El dilema del dana: ¿es budista pagar por las enseñanzas?
SARAH CONOVER
Cuando pronuncio la palabra dana, ¿qué es lo primero que te viene en mente?
“Signos del dólar,” dice mi amigo, un meditador y practicante en retiros con una larga trayectoria. “Y después está la traducción de la palabra pali, dana: generosidad.” Ajahn Sucitto, un monje veterano de la tradición tailandesa del bosque, dice lo siguiente sobre dana: “Todo es dana. Se nos ha dado una vida. Se nos han dado cuerpos. Estamos en un universo de dana y formamos parte de él. Dana no es una donación. Desafortunadamente, se comercializa y se trivializa como tal.” La generosidad está en los fundamentos de todas las enseñanzas budistas. Pero estas dos ideas sobre lo que puede ser dana (una transacción monetaria versus un campo de virtud) ponen de manifiesto una deficiencia en las comprensiones y prácticas corrientes en las formas como el budismo se ha desarrollado en Occidente.
Esta situación confusa es difícil de evitar cuando retiros y otros foros mercantilizan las ideas budistas. El auge del mindfulness corporativo es un perfecto ejemplo de ello. Al mismo tiempo, Occidente es también un segundo hogar para linajes monásticos que todavía se adhieren a las reglas más estrictas promulgadas por el Buda, las cuales proscriben el uso del dinero. Cuando las enseñanzas se mezclan con un modelo capitalista de transacción, ¿qué es lo que se pone en riesgo? ¿Estamos comprendiendo la amplitud y profundidad de dana de la forma en que el Buda quería?
El budismo es todavía relativamente nuevo en América del Norte. A lo largo de los milenios, su entretejimiento con las culturas del Asia tuvo que lidiar con la brecha entre la pureza de las enseñanzas del Buda y las actividades de las sociedades que las adoptaron. En Occidente vemos hoy como una extraña hibridez está echando brotes, una hibridez que genera una plétora de oportunidades, desde clases de meditación en consejos de administración corporativos y en el Capitolio hasta la inclusión de más mujeres en el liderazgo de la enseñanza.
Instituciones y maestros están respondiendo al reto de mil formas diferentes, acercándose a este viejo problema en el budismo a lo largo de un espectro que va desde posiciones más seculares hasta las que se basan más en la fe. Cada estrategia tiene sus pros y sus contras, pero en general todas asumen la tarea de intentar mantener vivas, en una cultura consumista, tanto la idea de dana del Buda y como la generosidad radical. Aunque estas cuestiones se van a examinar aquí desde el prisma de la tradición theravada en América del Norte, que es la tradición que mejor conozco, espero que puedan servir también como caso ejemplar con implicaciones para otras escuelas.
En los principios: sin precio
A lo largo de los milenios, el Dhamma, la enseñanza del Buda, ha sido considerado por sus discípulos como algo que no tiene precio. Fue enseñado de forma gratuita por monjes, monjas y a veces personas laicas. El Buda no estableció como requisito para los monásticos que enseñaran, pero hasta el día de hoy, si deciden hacerlo, la enseñanza debe ser ofrecida como un regalo; ni monjes ni monjas pueden pedir nada a cambio. Cuando se ordenan, tienen derecho a una ropa abandonada por otros, al pie de un árbol donde sentarse, a sobras de comida y a medicinas básicas. El Buda no prohibió a sus monásticos aceptar donaciones materiales si estas donaciones se daban de forma libre y no consistían en dinero, oro o plata. Pero monjes y monjas no podían pedir ni usar dinero. De hecho, hasta el día de hoy, los monásticos en las ramas más ortodoxas del budismo, especialmente en el theravada, no pueden pedir nada en absoluto (a menos que alguien haya dicho anteriormente: “si necesitas tal o cual cosa, házmelo saber”), ni siguiera pueden dar pistas de que quieren nada más que agua, a menos que estén enfermos.
