José Vasconcelos, precursor del budismo en México
ROBERTO E. GARCÍA
Son pocos los pensadores del siglo XX que han sido tan influyentes en la vida social y cultural de México como José Vasconcelos (1882-1959), filósofo y poeta, político ilustrado e ideólogo de la educación. Este oaxaqueño, quien fuera conocido también como el «Maestro de América», es célebre por sus aportaciones a la construcción de un proyecto educativo extenso y de carácter público que tuvo como punto de apoyo la llamada Secretaría de Educación Pública (SEP). Vasconcelos fue un personaje central en la fundación de esta institución (1921), desde la cual promovió una educación con pretensiones de universalidad, en un México que se esforzaba por definir los límites de su identidad nacional tras un caótico proceso revolucionario. Entre otras cosas, Vasconcelos es conocido también por haber sido rector (1920-1921) de la Universidad Nacional de México (hoy Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM), a la que dotó con su escudo y su famoso lema «Por mi raza hablará el espíritu», una fórmula que sintetiza su polémica teoría de que la «raza» mestiza latinoamericana llegaría a ser el culmen de la civilización universal.
En contraste, la fascinación que Vasconcelos sentía por las culturas asiáticas, y en particular por el budismo, es una de sus facetas poco conocidas en la actualidad. No parece haber sido así en su época, en la cual sus contemporáneos estaban familiarizados con su afición por el Oriente, y en particular por la India. Al menos así lo registran los testimonios de otros autores, así como algunas fuentes visuales entre las cuales vale la pena señalar una caricatura de 1922 para la revista La Falange, en la que el ilustrador Toño Salazar lo representó como un buda sentado, vestido con una enorme túnica amarilla, con las orejas puntiagudas y el cabello erizado que lo caracterizaban. Seis años después, en 1928, Diego Rivera se burlaría de Vasconcelos en su mural Los Sabios, en el mismo edificio de la SEP que éste había fundado y construido, pintándolo de espaldas al espectador, sentado sobre un elefante blanco, símbolo inconfundible de su pasión por la India.
Puesto que las ideas y los símbolos budistas fueron determinantes en su pensamiento y en su persona, tanto en un nivel íntimo como ideológico, vale la pena considerar su caso como parte de un capítulo temprano en la recepción del budismo en el México reciente. Vasconcelos no estaba solo en este proceso de recepción e interpretación. Ya antes de él, el escritor Amado Nervo (1870-1919), influido principalmente por versiones teosóficas de fuentes budistas, había compuestos versos y cuentos en los que entremezclaba ideas budistas con mística cristiana y nociones del hinduismo. A la par, el poeta José Juan Tablada (1871-1945) habría de introducir el haiku y algunas nociones del budismo zen en el entorno de la literatura mexicana tras un viaje por Japón en el año 1900. Por su parte, el acercamiento de Vasconcelos al budismo sería muy distinto al de sus contemporáneos. A diferencia de Tablada, Vasconcelos no visitó ningún país con población budista y no parece haber visto de primera mano a ningún monje budista. En contraste con Nervo, Vasconcelos rechazaría el influjo de la teosofía, a la que acusa de «que, en general, no cuida de la autenticidad de sus citas, ni sigue método alguno» (1961 [1937], 127), y en particular de las obras de su principal autoridad, Madame Blavatsky, cuyos escritos e interpretaciones aborrecía como cargados «de charlatanería y de ignorancia» (1938 [1920], 85 n.1). Su exposición al budismo vino de dos fuentes principales: el arte y los textos. Estas dos habrían de ser semillas fecundas en él, llevándolo eventualmente a producir estudios sobre el pensamiento y la religión budista, y a promover la creación de imágenes budistas como parte del imaginario simbólico de su proyecto educativo institucional.
Su contacto directo con el arte budista, y con la diversidad visual de las diferentes escuelas del budismo, parece remontarse al periodo de exilio en Estados Unidos y Europa de 1915 a 1920. En esa época visitaría en Nueva York el Museo Metropolitano, y en París el Louvre y el Museo Guimet, todos ellos poseedores de colecciones extraordinarias de arte asiático, en los cuales habría contemplado piezas budistas de lugares tan diversos como India, Sureste de Asia, Gandhara, China, Japón y Tíbet, formándose quizá una idea de la complejidad y multiplicidad de estas tradiciones. Sobre el Guimet menciona en sus memorias: «La afición de lo indostánico nos retenía en este […] sitio»(1998 [1936], 41). Destaca, no obstante, que en sus escritos sobre arte budista, especialmente en la sección «Arte hindú» de su Estética (1936), Vasconcelos omite toda referencia a las diferencias entre escuelas budistas, como si no fuera capaz o no quisiera reconocer tales diferencias.
