes de Atami y liderando en Chile el Proyecto Educación de los Sentimientos de MOA, Chile. Seguidamente, podrán leer la segunda parte de la entrevista que la Dra. Maria Elvira Ríos le realizó recientemente.

Puede leer la primera parte de esta entrevista aquí

MARÍA ELVIRA RÍOS: Y todo esto que nos compartes, ¿cómo lo ves en relación a los temas medioambientales y ecológicos que escuchamos en nuestro día a día, una época difícil, con crisis climáticas y calentamiento global, donde la importancia de proteger la naturaleza se ha convertido en un lema mundial? 

CLAUDIA LIRA LATUZ: Esta es una pregunta que me emociona… yo creo que todas las luchas son válidas, primera cosa, creo que todas las personas tienen derecho a luchar desde la frontera como sientan o deseen hacerlo. Pero lo que acabo de explicar tiene que ver con recuperar una condición de consciencia, que no creo que sea la última, sino que es una puerta de entrada a la consciencia búdica. Esa primera puerta, cuando entras en ese flujo, permite relacionarte con la vida de otra manera, la que es también una relación estética. En esa relación no existe el acto perverso, no se te ocurre destruir. Lo que hay es puro amor, misericordia, respeto y gratitud. Estos cuatro condimentos que alimentan esa experiencia te van dando fuerza y las claves para invitar a los demás a la experiencia. Esa transformación alquímica produce un efecto en ti y en lo que te rodea. Entonces, ya no estás sola, estas luchando con el árbol que está al lado tuyo, con la tierra que estás pisando. Creo que esa es la condición del Buda cuando pisa la tierra y florece. Si la tierra tuviese a muchas más personas en esta condición permitiría también que la misma naturaleza despierte para hacer lo que tiene que hacer. Yo creo que la naturaleza es la que tiene que hacer. Si no somos capaces de despertar y ayudar a que ella haga lo que le corresponde hacer, porque ella es la dueña de todo, entonces tenemos que morir con ella…me da mucha emoción decir esto… pero…si tenemos que morir, morimos con ella…

…lo que estoy llamada a ser es, como dice el daoísta, mantener el contentamiento. Y esto no es como el feliciano que está contento por nada, sino que es un gozo de la existencia. Si yo trabajo día a día de esta manera de ser y de vivir, eso va produciendo un efecto en mí y en todo lo que me rodea. La atención no sólo es una condición epistemológica, sino también ontológica, y fundamentalmente es un sentimiento inteligente, que te va guiando, vas sabiendo qué gestos hacer, cuándo estar en silencio, cuándo acompañar, estás en el flujo de la ocasión. A veces no se presenta, porque estás más alejada de esa consciencia y a veces sí porque estás más cerca, y otras veces eres instrumento de esa consciencia, de algo que no entiendes mucho, pero de repente alguien te dice «qué lindo lo que dijiste» y tú no recuerdas lo que dijiste. Entonces, esa consciencia, que en mi caso la estudio, es lo que he querido llamar la «epistemología de la hembra oscura», está descrita en el daoísmo. Es una forma de ser, de recibir, e implica una transformación alquímica y eso es lo que no se está haciendo. Por eso que está todo dormido, violento, porque los seres humanos no están realizando su trabajo alquímico, que es alinear las energías y quien lo hace en nosotros es la naturaleza. Entonces, es importante guiar a las personas a que vuelvan a tener esa condición diaria, simple, directa con la naturaleza. Todas las personas están tratando de que los sigan a ellos o ellas como maestro o maestras, pero uno no es nada, la maestra es la naturaleza y también somos nosotras y nosotros mismos porque somos naturaleza no necesitamos el intermediario del maestro. Pero claro, el maestro o maestra… está más despierta y trabaja más sobre sí mismo y por eso puede guiar, pues ese es realmente su papel, señalar y, luego, soltar para que cada uno vuelva a recuperar la naturaleza que es y su relación con la Gran naturaleza.

