Carl Jung y el elixir áureo
JOSEPH HOUSEAL
Una diferencia básica entre las formas de la danza occidental y las formas de danza religiosa asiática, es la coexistencia dentro de las formas asiáticas de una técnica interna complementaria. En términos de complejidad y espontaneidad, estas técnicas internas son tan complicadas como las técnicas de movimiento físico con las cuales se hallan integradas. De hecho, las técnicas internas no son realmente otra cosa que tipos de meditación. O sea, la activación y uso de diferentes partes de la psique; una especie de concentración y control mental que funciona mientras el cuerpo físico está bailando. La mente danzante es otra mente. Transmitir las enseñanzas internas de las tradiciones de danza espiritual, es tan sutil como enseñar meditación.
Debido a que hay muchas técnicas de meditación explícitas en las tradiciones espirituales asiáticas del budismo y el taoísmo, y dado que estas técnicas son inseparables de su expresión físico-corporal por parte de un practicante, el budismo y el taoísmo a veces han sido considerados como filosofías o prácticas para el cultivo personal y no como «religiones» en el sentido que se le da a este término en Occidente: un conjunto de creencias vinculantes. Dado que las técnicas de meditación activan —y desactivan— partes de la mente al elevar la atención y cultivar la energía, dan como resultado una transformación de la conciencia, la cual va más allá de la conciencia mundana. No son idénticas las partes del complejo mente-cuerpo que están operando mientras se practica taichí, por ejemplo, y las que lo hacen en el comportamiento mientras se hacen las compras. ¿En qué consiste este estado mental? ¿Qué es la meditación en movimiento de la danza sagrada? ¿Cómo se concentra uno en las realidades psíquicas, mientras al mismo tiempo realiza movimientos de baile prescritos?
Esta columna, Danzas Antiguas, ha tenido la suerte de poder compartir descripciones de la danza ofrecidas por los propios bailarines, así como por monjes, montañistas, académicos, cartógrafos, antropólogos, filósofos, pintores y psicólogos. Existen tres textos asiáticos fundamentales, cuyos primeros contactos con el Occidente tocaron a las puertas de la mente occidental con comentarios del psicoanalista suizo Carl Jung (1875-1961). Estos serían El secreto de la flor áurea [atribuido a Lu Dongbin, traducido por Richard Wilhelm con la traducción al inglés de C.F. Baynes (1931)]; El libro de los cambios [atribuido a Fuxi, también traducido por Wilhelm y Baynes (1950)]; y el anterior Libro tibetano de los muertos [atribuido a Padmasambhava, traducido por Kazi Dawa Samdup y presentado por el antropólogo estadounidense W.Y. Evans-Wentz (1927)].
Jung basó sus pensamientos fundamentales sobre las prácticas espirituales orientales, en la supuesta actividad del inconsciente. Así fue como los antepasados Fuxi, Lu Dongbin y Padmasambhava (fundador del budismo tibetano), llegaron a la literatura popular occidental, filtrados a través de las nacientes interpretaciones psicológicas de Jung. No es sorprendente, entonces, que la generación psicodélica haya convertido estos libros en superventas. Jung también se hallaba interesado en los psicodélicos. Reinaba una fascinación orgánica hacia la mente distinta a la mente occidental.
El término «el inconsciente» fue acuñado por el filósofo romántico alemán del siglo XVIII Friedrich Schelling (1775-1854). La palabra apareció por primera vez en inglés en las traducciones de Samuel Taylor Coleridge (1772–1834). Como filósofo, Schelling fue un idealista trascendental. Para él, el inconsciente se refería a fuerzas más allá y fuera de la conciencia. El neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939) tomó prestada la palabra y la usó como un término médico, describiendo no solo la actividad psicológica, sino también nombrando un depósito mental donde se almacenaban recuerdos, emociones reprimidas, sueños e impulsos ocultos.
El acto de aprovechar el inconsciente y el describir un «inconsciente colectivo», usando arquetipos y símbolos, fueron tópicos popularizados por el trabajo de Jung, quien no estaba de acuerdo con Freud respecto a la naturaleza del inconsciente, en parte por proveer a lo inconsciente con algunas actividades positivas, incluida la creatividad. Jung se sentía fascinado por los estados mentales desconocidos para los conceptos o estudios occidentales de la mente. Exploró el significado universal de los diseños de mandalas como mapas de la conciencia y, más allá, como puertas de entrada al inconsciente. Experimentó con psicodélicos tradicionales, exploró estados de sueño e investigó sus propias visiones extáticas. Jung se hallaba fascinado de manera natural con estas traducciones de los clásicos espirituales asiáticos, porque estos se hallaban familiarizados con estados mentales desconocidos para Occidente. La «mente danzante» de los monjes budistas y los sacerdotes tántricos es un ejemplo claro del altamente cultivado estado mental asiático, con el cual el Occidente no se hallaba familiarizado.
Jung no creía que los occidentales pudieran comprender o practicar los modos orientales de espiritualidad y meditación, creyendo que las «dos mentes» se hallaban demasiado separadas. En su extenso comentario sobre la enseñanza no sectaria para acceder a la esencia primordial de cada individuo, El secreto de la flor áurea1, le dedica mucha energía a defender el intelectualismo occidental y el enfoque científico de los fenómenos. En el marco conceptual de Jung, él no puede tomar en serio desde el punto de vista religioso a las deidades evanescentes del budismo tibetano, pero seguramente contempla a las técnicas tántricas como conocedoras de las condiciones psíquicas de la mente; como mecanismos vívidos de interacciones con el inconsciente. En estos clásicos asiáticos, Jung expresó su aprecio por la larga experiencia y la delicadeza para con los procesos mentales instintivos e intuitivos —incluyendo el uso de símbolos—, que trascienden al pensamiento racional. Los métodos de meditación budistas y taoístas no eran ni racionales ni intelectuales para Jung. Para él, eran psicológicos.
