El planeta en el que vivimos

JORDI SOLÉ OLLÉ

Este artículo forma parte de nuestra edición especial: «Budismo, ecología y cambio climático»

El planeta en el que vivimos, nuestro hogar, nuestra casa y la de muchísimas especies desde hace milenios, es un lugar único comparado con los otros planetas del sistema solar o de otros sistemas cercanos. La abundancia de agua, su temperatura media, el flujo de energía que recibe del sol y, sobre todo, el equilibrio delicado entre la vida y el medio ambiente, ha permitido una evolución en complejidad en la Tierra que hace que los humanos hayamos podido subsistir aquí desde milenios y nos permite seguir haciéndolo actualmente. Pero, como sabemos, debido a nuestra acción sobre el medio ambiente y los ecosistemas, estamos alterando este equilibrio de lo que se conoce como ‘sistema Tierra’, ese que incluye no solo el clima, sino la biosfera (esa parte de la Tierra que comprende todo lo que está vivo), los océanos, los sistemas de agua dulce y los casquetes polares y zonas heladas.

Este cambio, o perturbación, de la situación estable que hemos tenido en los últimos millones de años nos lleva a circunstancias que ponen en riesgo no sólo nuestra especie, los humanos, sino todo el resto de la biosfera.

Pero ¿cómo podemos evaluar la gravedad de la situación? ¿podemos hacer un diagnóstico preciso de lo que le está pasando a la Tierra como hace un doctor ante un enfermo? Sí, y hay diversas metodologías que la ciencia utiliza para hacer este diagnóstico. Así como un doctor ante una enfermedad no solamente nos toma la temperatura corporal para ver qué nos pasa, la ciencia mide, además de los cambios en la temperatura global del planeta, otras variables o parámetros para poder hacer esta evaluación y decirnos cuan ‘enferma’ está la Tierra.

Siguiendo la analogía médica, sabemos que, si pasamos ciertos umbrales o límites de temperatura, tendremos fiebre y nos empezamos a encontrar mal, signo de que tenemos que ir al médico. Pues bien, para medir la salud de la Tierra uno de los métodos que aplica la comunidad científica actualmente es analizar algunos aspectos que se puedan cuantificar y que, en particular, nos puedan dar información de si estamos en ‘zona segura’ (no tenemos fiebre) o no (estamos por encima de un umbral peligroso).  En la metodología llamada límites planetarios, se consideran 8 aspectos cuantificables, de los que se han estimado umbrales, más allá de los cuales estamos ya en zona de riesgo y, cuanto más nos alejemos de ellos el peligro incrementa exponencialmente (es decir, este no es proporcional a la distancia que estemos del umbral). Estos límites son: cambio climático, acidificación del océano, nivel del ozono estratosférico, ciclos biogeoquímicos (básicamente la cantidad de nitrógeno y fósforo que liberamos al mar debido a su uso en actividades agroindustriales), uso de agua dulce, cambios en los usos del suelo (y el mar), integridad de la biosfera y contaminantes químicos. Vamos a verlos un poco más en detalle:

1. Cambio Climático: se refiere a las diferencias que se han medido de los patrones climáticos respecto a los documentados en época preindustrial y también en los cambios que se están acelerando en la última década respecto a los años 90 del siglo pasado. Estos cambios se miden en la evolución de la temperatura media del planeta (que está asociada a la cantidad extra de energía que el sistema Tierra está acumulando). Actualmente estamos 1.1ºC por encima de las temperaturas que teníamos en el siglo XVIII y en las más altas que nunca se han medido en los últimos cien mil años. Estos cambios son producidos por la acción humana, básicamente por las grandes cantidades de CO2 liberadas a la atmósfera en la quema de combustibles fósiles.

2. Acidificación del océano: el CO2 de la atmósfera no sólo hace que el planeta acumule más energía y por tanto suba su temperatura media, sino que además afecta la química marina: al haber más CO2 en la atmósfera, el pH de la superficie del océano cambia, este se vuelve más ácido afectando a los organismos oceánicos y por tanto a toda la vida en el océano.