Yo me pregunto, cuando la tierra-suelo está muerta, ¿podemos recuperarla y nutrirla? Sí, podemos, con nutrientes naturales que la vitalizan. Entonces ¿cómo no podremos recuperar a un ser humano desconectado de la red natural de la vida? Ese trabajo alquímico es muy importante y se hace aquí, en lo que estás haciendo, en lo que haces día a día, cuando corto un vegetal; siento la sensación fresca en mis manos, los colores, las formas. Es esa condición que va ingresando a la mente, al cuerpo. Por esto es tan importante la experiencia, los textos tienen que ser encarnados, cuando empieces a vivir así no pierdes el entusiasmo de leer los textos, sino que quieres buscar más.

MER: Toda esta experiencia y manera de trasladar la capacidad sensorial daoísta y budista, y de cómo nos vamos transformando en un espacio de amor, misericordia, respeto y gratitud, ¿cómo lo trasladas al espacio académico y, en tu caso especial, a una universidad católica?

CLL: El contexto académico, por lo menos desde que yo empecé a dar clases, ha cambiado mucho. En un principio fui realizando un acercamiento al Asia desde la estética (poesía, artes), pero después el mismo contexto académico me permitió ir haciendo un giro hacia la filosofía. Fui aprendiendo casi de forma autodidacta, pero también en conversaciones con personas que habían vivido afuera, cuestión que me fue llevando a la sinología. Me parece que mi tarea en la universidad es ser una especie de puente para que los y las estudiantes puedan saltar más que yo. Tampoco quiero saltar más allá de eso, más bien busco unir lo teórico y académico con lo espiritual. Hay estudiantes que van por lo teórico y otros por lo espiritual: yo sería un trampolín en ambos casos.

Fotografía cortesía de Claudia Lira Latuz

Durante mucho tiempo, en los estudios sobre Asia, se manifestó el orientalismo y en eso veo muy claramente lo que es «ilusión». Y en eso hay muchos y muchas estudiantes que se sientan a meditar con otras personas, dos o tres veces, me cuentan que tuvieron una tremenda experiencia y mi papel es decirles la verdad… que en el momento de la meditación ocurren muchas cosas y que más que atender eso es realizar la práctica a diario. Hay mucho cuento en la práctica espiritual… lo que intento entonces es, por un lado, que las personas lean los textos, llevando la enseñanza desde el ámbito académico de manera sistemática, para que quienes lo deseen puedan continuar con sus estudios afuera (y que no les suceda de creer que esto no les sirve para nada) y, por otro lado, me encargo de desilusionarlos de esa ilusión que tienen. Si veo que hay un interés en meditar, les señalo que hay un día en que nos reunimos a meditar y ahí es donde enseño la práctica y lo importante que es la disciplina diaria en ello, cuestión que debe ser practicada por veinte años. Cuando ya pasan esos veinte años y alcanzas la maestría en algo, que puede ser la meditación, la caligrafía, lo que sea, se supone que eres un maestro/a, es ahí que te das cuenta de que, en realidad, eres un/a aprendiz, porque el conocimiento no se acaba nunca.

Ahí está la ilusión búdica, en cómo el ego cree que con dos o tres prácticas vas a estar iluminada y vas a poder dirigir algo. A veces en la práctica pasan períodos donde no pasa nada, es un desierto y la mayoría de las personas sólo quiere puro gozo, pero no es así. Las plantas crecen y se toman su tiempo…todo proceso requiere tiempo. Aún, así, no se termina, y en eso estriba la riqueza, en que siempre es nuevo.

Es difícil en un contexto católico, pero he podido tener diálogos interreligiosos y cuando hablamos de la experiencia nos damos cuenta de que estamos hablando más o menos de las mismas cosas. Ya en la ortodoxia van cambiando las perspectivas e interpretaciones.

Yo diría que lo más complejo es esa adicción de la juventud actual con los aparatos tecnológicos, que los tiene en estado de angustia, de ansiedad, y a eso se suma un sistema que los expone a ser ganadores siempre. Es una juventud que está pasándolo mal y está buscando otros conocimientos para saber qué es lo que le sucede más que otra cosa. Y claro, el daoísmo y el budismo remueven a muchos y muchas jóvenes, y desde ahí comienzan con su propia búsqueda. Pero en estos últimos años me he preocupado de lo importante que es estudiar las fuentes, la lengua, de que haya una bajada teórica que no sea orientalista. A su vez, ubicar estos conocimientos al servicio del análisis de la realidad, es decir, verlos desde la perspectiva del movimiento.

