El budismo en Bogotá
ANGELA MARÍA ZARAMA SALAZAR
Este artículo forma parte de nuestra edición especial «El budismo en los países de habla hispana».
Todavía para muchos es sorprendente que el budismo encontrará recepción y aceptación en un país como Colombia, que se ha caracterizado por su fuerte y larga tradición católica. Aunque poco a poco su población se ha abierto a distintas creencias y formas de creer, este ha sido un proceso de largo aliento que comenzó con distintas expresiones de las religiones denominadas abrahámicas, como los pentecostalismos o el islam.
Para entender la toma de refugio dentro del Dharma, se debe comenzar diciendo que responde tanto a elementos internos de la historia de Colombia, como externos, por la difusión del budismo a nivel global. Al respecto, se considera que las migraciones durante el siglo XX fueron un factor dinamizador de este proceso, pues representaron un contacto directo con maestros y practicantes, más allá de los libros de las misiones jesuitas y de los académicos. En especial, la ocupación de China al Tíbet, así como la apertura a Occidente que se dio por parte de Japón durante la era Meiji y después de la Segunda Guerra Mundial, conllevó a que se conociera el budismo tibetano y zen en Occidente.
No obstante, la oferta de unos valores y prácticas dentro del mercado religioso no garantiza la aceptación de las mismas, por lo que tuvo que darse a la par una apertura en la sociedad colombiana. A pesar de que ya existieran otras creencias en el país, estas no eran contempladas como una opción para la conversión; pero esto cambió a mediados de siglo, en el periodo denominado La Violencia, pues se transformó la relación con la Iglesia a través del anticlericalismo (Guzmán et al., 2005). Después, en el periodo del Frente Nacional se empezó a visibilizar la oportunidad de tener diversidad en múltiples aspectos, desde corrientes políticas, hasta una mayor oferta religiosa. En ese sentido, sólo a partir de los años 80 se evidencia la conversión de un número de habitantes de Bogotá al budismo y a que estos construyan su vida en torno a dichas creencias.
Específicamente, sobre el caso del budismo en Bogotá, los primeros centros zen se remontan a Densho Quintero y Reitai Lemort. El primero comenzó sus estudios budistas en 1984 con Shohaku Okumura de la Comunidad Zen Sanshinji de Estados Unidos (Comunidad Soto Zen de Colombia, 2012). El segundo, es un maestro francés que en 1988 viajó a Colombia para enseñar la tradición que había aprendido de Taisen Deshimaru desde el año 1967 (Fundación para vivir el Zen, s.f.). Además, hoy en día se encuentra también el Camino del Dharma fundado por el sociólogo colombiano Zheng Gong, que enfatiza en el budismo como herramienta constructora de paz y reconciliación (Camino del Dharma, 2019).
En el caso del budismo tibetano, se debe tener en cuenta el Centro de Budismo KTC (Karma Tegsum Choling), fundado por Robert Acosta en el año 1981, maestro que proviene de Inglaterra y realizó sus estudios en un monasterio en California (KTC Colombia, s.f.). A partir de esta comunidad se han comenzado a abrir otros centros del linaje karma kagyu, como el Budismo Camino del Diamante, y Budismo Colombia, así como en el linaje gelupa como el Centro Yamantaka. También, hace un par de años se abrió el Centro de Meditación Kadampa Colombia, enmarcado dentro de la Nueva Tradición Kadampa. En una primera búsqueda no se encontraron tradiciones nigma ni sakya en Bogotá; sin embargo, recientemente se ha constatado la llegada de dichas comunidades a la ciudad. Esto demuestra como poco a poco, se ha ido diversificando la oferta del budismo en Bogotá, mostrando los distintos matices que pueden llegar a tener las corrientes zen y tibetanas.
A partir de la entrevista a diez practicantes de tres centros con visiones distintas del budismo (el Yamantaka, el Budismo Camino del Diamante y el Soto Zen), se pudo constatar distintos acercamientos al Dharma; pero, también, algunos aspectos predominantes entre las personas entrevistadas. Ejemplo de ello, es el proceso de búsqueda espiritual y la crisis psicológica que contribuyeron a su acercamiento al budismo. Esto puede explicarse a partir de una convergencia entre el budismo, que promete detener el sufrimiento propio y de los demás seres, y un momento histórico en donde la búsqueda de la felicidad se constituye como un problema de las sociedades contemporáneas. Por ello, podría encontrarse un elemento terapéutico en el budismo que establece una salida a una crisis interior. Al respecto, vale la pena recalcar que Jesús casi siempre es representado en posición de sufrimiento, mientras que al Buda la mayoría del tiempo en posición de meditación y sonriente, por lo que simbolizan diferentes imaginarios (Küng, 1987).