3. Nivel de ozono estratosférico: la capa de ozono estratosférica nos protege de la parte de la radiación del sol que es nociva para la vida. Las actividades humanas desde la revolución industrial generan compuestos que, con el tiempo, afectan a esta capa, disminuyéndola, con el consiguiente riesgo para la vida en el planeta, ya que su acción de ‘filtro’ se debilita (usualmente absorbe entre el 97 y el 99% de la radiación ultravioleta que nos llega).

4. Ciclos biogeoquímicos: esto comprende dos de los principales elementos químicos que necesita la vida para mantenerse (el nitrógeno y el fósforo). Debido al uso masivo de fertilizantes y el tratamiento de los desechos en la agricultura y ganadería intensiva-industrial, hemos aumentado enormemente la cantidad que hay de estos elementos en tierra y en océanos con respecto a los que había antes de la revolución industrial. Por ejemplo, la cantidad de fósforo que va a parar a los océanos ha incrementado 10 veces respecto a la que se daba antes solo por el proceso natural de erosión de las rocas.

5. Uso de agua dulce: en este caso, se subdivide en agua dulce en el total y en el que se llama agua dulce verde, la que necesita el reino vegetal para poderse mantener en buenas condiciones (esto comprendería la precipitación en tierra, la evaporación y la humedad del suelo). En este último caso ya hemos rebasado los límites seguros.

6. Cambios en los usos del suelo: esto implica cambios en la cobertura del suelo, de bosque o selva a cultivos (por ejemplo, lo que pasa en la amazonia), de cultivos a zonas urbanas o industriales, o industrialización de áreas rurales (polígonos, implementación de grandes parques renovables en zonas no industrializadas…). Estos cambios también se están produciendo en el mar, se han ampliado las áreas de pesca (de pesca artesanal a industrial), la acuicultura es otra actividad industrial que repercute también en el medio marino, y la próxima posible implantación de renovable a gran escala cambiaría aún más el medio marino, sobre todo en áreas cercanas a la costa, ya de por sí muy degradadas por nuestras actividades económico-industriales.

7. Integridad de la biosfera: es uno de los dos límites más importantes (junto con el cambio climático) e interactúa con todos los otros aspectos o variables. Se mide en base a dos componentes: la diversidad genética y el mantenimiento de la biodiversidad. Estas dos componentes nos dan una idea clara de cómo los ecosistemas y la biodiversidad se están perdiendo y degradando.

8. Contaminantes químicos: se refiere a sustancias tóxicas bioacumulables, persistentes y que se dispersan en el ambiente fácilmente. Aquí entraría una amplia gama de sustancias desde, por ejemplo, subproductos debidos a la combustión industrial (metilmercurio) u otros productos tóxicos químicos que pasan al aire o al agua (directamente o porque son compuestos producto de reacciones en contacto con la atmósfera, el suelo o el agua). Este aspecto también incluiría los micro plásticos.

De estos 8 aspectos, en 6 ya hemos cruzado los límites de seguridad y, con el tiempo, en lugar de mantenernos cerca del límite o volver hacia zona segura, nos estamos alejando más hacia unos valores de alto riesgo para todo el sistema Tierra.

Algunos de los impactos más importantes al rebasar estos límites planetarios crean riesgos en alimentación (problemas de suministro de alimentos o seguridad alimentaria global), enfermedades (plagas en cosechas, epidemias), necesidad de más energía y recursos para mantener la producción de bienes básicos y las infraestructuras…

Una de las características que tiene el sistema Tierra, cuando lo empujamos fuera de la zona segura en varios aspectos a la vez, es que cada uno de estos límites planetarios interactúa con los demás. Por ejemplo, la integridad de la biosfera depende de un clima estable, de unos flujos de nitrógeno y fósforo que no rebasen ciertos límites, de un ciclo del agua que permita el mantenimiento de los ecosistemas o de que no haya contaminantes tóxicos que se propaguen o acumulen en los organismos incrementando la mortalidad. Al mismo tiempo la biosfera actúa de regulador del clima, regula el ciclo del agua e influye en los ciclos de nutrientes. Así, llegado a un cierto punto, esta degradación de la biosfera puede crear efectos en cascada que aceleren los cambios y las pocas variables que quedan dentro de los límites seguros los sobrepasen llevándonos a un estado planetario muy diferente del actual que, seguramente, no será apto para la vida humana en el planeta.

