Conversación con el monje theravāda Ajahn Chandako
CARIDAD MARTIN NIETO
Ajahn Chandako, un monje buddhista nacido en España, ha seguido un camino poco convencional hacia la vida monástica. En mayo de 2011, fue ordenado como bhikkhu en la tradición tailandesa del bosque en Wat Pah Nanachat, bajo la guía de su maestro Luang Po Ton Deng Varapañño. Desde 2015, Ajahn Chandako reside en el monasterio Muttodaya en Alemania.
En una charla en la Sala Dāna durante su visita a Madrid en junio de 2023, Ajahn Chandako comparte su trayectoria y sus años de experiencia meditando en samatha—vipassana. Con un profundo conocimiento de las escrituras buddhistas antiguas del canon pali, Ajahn Chandako enseña de manera práctica y adaptada a la vida moderna.
La historia de Ajahn Chandako es inspiradora y única: un joven surfista asturiano que decidió dejar atrás su vida anterior y convertirse en monje buddhista. A través de su dedicación y estudio, ha llegado a ser un respetado maestro espiritual, guiando a otros en el camino del autoconocimiento y la liberación.
En su charla, Ajahn Chandako aborda temas como la importancia de la meditación, la comprensión del sufrimiento y la impermanencia, y cómo aplicar las enseñanzas buddhistas en nuestra vida cotidiana. Su enfoque práctico y accesible permite a los asistentes comprender y aplicar las enseñanzas del budismo en sus propias vidas, independientemente de su origen o creencias previas.
BDE: Venerable, ¿cómo a un joven español se le ocurre hacerse monje buddhista sin haber tenido contacto con el buddhismo? Cuéntenos un poco su historia.
AJAHN CHANDAKO: Tuve esa certeza hace unos 26 años, la inspiración me vino en 1997. Yo tenía un interés, un interés espiritual, pero, en mi caso, ni siquiera sabía que era espiritual. Yo quería saber. Tenía la intuición de que hay algo, una salida, un camino para mi búsqueda, pero no tenía a nadie que me lo contara. Yo nunca había leído, ni de buddhismo ni de otras cosas, pero tenía una certeza que me empujaba hacia adelante.
Por esos años, iba a la playa todos los días con mis amigos y ellos me decían: no te ruques, no te preocupes, no pienses tanto, vive la vida. Y yo decía: sí, pero yo aquí tengo que pensar algo más importante que aún no sé qué es, pero lo quiero descubrir. Y así está la cosa, que ninguno de mis amigos tenía en absoluto un interés espiritual.
Un día que estábamos juntos de fiesta en País Vasco haciendo surf, yo estaba pensando como siempre. Entonces yo tenía 20 años, ya no era un chavalete y me sentaba siempre a «pensar». Y ese día, en 1997, por lo que fuera, me vino la imagen del Buddha y pensé claramente: el Buddha sabe el camino y ha llegado antes. Al día siguiente, llegué a mi casa, me fui a la biblioteca a buscar libros buddhistas, de los que no había muchos, y empecé a meditar. Casi me rompo las rodillas con la postura del loto completo. Cuando intenté hablar con mis amigos, pensaron que estaba loco porque no sabía explicar nada. También en mi familia, mi madre me decía: ¿en qué piensas tanto, hijo? Yo decía que hacía yoga.
Primero empecé leyendo libros de zen en español y leía todo lo que de buddhismo caía en mis manos. Encontré un libro sobre el zen que decía: «sufrimiento»—qué interesante, pensé yo—; «El origen del sufrimiento» —esto es aún más interesante; «El camino para salir del sufrimiento» —esto cada vez se pone más interesante—; «El cese del sufrimiento» —¡todavía más interesante! Poco a poco, pude explicarlo mejor. Aprendí también cuándo callarme y cuándo hablar. Yo, por mi cuenta, entonces estudiaba y meditaba en serio.
Pasaron un par de años en los que también estuve trabajando en la metalurgia y ahorrando. No tenía ningún amigo buddhista. En el 2001 empecé a viajar por primera vez con mis amigos y mi intención era meditar: Londres, Australia, Tailandia, Indonesia, India.
El primer país buddhista que visitamos fue Tailandia. Yo había leído que los hīnayānas eran los egoístas, pero cuando fui e hice un retiro allá, pensé en que eran buena gente y hasta se me olvidó hacer la donación, pues nadie me pidió nada. Fui a la India e hice un curso de los de Goenka y después volví a España.