No todas las tradiciones se adhieren a las reglas de forma tan estricta, pero la frugalidad monástica se concibió de este modo por una razón: ayuda a los monásticos a ofrecer las enseñanzas sin vínculos que los comprometan. Puesto que monjes y monjas no pueden esperar nunca más que lo que sirve para satisfacer las necesidades básicas, el Buda comprendió que hay menos incentivo para alterar las enseñanzas con el fin de obtener una ganancia material.
El punto de apoyo de este paradigma era, y sigue siendo, la larga tradición de una comunidad laica local que proporciona los requisitos básicos para monjes y monjas. Esta disposición no es diferente en otras instituciones que mantienen a un sacerdocio o clero. Pero en muchos sentidos va más allá: en las formas más conservadoras del budismo, los monásticos no comen nada pasado el mediodía. Les está prohibido aprovisionar comida de un día para otro, porque el Buda quería que fueran dependientes y vulnerables a diario. En apariencia, se trata de un modelo poco práctico y arriesgado, especialmente desde una perspectiva contemporánea. Pero dana es una relación viva de confianza radical en la bondad de la gente. Esta confianza ha permanecido intacta a lo largo de los milenios: el sangha monástico budista es una de las instituciones humanas de mayor antigüedad ininterrumpida.
“La razón por la que ponemos énfasis en el dar y en la generosidad es por la frecuencia con la que el Buda habló de ello,” dice la venerable Dhammadipa, una monja que reside en el Aloka Vihara, un monasterio theravada para mujeres en Placerville, California. “Habló sobre el dar de muchas formas diferentes, entre ellas: vivir una vida ética de modo que otros puedan confiar en tí; el regalo de la presencia y de la amistad espiritual;” y, más relevante para la discusión que nos ocupa, “el regalo de cosas materiales, porque la codicia es uno de los problemas más extendidos con el que tienen que enfrentarse los humanos.”
Existe un conflicto inherente en querer honrar la tradición de unas enseñanzas que se dan de forma libre y gratuita con las estructuras y las instituciones modernas. La disonancia, en buena medida, deriva de cuestiones relacionadas con la necesidad de ganarse la vida por parte de maestros laicos, el alto coste de los retiros y la capitalización y mantenimiento de centros de retiro y centros de Dhamma. Ceñirse a los preceptos sobre la generosidad que enseñó el Buda dentro de esta vorágine de complicaciones financieras es un experimento que, en la larga historia del budismo, no se ha intentado nunca hasta la fecha. “Dana puede convertirse en un dolor de cabeza en todas partes,” dice Ajahn Sudanto, abad del Pacific Hermitage en White Salmon, Washington. “He escuchado a monásticos, maestros laicos y administradores de centros hablar sobre cómo tratan de equilibrar el trabajo que ellos hacen (ofrecer las enseñanzas y los programas) con el pago de todo ello. Me parece un poco triste que todavía no hayamos resuelto esta cuestión. Lleva ya décadas sucediendo y todavía sigue siendo fuente de mucha inquietud.”
Es fácil pensar que el modelo monástico equivale a la pureza y asumir que todo lo demás debe de estar desvirtuado o corrompido. Por otro lado, ciertos aspectos que son específicos de una cultura históricamente judeocristiana enturbian todavía más las cuestiones sobre el dana: ¿es el dinero bueno o malo? ¿Es la fuente de todo mal o fuente de libertad? Puesto que en nuestra cultura tenemos pocas formas de calcular el valor de las cosas que no sean cuantificándolo en términos monetarios, mucho se sienten atrapados en una parálisis ética.
Puntos a destacar
Un punto a destacar muy importante en el crecimiento del budismo, particularmente en Occidente, es la aparición de maestros laicos profesionales, gente que se gana la vida y mantiene a sus familias mediante la enseñanza del Dhamma. De hecho, el número de laicos que enseñan en Occidente sobrepasa de largo el número de monásticos. El Buda habló de la enseñanza del Dhamma como uno de los grandes actos de compasión hacia los demás, pero aun así la proliferación de maestros laicos es un territorio inexplorado: “No tengo constancia de que esto se haya intentado antes, el transmitir el Dhamma de esta forma, como una ‘profesión’,” dice Ajahn Sudanto.