Fotografía de Claudia Lira Latuz

MER: Por último, con todo esto, cuál sería tu llamado a cómo deberíamos empezar a entender aquello que se hace llamar medioambiente, porque si bien hay una serie de acciones hacia la protección ambiental, como el reciclaje y el uso de las energías «sustentables», por ejemplo, pareciera ser que el consumo no cambia, y que seguimos buscando las vías necesarias para seguir sosteniendo una vida consumista más que otra cosa y, por lo tanto, manteniendo una concepción medioambiental que sólo sería conservar la misma «conectividad» consumista que requiere el ser humano moderno, alejándonos de una medioambiental natural y siguiendo con la construcción de un medioambiente  artificial, guardando a la naturaleza en una «reserva o parque natural». La pregunta entonces, ¿cuál sería tu llamado o invitación?

CLL: Primero haría un llamado a encarnar, a conectarse con la naturaleza que soy, con las otras naturalezas…es lo básico. Lo digo de una manera muy radical porque incluso los mismos ambientalistas que aman la naturaleza, muchas veces, no están conectados continuamente con la vida, entonces, creo que eso es un cambio radical de consciencia. La vida está siempre ahí, en la respiración, en el paso de las nubes en el cielo. No es un llamado a la contemplación y quedarse absorto mirando… sino que entrar en el movimiento, como dijo Heidegger en algún momento, «yo no contemplo la naturaleza, sino siento su constante transformación». Sentirla es vivir sintiendo, no es detenerse para sentir, porque lo que está detenido o más bien centrado es el vacío que nos habita y eso se puede permanentemente vivir si estás conectado ahora, en su tiempo y espacio, y en los miles de miríadas de seres que están ahí viviendo, el aleteo de la mosca, la luz que se filtra por la ventana…es un modo de vida. 

Cuando entras en ese modo de vida, cumples el papel que entrega la naturaleza, que es la transformación alquímica, donde das algo, al igual que las plantas y su oxígeno, nosotros también damos algo. Cuando eso ocurre te vuelves receptiva y puedes ser la voz de todas esas vidas. La vida se comunica, sabes cómo tocarla, cómo moverla, entonces, al estar en esa consciencia tampoco te vuelves un consumidor compulsivo. Tomas el mundo con delicadeza y lo usas lo menos posible, pero no porque estás pensando en usarlo lo menos posible o hay una teoría al respecto, sino que sucede porque así se vive. Entonces, ese cambio de consciencia, que es paulatino, va ocurriendo solo, y sola te vas convirtiendo en una persona cuidadosa contigo misma, cuidadosa con lo de afuera, no compras diez tomates porque sólo usas cinco y lo que tienes y no usas lo regalas, pero no porque quieres ser buena, es una consciencia, que todos podemos tener.

A muchos ambientalistas se les olvida lo básico, que es la interconexión de todo lo vivo y los cables de esa interconexión, tienen los cables desenchufados. Y mientras no se vuelvan a conectar, la naturaleza como sistema vivo también está un poco dormida, por eso que el trabajo que nos corresponde hacer es con las partes de la naturaleza que están despiertas, como los espacios sagrados, como los apus, por ejemplo, es trabajar en conjunto. Esto se siente como percepción y hay una inteligencia física, emocional, que impregna a la consciencia mental. Así la mente toma su sitio, no te ocupa toda la energía y empieza a aparecer la inteligencia del cuerpo y te enseña a cómo no gastar el mundo…nosotros gastamos el mundo con nuestras formas densas y torpes. Pero esto se puede evitar, todo ese trabajo lo podemos hacer y nos permite ingresar a una dimensión que es vital y que es distinta y que sólo se puede vivir desde la experiencia. No se nota ningún cambio por fuera, es sólo una condición ontológica y epistemológica, pero tú estás por dentro siendo ya la voz de la naturaleza…

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MARÍA ELVIRA RÍOS (1980), es doctora en estudios de Asia y África, con especialización en China, del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México (2015), postdoctorado Fondecyt (3190076). Sus publicaciones abordan temáticas en torno al budismo chino contemporáneo, cultura e idioma chino. Ha publicado sus investigaciones en diversas revistas académicas. Actualmente dicta cursos de cultura china y budismo en diversas instituciones académicas y es investigadora adjunta del Núcleo Milenio ICLAC, Universidad Católica de Chile. Miembro Aladaa Chile.