SEBASTIÁN MIÑO
Para comenzar con esta exposición, comparto a continuación una síntesis de un cuento de ciencia ficción llamado: La Calavera (The Skull, 1952) del escritor Philip Dick.
La calavera inicia con Conger en una prisión, seducido por una propuesta del portavoz del Gobierno para matar a alguien. Lo llevan a La Iglesia Primera. Allí, el portavoz le pregunta a Conger si él, siendo un cazador y un asesino, creía en el fundador. Este niega creer en los discursos de esa iglesia sobre la resignación ante la muerte y la no violencia. El portavoz le muestra los únicos elementos que poseen para identificar a su futura víctima. Conger se asoma y ve una calavera. El hombre al cual debía matar, fundador de aquella religión, lleva muerto 200 años. Eso era todo lo que quedaba de él y el único elemento para poder encontrarlo e identificarlo. Conger se pregunta: ¿Cómo matar a un hombre que yace muerto hace siglos? Conger acepta el trabajo para terminar con su sentencia en la Tierra.
Después de robar la calavera y abandonar rápidamente la Iglesia, el portavoz le explica a Conger los puntos relevantes en los que se funda la Iglesia Primera. Esta expresa la inutilidad de la guerra, y como una da pie a otra peor, sin que se adivine el final. Sin preparativos militares, sin armas, no hay guerra. Sin maquinarias ni una compleja tecnocracia científica no hay armas. El fundador de este movimiento, de quien no se sabe el nombre, procedente del Medio Oeste de Estados Unidos, apareció predicando la doctrina de la no violencia, la no resistencia; no a la guerra, no a los impuestos para fabricar armas, no a la investigación, excepto la dedicada a la medicina. Vive pacíficamente, cuida tu jardín, dedícate a lo tuyo, pasa desapercibido, no te enriquezcas, reparte tus posesiones. El fundador predicó esta doctrina, y las autoridades locales lo detuvieron en seguida, y nunca se le volvió a ver. Fue ejecutado, y su cuerpo enterrado en secreto. Se creyó que de esta manera se terminaba con el culto —sonrió el portavoz. Por desgracia, algunos de sus discípulos afirmaron haberle visto después de la fecha de su muerte. El rumor se extendió; había vencido a la muerte, era divino. Y aquí estamos hoy, con una Iglesia Primera que obstruye todo el progreso social, destruye la sociedad, siembra la anarquía. Conger lo interrumpe, queriendo saber qué pasó con las guerras. Este le responde que no hubo más guerras, consecuencia directa de la no violencia practicada a escala general. Sin embargo, hoy se cree que la guerra posee un profundo valor selectivo, perfectamente concordante con los postulados de Darwin, Mendel y otros, y reduce el número de seres incompetentes e inútiles, carentes de educación y de inteligencia, como lo hacen de forma natural los huracanes, los terremotos y las inundaciones. Sin guerras, los elementos más rastreros de la humanidad proliferan a su antojo y son una amenaza para los escasos instruidos. Es una pena que las autoridades de su tiempo actuaran con tanta lentitud y le hayan permitido hablar y dar a conocer su mensaje, al fundador. Y no hubo forma de pararlo. Sin embargo ¿qué hubiera pasado si hubiese muerto antes de predicar, antes de exponer su doctrina? Dicen que habló una vez. Luego, lo arrestaron. No se resistió.
El portavoz introdujo a Conger dentro de una jaula de cristal, mostrándole los datos acerca de la hora y el lugar: Hudson’s Field, una pequeña comunidad en las afueras de Denver, Colorado. Ocurrió en 1960. Conger solo lo podrá identificar mediante el cráneo, por características visibles en los dientes delanteros, especialmente en el incisivo izquierdo. El portavoz le advierte que la calavera debe volver en perfecto estado para comparar y sentar la prueba definitiva. No te arriesgues, dispara en cuanto creas que lo has encontrado. Quizá se trate de un forastero en la zona, parece que nadie lo conocía, le dijo el portavoz.