El Buda no rechazó la riqueza como algo inherentemente malo; el dinero en sí mismo no es el problema si se gana por medios honestos y se utiliza para el beneficio de toda la sociedad. En el Ādiya Sutta, “Beneficios que deben obtenerse mediante la riqueza” (AN 5.41), el Buda elogia cinco objetivos que puede tener una persona laica para ganar riquezas de forma justa.
En muchos otros suttas, sin embargo, y en la mayor parte del Vinaya, el código monástico budista, el Buda establece un listón muy alto para la integridad ética requerida para la enseñanza. “Uno no debe enseñar con el deseo de inspirar a los oyentes de tal modo que le hagan regalos,” dice en un discurso conocido como “El símil de la luna” (SN 16.3). Si bien es cierto que el Buda dirigió esta admonición a la comunidad monástica, sigue teniendo validez para cualquier persona que enseñe el Dhamma. El hecho de que muchos americanos hayan perdido su confianza en instituciones religiosas y se sientan más cómodos haciendo donativos a un maestro laico puede también ser problemático: en una cultura movida por el individualismo y la fama, ¿es posible que presiones económicas empujen a los maestros laicos a decir aquello que sus seguidores quieren escuchar?
(El asunto se complica todavía más con una creciente toma de conciencia, entre maestros laicos, de que las maestras que son mujeres reciben aproximadamente la mitad de dana que sus colegas hombres. Las implicaciones de esta inequidad se deben tenida en cuenta al tiempo que la enseñanza del Dhamma se desplaza del horizonte de las instituciones monásticas, donde las mujeres han ocupado un espacio de estatus muy inferior al de los hombres durante siglos, al horizonte del mundo laico.)
La “charla del dana“, el “pedir”, se ha convertido en la norma para el maestro. Esta charla la da normalmente un practicante, no el maestro, para mantener así una distancia con lo que sería una petición de apoyo directa; sin embargo, cuando llega el final del retiro, los estudiantes son vulnerables y ello puede cambiar el tenor de la experiencia del retiro. Algunos maestros me han dicho que, a menudo, cuando vuelven a una sala llena de meditadores después de la charla del dana, aquellas caras radiantes han desaparecido.
En su ensayo “No Strings Attached: The Buda’s Culture of Generosity,” publicado en Access to Insight hace ya más de una década, Thanissaro Bhikkhu abogaba por quitar la charla de dana. En el ensayo describía su decepción, cuando volvió a los Estados Unidos desde Asia, al ver que la charla de dana se había convertido en un apéndice al final de las enseñanzas y los retiros. “Entiendo la razón detrás de la charla,” escribe, “Los maestros laicos, aquí, aspiran al ideal de la enseñanza libre y gratuita, pero siguen necesitando comer. … De modo que la charla de danase diseñó como medio para establecer una cultura de dana en un contexto occidental.” Thanissaro se pregunta, sin embargo, si ello distorsiona seriamente los principios budistas de generosidad al ajustarlos a un contexto occidental.
Ven. Thubten Chodron, la abadesa de Sravasti Abbey, en Newport, Washington, entiende que los maestros laicos se encuentran en una posición delicada. “Si lo miro desde su punto de vista: ‘He dejado mi carrera y mi profesión porque quiero dedicar mi vida al Dharma, pero todavía tengo todos los gastos de una persona con familia (esposo, hijos, hipoteca, seguro del coche, seguro de vida, seguro médico).’ Los maestros laicos están realmente ligados.” En muchos sentidos, dice, los monásticos son más libres para enseñar que los maestros laicos, pueden permitirse aceptar peticiones de enseñar sin pensar sobre cuánto dana van a recibir y sus necesidades son mínimas.