Sus lecturas tempranas de textos budistas parecen ser anteriores, situándose quizá antes o alrededor de 1908, el año de la fundación del llamado Ateneo de la Juventud, un grupo de discusión y reflexión que conformó con jóvenes intelectuales de la época, entre quienes destacan Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Él mismo relata que llevó «por primera vez a estas reuniones un doble volumen de diálogos de Yajnavalki [sic] y sermones de Buda en la edición inglesa de Max Müller, por entonces reciente» (2014 [1935], 352). Aunque Vasconcelos no da el nombre de la obra budista referida, todo parece indicar que se refiere al célebre Dhammapada, obra pali que Müller tradujo al inglés en 1881. Sin embargo, sería también en su exilio de 1915 a 1920 cuando habría de dedicarse de forma más seria y sistemática a la lectura y estudio de obras indias y trabajos académicos de orientalistas europeos y norteamericanos, en bibliotecas de diferentes ciudades, especialmente de Nueva York. El resultado de esta labor sería uno de sus más importantes escritos, Estudios indostánicos (1920), en sus propias palabras, «una especie de Manual para el estudio del pensamiento indostánico» (1938 [1920] 9). En este libro, dedicado a distintas corrientes filosóficas y religiosas de la India, Vasconcelos dedica una larga sección al budismo, que será una de las primeras contribuciones latinoamericanas importantes —y definitivamente la primera mexicana— al estudio informado del pensamiento budista. A pesar de las innumerables imprecisiones, generalizaciones, descuidos y errores metodológicos, esta obra de Vasconcelos representa un primer esfuerzo por estudiar y entender el budismo a partir de sus fuentes y a través de las reflexiones eruditas de reconocidos orientalistas del siglo XIX y de inicios del XX. Su fuente principal parece haber sido el Evangelio del Buda (The Gospel of Buddha) de Paul Carus, una obra de 1894. Además, Vasconcelos consultó para este libro obras budistas sánscritas y pali en traducciones directas al inglés y al francés, algo inusitado en un entorno latinoamericano dominado por las versiones teosóficas. Aunque muestra cierto interés por el Sutra del Loto (en la traducción de Burnouf, 1852) y por el Lalitavistara (en la versión de Foucaux, 1892) como base para su relato de la vida del Buda, Vasconcelos centra su atención en obras de escuelas no mayāhāna como el Buddhacarita de Aśvaghoṣa. Para el estudio de las doctrinas omite por completo las fuentes mahāyāna y privilegia exclusivamente varios títulos del canon pali (en las traducciones inglesas de la Pali Text Society y la colección The Sacred Books of the East), entre los que destaca las Thera– y Therīgāthā (Therita-Gata[sic]), los Jātakas, el Vinaya, y el Milindapañha. De esta forma construye, sin proponérselo, la idea de un corpus budista cuyo impacto en sus lectores todavía es algo que queda por estudiarse. Al mismo tiempo, Vasconcelos inaugura y establece con este trabajo las bases de los estudios indológicos («indostánicos» diría él) y budistas en México, áreas de estudio académico que después de él tardarían décadas en producir alguna obra de importancia en este país.
El mismo año (1920) en que publicó Estudios indostánicos Vasconcelos concluyó su exilio y regresó a México para convertirse en rector de la Universidad Nacional. Un año más tarde fundaría la Secretaría de Educación Pública, institución desde la cual realizaría reformas radicales a la educación en México, incluyendo la federalización de la educación pública, la creación de bibliotecas populares, la universalización de la educación a través de los maestros rurales y la publicación masiva y a un costo accesible de obras clásicas de filosofía y literatura. La meta de Vasconcelos por «crear los caracteres de una cultura autóctona hispanoamericana» (2011, [1921] 221), es decir, su ideal de un pueblo latinoamericano ilustrado, estaba fundada en lo que consideró como los pilares civilizatorios por antonomasia: Mesoamérica, Grecia, España e India.
