El diamante de Dunhuang
ALEIX RUIZ FALQUÉS
Cuando en 1906 el famoso orientalista, anticuario y explorador Aurel Stein (1862–1943) partió en su aventura por el desierto del Taklmakán, sus cálculos del tiempo requerido para la travesía se basaban en las crónicas de antiguos pelegrinos chinos como Xuanzang (s. VII) y, sobre todo, en los informes de Marco Polo (s. XIII). En las memorias de viaje publicados por el propio Stein años más tarde, asombra su confianza en documentos que lo precedían más de cinco o diez siglos. Pero a falta de mapas, no le quedaba alternativa. Seguramente una mezcla de locura genial y afinidad espiritual con aquellos pioneros de la antigüedad forjaron los éxitos de Stein. También influyó en la carrera del explorador húngaro-británico el interés geoestratégico en la cartografía del Asia central por parte de las dos grandes potencias del Gran Juego: el imperio ruso y el imperio británico. No debemos olvidar que la expedición de Stein fue financiada con fondos procedentes, en su mayoría, del Raj Británico.
Admirablemente Stein y su equipo lograron cruzar el desierto en el margen de tiempo previsto a partir de sus lecturas de Xuanzang y Marco Polo. Pero no se apagó aquí su buena estrella: al llegar al oasis de Dunhuang hizo un descubrimiento que fue clave en la reconstrucción histórica de la famosa Ruta de la Seda. Stein fue el primer occidental en acceder a una biblioteca que había sido sellada alrededor del siglo XI, un verdadero tesoro con decenas de miles de libros antiquísimos y otras piezas de arte de incalculable valor que han servido para reconstruir históricamente la famosa Ruta. La cámara secreta con la biblioteca fue descubierta en 1900 por un monje local llamado Wang Yuanlu, al que Stein compró una cantidad considerable de materiales (los detalles de la transacción se desconocen y han sido objeto de especulaciones).
El motivo exacto por el que aquella biblioteca se había preservado escondida no lo sabemos del cierto, pero parece que los monjes de la zona quisieron proteger el patrimonio literario y artístico en tiempos de guerra, que coinciden con las llamadas invasiones islámicas. La biblioteca se encuentra en una de las Cuevas del complejo de Mogao («Incomparable») o «Cuevas de los mil buddhas», cerca de Dunhuang, en lo que había sido un centro buddhista de principal importancia desde el siglo IV al XIV y uno de los últimos reductos del buddhismo indio. La famosa ciudad de Dunhuang se encuentra cerca de un oasis y era el punto de encuentro entre la Ruta de la Seda del norte y la del sur y había sido en el pasado un punto de encuentro para todo tipo de gente, incluyendo monjes y mercaderes buddhistas. Con ellos viajaban también los manuscritos y libros que estudiaban y adoraban a partes iguales.
Entre los valiosos rollos de la colección de Dunhuang se encontró el libro impreso más antiguo del mundo: una edición xilográfica del Sutra del diamante fechada en 868. Este fue uno de los aproximadamente seis mil libros que Aurel Stein envió a Inglaterra. Ahora se conserva en la Biblioteca Británica de Londres, donde es tenido por uno de los grandes tesoros de la institución. En un momento en el que el mundo se plantea qué hacer con los bienes culturales apropiados durante la era de los grandes imperios coloniales europeos, uno se pregunta si el manuscrito debería ser devuelto a la China, como gesto de buena voluntad. Sea como fuere, hay que aplaudir la iniciativa de la Biblioteca Británica de publicar con libre acceso el libro digitalizado en calidad óptima.
La relación entre los libros y el buddhismo es muy estrecha, pero en ciertos periodos y escuelas tiene más que ver con el simbolismo que con el estudio textual. La tradición del buddhismo mahayana, por ejemplo, se desarrolló en paralelo a la escritura y al libro como medio de propagación del Dharma. Si en los periodos más tempranos del buddhismo la dimensión oral era predominante, en siglos posteriores el libro se empezó a ganar terreno como portador de la enseñanza. Esta materialidad escrita de los sutras del mahayana los convertía en emanaciones del Dharma, verdaderos objetos de culto. Así, los manuscritos e impresiones de textos buddhistas eran considerados fuentes de mérito y buena fortuna.
