El observador testigo

DENKÔ MESA

En la experiencia de la meditación los términos observar, contemplar o las expresiones ser consciente y estar atento, se utilizan de forma sinónima. Todos se refieren a la misma actividad o actitud mental. Por otra parte, el término fenómeno u objeto contemplado apunta a cualquier cosa que estemos conociendo o percibiendo al meditar, ya sean de índole interna o apariencia externa. Al hacernos conscientes de ello, decimos: «esto es lo que observamos». Asimismo, la capacidad de ver es la misma para todo el mundo, por lo tanto, no se vincula con ninguna tradición espiritual en particular, igual que sensaciones como el calor, por poner un ejemplo, son universales. Es decir, todo el mundo experimenta calor y el calor es sólo calor. Así que, la observación es una capacidad cognitiva que toda persona atenta puede desarrollar plenamente.

Fotografía cortesía del autor.

Es importante resaltar que durante la meditación el sujeto mira de forma serena lo que es visto, aceptando aquello que se le presenta sin la intención de apropiarse del fenómeno, por placentero o deleitoso que sea, ni tampoco lo rechaza o esquiva por desagradable que aparezca. De igual forma, el observador permanece ecuánime, es decir, se percibe tranquilo ante el apego y el rechazo, evitando caer igualmente en el terreno de la indiferencia. Aunque no es ideal que tengamos codicia, aversión y confusión mientras practicamos, estos impulsos surgirán. Lo relevante aquí es nuestra actitud a la hora de relacionarnos con ellos.

Una vez vistas las tendencias que aparecen, lo primero es reconocer si hay codicia, aversión o confusión cuando meditamos. Luego, es sentir y saber que no tenemos que intentar parar o cambiar ninguna emoción. Nuestra determinación interna nos permite simplemente observar, es decir, no es crear algo nuevo o diferente sobre lo que se presenta, ni tampoco consiste en resistirnos a nada que aparece. Lo que sí podemos hacer es mantener la disposición correcta ante lo contemplado, permaneciendo abiertos y receptivos. Esta es una de las claves de la observación testigo.

Nuestro cuerpo, emociones y pensamientos son energía que nos da forma, nos impulsa a avanzar y evolucionar, o bien nos estanca o limita. Cada cual debe ver qué energía está atendiendo, qué pensamientos aparecen, qué patrones conductuales, discursos, creencias, acciones, etc., está vehiculando porque esta vibración interna es la que nos define instante tras instante. Estos factores que he señalado son como las piezas de un Lego dentro de la estructura mental, emocional, física de la persona. Al aceptarlas, las atraemos o mantenemos hacia nosotros. Si las rechazamos, también las estamos atrayendo. En este caso, se trata de soltarlas, dejando partir los patrones insanos. Por eso, cuando aparece la luz, se diluyen y desaparecen las mentiras de la mente. Como expresa el tercer patriarca del budismo zen en China, el maestro Kanchi Sôsan:

Cuando nuestros ojos no duermen,

las ilusiones se desvanecen.

Para acercarnos a comprender la cualidad del observador testigo, hemos de llevar primero la atención a nuestro svādhiṣṭhāna. Está situado en el centro e interior del cuerpo, a la altura de tres dedos por debajo del ombligo. Desempeña un papel importante en nuestro bienestar. Es la sede de la creatividad.  Significa la «Morada de la fuerza vital» o el «Hogar del ser». A la altura del segundo chakra está el hueso sacro. No es casual su nombre, pues expresa lo sagrado. En este caso tiene forma de escudo. Una de las funciones de los huesos es la protección de los órganos, por lo que indica que el sacro, protege algo sagrado, en este caso, la energía primordial o kundalini (madre) que está enrollada tres vueltas y media a esa altura, sostenida por el primer chakra o raíz (mūlādhāra) que actúa como un pedestal que sostiene la energía. Cuando se produce el despertar espiritual en la persona, esa energía se despierta y asciende hacia la coronilla, conectando todos los chakras con la energía universal (padre). Para que esta conexión y despertar suceda, el meditador reconoce un deseo puro en su interior. Si hay empeño en conseguirlo, no sale, si aparecen expectativas o identificación y apego, no funciona. El ego es lo contrario al deseo puro. Si te obsesionas, no funciona. Si te escondes, tampoco funciona. Todo esto es ajeno al observador testigo, un ser con el corazón abierto y completamente entregado, pues no hay codicia alguna en su interior, ni aprovechamiento posible. Hay confianza total. Estas cualidades no las podemos memorizar, intelectualizar o imitar desde la mente. Lo que sí podemos hacer es disponernos al deseo puro de avance y crecimiento, concibiendo el adecuado uso de la atención para tomar elecciones conscientes. Lo único que podemos elegir es aquello a lo que atendemos. ¿Qué estamos eligiendo atender instante tras instante? Cuando hay atención, la sabiduría puede surgir. La atención o la toma de conciencia es como una puerta. Todo descubrimiento llega tras un hábito saludable. Cualquier cosa que alimentemos a la luz de la presencia, se vuelve un hábito, pero sin atención cualquier cosa que hagamos será muy rápida y automática; energéticamente nos iremos con ella. Con suficiente atención siempre hay un espacio para elegir.

