Thoreau y el budismo.
DOUGLAS CALVO GAÍNZA
«Voy y vengo con una extraña libertad en la naturaleza, como una parte de ella.»
(Henry David Thoreau, WA., 97).
Podemos pensar antagónicamente en política o en religión, pero nuestra patria mayor, la Tierra, es una sola para todos los seres. Y ella hoy nos exige un nuevo paradigma que imbrique, igualitario, a nuestra especie como una más dentro de la amorosa interdependencia universal de todas las vidas.
Henry David Thoreau (1817-1862) fue un célebre pionero del pensamiento ecologista occidental.
Objetor decidido, fusionaba espontáneamente justicia ambiental y social al predicar una cultura de paz, y negarse de plano a pagar los impuestos, porque con su dinero: «se compra a un hombre o se invierte en un mosquete para matar a otro» (D.C., 44).
Comparando las «bondades» de nuestro progreso con una tortura voluntaria (WA., 7), el famoso poeta bostoniano rechazó este «turbulento mar de la vida civilizada», atiborrado de «nubes y tormentas», donde «el que triunfe deberá ser en verdad un gran calculador» (Ib., 69). Pues advirtió, anticipatoriamente: «Nosotros no vamos montados en el ferrocarril, él va montado sobre nosotros» (Ib., 70).
Por eso abandonó radicalmente este progreso cuyos árboles «no dan frutos, sino dólares» (Ib., 146). Y, en vez de los desfiles solemnes, prefirió caminar «junto con el constructor del universo» (Ib., 245), en esa naturaleza pura, donde: «El silencio es el refugio universal (…) un bálsamo a cada tristeza nuestra (…) nuestro asilo inviolable donde ninguna indignidad puede asaltar» (WE., 258).
Místico cantor natural
Temprano cultor de la sostenibilidad, desde el paradisíaco entorno del lago de Walden (al que él definía como «gozo líquido» [WA., 144]), Thoreau enalteció literariamente al ecosistema global. Fue un gran cantor de esta tierra cuya desertificación se incrementa, afirmando que ella no era: «Un mero fragmento de historia muerta (…) para ser estudiada solo por geólogos y anticuarios, sino poesía viva (…) no una tierra fósil, sino una tierra viviente, respecto a cuya gran vida central toda la vida animal y vegetal es simplemente parasítica» (Ib., 230).
Por ende, aconsejaba a sus congéneres: «Disfruta de la tierra, pero no la poseas» (Ib., 155).
Igualmente, fue un gran poeta de las aguas, sobre las que escribió: «Nada tan hermoso, tan puro, y, al mismo tiempo, tan grande como un lago, yace quizás sobre la superficie de la tierra. Agua del cielo. (…) Las naciones van y vienen sin ensuciarla» (Ib., 141).
Asimismo, confraternizaba con las minorías étnicas y pueblos originarios.
Era, igualmente, un buscador de la superación interna, comprendiendo que «es bendito aquél que está seguro de que lo animal está muriendo en él día tras día, y que lo divino está siendo establecido» (Ib., 164).
Muchas de sus expresiones recuerdan a las de grandes místicos occidentales u orientales; como cuando propugna el valor del «ahora», con palabras evocadoras de Meister Eckhart o Thich Nhat Hahn: «Dios mismo culmina en el momento presente y no será nunca más Divino en el transcurso de todas las épocas» (Ib., 73).
No era devoto de ninguna religiosidad concreta. Su verdadero Libro Sagrado, la fuente de sus intuiciones místicas, era el entorno. Por eso escribe: «En una placentera mañana primaveral, todos los pecados del hombre quedan perdonados. (…) Mientras un sol como ese se mantenga firme para arder, el peor de los pecadores puede retornar» (Ib., 233).
Lejano de santuarios tradicionales, el medio ambiente incontaminado de sectarismos le enseñó una espiritualidad hondamente ecuménica. Por tanto, hacia 1850 proclamaba esta precoz confraternización interreligiosa: «No prefiero una religión o filosofía a otra. No tengo simpatía con el fanatismo y la ignorancia que hacen las parciales y pueriles distinciones entre la fe o forma de fe de un individuo y la de otros – como cristianos y paganos. (…) Para el filósofo, todas las sectas de todas las naciones son iguales. Me gusta Brahma – Hare Buda – el Gran Espíritu, y también Dios.» (DIAR., III. 62).
