Animales vestidos de sacerdotes en el arte japonés

MEHER MCARTHUR

Demonio orando (Jap: Oni no Nembutsu), pintura folclórica Otsu-e de Takahashi Shozan. Tinta y color sobre papel, finales del siglo XX. Imagen cortesía del autor.

En la tradición japonesa del Otsu-e (las pinturas folclóricas de la ciudad de Otsu, cerca de Kioto) una de las imágenes más sorprendentes y divertidas es la de un demonio peludo (jap: oni), con un cuerno torcido, dientes inmensos y ojos saltones, vestido de sacerdote budista itinerante. Lleva un parasol a su espalda, un gong colgando del cuello, un percutor en una mano y una lista de suscripción budista (jap: hogacho) en la otra. La imagen se conoce como Oni no Nembutsu, el Demonio orando, ya que su boca está abierta recitando nembutsu, un cántico que, según creen budistas de ciertas escuelas, ayuda a lograr la salvación en un paraíso budista. La divertida imagen de un demonio que aparentemente se ha convertido al budismo se puede interpretar de diversas formas, en parte gracias a las inscripciones en Otsu-e del siglo XIX, que suelen contener advertencias que acompañan las imágenes. Algunas inscripciones alertan sobre la apariencia superficial de la bondad, incluso entre el gremio sacerdotal budista, no muy diferente de la advertencia de la Biblia sobre los lobos con piel de cordero. Otras inscripciones sugieren que hasta los seres más malvados, incluyendo feroces demonios, pueden ser salvados por las enseñanzas del Buda.

Animales adorando a un buda rana, detalle de una réplica del s. XX de los rollos Choju-giga, (original del siglo XII-XIII en la colección del Museo Nacional de Tokio). Imagen cortesía del autor.

Las imágenes de criaturas vestidas de, o personificando a, sacerdotes y monjes budistas, o incluso al Buda, datan de muchos siglos atrás en Japón. Uno de los más notables ejemplos tempranos es un conjunto de rollos de pinturas conocidos como los Choju-jinbutsu-giga (Humanos y animales retozando) o, abreviadamente, Choju-giga (Animales retozando). Creadas por monjes artistas japoneses durante los siglos XII y XIII, estas pinturas representan ranas, conejos, monos y otros animales que se dedican a hacer actividades humanas, como bañarse en un lago, hacer lucha libre, participar en un funeral budista y venerar a un gran buda rana. En el segmento de arriba, un mono representa el papel de sacerdote budista haciendo de maestro de ceremonias ante un buda rana. Detrás de él, un conejo y un zorro leen y cantan textos sagrados, mientras un grupo de monos y zorros en duelo asisten sentados como público. Con su representación antropomórfica de los animales, estos rollos han sido considerados por algunos académicos como sátiras que ridiculizaban a los sacerdotes budistas en una época en la que estos detentaban un gran poder sobre la población. Sin embargo, los rollos podrían haber sido pintados por monjes budista, incluyendo el monje artista Toba Sojo (1053–1140), y se han conservado como tesoros del templo de Kyoto Kozan-ji durante siglos (antes de ser trasladados al Museo Nacional de Tokio), lo cual sugiere que el templo podría no haberlas visto como críticas a las enseñanzas budistas.

Tanuki vestido de sacerdote budista, de Oshima Joun (1858–1940). Bronce, principios del s. XX. Fuente: bonhams.com

Al contrario, la creencia de que todas las criaturas pueden alcanzar la iluminación y deben ser tratadas con compasión podría explicar el afecto mostrado hacia las criaturas que se visten de sacerdotes budistas en el folclore y en el arte. El zorro, o kitsune, típicament asociado con Inari, la deidad Shinto de las cosechas, ha sido considerado durante mucho tiempo un ser mutante en el folclore japonés, creyéndose que se transforma en una mujer bella e incluso en una monja budista. Otro personaje mutante es tanuki, o el perro mapache, del que se dice que es capaz de transformarse en sacerdote budista. Abundan los cuentos populares sobre tanuki visitando pueblos y llamando a las puertas bien entrada la noche, vestido de sacerdote, mendigando comida o sake.

La tetera de la suerte de Morin-ji, de Tsukioka Yoshitoshi, de la serie Treinta y seis espíritus. Xilografía a todo color sobre papel, 1892. Colección del Scripps College, Claremont, California

En una de las historias, un tanuki fue salvado por un leñador y, por gratitud, se transformó en tetera de hierro. El leñador entonces vendió la tetera por un buen precio al templo budista de Morin-ji. Cuando un sacerdote colocó la tetera en el fuego para hervir el agua, sin embargo, el tanuki gritó de dolor, mutando otra vez a su auténtica forma, y empezó a correr tratando de escapar. En uno de los finales conocidos de la historia, el tanuki fue capturado, cambió otra vez a su forma de tetera y fue guardado en una caja; pero en una segunda versión, la criatura escapó y encontró su forma de volver al leñador, para el que hizo de tetera danzante, de modo que aquel hombre ganó una fortuna.