La costosa copia de un manuscrito no se llevaba a cabo solamente porque hubiera más lectores necesitados, sino que también obedecía al deseo de hacer una acción meritoria. En buena medida, y siempre según los historiadores, esta creencia en el libro como vehículo material del mahayana («el gran vehículo») habría sido la fuerza motriz del desarrollo de la imprenta en China. La voluntad de difundir el Dharma por todos los rincones del mundo habría motivado el perfeccionamiento de una técnica de copia de sutras a gran escala. Pues, en efecto, parece que, en la primera época de la imprenta xilográfica, la mayoría de libros en China eran buddhistas, aunque la primera edición completa del Tripitaka, el llamado «canon Kaibao», no se completó hasta finales del s. X (se publicó por fascículos entre 971–983). Naturalmente, no todas las obras impresas eran buddhistas. A partir del s. X empezaron a ganar terreno ediciones de los clásicos del confucianismo, obras de filosofía y enciclopedias. La imprenta también se utilizó para fabricar papel moneda y sellos comerciales.
Aunque el desarrollo de la imprenta en la China antigua nos cause una inevitable admiración, es interesante observar que esta tecnología fue acogida con cierta resistencia. La proliferación de ejemplares gracias a la imprenta había abaratado el coste de los libros a una décima parte. Algunos maestros sospechaban, preocupados, que los jóvenes ya no memorizaban los textos, sino que simplemente los leían (o tempora, o mores!). En el sistema educativo clásico, la literatura no solamente era una cuestión de lectura, sino sobre todo de escritura, caligrafía y memorización a golpe de repetición. El famoso literato y artista de la dinastía Song, Zhu Xi, rememoraba en 1076 cómo los antiguos maestros apreciaban el acceso a un manuscrito y se apresuraban a copiarlo de su puño y letra, de modo que pudieran recitarlo día y noche. Sin embargo, Zhu Xi comprobaba cómo en sus días la gran cantidad de libros que se habían hecho accesibles no recibían ningún interés por parte de los jóvenes candidatos a los exámenes. Pero todos aquellos miedos eran en parte infundados. Pues el arte del manuscrito, de la caligrafía, no desapareció. Es más, contratar a un escriba para copiar un texto seguía siendo más barato que comprar un libro. En el caso de los textos buddhistas, es imposible separar la producción de libros del culto y el ritual.
La famosa edición del Sutra del diamante de 868 es un ejemplo de ello. El libro no fue publicado, como hoy en día, por una empresa editorial, sino que más bien fue un encargo personal de una persona llamada Wang Jie. El colofón al final del texto dice: «El 15º día del 4º mes del 9º año del periodo del reino de Xiangton, Wang Jie hizo esta obra para difusión universal en nombre de sus padres». El concepto de difusión universal no tendría sentido si se tratara de un manuscrito, pues difícilmente llegaría a pasar por las manos de mucha gente, por rápido que lo leyeran. A lo que Wang Jie se refería no era a la copia concreta, impresa, del libro, sino a la matriz xilográfica, que se podría utilizar infinitas veces para generar copias del sutra. El costoso patrocinio de una matriz fue una «buena obra», o como se suele decir, una acción para acumular méritos (puṇya en sánscrito, puñña en pali), inspirada en la piedad filial. Si bien es verdad que la edición de textos impresos impedía que los estudiantes practicaran la caligrafía y la memoria, el ejercicio devocional de los buddhistas consistía precisamente en el proceso de impresión y difusión del Dharma, que era tan o más importante que el resultado. Como veremos más abajo, la doctrina buddhista recelaba de la mera especulación intelectual.