Quizá haya algo perfectamente incongruente en que tres de los personajes más extravagantes, mágicos y coloridos de la historia espiritual asiática sean presentados en Occidente por un grupo de intelectuales europeos bigotudos, intrigados por aspectos de la mente no desarrollados en Occidente, pero altamente desarrollados en la antigua China y los Himalaya. Una fascinación científica por lo desconocido y una psicología naciente, contribuyeron a nuestra comprensión del I Ching, la flor áurea y el libro de los muertos.
Hay un problema con toda la noción de usar el «inconsciente» para desbloquear las prácticas espirituales orientales. Esto es algo que señala y desarrolla el psicoanalista y filósofo Leonard Feldstein (1930-2022). El «inconsciente» se define «científicamente» por lo que no es. No tiene una definición positiva. Hay conciencia, y luego… hay todo lo demás. Esta es una idea amplia —incluso conveniente—. Las tradiciones asiáticas de danza espiritual ya poseen términos para los estados de conciencia más allá del pensamiento discursivo y de la percepción sensorial. Es una manifestación múltiple y un campo de conciencia y acción personales, cultivado durante miles de años por transmisión personal.
Feldstein, un filósofo profesional de la ciencia, sugiere que para que haya coherencia en una teoría sobre el complejo mente-cuerpo, cualquier noción de que la mente tiene componentes conscientes e inconscientes debe ser complementada por la de que el cuerpo los tiene igualmente. Debe haber un «no cuerpo». * El secreto de la flor áurea se trata precisamente de acceder en cualquier momento a la naturaleza primordial de cada individuo, y de continuar con la naturaleza esencial y la conducta manifiesta funcionando juntas, en una conciencia luminosa que abarca a ambas como un comportamiento iluminado. Esta es la mente danzante. Esto es lo que estudian los monjes de Shaolín para convertirse tanto en guerreros como en monjes.
Y así es como toda esta discusión se relaciona con la danza monástica budista cham, y la danza de los sacerdotes tántricos newar, el arte sagrado de Charya Nritya: ejemplos donde se unen técnica de meditación y técnica de danza. ¿Cómo un monje «se convierte en la deidad»? ¿Cómo «encarna a la deidad» el sacerdote que baila, para efectuar la transformación de su mente en un estado contemplativo estabilizado, mientras está actuando? Su cuerpo también tiene que aprovecharse de un mayor conocimiento corporal intuitivo del que es necesitado o al que se accede para las actividades mundanas. Tanto la mente como el cuerpo activan el «no cuerpo – inconsciente». Juntos encarnan a la deidad enrarecida, como modalidades de energía controladas por la mente. La meditación tántrica mantiene el estado mental durante la ejecución de una danza precisa y a menudo bastante larga. La naturaleza ilusoria de la realidad se halla en el centro de la experiencia, las deidades se disipan y se vuelve posible una experiencia cruda de la realidad primordial, experiencial de hecho, y capaz de ser ejecutada por los adeptos.
Tanto la inmanencia meditativa del momento a punto de emerger del no ser, como la trascendencia de lo sensorial y de la estimulación mental, se juntan en una danza yóguica. La experiencia viva de la vacuidad, el estado sin atributos, es traído a la tradición monástica de la danza cham y a la tradición newar de la Charya Nritya.
Concluiré esta breve introducción a algunas ideas sobre la comprensión de la mente danzante, con citas del comentario de Jung sobre El secreto de la flor áurea. Es sorprendente ver la brillantez de Jung cuando a estas obras antiguas de Asia recientemente introducidas, las asume con avidez junto con sus propias ideas novedosas que le permitieron un camino de comprensión. Es igualmente sorprendente percibir cuán lejos hemos llegado en nuestros conocimientos mutuos durante los últimos 100 años.
«La voluntad consciente no puede alcanzar tal unidad simbólica porque la conciencia es partidaria en este caso. Su oponente es el inconsciente colectivo, que no entiende el lenguaje de lo consciente. Por eso es necesario tener la magia del símbolo, el cual contiene esas analogías primitivas que hablan al inconsciente. El inconsciente sólo puede ser alcanzado y expresado por medio de símbolos, razón por la cual el proceso de individuación nunca puede prescindir del símbolo. El símbolo es la expresión primitiva de la conciencia, pero al mismo tiempo es también una idea correspondiente a la más alta intuición de la conciencia.
. . . nuestro tiempo es tan absolutamente impío y profano, porque carecemos de conocimiento de la psique inconsciente y perseguimos el culto de la conciencia con exclusión de todo lo demás. Nuestra verdadera religión es un monoteísmo de la conciencia, una posesión por parte de ella, junto con una negación fanática de que hay partes de la psique que son autónomas. Pero diferimos de la doctrina yóguica budista en que incluso llegamos al punto de negar que tales partes autónomas sean experimentables.»
(Carl Jung, Comentario sobre El secreto de la flor áurea)
1 Ver El secreto de la flor áurea, primera parte (BDG) y El secreto de la flor áurea, segunda parte (BDG)
NOTA DEL TRADUCTOR
* «No cuerpo» – traducción tentativa de unbody, que indicaría incorporeidad.