Precio excesivo y sin precio
El alto coste de los centros de Dhamma y los retiros residenciales es otro punto destacable, uno punto que ensancha la desigualdad de clases en una sociedad llena de injusticia social. Abrir un catálogo de retiros en cualquiera de los centros de Dhamma más conocidos puede dejar a muchas personas en shock al ver el precio: un centro theravada en California ofrecía un retiro residencial de un mes, el año pasado, con una escala de precios de 2.800 a 6.200 dólares, más la donación a los maestros y al personal del retiro; en la costa este otro importante centro theravada ofrecía un curso residencial de cinco días a precios entre 600 y más de 1.000 dólares sin incluir, otra vez, la compensación económica para los maestros.
Mi experiencia es principalmente con el mundo theravada, pero un repaso rápido a los centros de retiro de cualquier tradición budista nos muestra que, en general, las organizaciones budistas laicas están trabajando diligentemente para reducir la brecha económica, con becas y escalas de precio. Casi todos los centros de Dhamma ofrecen algún tipo de programa residencial en el que la habitación y el mantenimiento se pagan con trabajo en el centro. Pero esto no quita que comprar un edificio sigue siendo una empresa costosa, e incluso alquilarlo para un retiro puede ser arriesgado para un grupo, pues deben cerciorarse de que no se quedarán con una deuda importante. Un maestro theravada bien conocido con el que hablé hizo una encuesta con sus colegas y concluyó que cuando los estudiantes no pagan un depósito, de media la mitad de ellos acaban abandonando el curso.
Mirabai Bush, una de las pioneras que popularizó el budismo moderno de Asia en América explica que el modelo de los retiros es una invención reciente, aparecida en el siglo XX en Birmania, como resultado de la difusión de las enseñanzas del Dhamma fuera de los monasterios. Pero lo que se ha importado a América es la idea de que ‘esto es el budismo’.” Si los retiros, que implican catering, hospedaje y muchas horas lejos del trabajo, conforman el corazón de la práctica, ésta estará sin duda más allá del alcance de muchos. Muchos practicantes occidentales no son conscientes de que los monasterios budistas alrededor del mundo reciben visitantes para que se hospeden de forma gratuita, o casi, y que mantener la rutina de práctica, trabajo y comida que mantienen los monjes y monjas aleja al practicante de su vida normal tanto como un retiro.
En el mundo budista no-monástico también existe la posibilidad de acceder a enseñanzas y retiros gratuitos. El grupo más longevo y más numeroso que ofrece retiros gratuitos es la organización de Vipassana Goenka, una asociación birmana que recibe el nombre de su maestro S.N. Goenka (1924–2013). Este maestro empezó a dar sus enseñanzas a finales de los años 60 e inspiró a muchos pioneros del budismo en Occidente a ofrecer retiros en EEUU.
Hoy existen más de 200 centros Goenka Vipassana alrededor del mundo. Aunque los participantes de los retiros reciben varias peticiones de apoyo por parte de la organización, la donación no es un requisito: los gastos se mantienen al mínimo, casi todo el personal lo forman voluntarios y, como sucede con el modelo monástico, los maestros ofrecen su tiempo sin recibir salario. Miles de practicantes theravada acreditan un curso Goenka como su introducción a la meditación budista en cierta profundidad.
El campo de la experimentación
Existen básicamente tres modelos que el mundo del budismo theravada ha seguido en Occidente: el modelo de todo dana, en el que todo se ofrece gratuitamente; el modelo de una cuota o pago, simplemente una sola cuota para enseñanzas y hospedaje; y un modelo híbrido en el que se cobra una cuota para los costes directos, pero se deja aparte una petición de dana para los maestros, cocineros y personal.
Muchos estudiantes con los que he hablado se han quejado de que el modelo híbrido debería cambiarse de nombre y no llamarse dana: debido a la forma como se presenta, muy les genera un sentimiento de culpabilidad. ¿Será su culpa si el cocinero no se puede permitir un seguro médico o si el maestro tiene que ajustarse el cinturón a la hora de hacer su compra semanal? Por otro lado, cuando a la gente se le pide de pagar un precio único, puede aparecer la mentalidad del consumidor, acompañada de una sensación de tener ciertos derechos. Uno siente que el producto debe estar a la altura de las expectativas.