Teniendo en cuenta todo esto ¿cómo se presenta el futuro? ¿Qué nos dice la ciencia de las posibilidades que tenemos ante esta situación tan complicada? El panel internacional de NNUU sobre el Cambio Climático (IPCC) propone cinco escenarios de evolución teniendo en cuenta los diferentes grados de implementación de las políticas que sugiere la ciencia para adaptarnos y mitigar el Cambio Climático. La recomendación es muy clara: estamos ya muy cerca de un punto de no retorno, con los principales indicadores que hemos comentado anteriormente rebasando la ‘zona segura’, solo nos queda esta década para actuar y, aun así, estamos ya sufriendo, y sufriremos en el futuro, los efectos de lo que ya hemos hecho en el pasado. De los 5 escenarios principales que el año pasado y el anterior proponía la ONU, si seguimos las tendencias actuales, hay mucha probabilidad de que rebasemos los 1.5 ºC de incremento de temperatura en este siglo, con lo que estaremos ya rebasando la zona segura de temperaturas medias, esto acentuará las tendencias actuales de riesgo en la seguridad alimentaria, incremento de plagas y enfermedades, aumento de la mortalidad, inundaciones, sequías, tormentas violentas, etc. que conllevaran riesgos de incidentes en infraestructuras y, debido a la subida del nivel del mar, riesgo en infraestructuras y ciudades costeras, etc. (actualmente un 40% de la población mundial vive en zonas costeras). Estas condiciones llevarán a un riesgo mayor de inestabilidad social en las áreas más afectadas, sobre todo, pero también a nivel global: grandes movimientos migratorios, hambrunas y guerras. Por otro lado, la globalización requiere de un consumo creciente de recursos (energéticos y materiales) que implica seguir explotando e industrializando áreas que actualmente aún no lo están, con la consiguiente destrucción masiva de ecosistemas e incremento de la contaminación, que ya actualmente supone un riesgo para la salud (plásticos, metales pesados, compuestos químicos tóxicos, etc.). Como hemos visto, este funcionamiento ha hecho que crucemos los límites seguros de muchos de los indicadores principales, mostrándonos que el planeta está gravemente enfermo. Además, el sistema actual, basado en el mercado y la monetización de cualquier aspecto social (sea este material o funcional) implica una competencia y cosificación creciente de personas, animales y ecosistemas en una relación cada vez más injusta y desigual.

Para evitar las peores consecuencias y, sobre todo, adaptarnos a las nuevas condiciones del futuro inmediato, necesitamos cambiar profundamente la manera que tenemos de funcionar tanto a nivel individual, como colectivo.

Tenemos que transformar un sistema socioeconómico basado en la competencia, la dominación de la naturaleza, el acaparamiento de recursos y la codicia, en otro que tenga en cuenta que somos una parte integrante y en igualdad de condiciones del ecosistema junto con el resto de los seres vivos. Tenemos que ir hacia una socioeconomía que no priorice y ponga en énfasis en el individuo consumidor como centro de la sociedad. Este cambio debe ir acompañado de una transformación social y aquí surge un gran interrogante: ¿qué guía, qué visión podemos tomar para llevar a cabo esta profunda transformación individual y social?

