Gakudo Yojin Shu. Colección de consejos para la búsqueda de la verdad

BUDDHISTDOOR EN ESPAÑOL

Gakudo Yojin Shu. Colección de consejos para la búsqueda de la verdad de Eihei Dogen. Traducción, edición y comentarios de Pedro Kaiten Piquero. Athenaica Ediciones, 2024.

LA OBRA

El Gakudo Yojin Shu. Colección de consejos para la búsqueda de la verdad, publicado recientemente por Athenaica Ediciones y ofrecido aquí en la versión de Gudo Wafu Nishijima, es una breve recopilación de diez textos del maestro Dogen con consejos para acercarse al budismo. Basándose en su propia experiencia en la búsqueda de la verdad, y con el fin de ayudar a las personas que quisieran aprenderla, el maestro Dogen escribió esta guía simple y directa reparando en los aspectos fundamentales a la hora de seguir la vía budista: desde la voluntad para la verdad, las auténticas enseñanzas o qué debemos esperar de la práctica, a la búsqueda de un verdadero maestro o la importancia de sentarse en zazen. Al texto original de Eihei Dogen se suman en esta edición los extraordinarios comentarios del maestro zen Kaiten Piquero que, de forma coloquial, es decir, priorizando la claridad e incorporando ejemplos sencillos, pero al mismo tiempo profundizando al detalle en cada uno de los consejos, toma como referencia el libro original para conformar una guía introductoria contemporánea que expone las bases del budismo zen y cómo acercarse a él. Por ello, el libro admite varios niveles de lectura, intentando servir tanto a los que deseen iniciarse o conocer las bases del budismo como a aquellos que quieran ahondar en su enseñanza.

«Gudo Roshi decía que el deber del discípulo era cuestionar al maestro y estudiar la vida de este. El Maestro Hakuin, por su parte, siempre enfatizaba tres actitudes en la vía budista: la duda, la determinación y la confianza. No hay budismo sin confianza. La fe budista no guarda ningún componente de creencia y, si lo tiene, ha de destilarse. En ese sentido, aunque resulte sorprendente, podría parecer que incluso la ciencia asume más premisas de fe —en el sentido convencional— que el propio budismo». Pedro Kaiten Piquero.

LOS AUTORES

Eihei Dogen (1200-1253) fue uno de los maestros zen más destacados del budismo y el fundador de la escuela Soto japonesa. Hijo de nobles, pero huérfano desde niño, internó como novicio a los trece años en el templo Enryaku-ji, al noroeste de Kioto.

Descontento con la enseñanza del budismo, viajó a China a los 23 años para buscar a un verdadero maestro que encontró, después de dos años de tribulaciones, en la figura de Tendo Nyojo, quien le enseñó y transmitió el Dharma. De vuelta a su país natal, Dogen Zenji escribió dos textos fundamentales de introducción al budismo: el Fukanzazengi (Guía universal para el método estándar de zazen) y el Gakudo Yojin Shu (Colección de consejos para la búsqueda de la verdad), a las que seguirían otras cumbres de la literatura zen como el monumental Shobogenzo.

Pedro   Kaiten   Piquero (Sevilla, 1976) es pianista, traductor y monje budista zen. Discípulo de Gudo Wafu Nishijima, tradujo dos de los textos más importantes del budismo: el Shobogenzo de Eihei Dogen en cuatro volúmenes y el Mūlamadhyamakakārikā de Nāgārjuna. En 2017 recibió en Japón la transmisión del Dharma del venerable Peter Rodo Rocca. Presidente de la comunidad Dogen Sangha en España, actualmente compagina sus trabajos discográficos con la enseñanza en el Zendo Gudo.

«El budismo es la libertad y la felicidad reales independientemente de lo que los otros quieran hacer. La práctica que nos transmitió el Buddha Gautama es única, y precisamente por ello no pretende imponerse a ninguna otra».

«Las huellas dejadas por los buddhas son experimentadas, por consiguiente, con la sabiduría intuitiva y no con el pensamiento ni los sentidos, sin que eso les conceda atributos místicos o especiales. Por eso, tal vez resulten invisibles para la mayoría».

FRAGMENTOS ESCOGIDOS

«Pocas cosas se presentan más desconcertantes y reveladoras en la vida de un estudiante budista que las primeras veces que se sienta en zazen. Apenas bastan unos minutos para percatarse de que la presencia de pensamientos o sensaciones es independiente de la voluntad que desea expulsarlos, conservarlos o impedir su aparición. Ese, para los que han vivido hasta entonces inadvertidos, es el primer enfrentamiento con la impermanencia de la realidad: cualquier pensamiento, emoción, sensación o circunstancia física es algo transitorio y, por tanto, carece de consistencia o carácter fijo. Hakuin Zenji escribió en La canción de zazen: «Desde el principio, todos los seres, por naturaleza, son buddhas, al igual que el hielo no es otra cosa que agua». Empleamos generalmente una energía incalculable procurando estabilizar lo inestable —tratando de «congelar», por ejemplo, los conceptos dentro de la inevitable sistematización del pensamiento—. Como sugería aquella letra: «Busco un centro de gravedad permanente». Sin embargo, en ese mismo intento de consolidar deliberadamente la realidad reside la manifestación en sí misma del inestable universo —el hielo siempre es agua—. Zazen, por su parte, nuestra práctica budista, porta consigo el calor revelador de que esa verdad conspicua siempre estuvo «descongelada»; una práctica que permite asir el estado real de la percepción, el pensamiento, la sensación, etc., desde su fluido estado natural».