Asimismo, la práctica previa de la meditación y del yoga antes de tomar refugio, así como el primer contacto con el budismo a través de referentes culturales asiáticos que veían en la televisión o la música, dan cuenta de la importancia del estilo de vida en este proceso de conversión. También, se indagó por el proceso de conversión para diferenciar su práctica de aquellos que la ven como un pasatiempo, y nueve de los diez entrevistados indicaron que habían decidido convertirse porque les daba mayor tranquilidad o paz después de vivir un pasado en crisis. En el mismo orden de ideas, los entrevistados afirmaron que se convirtieron para desarrollar sus potencialidades búdicas, y que la práctica les permite profundizar en su interioridad.
Es importante destacar que no todos los entrevistados hicieron el tránsito desde el catolicismo, pues muchos se consideraban ateos, aspecto que es de gran importancia, pues da cuenta de cómo la pluralización religiosa en el país expresa, no sólo el tránsito de una religión a otra, sino la conversión de aquellos que no se identificaban con ninguna religión. Por ello, es necesario entender que el budismo ofrece una versión «moderna» de la religión, en el sentido en que los entrevistados ven su compatibilidad con la ciencia e, incluso, generan sincretismos con esta. En ese mismo orden de ideas, dichas comunidades no promueven el sincretismo con otras religiones, pero muchas veces sí utilizan sus conocimientos académicos en la práctica del budismo. Al respecto se debe mencionar que todos los entrevistados tienen estudios universitarios (o los cursan) y que ocho de ellos tienen estudios de posgrado, permitiendo constatar que es población con capital cultural.
Los entrevistados también mencionaron que el budismo es una metodología, que permite entender las preocupaciones y emociones. Por ese motivo, tiene sentido que hablaran del pragmatismo y de la importancia que el budismo le otorga al empirismo, por lo que prefieren ser llamados «una religión de experiencia y no de fe» (Anónima, vía Zoom, 30 de mayo de 2019, en Zarama, 2019). Al respecto, el mismo Buda histórico indicó a sus alumnos que no creyeran ni siquiera en sus propias palabras, sino que el camino budista se realizaba a partir de la práctica propia, es decir, de la experiencia personal de meditación. A raíz de lo anterior, se presentó la necesidad de preguntar dónde veían ellos que se adquiere el conocimiento, y la mayoría lo asoció con la meditación y la sabiduría de un maestro y a su propia experiencia en meditación. Ambas, constituyen aprendizajes empíricos, dejando de lado los libros que sí ocupan un lugar central dentro de las religiones abrahámicas.
No obstante, sí se puede encontrar cierta similitud, de acuerdo a la respuesta de algunos entrevistados, entre la estructura retributiva que puede implicar el pecado y las acciones buenas en el catolicismo, puesto que a varios les tranquiliza el hecho de que sus acciones buenas y malas tendrán un impacto en las futuras vidas. Además, algunas respuestas se asocian con la etimología de religare, debido a que el budismo estipula que se debe unir a la persona con su naturaleza búdica, en la medida en que «esas cualidades que ya tenemos, simplemente son una tierra pura que habíamos abandonado, pero que volvemos a reencontrar» (Gómez, comunicación personal, 4 de junio de 2019, en Zarama, 2019).
Asimismo, si bien no se crea en Dios, en el budismo hay una explicación parecida del mundo, en tanto que la mente y el espacio unen a todos los seres. En ese sentido, habría una semejanza entre lo que es Dios para el cristianismo y la mente o el espacio en el budismo como objeto de culto de unión y relacionamiento entre todos. Ello explica que en ambas la comunidad de creyentes, Iglesia o Sangha, cumple un rol central en la práctica religiosa. Incluso, la mayoría de los entrevistados dijeron que preferían meditar acompañados y explicaron que dentro de los preceptos que se toma en el refugio está la Sangha como comunidad de apoyo. Además, en el caso del Yamantaka y del Budismo Camino del Diamante, se pudo constatar que tienen una comunidad ampliada que va más allá de Bogotá y de Colombia.
En ese sentido, se debe llamar la atención sobre su continua promoción de sesiones para meditar en los centros, retiros a las afueras de la ciudad, conferencias y demás eventos, que los conlleva a ser no sólo consumidores de budismo sino productores del mismo. Así, la religiosidad se vuelve más fuerte en términos tanto cuantitativos, por el aumento del número de creyentes en determinada rama; como cualitativos, por la importancia que se le otorga a la creencia religiosa dentro de la cotidianidad del creyente. Tan es así, que se evidenció en las entrevistas cómo se compite por el tiempo de los practicantes y su dedicación a la meditación. Por ello se puede decir que implica un ejercicio religioso más abarcador y un aumento de la religiosidad en el país, por parte de una población que se había alejado de estas prácticas.