Tal visión quedó plasmada visualmente en el llamado Patio de las Fiestas del edificio de la SEP, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Vasconcelos instruyó al artista poblano Manuel Centurión (1883-1952) a elaborar cuatro bajorrelieves representando estos cuatro pilares. En ellos vemos la figura del héroe civilizador mesoamericano con las letras «MEXICO / QVETZALCOATL»; la imagen de una mujer representa la cultura griega, con las letras «PLATON / GRECIA»; la raíz ibérica es representada con una carabela, con las letras «LAS CASAS / ESPAÑA». Finalmente, el influjo oriental está encarnado en la figura de un Buda, con las letras «BVDA / INDIA». Se trata de un Buda sentado sobre un loto, con las manos en dhyāna mudrā, o gesto de meditación, envuelto por halo y nimbo. Encima de él hay ornamentos vegetales y nubes. La figura es híbrida y parece estar inspirada en varias fuentes, posiblemente de origen japonés, chino, tailandés y tibetano. Es muy significativo que Vasconcelos incluyera al Buda junto a las referencias a Quetzalcóatl, Platón y Bartolomé de Las Casas, reconociendo de esta forma su papel como educador, y señalando sus enseñanzas como una fuente fecunda que podría nutrir su ideal de civilización latinoamericana. En sus propias palabras, incluyó estas cuatro referencias «como una sugestión de que en esta tierra y en esta estirpe indoibérica se han de juntar el Oriente y el Occidente, el Norte y el Sur, no para chocar y destruirse, sino para combinarse y confundirse en una nueva cultura amorosa y sintética» (2011, [1921] 221). La figura del Buda como parte de este mismo ideal quedó plasmada también en un mural, pintado por el jalisciense Roberto Montenegro entre 1922 y 1923 en la oficina de Vasconcelos. Se titula La sabiduría, Estudios indostánicos, Ideologías religiosas, y en su extremo izquierdo representa a un Buda, claramente influido por representaciones japonesas, sentado sobre un loto que a su vez reposa sobre un elefante blanco de piedra. A diferencia del Buda del patio, que tenía como público posible a distintos visitantes del recinto, la contemplación del Buda de la oficina de Vasconcelos estaría reservada únicamente a él y a quienes entraran en su oficina.
El Vasconcelos de las primeras tres décadas del s. XX mostró una gran fascinación por el budismo y reconoció en el Buda a una figura de sabiduría que lo inspiraba, tanto a nivel personal como en el plano de su proyecto educativo. Su interés en esta tradición fue tan pronunciado que aun siendo incapaz de abandonar su identidad cristiana buscó una forma de conciliar ambas religiones. En su libro El Monismo Estético (1919), y especialmente en Estudios indostánicos (1920), formuló la idea de que Cristo no era otro que Maitreya, el Buda futuro que Śākyamuni había anunciado. De esta forma podía abrazar de lleno su visión mística del cristianismo, tomando del budismo únicamente aquellos aspectos que consideraba compatibles con su visión del perfeccionamiento humano, ajeno a toda práctica ritual, devocional y contemplativa del budismo. Pero a pesar de tener un acercamiento selectivo hacia las tradiciones budistas —fruto de las circunstancias de la época—, se puede reconocer a Vasconcelos como uno de los referentes más importantes en la recepción temprana del budismo en México, un referente cuya personalidad e ideas serían controversiales, tanto en su época como en la actualidad, pero que indudablemente constituye una figura relevante en la historia del budismo en México.
Este artículo es parte de una investigación en marcha sobre la historia del budismo en México.
Obras de Vasconcelos citadas:
- 1938 [1920], Estudios indostánicos, México, Ediciones Botas.
- 1961 [1936], Historia del pensamiento filosófico, en Obras completas de José Vasconcelos, México, Libreros Mexicanos Unidos.
- 1998 [1936], La tormenta, México, Trillas.
- 2011, [1921], La creación de la Secretaría de Educación Pública, México, INEHRM y SEP.
- 2014 [1935], Ulises criollo, México, Porrua.
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Roberto E. García es traductor de sánscrito y pāli y un estudioso de tradiciones narrativas del budismo indio. Actualmente es Profesor-Investigador de Estudios Budistas en el Centro de Estudios de Asia y África (CEAA) de El Colegio de México, donde desarrolla investigación sobre los linajes de autoridad regia en la literatura del budismo indio y sobre la historia del budismo en México. Ha publicado varios ensayos académicos sobre literatura y cultura budista. Entre sus publicaciones destaca el libro Jātakas, Antes del Buddha. Relatos budistas de la India, una traducción directa del pāḷi de relatos de vidas pasadas del Buddha. De 2015 a 2017 fue investigador y traductor en el Buddhist Translators Workbench, un proyecto de lexicografía sánscrita del Mangalam Research Center for Buddhist Languages en Berkeley, California.
Enlaces:
https://colmex.academia.edu/RobertoGarc%C3%ADa
Presentaciones de conferencia (video):
Imaginando al Buda en el arte de la India antigua
Las vidas pasadas de Buddha: una introducción al género de los jātakas
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