«La base del budismo es la práctica; pero no la práctica para la felicidad, sino la práctica de la felicidad. Nuestras escuelas nos educan mayoritariamente de cuello para arriba, pero quizá desconozcan cómo podemos ser felices sin aquello que nos enseñan a desear como catalizador de dicho estado. Zazen hace que tomemos distancia tanto del apego adictivo a los contenidos que nos agradan, como del estado rumiador que se genera en el rechazo. Dejar manifestarse todo tal y como es, sin impedir su entrada ni aferrase a su presencia, es el arte del budismo. Admiramos sincera y debidamente a filósofos y científicos. Nos asombra cómo un órgano tan pequeño como el cerebro ha podido llevarnos a la luna o escribir El malestar en la cultura. Somos un milagro en el universo. No sabemos si alguien más en él ha tenido conocimiento de los descubrimientos y logros de Newton, Galois, Rembrandt o Mozart, pero nuestra más que improbable existencia tiene la oportunidad de aprender de ellos. Recuerdo leer en mi juventud a los filósofos, intentar comprenderlos y estudiar de cerca sus vidas con fascinación, pero me parecía que, al igual que cualquiera de nosotros, todos ellos sufrían y la mayoría eran profundamente infelices. La etimología del término filosofía —«amor por el saber»— no parecía idónea. Si los filósofos seguían buscando la felicidad, o bien el saber no nos hacía felices o bien eso no era el verdadero saber. Podemos pasar toda nuestra vida nadando entre conceptos y creando objetos de estudio del pensamiento, pero el cerebro que produce tales ideas siempre será parte de la realidad que pretende estudiar. La razón proyecta objetos, no puede comprender la verdad que la incluye. Pensar es, en cierto modo y aparentemente, separar. Por ello, el budismo no es un pensamiento ni una filosofía. Mucha gente se asombra de que, por ejemplo, no tengamos textos canónicos en nuestra tradición, la cual fue definida por el Maestro Bodhidharma como: “Una transmisión especial fuera de las escrituras, / sin ninguna dependencia de las palabras o los caracteres. / Señalando directamente hacia la mente, / vislumbrar la verdadera naturaleza y realizar el estado de Buddha”».

«Somos una especie compleja. Nos resulta difícil ver que, en nuestro proceso intelectual, hemos asumido como propias cosas que no solo no comprendemos, sino que nunca han sido refrendadas por nuestra experiencia y, por tanto, son externas. Este parece ser uno de los temas principales de la célebre novela San Manuel Bueno, mártir de Miguel de Unamuno, en la cual un sacerdote que no vive lo que predica invita a que los demás lo hagan. Por otra parte, es imposible no tener ideas o no sacar conclusiones de los hechos. Todas nuestras tendencias condicionadas provienen de haber sido directamente atravesados por los pensamientos, palabras y acciones, propias y ajenas —algo que en el budismo llamamos karma y que, una vez más, en zazen queda desleído, aunque no ausente—. Por consiguiente, es esencial experimentar la revolución de la que habla el Maestro Dogen; un levantamiento indiferente al conflicto y a la radicalización, cuyo eje fundamental, como veremos, es la duda, la confianza y la disciplina».

«El budismo nunca es extremo, pero algunos estudiantes encuentran difícil establecer una mente constante y diligente en la práctica y, por tanto, en él mismo. La disciplina muchas veces se reconoce como una acción entre el propósito y el logro. Habitualmente, ponemos en marcha la determinación para conseguir un objetivo. Sin embargo, en el budismo la disciplina ni va ni proviene de ningún sitio: es  autoconcluyente de por sí. Al comienzo de nuestra vida budista debemos confiar en que no es ni siquiera posible una identidad que pueda disciplinarse como medio para alcanzar un fin. No hay una meta en la disciplina: es el disciplinar quien disciplina al disciplinar mismo. De igual modo, cuando nos sentamos en zazen, no nos sentamos en zazen. Es el sentarse el que sienta al sentarse. Podemos ser libres en la obediencia, esclavos en la obediencia, libres en la libertad y esclavos en la libertad. Por eso, cuando creemos que no necesitamos zazen, y aun así simplemente practicamos con determinación más allá de lo que consideremos o sintamos, este hecho se revela».