Visiones zen modernas del renacimiento
ÓSCAR CARRERA
Mucho se ha escrito sobre el fallecido Thích Nhất Hạnh, maestro thiền (japonés: zen) vietnamita considerado padrino de la meditación mindfulness y del «budismo comprometido» en Occidente. Pero Thầy, como lo conocen sus seguidores, también era un teórico, aunque uno poco sistemático. Suya es una filosofía del inter-ser, singular formulación de la doctrina mahayánica de la interconexión de lo existente. De acuerdo con esta filosofía, toda cosa está compuesta de cosas diferentes a ella, y permanece en íntima dependencia con respecto al resto de cosas. Si analizamos en profundidad una cosa, brotan todas las otras cosas.
Una comprensión tradicional del karma y el renacimiento resulta, al parecer, insuficiente para este poliédrico planteamiento. Mientras que los antiguos textos palis predican una fuerte continuidad individual en cuestiones de karma («tú y sólo tú has hecho esta mala acción, y sólo tú experimentarás su resultado»), Thích Nhất Hạnh desdibuja esa línea tan recta. A lo largo de su obra describirá el funcionamiento del karma como las diversas influencias que tienen las acciones de un individuo sobre el tapiz de la realidad, incluyendo la futura descendencia de ese individuo. El renacimiento tampoco será el salto de una vida a la siguiente, sino una ligazón profunda con el resto de seres vivos e incluso inorgánicos. Aunque en ocasiones emplea imágenes más tradicionales (siempre bajo una estricta doctrina del no-yo), en su hora más inspirada, Thầy desarrolla una grandiosa visión de la evolución de los organismos terráqueos:
En nuestras vidas pasadas, éramos rocas, nubes y árboles. También hemos sido un roble. Esto no sólo es budista; es científico. Los humanos somos una especie joven. Fuimos plantas, fuimos árboles, y ahora nos hemos vuelto humanos. Tenemos que recordar nuestras existencias pasadas y ser humildes. Podemos aprender mucho de un roble.
El renacimiento, desde esta perspectiva, cifraría el tránsito de lo inorgánico a lo orgánico, de la geología a una vida de creciente inteligencia, en la ebullición creadora permanente de la naturaleza. «Surgimos continuamente de la Madre Tierra, nutridos por ella, y después retornamos a ella».
¿Qué decir de la personalidad humana, de las apetencias y proclividades? ¿No provendrán de personalidades anteriores? De nuevo Thích Nhất Hạnh nos responde ampliando drásticamente el campo visual: tras la personalidad individual pulula una caterva de otros; aquellos que nos influenciaron, nos educaron, nos dañaron… Esto tiene también una afilada lectura social, pues los «monstruos» de una sociedad dada emanan directamente de la crueldad e indiferencia del conjunto:
La [prostituta] en Manila es como es por la forma en la que somos. Investigando la vida de esa joven prostituta, vemos las vidas de todos los no-prostitutas. Y mirando a los no-prostitutas y a la forma en la que vivimos nuestras vidas, vemos a la prostituta.
Thầy no es el único maestro zen/chan/thiền con una presentación novedosa del karma y el renacimiento. Algunos autores contemporáneos incluso remontan la disidencia al maestro japonés Eihei Dōgen (1200-1253): el budista punk Brad Warner descentra el renacimiento en su enseñanza, mientras que otros van más lejos y niegan que formara parte en absoluto. El párrafo más citado, en este sentido, es aquel del seminal Genjōkōan sobre la leña y las cenizas:
Así como la leña no vuelve a ser madera una vez se ha convertido en cenizas, los seres humanos no regresan a la vida tras morir. Los budistas no hablan de que la vida se convierta en muerte. Hablan de “no-nacimiento”. Como es una enseñanza budista confirmada que la muerte no se vuelve vida, los budistas hablan de “no-muerte”. La vida es una fase del tiempo, y la muerte es una fase del tiempo. Es como el invierno y la primavera. Los budistas no suponen que el invierno pase a ser primavera o hablan de que la primavera pase a ser verano.
Sin intención de desentrañar las intenciones del Dōgen histórico, parecería que esta doctrina del no-nacimiento y la no-muerte dista de un planteamiento en el que se nace, se vive una sola vez y se muere una sola vez. Aunque es compatible con este último, considerando el nacimiento y la muerte únicos una especie de ilusión samsárica, ¡también lo sería con nacimientos y muertes repetidos! El invierno, la primavera y el verano suman al menos tres estaciones…
Dejemos al maestro Dōgen en sus metafísicas alturas. En la escuela Sōtō por él fundada encontramos figuras contemporáneas que proponen una comprensión alternativa del renacimiento, aunque siguen siendo raros los que niegan abiertamente la existencia de vidas pasadas y futuras. Uno de ellos parece ser el rōshi Gudō Wafu Nishijima, iniciador del citado Brad Warner, quien, inspirado por las investigaciones entonces punteras del psiquiatra Karl Menninger y el doctor Herbert Benson, convierte la soteriología budista en una metáfora del presente, interpretando los lugares cosmológicos como estados más o menos equilibrados del «Sistema Nervioso Autónomo». El cielo sería el equilibrio psico-neurológico; el infierno, el desequilibrio. Warner y otros alumnos afirman que no creía en tales lugares, y su referencia a un «descanso eterno» tras la muerte sugiere que su interpretación descartaba —no complementaba— la comprensión tradicional.
En esto se diferenciaba del interpretable Eihei Dōgen y se alineaba con autores modernos como el tailandés Buddhadāsa Bhikkhu, que no dejaba un resquicio para ideas reencarnacionistas. Claro que entre dogma y escepticismo existen gamas intermedias. En definitiva, puede que el grueso de la vida religiosa vivida se ubique entre ellas. Shōhaku Okumura, divulgador del zen Sōtō en Estados Unidos, ejemplifica un curso biográfico tal vez más frecuente de lo que se piensa. Durante la primera parte de su vida, fue lo que denominaríamos un agnóstico. Cultivaba esa actitud abierta que recomiendan muchos maestros budistas modernos frente a los insondables de la tradición:
Personalmente, no creo en el renacimiento literal, aunque tampoco niego su existencia. No tengo fundamento ni para creer ni para negar el renacimiento literal; lo único que puedo decir con seguridad acerca de ello es: «no lo sé».
Sin embargo, al cumplir los cincuenta años, algo le empujó a replantearse la cuestión:
Al entrar en el último periodo de mi vida, descubro ahora que espero vivir otra vida después de esta, ya que esta vida ha sido demasiado corta para hacer todo lo que necesito para practicar el Camino del Buda. Por ejemplo, he estado trabajando durante muchos años en la traducción de textos budistas zen del japonés al inglés. Sin embargo, sé que mi vida será demasiado corta como para comprender plenamente el sentido verdadero y profundo de las enseñanzas del Buda Shakyamuni, Dōgen y otros grandes maestros, por no hablar de traducirlas al inglés. Así que en el fondo espero renacer como budista para poder continuar el trabajo que hago ahora. Creo que ha surgido este deseo porque el proceso de envejecimiento me ha mostrado mis limitaciones […]