Borges y el budismo: leyenda, literatura y vida*
SONIA BETANCORT SANTOS
Este artículo forma parte de muestra edición especial «El budismo y literatura iberoamericana»
Cuando era un niño, con apenas once años, el escritor argentino Jorge Luis Borges publica, hacia 1910, su primer texto: la traducción del famoso cuento de Oscar Wilde El Príncipe Feliz. Entre las siempre ilimitadas novedades de la literatura borgeana, este hecho revela dos sorprendentes destinos para el literato, el de la primera publicación del que sería el narrador más aclamado de Latinoamérica y su fervor, bastante desconocido, por el budismo. En esta publicación de infancia vemos a un precoz traductor que seduce por su manejo del idioma español y del inglés, “la música verbal de Inglaterra” con la que su abuela británica le había enseñado a leer. Con las excelentes obras de la biblioteca que heredó de ella, principalmente, gracias a TheJungle Books de Kipling, a Arabian Nights y al poema acerca del Buda The light of Asia descubre una fascinación incondicional por Persia y Arabia, China, Japón y la India. De este modo, tigres y selvas ampulosas, geografías místicas y crueles, vocablos sánscritos y tibetanos se convirtieron en sustitutos de la realidad cotidiana de su Buenos Aires natal. Una atracción que se refleja a lo largo de toda su obra y que, en numerosas ocasiones, encuentra una conexión especial con el budismo. Así nos dice en una entrevista de 1984:
Bueno, yo llegué al budismo… era chico y leí un poema […] titulado The light of Asia, que era el Buda. Recuerdo los últimos versos, que dicen: “El rocío está en la hoja / levántate gran sol”, y luego, “La gota de rocío se pierde en el resplandeciente mar”; es decir, el alma individual se pierde en el todo. Yo leí ese poema –me costó algún esfuerzo— pero esas líneas –que habré leído hacia 1906— (ríe) me acompañan desde entonces.
[…] Era una idea más o menos general de la leyenda de Buda, yo había oído la palabra “nirvana”, que es una palabra… no sé, tan rica, tan inagotable parece, ¿no? […] Parece perfecta, no sé por qué.
Con todo ello, en la traducción borgeana del texto de Wilde—fiel al cuento original—símbolos egipcios y africanos, zafiros de la India y, sobre todo, el desapego y la compasión de un príncipe de oro irrumpen para sugerir lo que el autor afirmará pasadas cinco décadas: que El príncipe Feliz es “una variante de fines del siglo XIX de la historia del Siddhārtha”. Sorprende que pudiera relacionar con tanta soltura el cuento infantil de Wilde y la leyenda budista, y que estos textos de infancia permanecieran tan vivos en su memoria.
En la adolescencia, en la Ginebra de 1914 donde residió con su familia unos seis años, Borges descubre la filosofía idealista y los trabajos de Schopenhauer y por ellos decide emprender el titánico esfuerzo de estudiar en solitario el idioma alemán. La clara erudición de estos filósofos, pronostica, como Wilde en la infancia, el destino asiático borgeano, pues bibliografías de la escuela orientalista alemana conformarán, junto a los ricos compendios ingleses, un caudal erudito que no parará de ensancharse y que a la vuelta de su viaje europeo se interpone en pleno contexto argentino. Con algo más de veinte años, su curiosidad y su deseo de convertirse en un escritor de profesión, le conducen al contraste con otros escritores y eruditos porteños. Pues su camino por las sabidurías orientales transcurre siempre bajo la mirada de la literatura y por ello busca exponer los hechos más sorprendentes de estas culturas. Así, quizás sin proponérselo, logró reconstruir sin prejuicio una valiosa investigación de la tradición indostánica que juega a la sorpresa, al golpe de efecto, a la seducción y al diálogo con los lectores.
