La postura de meditación como arquetipo universal de lo sagrado: correlaciones entre el budismo y la arqueología prehispánica
DANIELA MESA SÁNCHEZ
El presente texto aborda la relación entre las posturas corporales observadas en figuras antropomorfas de diversas culturas de la antigüedad, especialmente de la América prehispánica, y las correlaciones y similitudes con las posturas sedentes en las prácticas de meditación en el interior del budismo. Planteamos que estos elementos de la cultura material dan testimonio de posibles arquetipos universales transversales a la psique humana, al momento de adoptar estados meditativos en contextos rituales asociados a la conexión con el mundo de lo sagrado. Se trata de una hipótesis que rastrea vínculos entre diferentes culturas en cuanto a la representación de posturas corporales sedentes asociadas a contextos religiosos.
La adopción de un lenguaje corporal específico es un elemento central a la hora de establecer vínculos con lo sagrado. En el caso de la meditación budista, se ha enseñado la importancia de la postura de loto, transmitida y enseñada a través de la tradición oral y escrita del mundo asiático. Según el yoga, los asanas son definidos como posturas que buscan establecer un efecto benéfico para el cuerpo y la mente. La posición de loto, llamada padmasana, se considera como el arquetipo del asana para la meditación. En el budismo zen la postura de meditación busca precisamente la observación de sí mismo a partir de la lectura que cada uno haga del cuerpo al sentarse. La práctica principal del zen es la meditación sedente, la palabra «zazen» está compuesta por «za» que significa sentarse, y «zen», que significa «meditación».
Esta postura—o sus variantes—es observable en la iconografía asociada a contextos rituales de diversas culturas del mundo antiguo asiático, europeo, mesoamericano y precolombino. Por ejemplo, en diversas figuras antropomorfas de la orfebrería de la cultura Quimbaya o en la cerámica Tolteca, en donde se hace evidente una relación entre la mente y el cuerpo, cuyo correlato parece transversal a posturas corporales que propicien estados alterados de consciencia, de meditación o conexión con su ancestralidad.
Al interior de los estudios arqueológicos latinoamericanos sobre las antiguas cosmogonías amerindias, se ha asociado la posición semicerrada y alargada de los ojos con estados de trascendencia espiritual similar a las prácticas yoguis de la India. Este elemento figurativo denominado «grano de café» presente en las figuras antropomorfas halladas por la arqueología, particularmente en las culturas del Periodo Formativo precolombino, se caracteriza por los ojos rasgados, abultados en forma elíptica por modelado con incisión, los cuales hablan de experiencias transcendentales en posturas sedentes que propiciaba la concentración requerida para la comunicación con los dioses. En suma, las posturas sedentes amerindias pueden concebirse como representaciones de fenómenos subjetivos, comparables a la meditación budista en la medida en que permiten establecer estados mentales aptos para la concentración, la liberación del flujo de pensamientos y la ecuanimidad.
De modo más general, los ejercicios y las posturas físicas son ampliamente representados en el arte prehispánico, lo cual testimonia que en estas culturas el cuerpo era interpretado como un aspecto de la conciencia que formaba parte integral del mundo espiritual. En este sentido, el llamado «Yoga Tolteca», transmitido a partir de una tradición oral milenaria, busca la regulación de la mente a partir de la adopción de diferentes posturas corporales, las cuales son observables también en toda la cultura material antropomorfa mesoamericana relacionada con las manifestaciones de lo sagrado. Allí se daba gran importancia a los gestos y posturas corporales, los cuales recibían en náhuatl el nombre genérico de «Moyektilia», la «forma correcta de colocarnos».
Estas similitudes entre asanas del Yoga y las posturas observables en las representaciones indígenas parecen brindar cierta evidencia de la estrecha relación entre las denominadas «posturas de poder» de la tradición espiritual amerindia y la filosofía del yoga, cuyo propósito es generar a través del cuerpo un efecto benéfico a nivel emocional y espiritual.
El tipo de asana previamente observado en la imagen es un tipo de postura del yoga que ayuda en la apertura de las caderas; usada para preparar el cuerpo para permanecer por largos periodos de meditación sentada, ayuda a aumentar el flujo de sangre en la pelvis, lo que favorece especialmente al chacra de la raíz o muladhara. Este es tan solo un ejemplo de la hipótesis que plantea las similitudes entre diferentes piezas arqueológicas en posturas meditativas y los asanas del yoga de la India, especialmente la postura de Loto completo o medio Loto y el uso de diversos mudras con las manos usado hace milenios por el budismo.
