La liberación y la vida laica: ¿dos cosas incompatibles?
ÓSCAR CARRERA
Dos opciones en la vida: o ser un śramaṇa, un asceta errante, o rendirse a las obligaciones de la familia, la sociedad, la profesión, la casta o el clan. Monjes y laicos, ascetas y vulgo. Santos y mundanos. Arquetipos de gran arraigo en la literatura monástica del primer budismo, así como en otras tradiciones indias. Es casi un cliché literario que, mientras que el asceta ha de desprenderse de bienes, el laico tiene que acumularlos: generar riqueza y humanos, producir y reproducirse. Los renunciantes se dedican a la vida contemplativa y los laicos se encargan de mantenerlos. No es casualidad que dos de sus «santos patrones» en el budismo sean los dadivosos Anāthapiṇḍika, para los varones, y Visākhā, para las mujeres, recordados como los laicos ejemplares cuando solamente son los donantes ejemplares.
No obstante, una mirada etnográfica somera a las sociedades budistas del siglo XXI nos muestra grados intermedios: tanto laicos fervientes como, por desgracia, monjes muy mundanales. Semiascetas, asistentes de templo, anagārikas, meditadores veteranos, bodhisattvas de calle, médiums y rishis búdicos, por no hablar de la mayoría de las renunciantes femeninas en algunos países… En Europa y las Américas, cuyo interés por el budismo trasciende la instauración de Saṅghas monásticos tradicionales, es común un Dharma universalista que da sus frutos en esta misma vida y admite a todos por igual. El Nirvana se presenta como algo más cercano a la vida cotidiana, en absoluto el privilegio de un asceta meditando en la jungla.
Como representante de los corpus budistas antiguos emplearemos el canon pali, que se conserva completo en una lengua índica. Aunque a veces se oye decir que el virtuoso espiritual laico es una innovación mahāyāna, en los discursos palis encontramos una categoría correspondiente. En varias ocasiones, el Buda asegura tener cientos de discípulos laicos vestidos de blanco y observando el celibato. Se consagran a la vida ética y contemplativa, como algunos laicos budistas de blanco en las actuales India y Sri Lanka. Por ello, son capaces de alcanzar el tercer grado de nobleza espiritual (de cuatro), el estado de no retornante (anāgāmi), mientras que aquellos que aún que disfrutan de la vida hogareña suelen quedarse en los dos primeros. Las personas laicas tienen, pues, abiertos los tres primeros grados de nobleza, aunque pareciera que el de no retornante exige la vida célibe y… ¿vestir de blanco?
Merece la pena señalar en este punto que incluso el primer grado de nobleza, el de entrado en la corriente (sotāpanna), es tenido por la tradición como un logro extraordinario y digno de veneración. Una joya espiritual que algunos creen impracticable en nuestra época depravada. En los discursos palis, los laicos tienen la posibilidad de cultivar las absorciones (jhāna) y otros estados meditativos avanzados, recordar y exponer el Dharma, servir a otros como ejemplo e instruir a otros laicos, a renunciantes no budistas (Anāthapiṇḍika o Vajjiyamāhita) e incluso a los budistas (caso de Citta). A la sirvienta Khujjuttarā, por su parte, se le acredita la transmisión de una colección de las escrituras palis (el Itivuttaka): en los anales de la humanidad, sería una de las primeras mujeres, una de las primeras sirvientas y una de las primeras personas contrahechas (repudiadas en muchas culturas de la Antigüedad) en jugar un rol crucial en la compilación y transmisión de literatura religiosa.
Los laicos que lleven una vida de sencillez y practiquen el celibato irán ascendiendo en la escala de la nobleza espiritual… para detenerse ante el último de sus grados, el de arahant o persona que alcanza el Nirvana. Hay pruebas de una voluntad de esconder las enseñanzas liberadoras de cara a los no ordenados, lo que deshizo en lágrimas al pobre Anāthapiṇḍika. La última frontera requiere pasar por la ordenación, o eso sostiene el grueso de la tradición. En un diálogo, el Buda afirma tajante que no es posible poner fin al sufrimiento mientras uno está atado al «grillete laico» (gihisaṁyojanaṁ) ¿No habrá excepciones?
En ocasiones se cita como excepción una serie de discursos formulaicos de la colección Aṅguttara Nikāya. En ellos se van enumerando cabezas de familia (gahapati) y se predica de cada uno que «tiene convencimiento en el Tathāgata [Buda], ve lo sin-muerte, vive tras haber experimentado lo sin-muerte». No es una fórmula estándar para el que ha alcanzado el Nirvana, sino una frase aplicable en principio a todos los que han alcanzado alguno de los cuatro grados de nobleza, quienes han tenido una experiencia, un contacto (metafóricamente visual) con el Nirvana. Además, como explica el traductor Bhikkhu Bodhi en una nota, otros textos presentan a algunos de estos personajes renacidos en varios cielos, no extintos en el Nirvana:
[E]n esta lista encontramos a Anāthapiṇḍika, Pūraṇa (o Purāṇa) e Isidatta, todos los cuales renacieron en el cielo Tusita. También encontramos a Ugga de Vesālī, de quien se decía que renació entre las deidades hechas de mente, y Hatthaka, de quien se decía que renació en el cielo Aviha de las moradas puras.