Conger mientras viajaba en el tiempo pensaba, ¿Cómo reconocería al hombre? ¿Cómo se aseguraría antes de actuar? ¿Qué aspecto tendría? ¿Cómo se llamaría? ¿Sería una persona vulgar o un extranjero chiflado? Una vez fuera de la maquina temporal, observa la fecha: 5 de abril de 1961. Va a una biblioteca a buscar información, pasando desapercibido. Allí lee en un periódico: “Un prisionero se ahorca. Un hombre no identificado, arrestado en la oficina del sheriff del condado como sospechoso de sindicalismo criminal, fue encontrado muerto esta mañana por…”. El artículo es vago e inconsistente. Necesita más. Compra más periódicos y encuentra lo que desea cuatro meses atrás, en diciembre: “Hombre arrestado por manifestación pública ilegal. Un hombre no identificado que rehusó dar su nombre fue detenido en Cooper Creek por la oficina del sheriff Duff”. Ahora, Conger sabe el día y lugar, vuelve a su jaula de cristal para viajar a ese punto. Al salir del local, se cruza con una mujer que, al verlo, deja caer sus bolsas de las compras. Conger siente que esta mujer lo reconoce de algún lado, ante la duda escapa.
Viaja nuevamente en el tiempo, y decide pasar la noche en una pensión, en donde lo confunden con un “rojo”. Al ver a la gente tan recelosa de todo lo diferente, Conger piensa que descubrirá al fundador en cuanto haga acto de presencia. Le bastará con tener paciencia y los oídos atentos, sobre todo en la tienda del pueblo, o allí mismo, en la pensión de la señora Appleton. En una tienda, dos vecinos confunden a Conger con Karl Marx, por su barba. Luego, unos jóvenes, Bill y Lora deciden levantarlo en la calle y llevarlo en su auto hacia la ciudad. Al día siguiente, Conger se encuentra a Lora en una cafetería en donde charlan sobre como Bill detesta a los extranjeros. Llega Bill y discute con Lora, en frente de Conger, porque ella habla con el desconocido de barba. Ella se enoja con Bill, quien aprovecha a dirigirse de forma violenta hacia Conger. Este rápidamente aprieta un botón en su cinturón, realizando una pequeña descarga eléctrica en el lugar que inmoviliza por unos momentos a todos allí. Finalmente, Conger sale de la cafetería. A la noche de ese día, el sheriff Duff lo intercepta y lo interroga sobre lo ocurrido en la cafetería. En particular, sobre las personas paralizadas y desmayadas por un destello. Conger explica que hubo un pequeño escape de gas en un mechero. Duff le pide sus documentos, este se los facilita y lo deja ir. En la casa de los Appleton, donde se está quedando, se entera de la fecha, 1 de diciembre. Conger toma conciencia que al día siguiente el fundador dará su discurso, y será apresado.
Al otro día, vuelve al bosque, a la jaula de cristal. Allí, piensa: “Aquí vendrá el fundador y hablará. Lo detendrán las autoridades. Sólo que morirá antes de que lleguen. Morirá antes de hablar”. Conger mira el paquete en el estante. Lo baja, lo desenvuelve y toma la calavera entre sus manos y le da la vuelta. Un escalofrío recorre su cuerpo. Al fin y al cabo, es la calavera de un hombre, del fundador, que aún sigue con vida, que llegará dentro de poco. Conger piensa: ¿Qué pasaría si pudiera ver su propio cráneo, amarillento y corroído? 200 años de edad. ¿Osaría hablar? ¿Osaría hablar después de ver, el viejo y sonriente cráneo? ¿Qué le diría a la gente? ¿Qué acto no sería inútil después de ver la propia marchita calavera? Lo mejor sería gozar de la vida mientras aún queda tiempo. Un hombre que pudiera sostener su propia calavera entre las manos creería en muy pocas causas, en muy pocos movimientos.
