¿Budismo en el final de un mundo? Primera parte
JUAN PABLO RESTREPO
Este artículo forma parte de nuestra edición especial: «Budismo, ecología y cambio climático»
Las fuerzas más poderosas de la Tierra han abandonado el tiempo geológico y ahora cambian a una escala humana. Los cambios que antes tomaban cien mil años ahora ocurren en cien años. Tal velocidad es mitológica; afecta a toda la vida en la Tierra, afecta las raíces de todo lo que pensamos, elegimos, producimos y creemos. Afecta a todos los que conocemos, a todos los que amamos. Nos enfrentamos a cambios que son más complejos que la mayoría de los que normalmente afrontan nuestras mentes. Estos cambios superan cualquiera de nuestras experiencias anteriores, superan la mayor parte del lenguaje y las metáforas que usamos para navegar por nuestra realidad
Andri Snaer Magnason
Con lo que estamos lidiando es con la idea de un mundo que sea habitable
Vinciane Despret
Introducción
Vivo en Epuyén, un pueblo pequeño en la Patagonia Argentina, una tierra que el pueblo Mapuche llama Puelmapu (Tierra del Este). Vivo al borde del lago Epuyén, que en Mapudungun quiere decir «dos que van». La montaña principal de la zona es el Pirke. Hay quienes dicen que este nombre significa «murmullo interior»; otros afirman que el nombre hace referencia a un solitario que ha enloquecido. Quizás este solitario no ha enloquecido en absoluto, sino que el Pirke se yergue desde las aguas del lago con solidez y presencia. Al estar «del otro lado» adquiere otra perspectiva quizás ajena a los usos y costumbres, quizás un poco lejos de la civilización.
Canto el Sutra del corazón cada mañana, canto La canción del vajra de la tradición dzogchen frente al bosque. Los cipreses se convierten en compañeros de práctica. Sigo el ejemplo de ancestros como Dōgen, quien, a través de su práctica, se permitió escuchar los sutras de montañas y ríos, quien prestó su voz para traducir las palabras del Buda que el mismo territorio pronunciaba en los valles de colores. Leo, estudio y cultivo mi presencia, pero también corto leña para calentar el hogar, hago surcos, cultivo rúculas, remolachas, papas, habas, arvejas; construimos lugares con barro y paja. En invierno, miro el fuego por largo tiempo.
Desde este territorio que hoy me abraza, desde el Pirke y el lago Epuyén comparto mi pensamiento a esta comunidad de personas interesadas en el dharma. Lo comparto como un practicante más, como un buscador que reconoce el valor de las enseñanzas recibidas, tanto en la tradición indo-tibetana como en la tradición zen, y que, al mismo tiempo, alberga la esperanza que el dharma «anide» en una tierra que se ve amenazada, una tierra despojada hasta el cansancio. Un territorio, como el latinoamericano, atravesado por la desigualdad y la pobreza, por la injusticia y el dolor. Un territorio donde la belleza y la ternura conviven con el extractivismo más cruel. Un territorio donde aún permanece abierta y latente la herida producida por el genocidio europeo a los pueblos indígenas en el mal llamado descubrimiento de América y que hoy en día muchos estados nación continúan ya sea a partir del despojo o el abandono.
La pregunta que me hago hace tiempo es ¿cómo nuestras prácticas y narrativas espirituales pueden responder de manera responsable y apropiada a la crisis ecológica planetaria? Un primer acercamiento a la pregunta requiere entender, tan profundamente como podamos, en qué consiste dicha crisis. Quizás la palabra crisis no es una palabra adecuada, pues transmite la sensación de un intervalo temporal pasajero. Por ello, adentrarse en lo que realmente significa nuestro predicamento planetario y la degradación de las condiciones de habitabilidad que la humanidad ha disfrutado desde hace al menos 12.000 años, ha requerido la creación de nuevos conceptos. Uno de ellos, con el cual trabajo hace unos años es Antropoceno:
El término Antropoceno. . . sugiere que la Tierra ha dejado su época geológica natural, el actual estado interglacial llamado Holoceno. Las actividades humanas se han vuelto tan penetrantes y profundas que rivalizan con las grandes fuerzas de la Naturaleza y están empujando a la Tierra hacia una terra incognita. La Tierra se está moviendo rápidamente a un estado menos biológicamente diverso, menos boscoso, mucho más cálido y probablemente más húmedo y tormentoso. (Steffen et al. 2011)
Si queremos realmente comprender la dimensión y escala del impacto humano sobre los procesos fundamentales de la Tierra, no basta solamente con evaluar el daño en ciertos ecosistemas. El Antropoceno trae consigo la idea que el impacto humano ha creado una ruptura en el comportamiento de la Tierra como sistema integrado (aquello que los científicos llaman Sistema Tierra); comenzamos a experimentar condiciones más volátiles, más impredecibles, menos controlables y, en muchos casos, destructivas de las poblaciones más vulnerables. Nos acercamos a umbrales que una vez atravesados harán de muchos lugares en el planeta un lugar inhóspito para la vida humana e innumerables otras especies. La profundización en la trayectoria del Antropoceno a partir de la dependencia en hidrocarburos, entre otros aspectos, nos lleva hacia lo que los científicos reconocen como una «tierra invernadero» (Steffen et al. 2018).
