Quietud

JOSEPH HOUSEAL

Pieza de teatro noh Kayoi Komachi, Londres, Un día de raras danzas budistas, Victoria & Albert Museum, 2009. Foto de Jonathan Greet. Tomado del Core of Culture

Las formas asiáticas de meditación y movimiento se basan en el cultivo de la quietud. Para un actor japonés de noh, o para un derviche sufí, la quietud no es la mera ausencia de movimiento, sino una potente presencia, una fuente de poder y gracia que imbuye al movimiento de profundidad y significado. Piensa en un lago tranquilo. En la superficie parece quieto, pero por debajo las corrientes se arremolinan suavemente y la vida pulsa. Así ocurre, también, con el danzante en un estado de quietud. Aunque físicamente inmóviles, los bailarines vibran con una intensidad interior, una fuente de potencialidad esperando a ser expresada. Esta quietud no es estática; es dinámica, y se halla al borde mismo de la transformación.

Electrizante resulta cuando un actor de noh se detiene en el baile; o cuando los bailarines del bugaku se inmoviliza en su ritual; o cuando los monjes del Himalaya sofrenan el móvil mandala de cuerpos; o cuando los bailarines balineses hacen un alto en sus devociones. La quietud pertenece al movimiento. El drama interno, la meditación y la visualización, nunca se detienen. De hecho, en el noh, cuando un personaje se siente abrumado por su carga espiritual, la danza se detiene, invitando al público a entrar en la pulsante realidad espiritual del personaje, y produciendo una huella energética en el espacio mismo. En una forma de arte donde el tiempo y el espacio son dilatados y manipulados, el silencio y la quietud compartidos proveen de trascendencia a las distintas formas de arte en sí mismas.

En la meditación budista, entrenamos la mente para observar la actividad siempre cambiante de los pensamientos y emociones, cultivando la calma en medio de una tormenta interior. De igual modo, el bailarín cultiva la quietud dentro del cuerpo, silenciando movimientos extraños y sintonizándose con los pulsos sutiles de la respiración y con el flujo de energía. Para un bailarín derviche girando, este punto de quietud es esencial incluso para que funcione la física. Para un bailarín enmascarado de Noh, esta quietud interna se convierte en el ancla, en la base autoidentificadora sobre la cual adquiere claridad y precisión el movimiento.

Derviche sufí girando. Derechos de autor de la foto Mehmetcan. Tomado de egyptianstreets.com

Las prácticas taoístas como el taichí, el bagua y el qigong del Dragón Nadador ofrecen otra perspectiva. Nos enseñan a fluir con las corrientes de la vida y la naturaleza, abrazando tanto el yin (la quietud) como el yang (el movimiento) como parte de una danza cíclica. A menudo imitando (o encarnando) las ocho energías básicas del I Ching, el artista marcial que se inspira en esta filosofía se mueve con fluidez y facilidad, y cada gesto armoniza con el ritmo de la respiración y el flujo energético recorriendo el cuerpo. El silencio y la quietud son elementos de la armonía. Cuando hay paradas en la música gagaku, las paradas y los silencios deben entenderse como parte de la música, y, de hecho, como un tipo de música en sí.

Gran cham, Monasterio de Labrang, Amdo, Tíbet, 2004. Foto de William Trimble

Cuando trabajé por primera vez con monjes en Ladakh, en el monasterio de Lamayuru, noté que las grandes danzas-mandalas, algunas de las cuales duraban hasta una hora, se detenían en ciertos lugares. En ese punto todo el círculo de hasta 24 bailarines se detenía de una manera precisa. Más tarde me enteré de que estas paradas son parte del baile y que son llamadas «altos».

Moverse con quietud muestra cómo la quietud se manifiesta en el movimiento real. Cada tipo de quietud en acción corporizada, cultiva una condición mental tan peculiar como necesaria, y generalmente basada en la velocidad del movimiento. En las formas rituales lentas, una potente energía puede ondular a través de un ligero movimiento de cabeza, de un gesto sutil de la respiración o de un mudra, de una pausa preñada de emoción y exposición; todas las cuales pueden ser elocuentemente expresivas incluso en ausencia de aparatosas volteretas o hazañas acrobáticas.

La quietud se torna evidente, incluso cuando los espacios vacíos cobran vida. La quietud permite al bailarín concentrarse en el cultivo de la mente mientras se está moviendo; una familiaridad con la palpitante realidad de la quietud. El movimiento está vinculado con la intención detrás de cada gesto, haciendo que cada acción sea deliberada y esté imbuida de significación. Para un bailarín japonés de noh, con movimientos medidos y precisos, la quietud está dotada con un silencioso poder. Se ha dicho que la baja velocidad del noh es un factor que permite al actor desarrollar tales técnicas mentales así de intrincadas y magistrales. En otras palabras, el sostener esa conexión con la vibrante quietud.

Alternativamente, la quietud es un agente esencial del dominio mental en bailes rápidos, atléticos o físicamente complejos. Un derviche sufí girando, o un monje del Himalaya que da vueltas giroscópicamente en un vórtice; ambos dependen de una quietud en el centro del giro irradiando hacia afuera, y atrayendo también a la audiencia hacia su vórtice de devoción. La quietud mental es la única base para la concentración ininterrumpida en las técnicas mentales necesarias para propagar el poder simbólico de la figura.

Los monjes shaolín practican gongfu al amanecer. De learnshaolinkungfuinchina.com

La quietud en movimiento no estriba tan solo en centrarse en el interior. También permite que el bailarín esté completamente presente en el espacio, en sintonía con el entorno y su público. Un bailarín que encarna la quietud llama la atención a través de una presencia discreta, casi magnética, ya sea navegando tranquilamente o estallando en exhibiciones grandilocuentes que desaparecen como lo hacen todos los fenómenos, revirtiéndose en quietud.

La quietud no es lo opuesto a la danza; es su arma secreta. Es el terreno fértil a partir del cual florece el cautivador movimiento, ese ritmo oculto que impulsa al arte del bailarín. Así que mi deseo para todos mis lectores al embarcarnos en este nuevo año 2024, es el de abrazar la quietud, cultivarla en nuestro interior y dejar que su poder silencioso guíe su propia danza hacia nuevas alturas de expresión y gracia.

Monje meditando, Sri Lanka. Imagen del Core of Culture

Joseph Houseal es el director del Core of Culture, una organización dedicada a salvaguardar la cultura mundial intangible y a asegurar la continuidad de las antiguas tradiciones danzarias en sus propios lugares de origen. Como expresión religiosa, filosófica y ritual, la danza tiene un papel importante en la práctica del budismo, el taoísmo, el hinduismo y otros sistemas de creencias asiáticos. Las largas e ininterrumpidas transmisiones de formas de movimiento se reflejan en representaciones artísticas religiosas, en las que la iconografía performativa es un código místico además de una ilustración del movimiento. Danzas Antiguas analiza los aspectos de la danza y la espiritualidad para mejorar la práctica y el aprecio entre los lectores, y para elevar la conciencia cultural en nuestro mundo cambiante. Utiliza la danza como lente para explorar estados de conciencia y representaciones simbólicas. Danzas Antiguas se publica mensualmente.