De momento, el corpus textual parece ser coherente consigo mismo, cerrando toda posible vía de escape. En sentido estricto, bastaría encontrar un solo caso en el que un laico se ilumine inequívocamente para proclamar la puerta abierta para los de su condición. Los vigilantes del Nirvana mantienen guardia día y noche, pero quizá se les cuele alguien por un resquicio trasero…
Tal puede ser el caso del padre del propio Gotama, el rey Suddhodana. Un comentario explicita que alcanzó el Nirvana «bajo el parasol blanco [de los reyes]» … para fallecer después. Otra muerte sospechosa acechaba al asceta Bāhiya Dārucīriya, que tras iluminarse fue arrollado por la misma vaca que mataría a tres discípulos más del Buda (una yakkhinī disfrazada, según el comentario). Aún más extraño es el caso del ministro Santati, que se liberó y pidió permiso al Buda para pasar al Nirvana final, lo que hizo autocremándose en el aire.
Es como si un arahant laico no pudiera vivir demasiado tiempo sin portar la túnica monástica, ni siquiera siendo un asceta de otra clase (como Bāhiya Dārucīriya). ¿Quizá por ello se reservan enseñanzas liberadoras para el lecho de muerte? Siempre queda claro que no habría una diferencia cualitativa entre esa liberación mental y la de un monje… pero sí cuantitativa, respecto al tiempo que pueden sobrevivir a partir de ese momento.
La historia canónica de Yasa encaja en esta tesis: el adinerado joven se iluminó cuando sólo había seis como él en el mundo, pero el Buda sabía que enseguida había que ordenarlo. Algo parecido le sucedió al acróbata Uggasena. Se dice que también Bāhiya Dārucīriya andaba buscando una túnica cuando lo mató la dichosa vaca. (Es recordado alguna vez como monje).
La tradición comentarística tenía todos los ingredientes para cerrarse en banda. Repetidas veces proclama que la persona del arahant no puede sostener una condición inferior como la laica: hay que ordenarse o morir, prácticamente en el mismo día. Aún más enfático el diálogo «greco-indio» Milindapañhā, que compara la muerte súbita del arahant laico con el descalabro de un inútil al mando de un reino y con una indigestión.
Quedan así sellados los contornos de la metafísica condición del laico. El organismo que posea esta condición se rebelará contra el virus nirvánico en su cuerpo, respuesta «inmune» que resultará fatal si no va protegido por ciertos ritos y túnicas que alteran radicalmente su estatus. No quedan ya fisuras… ¿O sí? ¿Quiénes fueron el joven Setu y el cabeza de familia Uttiya, mencionados en un debate sobre el particular? * ¿Y esos versos del Dhammapada en los que incluso el más emperifollado «es un monje» si tiene manso el corazón? ¿Y quién introdujo terminología nirvánica en un célebre pasaje del Mahāparinibbāṇa Sutta? Cuando el Buda afirma tener seguidores laicos eruditos, hábiles, entrenados y portadores del Dharma, una repetición del pasaje en el Bhūmicāla Sutta añade que «obtuvieron el refugio frente a las ataduras» (pattayogakkhema). ¿Frase deslizada aquí o suprimida en el más revisado Mahāparinibbāṇa?
¿Cómo encajamos la misteriosa figura del paccekabuddha? Esos individuos que se iluminan por sí mismos cuando no existe un Saṅgha monástico en el mundo, por lo que, en teoría, son laicos en relación con este. Los comentarios podrán responder que la condición de paccekabuddha destruye la condición de laico, permitiéndoles sobrevivir. El mismo razonamiento valdría, por supuesto, para los budas plenamente iluminados, que de hecho instauran un Saṅgha monástico y se ponen a la cabeza… quizá por su propia salud.
Ayer como hoy, constatamos un interés en las posibilidades espirituales del laicado, desde vericuetos onto-budológicos hasta una afirmación polemista del estado seglar, más frecuente en los textos mahāyāna. Una diferencia clave con respecto a algunas reivindicaciones modernas es que los Antiguos no perdían de vista la extrema dificultad de los logros evaluados, que incluyen el perfecto celibato (de hecho, con frecuencia eran monjes los que «redactaban»). No se trata de un «¿por qué yo no puedo tener el Nirvana?». Vimalakīrti, el famoso bodhisattva laico mahāyāna, que vive con su familia y da lecciones a los monjes, es también capaz de transformar mágicamente el mundo que lo rodea y, si parece ágil frente a clérigos preocupados por la hora del almuerzo, es tal vez porque, «aunque parecía comer y beber, se nutría siempre del sabor de la meditación».
* El retrato de la «condición laica» roza aquí la caricatura. El debate se da por ganado porque ¿cómo va un arahant a comprar elefantes y gallinas? ¿O a usar sándalo de Benarés?