Para una sociedad de inmigrantes como la argentina, la idea de lo foráneo como identidad no resulta sorprendente; sin embargo, para estudiosos del orientalismo erudito o teóricos de la era poscolonial que traslucen en la perspectiva orientalista occidental un modo de eurocentrismo, la afinidad literaria borgeana acarrea, por lo menos, una desestabilización interesante. Liberado de las pretensiones políticas que nunca supuso para su país el interés por la cultura oriental, pero consciente de sus lazos con la cultura anglosajona, se sitúa en la paradoja del orientalista que con inspiración europea escribe desde territorio poscolonial. A esta encrucijada, ávido de descubrimientos en tensión, agrega otra: devora sin prejuicios tanto las canónicas bibliografías como las expresiones marginales de exploradores, aventureros y artistas. Las epopeyas hindúes y las biografías del Buda, las leyendas del Bodhidharma, algunos textos de la Vía Media, los diálogos budistas de Menandro y Nagasena o las novelas tibetanas y chinas, traducidos por eruditos europeos, se alternan con las aventuras de sir Richard F. Burton, los cuentos y novelas de Kipling o Stevenson, la obra divulgativa de sir Edwin Arnold o las aportaciones de E. M. Forster y Meadows Taylor, entre otros. Programará así un universo bibliográfico que busca exponer lo más sorprendente del pensamiento persa, hindú y budista, todo lo que, bajo su mirada, encaja perfectamente en el lenguaje de la fantasía.
Esta vocación se alimentó, ya en el ecuador de su vida, de un hecho inesperado. Debido a ciertos apuros económicos, se ve obligado a aceptar el cargo de conferenciante en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires, una actividad incómoda y fuera de las aspiraciones del tímido escritor que era entonces. Sin embargo, esta faceta de orador no solo elevará su figura pública, sino que canalizará su palpitante visión del budismo. Precisamente, el éxito de una breve conferencia sobre el Buda legendario, a petición del público, le animó a elaborar un curso de ocho clases titulado “Introducción al Budismo”. Con una mirada siempre original y lúdica, los conceptos áridos y las especulaciones más complejas suenan suyas, las atraviesa con ironía, con sentido del humor, busca los elementos más fantasiosos y, sobre todo, la crítica de Occidente. El criterio de la sorpresa y la conexión con la leyenda dirigen sus pasos, cree que la realidad es susceptible al tiempo a través de la historia, pero que sólo la alegoría le permite ir por el mundo “de boca en boca”, como una forma de memoria colectiva espontánea y eficaz. Para Borges, en suma, la historia del Buda alcanza sentido no en la constatación de su existencia humana sino en la filosofía y la ética que revela su leyenda.
A partir de aquí, numerosos y riquísimos apuntes y publicaciones tanto hechizaron la curiosidad del auditorio como alentaron la indagación, que durará dos décadas, de su asombroso libro Qué es el budismo. En algunas notas de los años cincuenta y en esta publicación final en colaboración con Alicia Jurado en 1976, investiga al máximo la filosofía budista y utiliza la erudición como estrategia literaria. Los temas y especulaciones elegidos reflejan las constantes más estudiadas de su obra, en la que resuena el budismo como inspiración: la cosmología como un laberinto mitológico; la irrealidad como naturaleza del ser humano, del tiempo y del universo; la posibilidad de experimentar la mística y la liberación; la imposibilidad de la lógica y del lenguaje para extraer una definición de la totalidad; la modulación estética de los sistemas de pensamiento; el esfuerzo por encontrar las raíces de todas las culturas; y un sentido de la ética basado en la compasión, la ecuanimidad y la cortesía.
De este modo, el recelo de encarnar al latinoamericano periférico que, plagando su discurso de imprecisiones, desglosa lecturas del budismo desconocido y lejano, se diluye en el hallazgo del que traslada todo apunte de erudición al extremo sugerente de la literatura. Borges quiere suspender al lector en un escenario mitológico, que lejos de especulaciones ilustradas, produce una cómoda sensación de proximidad en el lector occidental. Así el investigador instruido encuentra en esta obra una sugerente puerta de divulgación del budismo; mientras que el desconocedor del tema, halla un libro entretenido con el que fijará asombrosos conceptos que no dejan indiferente. Una mirada que lo convierte, en palabras de Peter Harvey, “en el mayor exponente argentino (más bien iberoamericano)” de la difusión del budismo en el siglo XX.
