La plenitud del vacío

MAESTRO DENKŌ MESA 

La vacuidad está fuera del alcance de las ideas que se crean sobre ella. Es cierto que se ha convertido en uno de los temas más atractivos para las mentes pensantes, si bien, hay que dejar a un lado premisas y conceptos, para verdaderamente vivenciarla. Cobra fuerza aquí la hermosa inspiración oriental que insta a no mirar el dedo, sino a experimentar aquello que señala. El vacío es todas las posibilidades al mismo tiempo.

Encontramos el término ātman en los Upanishad, libros sagrados hinduistas que datarían aproximadamente de entre el 800 y el 400 a.e.c. Posteriormente el Buddha profundizará en este legado, indicando que el apego y la identificación son los principales causantes del desasosiego. Mostró el camino interno de la práctica meditativa que nos lleva a ver lo común en todo y soltar la interpretación basada en diferencias.

Imagen cortesía del autor.

La palabra vacuidad deriva del término sánscrito śūnyatā. Es un sustantivo formado por el adjetivo śūnya, que significa «cero, nada, vacío», y el sufijo -tā que significa «cualidad». Teniéndolo en consideración, la vacuidad hace referencia a todos los fenómenos como faltos de materia inherente. La recepción del término śūnyatā se hizo a través del taoísmo, pues es justamente el monje Séng Chao quien lo introduce. Su interpretación del concepto nada o vacío ejerció una enorme influencia en el surgimiento y desarrollo del Chan en China y luego de la escuela sōtō zen en Japón. Esta tradición budista está llena de numerosas enseñanzas que indican que, a través de lo aparentemente paradójico, nos abrimos a la comprensión de lo real, esto es, que las ideas o creencias no sean las que manipulen la verdad.

En el budismo sūnyatā será comprendido desde lo que fluye, de tal forma que quien medita, puede contemplar cómo vibran las cosas unas en otras y es en este acontecer que los fenómenos brillan. El vacío aviva la llama de las cosas. Hoy en día observamos autores como Byung-Chul, filósofo y ensayista surcoreano, quien caracteriza el vacío como una energía abierta. Así, el vacío evita que las cosas se obstaculicen entre sí y, más bien, les permite convivir en relación. La identificación en manos del ego las fija, las estanca, las solidifica y las hace rígidas.

Podemos preguntarnos qué es en definitiva la ignorancia. La respuesta es simple: no realizar la naturaleza vacía de los fenómenos. Por el contrario, experimentarla es la auténtica liberación del sufrimiento. La sabiduría conlleva el conocimiento de que todo está lleno de nada. El universo entero es luz y presencia. En esencia, todo es lo mismo, pues cualquier fenómeno está hecho de la misma sustancia. Meditar es comprender que no hay diferencias. En último término, todo es un constante fluir y movimiento armónico. La negatividad genera siempre conflicto y separación. Mientras te creas diferente al otro, habrá lucha y miedo. Mientras creas que te falta algo, estarás apartado de eso. Observa desde dónde, cuándo y cómo aparece el sentimiento de privación. En un estado de conciencia despierta, sabemos y constatamos que estamos unidos a todo, puesto que no caemos presos en compulsividades, pretensiones o miedos engañosos.

Cuando dejamos de pensar o definirnos por suposiciones, se ve con claridad lo que es. La salida está en dejar de atender a la mente como único vehículo de relación, estando disponibles para atender a lo que sucede. La mente es un instrumento a nuestro servicio. Pierde tono, es decir se vuelve rígida, cuando dejamos de fluir en la observación de los fenómenos. En el momento en que nos inclinamos hacia aquí sí (apego) y dictaminamos hacia allá no (rechazo), nos alejamos de lo fundamental. Por esta razón, el intelectual es aquella persona que pretende penetrar en la realidad; la persona sabia, por contrapartida, permite que la realidad penetre en ella y lo conmueva.

Imagen cortesía del autor.

A través de la meditación constatamos que el silencio físico tiene un gran valor, pues permite acallar el ruido de la mente y escuchar el sonido de la vacuidad. También la quietud contemplativa da acceso a la experiencia del vacío. Meditar es un ejercicio de observación sin pretensión. Deja que todo suceda tal y como está presentándose. No dictamines, enjuicies o valores a través de los programas que limitan lo mirado. El silencio y la quietud internas son puertas de acceso a la totalidad. Con ello, si el gesto es el dominio del cuerpo y la palabra un terreno habitual de la mente, el silencio es el campo del espíritu.

Meditar es fundirte con esta experiencia de profunda unidad, sentir que en verdad nada falta y nada sobra, puesto que todo sucede en un mismo siendo. Todo es simple: las nubes pasean libres por el cielo, los peces nadan libremente en el océano, el gallo canta de forma natural en cada amanecer, todo sigue sucediendo sin esfuerzo alguno. Así, el zen no puede ser definido, conceptualizado o idealizado. Sobran las palabras y se incluyen las palabras. Todo es al mismo tiempo. Si vaciamos la mente de significados, lo veremos todo lleno de nada. Si vemos atentamente esa nada, veremos el reflejo de todo contenido en ella.