Además, la pertenencia a esta institución es percibida como un camino para su realización como individuos a través de una metodología que promete desarrollar las capacidades internas de cada uno. Por ello, establece una relación diferente con el mundo, debido a que el budismo se encuentra centrado en que la iluminación depende del mérito religioso acumulado por las acciones y el tiempo en meditación. Bajo ese orden de ideas, la independencia intelectual y personal, la consciencia sobre la constructividad del orden social y la meritocracia encuentran su espacio en el budismo. Ello podría chocar con una cultura como la católica, que está basada en la acción y, sobre todo, en la acción con otros.
En ese orden de ideas, hay que reconocer que Gautama no nació como Buda, sino que se convirtió en uno, mientras que Jesús fue presentado como el escogido por Dios desde el vientre de su madre. Así pues, los valores transmitidos difieren en ciertos aspectos. En ese sentido, el budismo se centra más en el entendimiento de uno mismo y presenta métodos específicos para ello. Incluso, como la llegada y la permanencia dependen del nivel de consciencia, genera el reto de ir mejorando de acuerdo con el tiempo sentado en meditación. Ello podría generar una carga en el individuo e, incluso, podría ser que se justifique que, si no se alcanza la iluminación es por falta de esfuerzo. Es más, puede haber una relación entre la ética que propone el capitalismo en torno al trabajo y la valoración en el budismo de que todos pueden alcanzar la iluminación mediante su dedicación a la práctica.
Para terminar, se puede decir que los fenómenos sociales como la conversión, no es que rompan completamente con un paradigma, pues la tradición católica ha impregnado gran parte de la historia del país; pero el budismo sí ha permitido evidenciar ciertos cambios sociales. Por eso, en la tesis El budismo en Bogotá (2019) se quiso reconocer tanto las transformaciones como las continuidades y hacer una lectura de un proceso que tiene tanto reproducción, como cambio social. La importancia de lo anotado es que se debe cuestionar qué valores se están persiguiendo en la contemporaneidad y qué es lo que atrae tanto de estos; pero, también, por qué hay ciertas prácticas o creencias que siguen teniendo vigencia hoy. Por ello, la conversión al budismo, más allá de la atracción que puede implicar la meditación o el yoga como estilo de vida, implica un proceso de quiebre personal, en el que a la vez se genera una continuidad de valores y prácticas que posibilitan dicho tránsito.
Bibliografía
Camino del Dharma. (2019). La comunidad: http://caminodeldharma.org/?page_id=10
Comunidad Soto Zen de Colombia. (2012). Densho Quintero. Obtenido de http://sotozencolombia.org
Fundación para vivir el Zen. (s.f.). La Fundación. Obtenido de http://www.fundacionzen.org
Guzmán, G., Fals, O., & Umaña, E. (2005). En busca de una terapéutica. Capítulo VII. Aporte del sector religioso. En La Violencia en Colombia. Tomo I. Taurus historia. Penguin Random House.
KTC Colombia. (s.f.). Nuestros maestros. Obtenido de http://www.ktccolombia.com/#biografias
Küng, H. (1987). El cristianismo y las grandes religiones. Hacia el diálogo con el islam, el hinduismo y el budismo. Madrid: Libros Europa.
Zarama Salazar, A.M. (2019). El budismo en Bogotá (Tesis de pregrado). Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Recuperado de https://repository.javeriana.edu.co/bitstream/handle/10554/46811/El%20Budismo%20en%20Bogotá.%20Angela%20Mar%C3%ADa%20Zarama.%202020.pdf?sequence=6&isAllowed=y
ANGELA MARÍA ZARAMA SALAZAR es Socióloga de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Escribió la tesis de «El budismo en Bogotá», galardonada con mención honorífica y con la cual participó en el Concurso Nacional Otto de Greiff a las mejores tesis de pregrado. Es miembro del Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico en donde coordinó y participó en el especial «Una mirada al Tíbet: Historia, cultura y política» entrevistando a un maestro de la Nueva Tradición Kadampa. Además, es asistente de investigación en Transparencia por Colombia, capítulo nacional de Transparencia Internacional, en donde realiza seguimiento a la acción pública anticorrupción del gobierno colombiano, así como a los hechos de corrupción reportados en la prensa nacional.
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