Escuchar y ver el zadankai
Ezer R. May May*
A un par de pasos antes de llegar a la entrada de una casa o edificio, es posible oír un sonido con una tonalidad, ritmo y acentuaciones poco comunes en un contexto católico. Se puede prever que es un rezo por las evidentes repeticiones, pero no deja de ser extraño para muchos; los que caminan delante de mí, cruzan esa entrada al tiempo girando la cabeza hacia el interior del lugar para procurar identificar de qué se trata, pero tampoco se detienen.
Desde la entrada hay una o dos personas para recibir a los asistentes. El sonido del rezo aumenta conforme me aproximo; se observan personas sentadas en sillas, mujeres y hombres de variadas edades, adolescentes, jóvenes y adultos mayores. Todos con la espalda erguida, la mirada va dirigida al gohonzon resguardado en un altar (butsudan), las manos abiertas y las palmas unidas a la altura de la boca o el mentón; en sus manos, una especie de rosario—a la vista de cualquier cristiano cultural—llamado yuzu (número de cuentas) que marca los tiempos individuales de la recitación con el friccionar de las cuentas, en tanto que a cada uno le ayuda a (re)-centrar la atención cuando se percatan de su propia distracción durante la misma recitación. El aficionado todavía no distinguirá el fraseo del rezo, pero sí un impacto sonoro a su percepción, porque el contexto ritual es el que otorga significado a los sonidos. Y si el choque fluido de las cuentas marca el tiempo individual, los repiques del pequeño gong sirven al tiempo colectivo que señala los cambios: la velocidad disminuye, seguida de momentos de silencio; otra vez se tañe la campana, y la verbalización del rezo se modifica; se concluye el rezo con unas repeticiones más y el sonido del gong.
El anfitrión, aquel sentado al frente y más cerca del gohonzon, ofrece palabras de bienvenida. Explica al visitante que «lo que escuchó se llama daimoku», y que «consiste en la recitación repetida de Nam Myōhō Rengue Kyō» (Sánscr. Namas Saddharma Pundarika Sūtra), añadiendo que se trata de un mantra—ya no rezo, sino invocación. Y el silencio, es un agradecimiento a las fuerzas protectoras del medio ambiente (shoten zenllin); el cambio de verbalización corresponde a la declaración del gongyo, que está compuesta por dos partes: hōben (medios hábiles) y huryō (duración de la vida de El que así llega). Se repite el daimoku con una mayor velocidad, para luego pasar a la segunda, tercera y cuarta oración silenciosa: «Agradecimiento al Gohonzon», «Para el logro del Kosen Rufu» (se refiere a la difusión amplia de la felicidad y la paz) y «Oraciones personales y por los fallecidos». La invocación se clausura repitiendo tres veces el título del Sutra de Loto: Nam Myōhō Rengue Kyō.**
Para el aficionado iba ser complicado, ya que estos mantras e invocaciones se pronuncian en japonés. A los miembros Soka, la sonoridad de este idioma les brinda la sensación y percepción de habitar su espacio y momento sagrado individual y colectivo; y al mismo tiempo, el sentimiento de pertenencia al communitas local/global de los budistas Nichiren de la Soka Gakkai. De acuerdo a los mismos, como en una ocasión me lo expresaron, el daimoku representa la llave de la casa y el gongyo la casa misma, pues hōben alude a qué es un Buda y huryō cómo ser un Buda. Conforme pasa el tiempo, para el sentido auditivo es perceptible desde el timbre y la vibración vocal, cuál budista Soka tiene más tiempo en la práctica.
El diálogo había iniciado desde la sonoridad y el silencio intercalado, un diálogo con el espejo del gohonzon, o sea, con «la vida misma del practicante» como sostienen. De este diálogo interior le sigue el exterior. Las sillas se reacomodan en forma circular, se cierra el butsudan, ya no se contempla al gohonzon, sino a los Bodhisattvas de la Tierra (jiyu-no-bosatsu). El diálogo exterior se inaugura con la bienvenida expresada por el que sería el maestro de ceremonias (MC), tal cual fuere un «animador» de un festejo, procura hacer sonreír a la mayoría con comentarios que generan confianza y un ambiente de cordialidad. De antemano, se acuerda entre los budistas Soka quién quisiera o podría dar un testimonio inicial. El MC introduce y anuncia que alguien desea compartir un mensaje importante para los oyentes.
Este testimonio puede provenir de un adolescente, joven o adulto, pero se procura que los adolescentes y jóvenes participen; casi en su totalidad aluden a reflexiones y sentimientos surgidos de una plática informal con amigos, un suceso con los vecinos o en la escuela, o una conversación con los familiares. En muy pocas ocasiones el testimonio termina sin referencia alguna a la práctica o a un fragmento del gosho (escritos honorables de Nichiren Daishonin), porque normalmente son testimonios de triunfo, en el que el auto-control de las emociones, actitudes o estados de ánimo fue gracias a la práctica del daimoku.