Quiero hacer mención a la moraleja del cuento oriental del elefante y los sabios. Enseña que cada uno de nosotros define la realidad a través de lo que percibe e interpreta. Esta es una parábola originaria de la India que alcanzó una difusión notable a lo largo de los siglos:

Se encontraba el Buddha en el bosque de Jeta cuando llegaron muchos ascetas de diferentes escuelas metafísicas y tendencias filosóficas. Algunos sostenían que el mundo es eterno, y otros, que no lo es; unos que el mundo es finito, y otros, infinito; unos que el cuerpo y el alma son lo mismo, y otros, que son diferentes; unos, que el Buddha tiene existencia tras la muerte, y otros, que no. Y así cada uno sostenía sus puntos de vista y polemizaban sobre el asunto. El Buddha les pidió que se sentaran tranquilamente a su lado y habló así: 

Un grupo de ciegos escuchó que un animal extraño, llamado elefante, había sido traído a la ciudad, pero ninguno de ellos podía advertir su figura. Por curiosidad, dijeron: «Debemos inspeccionarlo y conocer por el tacto, de lo que somos capaces».

Entonces, lo buscaron, y cuando lo encontraron, lo tocaron con sus manos. La primera persona, cuya mano colocó en la trompa, dijo: «Este ser es como una serpiente gruesa». Para otro cuya mano tocó la oreja, parecía una especie de abanico. En cuanto a otra persona, cuya mano estaba sobre su pierna, dijo: «El elefante es un pilar como el tronco de un árbol». El ciego que colocó su mano sobre su costado dijo que el elefante «es una pared». Otro que tocó su cola lo describió como una cuerda. El último sintió su colmillo, afirmando que el elefante es «duro, suave y como una lanza». Los seis hombres se enzarzaron en una interminable discusión durante horas sin ponerse de acuerdo sobre cómo era el elefante.

Llegados hasta aquí, vemos que la vacuidad está muy relacionada con la realidad de la interdependencia, esto es, la vacuidad no se refiere a que las cosas no existan, más bien se refiere a que no pueden existir por sí solas, pues todo está conectado. Esto supone que no existe un alguien (yo) separado de los otros. De esta forma, para el budismo la persona es considerada como el compuesto de cinco elementos (khandhas) que funcionan juntos para auto representarnos y relacionarnos, si bien, están vacíos de una sustancia real.

La vacuidad es el espacio natural del ser. Reposar en la vacuidad es descansar en la morada de los sabios. La vacuidad se vive soltando toda percepción, cualquier tipo de creencias y programas limitantes. La única forma de hacerlo es observando honestamente, humildemente, respetuosamente lo que surge en cada uno de nosotros. La vacuidad no se puede inducir. Ver el vacío es tocar la raíz de todo, un dinamismo constante que no puedes sujetar. Como se recoge en el Sandokai: «Intimo con el origen, familiar con la vía». También lo indicó el maestro Dōgen en el Shōbōgenzō. Al olvidarte de quien te crees ser, constatas y sientes la plenitud de todas las existencias. Esta es la armonía universal y zazen una expresión natural de esta vivencia.

Imagen cortesía del autor.

Por esta razón, meditar no depende del esfuerzo de la voluntad, puesto que la idea de un yo queda trascendida. El ser pasa a manifestarse como un siendo, energía fluyendo en el presente eterno. La meditación es una disposición interna para estar abiertos con amor, confianza y agradecimiento a todo lo que se está dando. No es lo mismo decir «me adapto a la realidad», puesto que la fijo, que «estoy abierto a lo que se está presentando». Cuando observas a través de una mente en calma, ya no se piensa en lo que contemplas. Solo observas. El universo entero es una gran vibración que no aumenta ni mengua. Se llega a la otra orilla cuando el horizonte deja de ser horizonte. Todo es tal y como está siendo. La meditación es la forma en la que el fondo luminoso de la consciencia se hace presente.

Denkō Mesa

Maestro budista zen, fundador y presidente de la Comunidad Budista Zen Luz del Dharma. Comenzó a estudiar y practicar el budismo zen en 1989. Recibió la primera certificación como maestro zen (shihô) el 31 de diciembre de 2005 en el templo Luz Serena, Valencia. Posteriormente, el 8 de diciembre de 2023, Jiun Dôjô (Èric Rommeluére) le otorga una segunda Transmisión del Dharma en el templo Senju’in, situado en Aubigné-Racan, Francia, convirtiéndose así en el 92º sucesor del linaje de Rempô Niwa Zenji y Gudô Wafu Nishijima. Es licenciado en Filología Hispánica por la ULL y catedrático de Lengua Castellana y Literatura. Ha publicado varios libros sobre budismo e interioridad (Quietud, El viejo arte de darse cuenta, Zen aroma eterno, Entrega y confianza, La mirada interior). Su última obra se titula Quimeras del ego.