La ermita de Bodhidharma
LLUÍS NANSEN SALAS
Portavella fue uno de los lugares donde realizamos más retiros en el periodo del cambio de siglo. Es una masía fortificada del siglo XII, rodeada de un bosque y campos de pastoreo en el Prepirineo catalán. El dojo era una antigua dependencia adosada a la casa, y una de sus paredes era roca pura. Sentarse mirando la roca era igual que meditar en una cueva, como según la leyenda había hecho durante tantos años Bodhidharma cerca de Shaolin, en China. Es una de las leyendas que más fascina a los meditadores zen. El entorno de Portavella acompañaba enormemente al recogimiento, parecía que los árboles y los animales se sumaban a nuestra práctica. Un caballo blanco de la casa deambulaba por las callejuelas del recinto como para saludarnos a cada uno de nosotros y, algunas veces, mientras hacíamos zazen en la cueva, él se quedaba también inmóvil al lado de la puerta, parecía que hiciera zazen con nosotros. Pero quizás una de las cosas que más me sorprendieron, sucedió hace muchos años, cuando en un retiro zen me asignaron la responsabilidad de tocar la campana del despertar. Esto consiste básicamente en levantarse un poco antes que los demás, realizar un ritual en la sala del dojo, y después pasar corriendo por todas las habitaciones haciendo sonar la campana y despertando así a todos los demás.
No cabe decir que, como era la primera vez que lo hacía, no pude pegar ojo en toda la noche. La primera meditación era a las siete de la mañana, y de mí dependía de que todo empezara a la hora, ¡qué gran responsabilidad! Cuando luego se lo conté a los monjes antiguos, me decían: ¡Ah! ¡No has podido dormir en toda la noche! ¡Eso es la maldición de la campana del despertar! Y se reían estruendosamente, mientras yo, muerto de sueño, intentaba corresponder con una tímida sonrisa.
Así que allí me tenéis, a las seis y cuarto de la mañana, en la puerta de la sala de meditación, todo preparado, sin haber dormido nada, esperando cinco minutos más para iniciar la carrera con la campana. Desde allí, tenía que recorrer un camino empedrado, que pasaba entre la sala de meditación y el corral de gallinas que estaba enfrente, para luego girar a la izquierda por unas escaleras, hasta llegar a las habitaciones.
Así que estaba en la puerta de la sala meditación, repasando muy concentrado, una y otra vez, el camino que tenía que correr tocando la campana para llegar a las habitaciones, cuando de pronto, un gallo saltó del corral y aterrizó delante mío, y para mi sorpresa, salió corriendo, realizando el mismo recorrido de la carrera que yo estaba planeando, a la vez que cantaba su estridente quiquiriquí, despertando a la gente justo antes que yo.
Poco después cumplía con mi cometido, corriendo con la campana, y despertando a mis compañeros como me correspondía, pero no podía quitarme de la cabeza la carrera del gallo, porque cuando lo vi, tuve la certeza de que estaba haciendo justo lo que yo iba hacer. ¿Cómo podía ser eso? Lo cierto es que en los retiros suceden cosas que nos hacen comprender que nuestro yo no existe por separado, que estamos conectados con todos los animales y plantas, también con la tierra y el cielo, con las montañas y las nubes.
En otro retiro, cuando salíamos a pasear después del primer zazen de la mañana, el paisaje estaba cubierto de nubes bajas, nuestro camino quedaba por encima de las nubes, así que mirando hacia el sur se vislumbraba un mar de nubes que lo cubría todo. Todo menos una pequeña ermita a lo lejos, que se veía como una isla en ese mar de nubes. Nos paramos todos un momento para contemplar ese maravilloso paisaje, y el maestro, señalando a la ermita en el mar de nubes, dijo: ¡Esa es la ermita de Bodhidharma! Nos quedamos encantados, con el paisaje y con las certeras palabras del maestro que desencadenaban una inspiración inmensa. El mito de Bodhidharma es uno de los que más inspiran a los practicantes zen de ayer y de hoy, y por si no lo conocéis os contaré su historia:
Bodhidharma, un joven príncipe del sur de la India, que se había entregado completamente a la Vía, viajó desde la India a China, en un largo viaje por mar, que duró tres años. Cuando Bodhidharma desembarcó en China, cerca de lo que actualmente es Hong Kong, nadie le conocía. Era el año 527. El gobernador del distrito recibió al maestro respetuosamente, e informó al emperador Wu en cumplimiento de su deber. El emperador, un devoto budista, envió un mensajero con un edicto imperial en el que le invitaba a visitarle. Cuando Bodhidharma llegó a la ciudad, y se encontró con el emperador Wu de la dinastía Liang, el emperador le preguntó:
Desde que soy emperador, he construido templos, he hecho copiar sutras, y he aprobado la ordenación de innumerables monjes. ¿Cuál es el mérito de haber hecho todo esto?
Bodhidharma contestó: – Ningún mérito en absoluto.
El emperador dijo: – ¿Por qué no tiene ningún mérito haber hecho esto?
