Borobudur, el camino ascendente. Segunda parte.
NATY SÁNCHEZ ORTEGA
Puede leer la primera parte de este artículo aquí
La estructura simbólica de Borobudur
La tradición oral todavía viva en Java atribuye la construcción de Borobudur a un arquitecto llamado Gunadharma, presente en algunos cuentos y leyendas, del que no existe información histórica. Sea como fuere, cuando exploramos la simbología arquitectónica resulta evidente que los encargados del proyecto estaban muy bien instruidos en los pormenores del pensamiento budista.
El conjunto de la construcción se divide en nueve niveles o terrazas que se agrupan en tres zonas simbólicas articuladas a modo de pirámide escalonada y conectadas con el diseño de la planta y con la narrativa de la decoración. Es, en sí mismo, un microcosmos. La planta de las seis primeras plataformas es cuadrada y la de las tres últimas es circular. En el centro de la novena terraza se eleva una estupa rodeada por otras setenta y dos más pequeñas en los niveles previos. Tales estupas están huecas y todas contenían en su origen una efigie de Buddha, perceptible desde fuera a través del entramado pétreo de su diseño.
El conjunto monumental se divide, como he mencionado, en tres regiones simbólicas que van a dar coherencia a la decoración en relieve y al proceso ascensional.
- Kāmadhāthu: el reino del deseo; en el edificio es el nivel más bajo y está asociado con un nivel de conciencia todavía inmerso en lo mundano, en el samsara y sus espejismos. Esta zona inferior fue la última en descubrirse en 1885 y su estudio ha revelado hasta 160 relieves describiendo kāmadhāthu según la cosmología budista. Uno de los grandes enigmas es el motivo que los llevó a envolver el área y dejar esta zona oculta: ¿fue por necesidades estructurales o estuvo motivado por cuestiones simbólicas?
- Rūpadhātu: el reino de la forma; corresponde al nivel intermedio formado por las cinco plataformas cuadradas. Se asocia con el proceso que experimenta la conciencia desencantada con la constante insatisfacción que produce el deseo (dukkha) y comienza a cortar sus ligaduras con el samsara en base a la adquisición de sabiduría y el desarrollo de las virtudes (paramitas). Estos seres tienen forma, pero no están esclavizados al deseo como los del nivel inferior; sin embargo, todavía no han alcanzado la suprema liberación. En la cosmología budista presenta numerosas subdivisiones que sería demasiado complejo describir aquí, pero digamos que se corresponde en general con el mundo de los devas o dioses.
- Arūpadhāthu: el reino de la no-forma; coincide con las tres plataformas de planta circular y la estupa central. Expresa la condición espiritual de quienes alcanzan la comprensión plena del Vacío (sūnyatā) y alcanzan el supremo Nirvana.
La decoración en relieve
Las terrazas forman corredores por los que transitaban y transitan de nuevo los peregrinos. Para acompañar esa marcha, los muros laterales y las balaustradas fueron decorados con suntuosos relieves narrativos que hacen del ascenso una reflexión visual meditativa. Como es lógico, la temática se acomoda a la estructura explicada en el apartado anterior, en una perfecta armonía estética, ética y metafísica. Estamos hablando de algo menos de tres mil metros cuadrados de superficie labrada, articulada en 2.670 paneles distribuidos entre la base (kāmadhāthu) y las cinco plataformas cuadradas (rūpadhātu). El nivel superior, constituido por las terrazas circulares, no contiene relieves. Hay que añadir que los arqueólogos han encontrado numerosos restos de policromía durante el estudio del monumento. Esto ha podido confirmar que en su momento de esplendor estuvo decorado con vivos colores y probablemente con acabados dorados. Las circunstancias climáticas y el prolongado abrazo de la vegetación durante siglos devoraron todo rastro de ello y sólo nos queda el tono sereno y uniforme de la piedra natural.
La base oculta dispone de 160 paneles. Dado que fueron los arquitectos originales quienes ocultaron esta zona, se tomó la decisión de volver a cubrirla después de los procesos de restauración, dejando a la vista únicamente la esquina sureste y mostrando las fotografías testimoniales en el museo cercano. Las escenas tienen una temática muy precisa: la ley del karma (karmawibhangga), fundamental en la comprensión de la dinámica del samsara. Las acciones que realizamos -buenas, malas y neutras- generan efectos. Los paneles no son narraciones en este caso, sino fotogramas de actos arquetípicos de una u otra conducta, que a su vez se asocian con distintos sufrimientos y placeres en los infiernos y cielos a los que conducen.
A medida que ascendemos encontramos, primero, la vida de Buddha como príncipe Siddharta, con detalles bien conocidos de esta biografía sagrada. A ella se suman los jatakas, narraciones que presentan numerosas vidas anteriores de Buddha en su desarrollo como bodhisattva, sobre las que he hablado ampliamente en otros artículos, pues decoraron muchísimos monumentos budistas a lo largo de Asia, como las célebres cuevas de Ajanta. Por último, se destaca la historia de Sudhana quien, con la ayuda del bodhisattva Mañjuśrī, se esfuerza por alcanzar la Sabiduría Suprema.
El conjunto de los relieves nos presenta todo tipo de seres celestiales (apsaras, gandharvas, deidades…) y también numerosos escenarios terrenales que incluyen estancias palaciegas con sus monarcas, músicos y cortesanos, así como cuantiosos ejemplos de vida cotidiana, fauna y flora. En este sentido, cabe señalar que muchas de estas escenas se han utilizado para estudiar la sociedad y el entorno natural durante el siglo VIII, del que se cree que son un vivo reflejo.
La escultura
Durante el ascenso, hemos ido encontrando una sucesión de esculturas jalonando las terrazas del rūpadhātu que parecen acompañar nuestro esfuerzo con su sabia mirada. Más que vigilar, pretenden inspirar y guiar el recorrido. Suman 432 efigies y están ubicadas en nichos de la balaustrada; su presencia se acomoda al espacio y en cada terraza vemos disminuir su número: 104 en el primer y segundo nivel, 88 en el tercero, 72 en el cuarto y 64 en la quinta y última terraza de planta cuadrada. Aunque la figura siempre aparece en posición sedente, presentan distintos mudras según la ubicación original que ocuparon, en relación con los cinco puntos cardinales y los Cinco Dhyani, siguiendo las enseñanzas del budismo Mahayana.
En los niveles más altos de la construcción, arūpadhāthu, se prescindió del relieve decorativo para conceder todo el protagonismo a la sucesión de estupas caladas con estatuas en su interior. Dado que una vez más los círculos concéntricos se van estrechando, la distribución de estupas en cada nivel va en descenso: 32, 24 y 16, culminando en la última que hace las veces de centro y cumbre de Borobudur. En su interior, las imágenes de Buddha muestran en sus manos el mudra del dharmachakra y están en relación con Vairocana, el Buddha Cósmico, asociado con el centro o el cénit, y con la enseñanza del vacío o la vacuidad (śūnyatā).
En esa «altura sin distancias», libre de las cadenas del samsara, la conciencia alcanza la Suprema Iluminación, abriéndose como los pétalos de un loto a la luz de la Sabiduría liberadora. El peregrino, por un momento, puede llegar a presentir ese Gozo supremo e inefable, reacio a toda descripción y que debe experimentarse individualmente en la propia cima interior, la que es invisible a los ojos, pero que se refleja como en un espejo en la arquitectura de Borobudur.