Esta historia está ilustrada por Tsukioka Yushitoshi (1839–92) en la xilografía La tetera de la suerte de Morin-ji, de su serie Treinta y seis espíritus, publicada en 1892. Según parece, mientras vivía en el templo como tetera, la criatura a veces se transformaba en sacerdote, aunque su verdadera forma se manifestaba cuando hacía la siesta. En la impresión de Yoshitoshi, el tanuki aparece vistiendo los hábitos del sacerdote y reposando su cabeza en una mesa, dormido mientras leía un texto budista, que se puede observar en el suelo. Colgando en un brasero a su lado está la tetera de hierro, un recordatorio de su otra forma. Mientras que muchas representaciones del tanuki tienen un carácter cómico, Yoshitoshi representa con dulzura y empatía a esta criatura que cambiaba de forma para poder así ayudar a otros.

El sacerdote Raigo de Miidera transformado en rata por sus pensamientos malvados, de Tsukioka Yoshitoshi, de la serie Treinta y seis espíritus. Xilografía a todo color sobre papel, 1891. Colección del Scripps College, Claremont, California

No tan dulce, sin embargo, es la representación que Yoshitoshi hace del legendario Raigo, un influyente sacerdote budista del templo Mii en Kumano, que hizo de consejero espiritual para el emperador Shirakawa (r. 1073–87). Durante muchos años Shirakawa estuvo sin un heredero varón, de modo que buscó el consejo y las oraciones de Raigo. Después de varias peregrinaciones a Mii-dera, al final nació al menos un hijo, el príncipe Atsuhisa. Shirakawa estaba rebosante de alegría y ofreció a Raigo aquello que quisiese. Raigo no quiso nada para sí mismo, pero pidió para su templo una plataforma alzada sobre la que se pudieran ofrecer las oraciones. El emperador tenía miedo del poder creciente del sacerdocio budista y rechazó satisfacer la petición. Furioso, Raigo se encerró en su cámara privada y dejó de comer. A pesar de los esfuerzos del emperador para arreglar la situación, Raigo ayunó hasta la muerte. El príncipe Atsuhisa murió poco después. El espíritu vengativo de Raigo tomó entonces la forma de mil ratas que infestaron el templo y destruyeron los libros y rollos sagrados del emperador. En la xilografía de Yoshitoshi El sacerdote Raigo de Miidera transformado en rata por sus malvados pensamientos, el animal vestido de sacerdote representa una transformación opuesta, de sacerdote a bestia, como resultado de un mal karma y de pensamientos negativos. El emperador no cumplió su promesa al sacerdote y el sacerdote se dejó consumir por su propio enojo.

Esta abundancia de animales y de criaturas sobrenaturales vestidas de sacerdotes budistas en el folclore y el arte japonés constituye un testimonio no solamente de la imaginación y el humor de los cuentistas y artistas de Japón a lo largo de los siglos, sino también de las complejas relaciones entre la población laica y el sacerdocio budista, que ocupó una posición destacada en la sociedad japonesa durante más de un milenio. Mientras que los monjes y monjas budistas han sido en general respetados como figuras rectas y fiables, algunos de los templos más ricos y sacerdotes influyentes de más renombre, quizás demasiado preocupados por cuestiones temporales, no han gozado siempre del mismo nivel de confianza. En consecuencia, gran parte del folclore se centra en impresiones y descripciones, a veces caricaturas, de estas figuras curiosas, simbolizadas por sus hábitos negros al viento y sus transformaciones kármicas sobrenaturales, de animales a sacerdotes y viceversa. Estas proporcionan una inspiración fascinante al artista y también historias e imaginarios encantadores y perspicaces para el resto de nosotros, para que los disfrutemos y, quizás, para hacernos reflexionar.

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Meher McArthur es curadora de arte asiático, escritora y educadora especializada en arte japonés. Vive en la región de Los Ángeles. Es directora artística y cultural de JAPAN HOUSE Los Ángeles. Ha curado más de 20 exposiciones sobre aspectos del arte asiático para museos y galerías de los Estados Unidos. Sus publicaciones incluyen: Reading Buddhist Art: An Illustrated Guide to Buddhist Signs and Symbols («Leyendo el arte budista: una guía ilustrada a los signos y símbolos budistas», Thames & Hudson, 2002); The Arts of Asia: Materials, Techniques, Styles («Las artes de Asia: materiales, técnicas y estilos», Thames & Hudson, 2005); y Confucius: A Biography («Confucio: una biografía», Quercus, Londres, 2021; Pegasus Books, Nueva York, 2011) y New Expressions in Origami Art («Nuevas expresiones en el arte del origami», Tuttle, 2017). Es autora también del libro infantil An ABC of What Art Can Be («Un ABC de lo que el arte puede ser», The Getty, 2010). Arte budista se publica ocasionalmente.

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