El maestro dijo: – Esto son solo logros ordinarios, son causa de deseo y de ilusión. Es como perseguir una sombra.
El emperador dijo: – ¿Cuál es el auténtico mérito, entonces?
El maestro respondió: – La sabiduría perfecta y serena de ver que toda substancia es vacuidad. Esto no puede lograrse con acciones ordinarias.
El emperador volvió a preguntar: – ¿Cuál es entonces la verdad más sagrada?
El maestro dijo: – Una gran vacuidad, nada sagrado.
El emperador quedó estupefacto, y dijo: – ¿Quién es el que está delante de mí?
El maestro dijo: – No lo sé.
El emperador Wu no entendió bien el mensaje de Bodhidharma, y este último comprendió que el momento no era favorable para la difusión del zen. Así que se fue más al norte del rio Yang-tse, y se retiró a una cueva cerca del templo Shaolin. Allí dejó de lado las discusiones y se dedicó solamente a la práctica de zazen frente a un muro, durante nueve años. La gente le llamaba “El brahmín que se sienta frente al muro.”
El emperador Wu y la gente de aquella época no podían entender la enseñanza de Bodhidharma. Querer obtener mérito, una recompensa, una compensación, hace que una acción se convierta en ordinaria. El verdadero espíritu de la práctica del zen es mushotoku, sin intención de obtener.
Al oír esto algunos se quedan un poco perplejos, ¿cómo pueden hacerse las cosas sin querer obtener nada? Para trabajar, por ejemplo, necesitamos unos objetivos claros, conseguir unos resultados, una calidad, unos ingresos, ¿cómo podemos hacerlo sin intención de obtener? O, incluso, si queremos ayudar a la difusión del budismo, ¿cómo podemos hacerlo sin buscar el mérito, ni el reconocimiento de los demás?
Mushotoku se refiere a una actitud, a un hacer las cosas sin estar pensando en el resultado, sino en la propia acción. Aunque de entrada nos resulte extraño, si nos fijamos bien, todos podemos hacer cosas con esa actitud.
Por ejemplo, si salimos a pasear, o a correr, o a dar una vuelta en bicicleta, aunque hayamos salido de casa con el objetivo de hacer un poco de ejercicio, de ponernos en forma, enseguida podemos olvidarnos de nuestro propósito y disfrutar del sol y del aire fresco, disfrutar de la acción de pasear o hacer deporte. Y el gozo que sentimos por la acción en sí misma, hace que prolonguemos esta actividad por la propia actividad. La actividad en sí misma puede llegar a ser tan gratificante, que nos olvidamos del objetivo y simplemente disfrutamos, y en ese momento podemos decir, sin lugar a dudas, que en nuestra actitud no hay intención de obtener algo. Esto no pasa solo con las actividades de ocio. Nos puede pasar cocinando, limpiando, atendiendo a otros, simplemente gozamos de la actividad en sí misma.
Por el contrario, el espíritu de obtención es la base de la manera ordinaria de funcionar de la mente, y es una fuente constante de sufrimiento. No hablamos solo de la intención de obtener cosas materiales, sino también cosas inmateriales, como el afecto, o el reconocimiento de los demás. El sufrimiento es inherente a esta manera de funcionar de la mente, y cuando nos damos cuenta de ello nos preguntamos si podemos dejar de funcionar así, si podemos liberarnos de esta manera de funcionar, de esta actitud de perseguir lo que nos gusta y rechazar lo que nos disgusta. Y la respuesta es que sí. La práctica del zen nos hace descubrir que nuestra mente también puede funcionar sin este espíritu de obtención, que es posible pensar, hablar, actuar, y vivir con una mente serena, liberada de la servidumbre a los objetos y a las ideas. Esta práctica se basa en la meditación sentada, zazen, como la que practicó Bodhidharma, sentado delante del muro durante nueve años. Nosotros también podemos sentarnos y reencontrarnos con nuestro cuerpo, con nuestra respiración y con nuestra mente original.
LLUÍS NANSEN SALAS (Barcelona, 1965)
Licenciado en Física Teórica por la UAB, inicia la práctica del Zen en 1991, y en 1995 es ordenado monje zen en la línea del maestro japonés Taisen Deshimaru y de Roland Yuno Rech, de quien recibe la maestría del Zen, en 2016.
Su formación científica, así como la confianza que tiene en la experiencia de cada uno, le permiten enseñar el Zen a partir de la objetividad y el empirismo, de una manera fácil de comprender para el practicante occidental y abordando las cuestiones espirituales más profundas sin prejuicios. Es autor de los libros Meditación zen. El arte de simplemente ser (2017), Mindfulness zen. La consciencia del ahora (2018), Dharma Zen. El Ojo de la maravillosa revelación (2019) publicados por Ediciones Invisibles, Barcelona, y Zen mediterrani. Viena edicions, Barcelona (2022).
Hola,
Muy interesante este escrito, sencillo y profundo.
Muchas gracias