La India y Buda en Thoureau
Gran adepto a los clásicos grecorromanos, citaba igualmente a Confucio, a Mencio o a los Vedas, mientras fluía con su entorno como un taoísta. Era heredero de un Occidente recién abierto a Oriente por autores tales como Blavatsky, Olcott o Paul Carus.
Thoreau recibió el vigoroso impulso orientalista de Emerson, quien le incitó a un ávido fervor hacia la India y sus espiritualidades, inaugurado en su biblioteca personal. Por eso a diario el bostoniano estudiaba el Bhagavad-gitta, encontrando trivial a toda la literatura moderna en comparación con este (WA., 222).
En su periódico The Dial, Emerson incluía traducciones de fuentes asiáticas. Y el Sutra del loto, traducido por Elizabeth Palmer, se publicó por primera vez en Norteamérica bajo la guía editorial de Thoreau (quien poseía la versión francesa de Burnouf).[i]
Es significativo que ya en el propio siglo XIX hubo quien (sin demasiadas bases) identificara a Thoreau como un budista. Por ejemplo, John Weiss escribió en 1865, que el poeta «Iba de un lugar a otro como un sacerdote del Buda, quien espera arribar pronto a la cumbre de una vida de contemplación.»[ii]Además, Joshua Caldwell comentaba más tarde: «Es extraño que sus biógrafos y críticos hayan prestado tan poca atención a su profesión y práctica del budismo», siendo que éste puede ser advertido «a través de toda su vida y sus escritos».[iii]
Sin compartir tales criterios, sí es innegable que muchas ideas suyas reflejan cierta influencia budista, como el énfasis en «estar despierto», metáfora natural de la iluminación interna. Por ejemplo, señala en Walden, p. 68: «El día es una mañana perpetua (…) La mañana es cuando me despierto y hay amanecer en mí. La reforma moral es el esfuerzo para echar fuera al sueño.»
Igualmente, «millones están suficientemente despiertos para el trabajo físico, pero (…) Solo uno en cien millones para una vida poética y Divina. Estar despierto es estar vivo.»
Además, resaltan búdicamente en él su autoexploración, y su no asentimiento a la simple autoridad (al estilo del sutta a los Kalamas). Como mínimo, ese escapar de las desesperadas ansias de la existencia urbana para abrazar una mansa sencillez, resulta muy a tono con las usanzas de los sanniasin hindúes y de los diversos ascetas solitarios (pratyeka budas y otros), siempre recurrentes en las diversas ramas budistas.
Según un acucioso investigador del budismo estadounidense, Thoureau fue un «prebudista», quien «no fue el único de su generación en vivir una vida contemplativa, pero fue, parece, uno de los pocos en vivirla de una manera budista. Es decir, fue quizás el primer norteamericano en explorar el modo no teísta de contemplación que es la marca distintiva del budismo.»[iv]
Interesantemente, Thoreau llega a reclamar a Siddharta Gautama como «suyo», cuando afirma de los cristianos que: «Sé que algunos abrigarán pensamientos duros contra mí, cuando oigan que menciono a su Cristo junto a mi Buda, pero estoy seguro de estar dispuesto a que ellos amen a su Cristo más que a mi Buda, pues lo principal es el amor» (WE., 46).
«Budismo» ecológico
Aunque estuviera familiarizado con los escritos sacros budistas, fue la propia naturaleza la que grabó en su interior tantas reverberaciones dhármicas. Observador agudo, no se le escapaba el problema del sufrimiento, origen esencial del budismo. Su propia misión comienza al constatar que «La masa de los hombres lleva vidas de quieta desesperación» (WA., 9), que él procura paliar mediante una abrupta atenuación de los deseos y necesidades artificiales, y por la comunión transpersonal.
Contemplar el ecosistema le resultaba una iluminada lección sobre la interdependencia, ese obvio «parentesco» entre todo lo existente. Y así comenta: «El halcón es el hermano aéreo de la onda a la que sobrevuela y examina, y sus perfectas alas infladas por el aire se corresponden con las elementales alas sin plumas del mar» (Ib., 119).
Con ciertas «vibraciones» a la huayen, las líneas del poeta norteamericano rezuman un cariz holístico, donde el zumbido de un mosquito no solo revela una «Ilíada y Odisea en el aire», sino «algo cósmico» que anuncia «el sempiterno vigor y fertilidad del mundo» (Ib., 67). Por tanto, cada vida es, en sí misma, algo sagrado. Así, Thoreau renuncia con compasión al asesinato de seres vivientes: «Ningún ser humano, pasada la irreflexiva edad de la niñez, asesinará gratuitamente a ninguna criatura que posee su vida con iguales derechos que él. La liebre en su instante postrero llora como un niño» (Ib., 159).