Buda alcanzó la iluminación meditando bajo el o árbol del despertar. Creative Commons

El budismo nos puede ayudar a hacer frente al sufrimiento que genera y generará esta emergencia planetaria, cambiando la perspectiva actual de cómo funcionamos individual y socialmente.  Esta nueva perspectiva podría apoyarse en dos aspectos. El primero estaría relacionado con las cuatro nobles verdades, ya que, como hemos visto, los escenarios futuros nos ponen ante situaciones que sacarán al norte global de nuestro sueño de bienestar basado en la huida, el autocentramiento y la distracción. Estamos hechizados por esta persecución actual de la felicidad siempre futura, siempre mejor, que hace que no se valore el presente porqué el mañana siempre promete algo excelente y, para que sea así, tenemos que conseguir más: dinero, objetos, relaciones, posesiones, admiración, fama… El aspecto interesante de la situación actual es que nos pone, y nos pondrá cada vez más, delante de un espejo: este pretendido bienestar no era tal, ya que se basaba en la huida del presente, en el empobrecimiento de otros y en el abuso de otras personas y otras especies para mantener nuestro tren de vida. Aquí es donde las 4 nobles verdades pueden aportar mucho, ya que, reconociendo el sufrimiento, nos ayudan a ver que el aferramiento a esta ilusión que nos daña (y daña a todo el planeta) es la causa, y que reducir este aferramiento a nuestra idea de felicidad, mediante el óctuple sendero aporta una vía a la gestión emocional ante la pérdida que supondrá la catástrofe ambiental y ecológica a la que nos enfrentamos. Esta ‘reducción del deseo’ como causa del sufrimiento y el mal que hemos causado al sistema Tierra, nos ayudará a reducir el sobreconsumo en el norte global, cambiando la perspectiva materialista del mundo, minimizando el deseo/necesidad de consumir como fuente de felicidad/bienestar.

Otro aspecto que el dharma nos aporta para la gestión emocional y material de la crisis ambiental y ecológica es el énfasis en la empatía como fuente de solidaridad en tiempos difíciles: el amor, la compasión, el regocijo y la ecuanimidad son unos grandes aliados que nos brindan la oportunidad de reforzar el sentido de conexión con los otros humanos y ampliarlo a todos los seres vivos. La gama del altruismo nos aporta una satisfacción y bienestar genuino, que no depende de posesiones materiales, de poder o de dinero, sino que nos permite sentir(nos) parte de la naturaleza, percibir (racional y emocionalmente) lo que la ciencia ya hace décadas que intelectualmente nos dice: somos parte de un todo, de una red invisible que nos conecta mediante acciones, palabras y pensamientos. Desde esta perspectiva podremos llegar a la realización de que el sufrimiento de otros es el nuestro, que tenemos que trabajar para reducirlo, y que la alegría de otros también es la nuestra: que nuestro vivir sirva para ayudar a construir un futuro iluminado para todos los seres.

Referencias y enlaces

[1] https://espanol.buddhistdoor.net/crisis-sistemica-global-y-budismo-hacia-un-cambio-de-paradigma/

[2] https://www.youtube.com/watch?v=pjDHAhAThhs

[3] https://espanol.buddhistdoor.net/karma-e-interdependencia-una-aproximacion-des-los-sistemas-complejos/

[4] https://www.paramita.org/la-empatia-una-puerta-de-entrada-al -camino-espiritual/

El Dr. Jordi Solé Olle es investigador en los campos del clima, medio ambiente, ecología y energía. Doctor en Física Aplicada por la Universidad Politécnica de Cataluña. Ha participado en 21 proyectos científicos, liderando cuatro de ellos. Ha escrito 54 publicaciones y es revisor de 7 revistas internacionales. Ha participado en más de 50 congresos científicos nacionales e internacionales. Ha sido co-asesor de dos tesis doctorales, actualmente es co-asesor de tres doctorados y ha sido miembro de tribunales y tesis de la DEA y tiene 14 años de experiencia docente de maestría y pregrado coordinando varias materias (en la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad Politécnica de Cataluña y Universidad de Barcelona). Ha publicado varios artículos de divulgación y ha participado en diversos medios de comunicación (radio, televisión e impresos) y también tiene un blog en catalán sobre temas relacionados con la energía / medio ambiente y sus implicaciones para la sociedad.