Las cuevas budistas de Longmen: «Las grutas de las Puertas del Dragón»

NATY SÁNCHEZ ORTEGA

«Y si hay personas que, en bien de los buddhas,

crean y modelan imágenes,

y las tallan con distinguidos relieves,

en tal caso todos habrán alcanzado el Camino del Buddha.»

Sutra del Loto, II.

Ilustración 1. Las grutas budistas de Longmen. Vista general desde el río Yi. Foto: adquirida en Bigstock

Durante siglos, generación tras generación, los seres humanos nos esforzamos por crear monumentos que expresen nuestro pensar y nuestro sentir. Damos forma a la piedra, al metal, a la madera… Buscamos imágenes que ilustren nuestro camino y sean el escenario de nuestra identidad cultural y del anhelo que nos mueve. Luego cambian los paradigmas o nos azotan los enfrentamientos, y los antiguos espacios espirituales y artísticos se desmantelan, se saquean y se entregan, por fin, al abandono de los años. Todo es impermanente… pero la piedra, por su dureza, aspira a cierta forma de eternidad y da muestras de un generoso esfuerzo por conservar vivo aquel legado y por darnos a conocer su historia. Esta podría ser la narración de las peripecias existenciales de muchos monumentos sagrados del mundo. Hoy le asignaremos un nombre y un lugar propios: las grutas budistas de Longmen, ubicadas a unos 12 kilómetros de la ciudad de Luoyang, antigua capital imperial china que hoy forma parte de la provincia de Henan.

Hacia el siglo II e.c., el budismo mahāyāna se había introducido en esa arteria vital que unió continentes llamada Ruta de la Seda. Gracias a la movilidad de este amplio espacio comercial y cultural, los monjes se habían alejado de la India y habían comenzado a traducir las doctrinas budistas al chino, despertando el interés de personas de distintos niveles socioculturales. Así, por ejemplo, tenemos noticia de monjes originarios de Gandhara, como Lokaksema, que en torno al año 147 e.c. murió en Luoyang tras haber traducido varios sutras. Por tanto, los primeros testimonios de la presencia budista en la región son muy anteriores al desarrollo de las grutas.

Ilustración 2. Algunas grutas son de dimensiones importantes, con imágenes de cuatro metros de alto, mientras otras son pequeñas hornacinas. Foto: adquirida en Bigstock

Poco a poco, las ideas fueron calando en la sociedad y unos siglos más tarde, durante la dinastía Wei del Norte (386-535) los sugerentes argumentos del budismo habían llamado la atención de los emperadores, quienes asumieron con entusiasmo la protección y el mecenazgo de los monjes, patrocinando la creación de un espacio cercano a la capital donde podrían vivir y desarrollar su trabajo espiritual a una distancia prudencial del ajetreo mundano, pero al alcance de visitas frecuentes por parte de la corte. Así nació el conjunto de santuarios rupestres que hoy llamamos las grutas de Longmen, que fue ampliándose durante los siglos sucesivos con la dinastía Tang (618-907), hasta alcanzar su forma definitiva en etapas más cercanas con la dinastía Ming (1368-1644) y la dinastía Qing (1644-1912). Ya a las puertas del siglo XX, experimentaron el azote de la guerra y las revoluciones que llevó el vandalismo a sus silenciosos espacios, junto al saqueo que repartió por el mundo gran parte de sus logros escultóricos. Así, algunos bellos relieves de Longmen o cabezas de buddhas arrancadas de la montaña han llegado a las lejanas ciudades de Nueva York (Metropolitan Museum of Art) o San Francisco, y también a diversos museos japoneses. Desde el año 2000, el conjunto ha sido considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, lo que ha significado un importante apoyo a los esfuerzos de las autoridades chinas por preservar este tesoro artístico y espiritual.

Ilustración 3. Pequeñas hornacinas y pagodas, talladas por orden de personas que buscaban acumular mérito y honrar a los Buddhas con estas imágenes sagradas. Foto: adquirida en Bigstock

Esas grutas construidas durante un milenio y medio y saqueadas en pocas décadas son hoy, pese a todo, un bello esqueleto del refinado arte imperial matizado por la elegante estética budista. Un marco temporal tan extenso me obliga a observar el conjunto más allá de su proceso de creación, por lo que describiré sin orden cronológico los puntos de más interés. La primera comunidad de monjes que se instaló en el área tomó como espacio vital la orilla oriental. Allí vivían, comían y descansaban en construcciones menos monumentales, que normalmente no se aprecian en las fotografías. En la orilla occidental, en cambio, desplegaron numerosos santuarios rupestres tallando en la piedra caliza los rostros de buddhas y bodhisattvas, arhats, lotos, apsaras y pagodas junto a otras escenas que representan a aristócratas y emperadores honrando al budismo… casi cien mil estatuas que oscilan entre los 25 milímetros y los 17 metros de altura, distribuidas en 2.345 cuevas de tamaños diversos, algunas tan pequeñas que son sencillas hornacinas devocionales. A todo ello se suma el bosque de estelas, casi 2.500, con sus delicados relieves, testimonio de un alto grado de excelencia artística, y las pinturas que se han conservado, aunque son menos numerosas que en otros enclaves del budismo chino.