No sorprende, por tanto, que su obra narrativa y poética aparezca tan unida a las indagaciones budistas. Ya el poema “Benarés” en su primer libro, Fervor de Buenos Aires, y los ensayos de Historia de la eternidadplantean algunos mitos como modelos de escritura. El cuento “El acercamiento a Almotásim” supone, por ejemplo, una unión de campos separados en Occidente (filosofía, expresión literaria, religión y mito). Posteriormente, ensayos como “Nueva refutación del tiempo” o cuentos como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y su famoso “Las ruinas circulares” infieren una definición del ser humano y del mundo signados por la irrealidad. Por otra parte, todo parece indicar que la cosmología de superposiciones del budismo edifica las galerías hexagonales del cuento “La Biblioteca de Babel” o el laberinto de “La casa de Asterión”.
También, sobresale la remisión a la transmigración budista en cuentos como “El Inmortal” y “Los teólogos”, o la táctica del diálogo que aparece atravesada por el Milindapañha y las leyendas del Bodhidharma, obras que recoge en ensayos como “Diálogos del asceta y el rey” o en relatos breves como “La parábola de palacio”. En el cuento “El espejo y la máscara” o, incluso, en “El libro de arena”, el tinte orientalista descifra un binomio escritor-lector cuya búsqueda de la obra absoluta conlleva un perfeccionamiento que modifica la realidad convencional. Algo parecido a la visión súbita del “inconcebible universo” que recorre narraciones como “El Aleph” o “La escritura del dios” que, en mayor o menor medida, implican un enfoque tántrico del lenguaje. En estos y otros textos borgeanos la imposibilidad humana para describir la totalidad se aprecia como una torpeza del intelecto, no como una limitación de la experiencia.
Bajo ese influjo, la visión borgeana promueve una experiencia del conocimiento descargada de sus límites convencionales. En otras palabras, la tradición budista proclama en la obra del escritor argentino un despertar de la conciencia que no es restrictivo, muy al contrario, anima a su búsqueda trepidante, inabarcable, disuelta en la eternidad de un tiempo cíclico y abismal. En ese marco, el relato fabuloso, como en las narraciones hinduistas y budistas, es una herramienta de conocimiento y sabiduría. Algo que parece concretar también en uno de sus últimos cuentos, “Tigres azules”, en el que la lógica convencional aparece derrotada por la experiencia genuina.
Con todo ello, Borges revela un contexto latinoamericano expandido hacia el budismo desde una tolerante e integradora reflexión artística y cultural. En 1977, en palabras de Kipling, evocó buena parte de su vida: “Si has oído el llamado de Oriente, ya no oirás otra cosa”. Dijo haber tratado el budismo durante muchos años y con mucho respeto. Y aunque creía “haber entendido poco”, ese “curioso amor” nunca “le abandonó”. Muchas fueron las tentaciones del fervor borgeano, una de las más significativas, la aurora que confluye en el Ganges, en la que todo ha sido pensado y “cuyas filosofías no son menos extrañas que las de otro planeta”. Entre aplausos, cerca del final de sus días, concluyó que “esa patria de la suntuosidad” no era “una pieza de museo”. No para el traductor de El Príncipe Feliz ni para el discípulo argentino de Schopenhauer. No para el bibliófilo apasionado ni para el tímido orador hechizado por los secretos del budismo: “el jardín que tengo/ para que tu memoria no me ahogue”, dice en su poema “El Oriente”.
*Sonia Betancort, este trabajo toma en parte la divulgación titulada “Borges, un orientaliste latino–américain” publicada en Le Magazine Littéraire (2012) n° 520.
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Sonia Betancort es Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En la actualidad, profesora en la Universidad Camilo José Cela (Madrid). Centra sus investigaciones en las literaturas hispanas contemporáneas: orientalismo, hipertexto literario y transmedia, ecocrítica y ecofeminismo, didáctica de lengua y literatura. Autora de Oriente no es una pieza de museo. Jorge Luis Borges, la clave orientalista y el manuscrito de ‘Qué es el budismo’ (Ediciones Universidad de Salamanca, 2019), Premio a la Excelencia en Investigación UCJC 2020. Ha desarrollado estancias de investigación en América Latina y EE. UU. Poeta, ha publicado varios libros en España e Hispanoamérica, destaca La sonrisa de Audrey Hepburn, entre los diez mejores poemarios publicados en 2015 según, entre otros, El Cultural (El Mundo) y la revista Ínsula.