Un día, ya a mi vuelta de ese viaje, buscando en internet la palabra theravāda, me salió la página web en inglés de los suttas, Accesstoinsight de Tanisaro bhikku y empecé a leer y leer compulsivamente.
Me volvía loco imprimiendo sólo de pensar que si se iba la red wi-fi, me iba a quedar sin toda esa sabiduría. La respuesta a todas las preguntas existenciales que había tenido durante toda mi vida estaba ahí en los suttas. Una cosa es leer a maestros y otra cosa es leer al Buddha.
Había empezado a buscar billetes de avión para irme a Japón, a un templo Soto Zen, pues pensaba que eran los que más meditaban. Pero, al descubrir Accestoinsight y empezar a leer los suttas pensé: “¡Ah, espera! hay más buddhismo que el zen”. Ahí fue el cambio: como ya conozco Tailandia, entonces pues mejor voy allí en lugar de a Japón.
BDE: ¿Qué es lo que tenías que hacer para ordenarte?, ¿cómo fue tu ordenación?
AC: Me fui a Tailandia, al monasterio https://www.watpahnanachat.org, que allí hablan inglés y es muy conocido. De aquella, todavía no tenía smartphone. Estaba en una cabaña de lo más sencillo, con un techo y una almohada, pero me gustó mucho y la meditación me fue bien. No tenía un maestro, pero había un monje que me ayudaba. Pero yo todavía quería ver más, quería ir a Myanmar, quería ir a Sri Lanka y ver otros sitios, quería ver todo meditativamente hablando, y, si me hacía monje, no podría viajar …. pero volví a Tailandia para hacerme samanera, novicio buddhista.
En los países del sudeste asiático los niños entran como samanera para aprender, y a partir de los 18 años pueden ordenarse como bhikkhus, monjes theravāda. Como yo ya era adulto, lo que tenía que hacer era estudiar lo que me decía mi preceptor, que es el que se encarga de la formación. Si sólo fuera estar como laico, el mismo abad se encarga. Pero yo quería ordenarme. El preceptor es el que verifica si uno está preparado.
Así funciona: si el preceptor tiene muchos alumnos, me adjudican un ācharia, un maestro del Dhamma.Después de la ordenación se puede seguir con enseñanzas de otro maestro. Como bhikkhu, ya debo tener un maestro. El que tuve primero era alemán y luego después un maestro tailandés, que es el que tengo ahora.
Yo debo tener algo de karma relacionado con Alemania porque no paraba de encontrarme con monjes alemanes y también laicos con los que me llevaba bien. Cuando llevaba cuatro años de monje en Wat Pah Nanachat [i], mi padre se puso malo y me llamó mi madre para que volviera a España a cuidar de él. Dije: ¡Vale! pero necesito conexión con un monasterio. Y entonces me topé con el abad y con el segundo monje del monasterio Muttodaya [ii] (Alemania), que ya conocía de años atrás y que en ese momento estaban en Tailandia de visita. Más claro imposible, tenía que ir a Muttodaya y fue una gran elección porque ahí estoy ya desde hace ocho años y me ha ayudado mucho en todo lo que me hace falta para llevar la vida de monje.
BDE ¿Y cómo es tu vida de monje?
AC: Estoy convencido que una conexión con el monasterio es indispensable e insustituible para un monje porque si no te arrastra el saṃsāra; el mundo mundano te ahoga, ¡bueno, a no ser que estés despierto del todo! En una casa laica es imposible mantener una disciplina.
A mi padre le dijeron que tenía el peor cáncer de pulmón con metástasis en el cerebro y que le quedaban cuatro meses de vida. Se quedó tirado en la cama esperando a morir. Los médicos han flipado, pues han pasado ocho años y todavía está con nosotros. Y yo estoy cerca.
Así que esta es mi historia. En el monasterio, me dedico por las mañanas a las labores del monasterio manteniendo el vinaya theravāda con los horarios de comidas, pues salimos a pedir comida por el pueblo; y por las tardes, estudiar y meditar manteniendo una vida dedicada a la contemplación y de difusión del Dhamma, pues vienen muchas personas al monasterio y organizamos actividades diferentes.
Pero a mí lo que me gusta es hablar del Dhamma, no de mi vida. Ser monje es un modo de vida y en vuestras preguntas os voy a llevar a las enseñanzas, ¡que lo sepáis!