Tal vez llegaría a predicar lo contrario. Mientras pensaba, escucha un ruido afuera. Era Lora que lo alerta, sobre el sheriff Duff y la policía que está en camino para apresarlo por comunista. Lora está con Joe French, el plomero amigo de su padre, quien la espera en un camión. Joe, le sugiere que se vayan de ahí porque todo el pueblo viene a ver como capturaban al comunista. Conger debe quedarse, no puede permitir que arresten al fundador. Aparecerá en cualquier momento. ¿Será alguno de los ciudadanos, agazapado al borde del campo? O quizá es Joe French o uno de los policías. Cualquiera podría sentir el impulso de hablar. Conger debe estar presente cuando la primera palabra suene en el aire. Le pide a Joe que vuelva con Lora a la ciudad. Rápidamente vuelve a la jaula, agarra el fusil listo para esperar a la multitud, no lo atraparán, antes los matará a todos y huirá. Y ve la calavera, en el estante. Baja el fusil, agarra el cráneo, lo gira y le mira los dientes. Se mira al espejo. Y comprende, que sostiene su propia calavera. Piensa en escapar, en volver al presente, pero la idea de escapar choca contra el cráneo en sus manos. ¿Escapar? se pegunta. ¿Qué ocurriría si retrocede un mes, un año, diez, incluso cincuenta? El tiempo no existe. Había tomado chocolate en compañía de una chica nacida ciento cincuenta años antes que él. ¿Escapar? No puede realmente escapar, como tampoco lo ha conseguido nadie, ni lo conseguirá nadie. La única diferencia es que sostiene en sus manos sus propios huesos, su propia calavera. Ellos no. Sale al campo con las manos vacías, en donde lo esperan un montón de gente al acecho. Confían en presenciar una lucha excitante por el incidente de la cafetería. Hay muchos policías con fusiles y gases lacrimógenos. Un hombre le arroja una piedra a sus pies. Conger sonríe. ¡Vamos! ¿No tienes bombas? Grita uno, ¡tira una bomba! ¡Tú, el de la barba! Grita otro. Conger, con humildad, pide disculpas por no tener bombas. Dice tener un fusil diseñado por una ciencia mucho más avanzada que la de ellos, pero no lo va a utilizar. Uno pregunta por qué no lo va a usar. Conger ve a una anciana que lo observaba, la recuerda. Es la mujer con la cual se había chocado a la salida de la biblioteca. Y así, en cierta forma, escapará de la muerte. Morirá, pero luego, al cabo de unos meses, resucitará durante una tarde. Suficiente para que lo reconozca, para que comprendan que continua vivo, para que sepan que había vuelto a la vida. Y después, por fin, nacerá de nuevo. Pasados dos siglos. Nacerá otra vez, de hecho, en una pequeña ciudad comercial de Marte. Crecerá, aprenderá a cazar y a rastrear. Un coche de la policía se acerca por el extremo del campo y se detiene. Conger levanta las manos. “Les propongo una extraña paradoja —dice—. Aquellos que tomen vidas perderán la suya. Aquellos que maten, morirán. Pero el que sacrifique su vida vivirá de nuevo”. Suenan unas risas débiles, nerviosas. Los policías salen de los autos y caminan en su dirección. Conger sonríe. Ha dicho todo lo que desea decir. Está orgulloso de la sencilla paradoja que ha creado. Ellos buscarán el significado, la recordarán. Conger avanza sonriente hacia una muerte anunciada.
**La presente ponencia fue presentada originalmente en el marco de las Jornadas Budistas 2022 organizadas por la Universidad del Salvador, Buenos Aires, Argentina, que tuvieron lugar el 3 y 4 de noviembre 2022. Agradecemos a Sebastian Mino permiso para reproducir el texto en nuestra plataforma digital, y al Dr. Federico Andino por su amable cooperación.
** Dick, P. La calavera [Cuento – Texto completo]. https://ciudadseva.com/