Gil Fronsdal, maestro en el Insight Meditation Center en Redwood City, California, es uno de los pocos maestros laicos en EEUU que lidera un centro de Dhamma con retiro residencial que se mantiene solamente a base de danano solicitado. Cuando estaba en sus primeros años de universidad, Fronsdal estudió Zen en los Estados Unidos y finalmente se ordenó monje en Asia, tanto en la tradición Zen como en la theravada. “En los monasterios se ocupaban de nosotros, el dinero no importaba. La idea de que uno no enseña para ganar dinero es el valor con el que crecí en la práctica budista.”
Fronsdal deja claro que él no ve la organización de IMC como dana integral por oposición a otros modelos. “Existe cierta sabiduría en el cobrar,” dice. “Una cuota, si se implementa correctamente, permite a la gente del centro estar apoyada económicamente de forma digna. Existe también una cierta sabiduría en el pagar. Impone un listón alto para decidir si uno se compromete o no a sentarse en un retiro.”
Insight Meditation Center no cobra nada, ni enseñanzas semanales ni retiros. “Esto que hacemos aquí algo muy delicado. Protegemos este sistema de dana mediante un búfer financiero,” explica. La estrategia de Fronsdal es intencionada, pero es consciente de su suerte: vive en una de las regiones más ricas del país y, después de colgar sus hábitos monásticos, fue más o menos elegido por la comunidad en su alrededor, cuando seguía sus estudios de grado en budismo en Stanford. Fronsdal dice que cuando ha recibido dinero para enseñar, esto ha cambiado su relación con la enseñanza. “Tiendo a sentirme un poco menos motivado por la generosidad, la compasión y la libertad, y en lugar de ello noto un poco más que estoy actuando bajo expectativas, hay cuestiones de rendimiento y requisitos que nacen de la transacción económica.” Mark Nunberg de Common Ground Meditation en Minneapolis, Minnesota, es otro maestro cuya comunidad ha logrado construir un centro de Dhamma y un complejo para retiros residenciales a partir solamente de dana.
“Lo más importante es que las personas y las comunidades exploremos de forma creativa cómo llevar a la práctica lo que predicamos. En tanto que somos personas interesadas en las enseñanzas budistas, ¿cómo podríamos hacer posible la enseñanza, las tareas organizativas y todas las cosas prácticas que hacemos como seres humanos de modo que fomenten el despertar, que fomenten más libertad y más compasión en el mundo?”
Como en IMC, los líderes de Common Ground dicen que intentan no tirar más del brazo que la manga. El grupo lo ofrece todo sin coste como práctica de la organización. Nunberg cree que un marco mental transaccional genera una sensación de control superficial. “En vez de decir, ‘Oh, necesitamos todo este dinero para llevar a cabo nuestra misión,’ lo nuestro es una cosa más modesta. Pues tampoco sabemos cuál es nuestra mision, ya que parte de nuestra misión depende en realidad de este ciclo, el círculo del dar y el recibir.”
Una economía del dana
“No tenemos un modelo para una economía de la generosidad en este país,” dice Ven. Thubten Chodron. “Pienso en una economía de la generosidad como gente contribuyendo al bienestar de los demás y al bienestar de toda la sociedad. De lo que estamos hablando es de incrementar nuestra alegría en el dar y en estar libres de transacción.” En una sociedad consumista, algo importante tiene que cambiar en los individuos para que esto ocurra. Y quizás esto señala al problema con el que estamos batallando en el mundo budista occidental: las dos economías disonantes. Algunos anhelan mantener su ojo de la fe enfocado a una virtud que ha sido históricamente sacra y no mercantilizable, mientras que otros, enraizados en versiones seculares de las enseñanzas, navegan los torbellinos de la comercialización con menos preocupaciones. Pero alerta, consumidor: una transacción puede comenzar y terminar sin un solo eco resonando en el corazón.