Si bien parte de la problemática consiste en generar una transición energética justa e implementar nuevas tecnologías más amables con la tierra, es también necesario y urgente pensar nuevas prácticas e historias que asuman la condición con determinación y ayuden a desviar la trayectoria que nos encamina hacia una Tierra Invernadero.
Dharma y filosofías indígenas*
¿Cómo el budadharma puede responder de manera apropiada y hacerse responsable ante este predicamento? Una de las múltiples posibilidades de acercarse a esta pregunta consiste en proponer diálogos entre el dharma y otras filosofías más cercanas a la Tierra, tal como el pensamiento de los diversos pueblos indígenas: filosofías que se han mantenido conectadas de manera intrínseca con el lenguaje de la lluvia, los animales, el viento, los lagos y las plantas. Un diálogo en el cual el budadharma pueda nutrirse de otros dharmas y en el cual pueda reflejar otras posibilidades de emancipación. Tal como lo recuerdan los brasileños Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro en su libro Hay mundo por venir (2020), el pensamiento indígena no solo es una figuración del pasado, sino que propone un presente y futuro posible de convivencia y diplomacia multiespecie. Las diversas filosofías indígenas albergan múltiples perspectivas y contemplan formas de vida más allá de lo humano con las cuales es necesario entablar constantemente una conversación. Además, si de lo que se trata es de sobrevivir a un mundo en ruinas y a una trayectoria que nos lleva a condiciones de habitabilidad más inciertas, bien haríamos en prestar atención a lo que los diversos colectivos indígenas tienen para decirnos sobre el fin del mundo: «Para los pueblos nativos de las Américas, el fin del mundo ya sucedió cinco siglos atrás… Y no obstante, inesperadamente, muchos de ellos sobrevivieron.» (192).
Parte de la respuesta budista ante el desafío de la catástrofe ecológica ha consistido en enfatizar el rol de la interdependencia (pratītyasamutpāda) como principio relevante y guía para un estar en el mundo más amable con la naturaleza. El diagnóstico que subyace a esta comprensión, de forma resumida, es que el individualismo occidental-moderno y la difusión del Homo economicushan creado las condiciones para mercantilizar la naturaleza con lo cual el mundo no-humano es simplemente visto como un recurso para satisfacer los deseos y necesidades de la sociedad humana; el mundo no-humano y parte del mundo humano es visto como mercancía. Este sesgo ontológico habría desinhibido y desencadenado de manera aguda las fuerzas del capitalismo y su guerra contra la naturaleza y las poblaciones que dependen de ella. La interdependencia o las diferentes «ontologías relacionales», dentro de las cuales podríamos ubicar al budismo y las filosofías indígenas, resultan antídotos a esta visión de mundo.
En lo que queda del escrito quisiera tomar un camino un tanto diferente, pero vinculado con lo anterior, en el cual busco mostrar de manera sucinta el lugar e importancia de la escucha en algunos ejemplos budistas y amerindios. En este sentido me aproximo a una crítica de la crisis ecológica que pueda dar lugar a dos aspectos: por un lado, un enfoque desde las prácticas y las habilidades perceptivas que éstas buscan actualizar. Por otro, la apertura de un camino y reflexión que permita pensar en las acciones litúrgicas, los votos y todas las aspiraciones que como budistas podemos llegar a recitar en el transcurso de nuestras sadhanas o prácticas. Considero que los rituales son prácticas cosmológicas y bien deben ser tenidos en cuenta como lugar de creatividad frente a las ruinas del Antropoceno.