Volviendo al título del presente escrito, vemos que aparece el calificativo testigo. Aquí cobra especial relevancia en el ámbito de la meditación. Un testigo es un observador directo del acontecimiento que se desarrolla ante él. La palabra sánscrita para testigo es sakshi, vocablo derivado de dos raíces que son: sa– «on», y aksha– «sentidos u ojos». El sakshi está en capacidad de desidentificarse de los hechos, las ideas que presencia, y al mismo tiempo puede apreciarlos con sus propios ojos. En cualquier caso, es importante no confundirnos al usar los términos para describir el proceso de atestiguar. El sakshi no es un aspecto extraño u oculto, o un conocimiento secreto en algún lugar de nuestra mente. Atestiguar sobre nuestros pensamientos y emociones no es manipulación, ni distorsión de nuestro conocimiento sobre la mente. Con certeza podemos afirmar que cada uno de nosotros tiene la capacidad de ser ese testigo interno. Es una de las cualidades del ser. Podemos ver las acciones de la mente directamente y, aun así, mantenernos ajenos a ellas.

Fotografía cortesía del autor.

Retornando al vocablo citado, como la mayoría de las palabras sánscritas, el término aksha contiene muchos significados. Puede significar también «el centro de la rueda». Cuando la rueda gira sobre sí misma, todos sus componentes también lo hacen, el borde externo, sus rayos o radios e incluso su centro, aunque el punto central o eje se mantiene fijo.  La capacidad de permanecer firme y estable mientras los eventos se suceden a nuestro alrededor, es la característica más importante de un sakshi. Llegamos a este punto, veo una relación directa con el término budista dukkha, pues hace referencia a un eje que se sale de una rueda, provocando una fricción, léase sufrimiento en el sujeto, es decir, la pérdida de la cualidad del observador testigo.

El proceso de atestiguar tiene tres componentes esenciales:

  1. ver nuestra experiencia directamente manteniendo cierta distancia
  2. mantenerse desapegado y firme en el proceso
  3. interiorizar gradualmente la experiencia como una nueva forma de visión.

La experiencia más sublime es observar y descubrir que todo está vivo a tu alrededor. Todo es perfecto tal cual es. Todo es un gozo en el observador testigo. Para llegar a esto, el trabajo está en soltar y liberarnos de lo que no somos y atender cada vez más a lo que sí. La predisposición para estar abiertos a la verdad es la clave en el proceso meditativo. Desde ahí se recibe la magia del acontecimiento observado y aparecen las grandes experiencias de transformación. En sí mismas son cualidades innatas que se despliegan y abren a nosotros, se expresan en nosotros.

No pienses que eres el observador testigo. Esto no es una creencia. Es algo que surge en ti naturalmente. Lo eres. No se trata de técnicas para ser algo. No memorizas o ensayas que lo eres. Esto no es teoría. Meditar es la experiencia del puro gozo y deseo del Ser. Recuerda que es desde el deseo puro y la entrega cuando la energía que te habita, se expresa en ti, pura e inocente. En cuanto te deshaces de todo lo que no tiene valor, nutres cada vez más la esencia. Por eso, el cocinero del monasterio zen es el que recibe la certificación, no el monje erudito que se lo sabe todo.

Fotografía cortesía del autor.

Aprender a observar es aprender a silenciarnos, no a dejarlo todo en silencio, sino a contemplarlo todo desde el silencio. Si hacemos el silencio en nuestro interior, podemos contemplar como espectadores de una obra teatral la función de nuestra vida que se desarrolla ante nuestros ojos: pensamientos, deseos, emociones, temores, acciones… Y nos hacemos conscientes de que nosotros no somos eso, sino el testigo que lo observa.

Todas las grandes tradiciones espirituales cantan el momento de unión con lo sagrado, la veneración ante al asombro, la experiencia del deseo puro que conlleva a la fusión con lo inesperado, cuando adentro y afuera ya no son dos, cuando sujeto y objeto se funden en unidad, cuando el que mira y lo mirado vibran al unísono.  

Como dijo el Buddha en el Udana Sutta

En lo visto sólo debe haber lo visto;

en lo oído sólo debe haber lo oído;

en lo que es sentido (olido, saboreado o palpado) sólo lo sentido;

en lo que es pensado, sólo lo pensado.

Denkô Mesa comenzó a estudiar y practicar el budismo zen en 1989. Tras completar satisfactoriamente su formación, en el año 2005 es reconocido como maestro zen, recibiendo posteriormente el 8 de diciembre de 2023 una segunda Transmisión del Dharma (shihô) a través de Éric Rommeluère (Jiun Dôjô) perteneciente al linaje de la escuela Sôtô. Es licenciado en Filología Hispánica por la ULL y catedrático de Lengua Castellana y Literatura. Ha publicado varios libros sobre budismo e interioridad: Quietud, El viejo arte de darse cuenta, Zen aroma eterno, Entrega y confianza, La mirada interior. Su última obra se titula Quimeras del ego.