Que el amor sea más grande que la dificultad
VENERABLE KARMA TENPA
Este artículo es parte de nuestro compendio de artículos sobre la pandemia de covid-19 desde una perspectiva budista.
La pandemia de COVID 19 está cambiando la narrativa de la vida, tanto la personal como la colectiva. Millones de personas estamos en confinamiento, y el total de la población mundial se ve, o verá, afectada de una manera u otra.
Están siendo tiempos en lo que se comprueba de manera contundente, en muchos casos brutal, que los supuestos sobre lo que descansan las perspectivas acerca de la vida, como la salud, el trabajo, las relaciones personales, la autoestima y la sociedad en sí misma son absolutamente inestables. Es un momento de gran incertidumbre y puede ser que nos sintamos interpelados, amenazados o ni tan siquiera podamos ponerle nombre a lo que se apodera de nosotros.
Es necesario explorar y entender el mensaje de esa incertidumbre, si no la incertidumbre la convertiremos en miedo a algo como reacción defensiva porque hay una necesidad emocional de querer definirlo, un qué o un quién concreto, como paso previo para poder controlarlo.
Pero antes de continuar quiero participaros del cuidado extremo que estoy tomando para ser muy respetuoso y solidario con tanto sufrimiento que nos envuelve. No quiero pasar por alguien que da soluciones y consuelo para niños asustados cuando tenemos enormes problemas de adultos. Cuando se aproxima algo indeseable o amenazante, como ahora mismo, es muy humano tener miedo, así que compréndete y no te desvalorices por tenerlo, no estás haciendo nada mal, sólo lo estás haciendo como puedes. Y eso es un gran esfuerzo que deseo que valores.
Todos debemos en lo cotidiano adoptar todas las medidas que la grave situación requiere. Lo que comparto ahora tal vez resuene más en aquellos que ya tienen una experiencia meditativa afianzada. Si no es el caso, no te esfuerces, a veces es mejor una barra de chocolate, o una crocante pizza, que meditar.
En la practica meditativa hay tres indicaciones muy precisas en las que apoyarse durante las sesiones: observa, discierne y reposa. Observa que pensamientos y emociones pueblan el momento, discierne que atmósfera emocional comienza a envolverte y, a continuación, reposa en esa capacidad de la mente de observar sin más.
¿Cómo relacionarnos con todo ello? Reposa con lúcida claridad en esa parte de ti que no teme, que es mayor que el miedo y le contiene. Esto quiere decir que lo que observa al miedo no tiene miedo, porque en su calidad de testigo no está atrapado por el miedo que observa. Si la atención plena compasiva abraza al miedo, la mente temerosa se sumerge en el corazón y descansa de sí misma. Poseemos un inmenso potencial de bondad y fortaleza espiritual que nos permite sentirnos sanos y equilibrados en una relación de honesta y leal amistad hacia nosotros mismos, que nos acompaña en ese ir hacia la verdad del ser.
Pero ¿podemos mantener esa presencia abierta en el miedo y no a lo que nos da miedo? La respuesta es sí y esto significa reconocer el miedo, estar dispuesto a tenerlo, a aprender de él y a ser transformados por él.
Que el amor sea más grande que los conflictos que nos atemorizan
Todos tenemos miedo a algo, sea lo que sea ese algo. Pero ¿hemos aceptado al miedo de tal manera que de un visitante ocasional de la mente lo hemos convertido en su dueño? ¿Qué podemos hacer por nosotros mismos y por los demás?
Podemos hacer que las medidas de cuidado, confinamiento y distanciamiento social, que hemos debido aceptar para reducir las posibilidades de contagio no las convirtamos en nuevos cerrojos que echemos sobre las puertas por las que recibimos al mundo y por las que salimos hacia el. Salir del confinamiento será como un nuevo nacimiento, un nuevo parto de la realidad que mostrará, una vez más, que estamos estrechamente vinculados con los demás.
Debemos propiciar una convivencia ecuánime entre uno mismo y con los demás, porque la convivencia misma constituye el centro de ser humano. Estar en uno mismo y convivir con los demás no son cosas distintas, no están separadas, ni son una mera anécdota. La coexistencia ecuánime constituye el marco referencial de estar en el mundo.
Pero, ¿qué se entiende por ecuanimidad? La ecuanimidad no es partir un bizcocho en porciones exactamente iguales. Una ecuanimidad social y activa puede ser hoy, más que nunca, la respuesta a la profunda demanda de integrar plenamente la vida individual con la vida colectiva, lo religioso con lo mundano, lo cotidiano con lo sagrado, uno mismo con los demás. Debemos estar atentos para no dejarnos tentar en ponerle más cerraduras a la comunicación, al estar con los demás, porque cada cerradura adicional que coloquemos como respuesta a nuestros miedos y prevenciones los reforzarán cada vez más.
El trabajo principal que nos espera consiste en llegar a ser personas completas, con un estado esencial de lucidez para amar aún con el corazón herido e inspirar plenitud a los demás.
Estemos dispuestos a escucharnos y a escuchar a los demás
Es posible que nos sintamos confundidos, alterados y que nos cueste discernir equilibradamente. La información puede estar siendo abrumadora y desalentadora, caótica, contradictoria o malintencionada. Por todo esto es muy importante observar si nuestra manera de comunicar y actuar suma o divide. Hemos de salir al encuentro de lo que nos sucede con el valor y la voluntad de implicarnos de una manera que verdaderamente aporte respeto y comprensión por uno mismo y por los demás, en vez de falta de respeto, agresión y polarización.
La forma en que nos comunicamos es crucial porque responde a un principio elemental: la violencia responde a la violencia como la bondad responde naturalmente a la bondad. Cuando nos comunicamos desde nuestro enfado, neurosis o desesperación, creamos malestar y división en nuestro entorno, pero el habla que viene de nuestro corazón se comunica con el corazón de los demás.
Usemos como modelo el entrenamiento del Bodhisattva, permaneciendo fieles a nuestra palabra de beneficiar a los seres sensibles y no abandonarlos. Comunicando de tal manera que acerquemos a los seres a la cordura de su propia naturaleza de buda. Esta es una de las mejores habilidades que podemos desarrollar los que hemos tomado los compromisos del Bodhisattva. No solo deseándolo, sino actuando con amor y esfuerzo gozoso para conseguirlo.
Pero si queremos comunicar, con nosotros y los demás, de una manera que ayude, primero tenemos que trabajar con nuestra propia reactividad emocional conflictiva. Podemos ver con facilidad la rigidez de los corazones de los demás, pero también debemos ablandar nuestro propio corazón, aceptar esto puede ser doloroso, pero es un paso necesario. Como dijo Friedrich Nietzsche, «todo aquel que lucha contra monstruos debe vigilar de no convertirse en uno de ellos. Cuando miramos mucho al abismo, el abismo también nos mira a nosotros.»
Hablar desde el corazón es algo que no nos viene automáticamente, tenemos que llamarla, traerla a nosotros hasta hacerla algo natural. Es una habilidad en la que tenemos que trabajar mucho haciendo todo lo posible para que nuestra manera de comunicar provenga del sentirnos partícipes activos en una humanidad compartida. No es un viaje de un recorrido corto y de un tránsito fácil, pero es un viaje que vale la pena emprender, porque nos llevará a un lugar donde de verdad podemos ofrecer lo mejor de nosotros y sacar lo mejor de los demás.