Según las enseñanzas del Buda, la generosidad nos ofrece algo de profundo valor para la experiencia humana: la confianza que inspira a los practicantes serios para seguir el noble óctuple camino integralmente y para trabajar en el servicio del espírituo por encima del comercio. En Tailandia he visto como una esquina puede de repente transformarse en un espacio sagrado cuando la vendedora más pobre encuentra una oportunidad de dar. Aquella mujer extenderá rápidamente una estera de bambú para arrodillarse, ofrecerá comida a un monje y después recibirá de él los mismos versos de bendición que recibe el Rey de Tailandia.
El Buda no solamente habló de la muerte y del sufrimiento, también habló de muchos tipos de alegría, especialmente la alegría que se experimenta antes, durante y después de un acto de generosidad. “La felicidad es una expansión que es inherente en el dar,” escribe Thanissaro Bhikkhu en su ensayo “The Economy of Gifts” (“La economía de los donativos”). Regocijar la mente es tan necesario y urgente como las disciplinas de práctica más sobrias. Dana es la primera de las paramitas, una perfección espiritual sin límites en todas las tradiciones budistas. No es una práctica marginal, sino una representación crucial y directa del noble óctuple camino. “La generosidad puede convertirse en una práctica mucho mayor,” dice Ven. Dhammadipa. “Contiene la alegría personal, contiene las moradas sublimes de la alegría compartida, mudita (alegrarse por la felicidad de otros); y sobre ella se construye una enseñanza de gran profundidad sobre la impermanencia.”
El Buda nos conminó a dar “allí donde la mente se siente inspirada.” Ya sea apoyo monetario, o nuestro tiempo y dedicación, el don de sīla o conducta ética (que nos hace personas honestas en quienes los demás pueden confiar), o el don del silencio, podemos dar aquello que inspira. La generosidad en su sentido más amplio revela verdades esenciales que la mercantilización puede oscurecer. Quizás buscar oportunidades para dar es buscar la felicidad, a sabiendas de que una alegría individual es siempre menor que una alegría compartida. Anatta, la ausencia de un yo, es solamente el vacío de un yo individual, no de la relación.
Mi esperanza es que, cuando alguien escuche la palabra dana en el futuro, lo primero que le venga a la mente no sea el signo del dólar, sino algo mucho más luminoso: el hecho de que el fundamento mismo de la vida es un regalo. “Corta con la mentalidad de la transacción que está siempre reduciéndolo todo a yo y mío. He aquí la belleza de dana,” dice Ajahn Sucitto.
Podemos recordar, finalmente, que el Buda, en su lecho de muerte, afirmó que el más grande homenaje a la enseñanza no es el dana material, sino el homenaje de la diligencia, de la práctica del Dhamma de acuerdo con el Dhamma (Mahāparinibbāna Sutta, DN 16).
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Sarah Conover es una practicante theravada que vive en Methow Valley, Washington. Actualmente está en proceso de crear Cascade Hermitage, un pequeño centro de retiro para monásticos budistas de todas las tradiciones y géneros, asociado con Clear Mountain Monastery en Seattle, Washington. Ha publicado artículos pen Tricycle Magazine: The Budist Review, y es autora de numerosos libros sobre tradiciones de sabiduría del mundo.
Este es un tema muy interesante al que llevo dando vueltas durante mucho tiempo. Ajahn Passano dice: “No intento tener un punto de vista sobre lo que otras personas hacen. Yo sé cómo lo hago yo y sé cómo nuestra comunidad lo hace y me siento cómodo con ello” Y para mí esa es la clave; ser conscientes de cómo lo hacemos nosotros y comprobar si nuestro corazón está en paz y con alegría haciéndolo de esa manera. Si lo está, no hay que darle más vueltas. Y si no lo está, toca seguir revisando el modelo (y revisarnos a nosotros mismos) y ser creativos.
En línea con las últimas palabras del artículo, tengo siempre presente una frase que creo haber leído en un libro de Ayya Khema:
“El verdadero culto no consiste en ofrecer inciensos, flores y otras cosas materiales, sino en esforzarse por seguir la misma vía que aquel a quien se venera.”