Y declara: «No tengo dudas de que dejar de comer animales es parte del destino de la raza humana, en su mejora gradual» (Ib., 161).
Pero Thoreau fue, además, un gran adepto a aquello que «significan los orientales por la contemplación y el abandono de las palabras» (Ib., 84). Múltiples líneas suyas reflejan majestuosas experiencias meditativas, que resonarían por igual en un practicante de advaita o en un seguidor del budismo que aspire a lograr la talidad no dual. En contacto con el universo, lograba él disolver su «ego» y así contemplar el flujo fenoménico con sumo desapego, como quien asiste a un despliegue ilusorio (māyā).
Por un esfuerzo consciente de la mente podemos permanecer distantes de las acciones y sus consecuencias, y todas las cosas, buenas y malas, pasarán junto a nosotros como un torrente. No estamos plenamente involucrados en la naturaleza. Puedo ser o el leño arrastrado por la corriente, o Indra en el cielo contemplándolo. (…) Soy sensible a cierta duplicidad por la cual puedo permanecer tan remoto de mí mismo como de otro.
No importa cuán intensa sea mi experiencia, soy consciente de la presencia y de la crítica de una parte de mi ser, la cual, por así decirlo, no es una parte de mí, sino un espectador que no comparte la experiencia, pero toma nota de ella, y que no es más Yo que Tú. Cuando acaba la obra – que puede ser la tragedia – de la vida, el espectador sigue su camino. En lo que a él concernía, era una especie de ficción, solo un producto de la imaginación (Ib., 101).
Sea cual sea la influencia textual budista en Thoreau, evidentemente él no aprendió el dharma en una pagoda o un wat, sino gracias a la naturaleza misma. ¿Acaso será casual que el Tathāgata alcanzase su iluminación a la sombra protectora de una higuera? ¿Sería fortuito el despertar del Buda Sikhi bajo el mango blanco, o el de Vessabhu ante el árbol sala, o el de Kakusandhu junto a la acacia…?[v]
Conclusiones
Es lícito concluir, definitivamente, que, en aquel precursor del ecologismo actual, el budismo jugó un papel digno de mención. Y también hoy los budistas deberían recobrar la dimensión ecológica del buddhadharma, ya no solo con fines sociopolíticos sino atendiendo por igual a la reiterada vinculación entre el Despertar espiritual y una vida libre de ataduras «civilizadas».
Nos urge escuchar juntos ese urgente clamor con el que la biosfera nos convoca. Ya no hay lugar para más dilaciones o excusas, incluso aunque, penosamente, sea tan cierta aquella frase de nuestro filósofo-ecologista Henry David Thoreau: «La luz que deslumbra nuestros ojos es oscuridad para nosotros. Sólo amanece el día para el que estamos despiertos» (WA., 248).
Obras de Thoreau citadas.
Abreviaturas | Referencia |
D.C. | Desobediencia civil. México D.F.: Tumbona Ed., 2012 |
DIAR. | Diario. Según Hodder: “Thoureau’s Religious Vision” <https://utpjournals.press/doi/pdf/10.3138/uram.26.2.88> |
WA. | Walden or Life in the Woods. Walden Pond: The Internet Bookmobile 2004. |
WE. | A Week on the Concord and Merrimack Rivers, <http://www.gutenberg.org/4/2/3/4232/> |
Douglas Calvo Gaínza (La Habana, 1970).
Investigador, traductor y escritor residente en Cuba. Habiendo culminado tres maestrías en humanidades, filosofía y religiones, así como un doctorado en teología, es estudioso sistemático del budismo desde el 2002, y colaborador de Buddhistdoor desde el 2020.
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[i] <http://www.tricycle.com/ancestors/anonymous-was-a-woman-again>.
[ii] <http://www.krabarchive.com/ralphmag.org/thoreau-swansJ.html>
[iii] Caldwell, Ten Volumes of Thoreau. Knoxville: New Englander and Yale Review. 1891. <http://thoreau.eserver.org/tenvolumes.html>
[iv] FIELDS, Rick. How the Swans Came to the Lake. A Narrative History of Buddhism in America. Boston / Londres: Shambhala, 2014, pp. 62-63.
[v] Cf. DN 14, Mahāpadāna sutta.