El Sutra del diamante de 868 consiste en un rollo horizontal de cinco metros de longitud, compuesto a partir de la unión de partes impresas con bloques de madera grabados. El texto había sido escrito con pincel y tinta en papel, luego estampado a una lámina de madera, de modo que los caracteres quedaran impresos al revés. Los artesanos vaciaban con el buril el contorno de los caracteres y de este modo se conseguía una matriz que parecía escrita al revés, pero que al ser estampado sobre papel volvía a su disposición original. En la cubierta se puede ver al Buddha dando su lección al discípulo Subhuti, que en este diálogo formula preguntas para aclarar sus dudas ante el Maestro. El detalle de ejecución de la ilustración y el texto denota que el arte de la impresión xilográfica ya estaba muy desarrollado. De hecho, existen fragmentos de un Sutra del loto, descubiertos en Turfan en 1906, que los expertos fechan en el reino de la famosa emperatriz Wu Zetian (624–705).*
El Sutra del diamante es un clásico de la tradición mahayana, originalmente compuesto en sánscrito. A pesar de su relativa brevedad (unas quince páginas impresas), su mensaje es cardinal: la iluminación es la experiencia de la insustancialidad de todos los fenómenos, incluyendo los conceptos del Dharma. En un momento del diálogo Subhuti dice:
Oh Bienaventurado, tal y como yo he comprendido lo que el Bienaventurado ha enseñado, no existe ningún Dharma en el que haya despertado el Buddha completa y perfectamente despierto, ni tampoco ningún Dharma que el Buddha haya enseñado como supremo despertar. ¿Por qué? Porque el Dharma que el Bienaventurado ha enseñado es imposible de aprehender, es inefable, no es ni Dharma ni no-Dharma. ¿Por qué? Porque las personas nobles se distinguen por el poder que extraen de lo incondicionado.
(mi traducción se basa en la traducción inglesa de Paul Harrison)
El diálogo entre Subhuti y el Buddha ofrece una reflexión profunda sobre la vacuidad y sobre los peligros de conceptualizar la propia doctrina. De aquí viene la metáfora de la penetración del diamante. De hecho, el título del sutra, que se presta a múltiples interpretaciones. En sánscrito el título completo suele ser Vajracchedikaprajñāparamitāsūtra, un compuesto quilométrico que se podría traducir del siguiente modo: «El sutra sobre la perfección de la sabiduría que es una cuchilla hecha de diamante». La metáfora de la sabiduría como navaja o espada que corta la realidad, es decir, que discrimina lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo inconveniente, etc., es tan antigua como el buddhismo. Como es bien sabido, el diamante (vajra) es el mineral más duro, el que puede cortar o perforar cualquier superficie. La metáfora de la iluminación o conocimiento profundo como perforación también es muy antigua y se opone al mero conocimiento teórico que se queda en la superficie. Es por ello que, seguramente, a los buddhistas no les preocupaba mucho el estudio, ni el hecho de que, al publicar sus obras con la tecnología xilográfica, se perdieran las buenas y lentas costumbres de los estudios escolares amanuenses. La historia que hay detrás del libro impreso más antiguo del mundo nos ofrece un testigo de los esfuerzos que los buddhistas de la antigüedad para hacer el Dharma siempre accesible, hacerlo de «difusión universal».
Coda serendípica
Una curiosidad final: entre las muchas aportaciones que Aurel Stein hizo a lo largo de su dilatada vida encontramos una versión sánscrita del Quijote cervantino, escrita por pandits de Cachemira. Stein la encargó para su amigo y mecenas, el bibliófilo de Boston Carl Tilden Keller (1872–1955), creador de una de las mayores colecciones de traducciones del Quijote. Esta versión se ha publicado recientemente en las Pune Indological Series (Pune, India), en una preciosa edición del Dr. Dragomir Dimitrov. La figura de Aurel Stein es una de estas conexiones sorprendentes entre las trayectorias de un clásico del buddhismo y un clásico de la literatura hispánica.
*E. Wilkinson p. 926
Enlaces:
International Dunhuang Project
Charla sobre el sutra de Susan Whitfield.
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Aleix Ruiz Falqués (Barcelona, 1982) es Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Barcelona (España), Master en Sánscrito por la Universidad de Pune (India) y doctor en Estudios del Asia del Sur (especialidad de pali) por la Universidad de Cambridge (Reino Unido). Su campo de investigación es la literatura buddhista en pali, específicamente la tradición birmana. Actualmente es profesor de lengua y literatura pali en la Shan State Buddhist University, Taunggyi (Myanmar), y profesor de pali en el Instituto de Estudios Buddhistas Hispano (www.iebh.org). Tradujo junto a Abraham Vélez de Cea y Ricardo Guerrero el libro de Bhikkhu Bodhi En palabras del Buddha (Kairós, 2019) y próximamente publicará el libro Los últimos días del Buddha: El Mahāparinibbānasutta pali con el comentario de Buddhaghosa (Trotta, 2022).