Un joven comienza a hablar, se le nota algo nervioso, pero ese sentimiento desaparece poco a poco porque la persona sentada a su lado le da unas palmadas en la espalda para animarlo. Este joven expresó que es posible realizar el daimoku mientras se camina por la calle o en algún lugar público, y que le ha sido útil para su vida. Luego, una mujer de edad avanzada comentó que la recitación debe hacerse de manera concentrada frente al gohonzon, algo que no es posible si se está en la calle. El diálogo se prolongó un poco más, varios argumentaron sus posturas con la distinta literatura de la Soka Gakkai. El responsable de la reunión sentenció al pedir la palabra: «El daimoku será efectivo siempre y cuando se haga de completo corazón». Todos coincidieron. Las diferencias generacionales en torno a la práctica fundamental del budismo Nichiren Soka Gakkai se difuminaron momentáneamente. A partir de ahí fue visible el rol de ciertos actores en el decurso del diálogo.
Una mujer de mediana edad compartió un problema que tuvo con sus vecinos durante la semana pasada, y detalló el intercambio tenso de palabras que tuvo con esas personas, pero no aludió a Nichiren Daishonin, Daisaku Ikeda o al daimoku. Sin embargo, uno los responsables del grupo ofreció una explicación de dicha experiencia basándose en los escritos de Ikeda y de Daishonin, en el que la buena solución se debió a la asidua práctica budista de la mujer. Algunos asistentes se miraban uno al otro con una sonrisa, una expresión y movimiento de afirmación. La mujer reafirmó: «Así es, el daimoku debe ser la base de nuestra vida».
El diálogo es una de las formas para forjar la consciencia de que la práctica del budismo de Nichiren tiene un impacto en sus vidas cotidianas. El diálogo debe aportar pruebas de la eficacia de la práctica budista. Y el diálogo es cuando los jóvenes, también, aprenden a expresar sus experiencias frente a los demás, les ayudan a hacerlo y a entender dichas vivencias.
El zadankai es el espacio y momento para circular las realidades subjetivas, que por ser subjetivas están abiertas a la interpretación de los demás, haciendo posible, precisamente, el diálogo. El responsable de la reunión, percibe si el testimonio no fue lo suficientemente explícito para interpretarlo; unos lo afirman; otros comparten experiencias similares con resultados análogos; algunos recuerdan episodios narrados por Nichiren Daishonin o fragmentos de la vida de Daisaku Ikeda, susceptibles de comparación con el testimonio personal. Se comparten los efectos de una vida budista, recibiéndose como pruebas de una realidad que comienza a transcender a la subjetividad. Esta es la importancia que el fundador y primer presidente Tsunesaburo Makiguchi previó desde los primeros años de la Soka Gakkai en los años treinta del siglo XX: El diálogo como una vía para exteriorizar acerca de los problemas de la vida.
El diálogo funge como la fuente de aprendizaje, se asimila cómo debería entenderse la vida cotidiana en términos budistas, y en cómo expresarla con símbolos verbales y/o conceptos filosóficos, como el término «causalidad» que desplaza a la palabra «casualidad». Al mismo tiempo, el budista Soka adquiere pautas y guías para sus conductas futuras. Después de las reuniones es posible escuchar entre las múltiples conversaciones frases como, «la junta fue muy vigorosa», «qué alentado me estoy yendo», «la energía del diálogo fue muy fuerte» y «aprendí mucho en esta junta, ya sé cómo enfrentar mi problema ». En este sentido, se transita hacia lo que el segundo presidente Josei Toda llama, Revolución Humana.
Finalizan el diálogo, adecúan sus sillas para avistar con el menor obstáculo al gohonzon; con la postura erguida algunos toman el yuzu entre sus palmas abiertas unidas y repiten tres veces Nam Myōhō Rengue Kyō (sansho) con un ritmo lento; todos se levantan de su silla despidiéndose del gohonzon con una reverencia. El butsudan se ha cerrado. Falta despedirse de los demás asistentes, se dan la mano, se acuerdan próximas actividades, se acuerdan reuniones personales, se retiran. Todos regresan a sus hogares después de dos horas de haber dialogado consigo mismos y con los demás. Han declarado en idioma japonés la ley fundamental del universo, la budeidad, qué es y cómo ser un buda; y han declarado en su idioma nativo, en castellano, cómo se concreta todo lo anterior en la vida cotidiana, es decir, en la realidad subjetiva que se trasciende poco a poco mediante el diálogo. El ciclo ha girado de la inmanencia espiritual a la trascendencia colectiva y de la transcendencia colectiva a la inmanencia espiritual.
* Agradezco al amigo Yoshimar Gamboa, miembro de la Soka Gakkai México–Área Yucatán, por su lectura y comentarios al borrador de este texto.
** Esta descripción es resumida, por lo que omito ciertos detalles.
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