Otro caso que ilustra la correspondencia entre las posturas representadas en restos arqueológicos prehispánicos y la meditación budista es el hallazgo de restos óseos humanos y figuras antropomorfas sentadas con las piernas cruzadas en loto completo en un yacimiento arqueológico de Teotihuacán, en la pirámide de la Luna, encontrado por el investigador mexicano Rubén Cabrera. Allí se halló a tres individuos en postura de loto completo en una fosa construida alrededor del año 300 a.e.c., la época que marca el inicio del esplendor de la llamada «Ciudad de los Dioses» en Mesoamérica. La amplia representación de posturas meditativas en el acervo material de distintas culturas ha permitido pensar en un especie de arquetipo universal que a todas luces habla de la relación entre la adopción de diversos gestos físicos y la espiritualidad; así no solo se ha observado la presencia de posturas sedentes en el arte prehispánico sino también en las iconografías del mundo antiguo europeo presente en yacimientos arqueológicos árabes y en la zona limítrofe del norte y este de Siria asociadas a la civilización antigua de Mesopotamia.
Las posturas de poder observadas en figuras antropomorfas de arte prehispánico denotan una relación estrecha con zazen en la medida en que sentarse era un elemento trasversal a los actos de concentración trascendente y de comunicación con los dioses en contextos religiosos, pero también refleja un correlato en las implicaciones mentales de simplemente sentarse en silencio con los ojos semiabiertos.
En el budismo zen la persona al sentarse posiciona la columna de modo que sus dos curvaturas naturales formen una especie de «s» sin ningún tipo de esfuerzo extremo. En la siguiente ilustración, se pueden apreciar las dos curvaturas que debe tener la columna vertebral humana, no solo cuando se realiza la postura de zazen, sino también cuando nos sentamos frente a un escritorio, o cuando realizamos actividades cotidianas, ya que los hábitos de vida actuales han deformado dicha postura natural de la columna deviniendo en enfermedades, dolores crónicos de espalda y afecciones graves en la salud.
Otra opción es la posición de «seiza», usada especialmente cuando las personas tienen serias dificultades al momento de sentarse en alguna de las anteriores posturas, sea porque posee lesiones físicas o porque la flexión de las articulaciones es muy dificultosa. La persona se posa de rodillas y debajo de la cadera pone el cojín de modo que quede parado por uno de sus costados, de este modo el individuo puede apoyar la cadera en éste de manera que la pelvis quede levantada y la columna pueda estar en su posición anatómica correcta. En muchas regiones de Japón, las personas suelen tener pocos muebles y sillones ya que culturalmente se ha heredado la costumbre de sentarse en el suelo en posición seiza.
Podemos ver en la siguiente imagen, un caldero de origen vikingo encontrado dentro de una urna funeraria que se descubrió en 1904 en Oseberg, Oslo, en donde se observa la elevada similitud con la postura de zazen.
El sentarse simplemente en la postura de zazen y no hacer nada, más que estar sentado, supone entonces estar ahí, experimentar la realidad sin distracciones, observarse así mismo con detenimiento, acción que normalmente no se realiza cuando se está inmerso en las actividades cotidianas. En el discurso de los practicantes de zen se esbozan con bastante claridad la propuesta de la práctica zazen como una manera de conocerse a sí mismo a través de una postura en la que interviene el cuerpo, pero también la mente, para observar el modo en que se vive y las dificultades de enfrentar el dolor de frente.
Pese a que diversas escuelas enseñen posturas de meditación sentada, la mayoría de esculturas e imágenes iconográficas del Buda histórico lo muestran en postura de zazen, como aquella en la que alcanzó el despertar. Se concluye que la postura de meditación es un elemento transversal a distintas tradiciones, una práctica nómada que no se afilia a ningún territorio.
Daniela Mesa Sánchez es Antropóloga colombiana de la Universidad de Antioquia, ha trabajado en diversos proyectos de Arqueología de rescate en su país natal interesándose particularmente en los fenómenos religiosos del ámbito de lo ritual y lo sagrado de las culturas prehispánicas. Se enfocó en el estudio de la antropología de la religión alrededor del año 2011 cuando comenzó a practicar meditación Zen en la fundación para vivir el Zen con la línea del maestro André Reitai Lemort, elaborando su tesis de grado en dicha temática en el año 2015. También se interesa por el taoísmo filosófico, la literatura, la poesía y la pintura. Actualmente reside en Argentina en donde planea establecerse y continuar su carrera investigativa en los estudios budistas.