Ilustración 4. El gran santuario de Fengxian de la dinastía Tang, con el Buddha Vairocana de 17 metros. Foto: adquirida en Bigstock

El gran santuario de Fengxian preside el conjunto rupestre con su Buddha Vairocana de rostro inmortal. El templo fue construido bajo la atenta mirada de una persona excepcional, la emperatriz Wu Zetian, la única mujer que ostentó la más alta jerarquía china en toda su historia, gobernando desde 690 a 705 en el marco de la dinastía Zhou—de la que ella es la única integrante—, hasta que fue obligada a abdicar en favor de su hijo. Su relación con la familia reinante comenzó en calidad de concubina del emperador Tang Taizong; a su muerte, según la tradición, Wu Zetian ingresó en un monasterio budista ordenándose monja, y permaneció allí unos cinco años hasta que inició una relación con el hijo y heredero de su anterior marido, asumiendo el rol de emperatriz-consorte en muy poco tiempo. Al morir su esposo Gaozong, tomó las riendas del Estado. Aunque las distintas posturas a favor o en contra de Wu Zetian construyen un relato más o menos favorable sobre ella, e incluso se ha puesto en duda que viviera cinco años como monja budista, lo cierto es que su interés por el budismo fue muy notable y el gran santuario de Fengxian es uno de los mejores testimonios, así como la cueva de los Diez mil Budas. Los textos afirman que la emperatriz empeñó parte de su patrimonio personal para sufragar el proyecto y que numerosos aspectos de la iconografía se establecieron a partir de sus indicaciones directas.

El gran santuario de Fengxian se alzó entre 672 y 676, gobernando Gaozong y Wu Zetian. La estructura de madera que completaba el complejo arquitectónico se ha perdido, y hoy se abre desnudo a las miradas de transeúntes y peregrinos. Nueve figuras protagonizan el muro principal de una gruta de 39 x 35 m. La figura central, considerada una obra maestra y punto de referencia de la escultura china, representa al Buddha Vairocana, asociado en el mahāyāna con la figura histórica de Buddha Shakyamuni. Flanqueando su figura vemos dos discípulos destacados del fundador del budismo: Ananda (a nuestra izquierda cuando miramos la escena de frente) y Kasyapa (a la derecha). Uno y otro tienen a su lado un bodhisattva, con su atuendo principesco de presencia majestuosa. El conjunto está protegido por lokapalas, guardianes de aspecto robusto y fiero que protegen la sacralidad del recinto.

Ilustración 5. Detalle del rostro majestuoso del Buddha Vairocana. Foto: adquirida en Bigstock
Ilustración 6. A cada lado del Buddha Vairocana se aprecia un discípulo, en este caso Ananda, y un bodhisattva. Foto: adquirida en Bigstock.
Ilustración 7. Las figuras serenas y erguidas de los buddhas, bhikkus y bodhisattvas contrastan con las posturas de los guardianes, con cuellos robustos y músculos en tensión. Foto: adquirida en Bigstock.

De la misma época y mecenas, como he dicho, es la Cueva de los Diez Mil Budas, completada el año 680. La puerta de la gruta está flanqueada por dos protectores que observan con recelo a quien se adentra en su interior. También los umbrales nos muestran, cuando los atravesamos, detallados relieves de monjes y fieles que parecen acceder con nosotros al sagrado recinto. Al fondo, cinco imágenes nos reciben: en el centro, el buddha Amitabha, creador de la Tierra Pura, nos saluda con afán benefactor sentado en su trono de loto. La estatua mide unos cuatro metros de altura y ha sido considerada un magnífico ejemplo de los valores estéticos de la dinastía Tang. Tras él, tallados en el muro, cincuenta y cuatro lotos se agitan en el aire pétreo del relieve mientras acogen a otros tantos bodhisattvas sobre ellos. En el techo, delicadas apsaras ofrecen frutos del paraíso celeste. Las paredes norte y sur que flanquean al buddha Amitabha maravillan al espectador con sus quince mil imágenes de pequeños buddhas de cuatro centímetros organizados en registros horizontales. En la zona baja de los muros laterales, los gandharvas hacen sonar sus instrumentos con la música pacificadora y amable de la Tierra Pura.

Ilustración 8. La gruta de los diez mil budas, presidida por el Buddha Amitabha. Foto: adquirida en Bigstock.

Entre los bodhisattvas, Maitreya fue uno de los más venerados por Gaozong y su esposa. Esta especial devoción al llamado «buda del futuro» explica su reiterada presencia en las grutas de Longmen. En la cueva llamada Leigutai, ordenaron tallar una hermosa figura sedente del bodhisattva, cuyo rostro está severamente dañado en la actualidad. En 1930 se arrancó el fragmento de la cara y hoy se exhibe en el Museo de Arte Oriental de San Francisco. A ambos lados del trono, dos bodhisattvas adicionales, de pie sobre un loto, señalan en su dirección. Los muros de la estancia nos ofrecen, como en la anterior, quince mil imágenes de pequeños budas. En el techo, un hermoso loto abierto corona el ascenso espiritual de la piedra.

Un siglo antes se esculpió la cueva central de Binyang. Se dice que el emperador Xuanwu, perteneciente a la Dinastía Wei del Norte, organizó a ochocientos mil trabajadores para concluir su decoración en tres años (520-523). Buda Shakyamuni preside el recinto con el mudra abhaya, flanqueado por discípulos y bodhisattvas. La escena nos lleva, casi sin darnos cuenta, a las primeras líneas del Sutra del Loto, cuando se describe a la feliz asamblea que escuchó con atención las enseñanzas de labios de Buddha. El estado de conservación permite apreciar todavía los restos de la policromía, que originalmente mostraba colores intensos, capaces de impregnar de vida a las esculturas talladas. Además de estos personajes sagrados, la gruta incluía una serie de paneles decorados con relieves en los que fue representada la corte imperial, con especial protagonismo del emperador Xiaowen y la emperatriz viuda Wenzhao. En torno a 1930 fueron robadas del recinto y finalmente, tras varias peripecias, han concluido su involuntario peregrinaje en Nueva York y en Kansas, donde museos tan importantes como el Metropolitan Museum of Art y el Museo de Arte Nelson-Atkins respectivamente, se ocupan de su custodia.

Ilustración 9. La cueva central de Binyang es una de las más antiguas del conjunto. En su interior se perciben todavía los restos de policromía. Foto: adquirida en Bigstock.
Ilustración 10. Ejemplo de los registros horizontales en los que se ordenan numerosas figuras de buddhas de apenas unos centímetros de altura, en número incalculable. Foto: adquirida en Bigstock.

Otra gruta interesante es la que recogió en sus muros una curiosa recopilación de hasta 140 prescripciones médicas para todo tipo de males. Se denomina Yaofangdong y se ha datado en un período amplio que va desde finales de la dinastía Wei del norte hasta inicios de la dinastía Tang. El análisis de los textos informa sobre el tratamiento de enfermedades comunes, pero también sobre diversas formas de locura. Podrían considerarse un buen testimonio de los conocimientos médicos de algunos monjes, pero no hay que olvidar que reflejan además una forma de devoción por la que se pedía ayuda y sanación a los buddhas.

Ilustración 11. Restos de policromía en las cuevas de Binyang. Foto: adquirida en Bigstock.

Resulta imposible abarcar en este breve artículo una descripción apropiada de cada unas de las cuevas de Longmen, pues como he dicho son 2.345 cuevas de tamaños diversos. Cada una es un testimonio del gobernante o el devoto que ordenó tallarla, del artista que dio vida a la piedra y de los monjes que las cuidaron y las acompañaron de lecturas, meditaciones, inciensos, flores y esperanzas. El río Yi podría ser un fiel cantor de cada una de estas piedras con formas búdicas, piedras que sonrieron coloridas durante siglos mientras eran acariciadas por sus aguas; sin embargo, hemos olvidado el lenguaje de los ríos, así que la parte más humana de este relato será silenciada, pues no podemos reconstruir las palabras que en sus orillas narraron las hazañas del Buddha e inspiraron a sus habitantes a seguir los pasos del Dharma; no podemos escuchar las enseñanzas de incontables maestros a sus discípulos, unos discípulos que fueron a menudo personas anónimas hoy olvidadas, pero también emperadores ansiosos de una sabiduría que aligerara un poco su carga y su responsabilidad. Sí, a orillas del río Yi, hombres y mujeres se acercaron a escuchar el eco llegado de Occidente, el eco de los sutras de Buddha.

«Y quienes empleen pigmentos para pintar las imágenes del Buda

y dotarlas de las características de un centenar de méritos,

quienes las hagan o encarguen a otros hacerlas

habrán adquirido el Camino del Buda»

Sutra del Loto, II.

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