Inspírate

JOSEPH HOUSEAL

La danza como inspiración: Robert Bolle. Foto gentileza de Luciano Romano

Existen más danzas asociadas al budismo que a cualquier otra religión. Desde la sobria elegancia del teatro noh japonés a los monstruos giroscópicos del budismo vajrayana, en los altos del Himalaya. El budismo ha transformado a ambas. Nuestra concepción de la danza debe ser con una mente abierta, ya sea que la danza se entienda como un lenguaje acrobático y como alta cultura moderna, o bien se entienda como algo antiguo, mágico, que altera la conciencia; ya sea como una fuente continua de lo nuevo y rompedor, o como la realidad viviente de lo antiguo. El budismo es y ha sido como una levadura a través de las fronteras y las formas artísticas. Los coreógrafos occidentales del siglo XX revolucionaron la danza occidental a través de su adopción de los principios budistas aplicados a su propia práctica.

Por su propia naturaleza como religión mundial sin una autoridad eclesiástica centralizada, como religión libre de las ataduras de una ortodoxia religiosa y desprovista de un espíritu que pretenda eliminar distinciones culturales, el budismo introdujo a los artistas en nuevas esferas de pensamiento y ofreció una unidad trascendente, una cohesión vinculada a una conciencia espiritual de largo alcance. El budismo hizo pedazos los límites de las convenciones sociales e hizo comprender a los artistas que ellos pertenecen a una escena cultural más amplia y es en ella que desempeñan su papel. La conciencia de las facetas sincréticas del budismo dio libertad a los artistas, a menudo elevando su arte a cotas sin precedente. La coreografía de maestros del siglo XX como Anthony Tudor en el ballet clásico y Merce Cunningham en la danza moderna, ofrece un amplio testimonio de esta idea del budismo como levadura cultural, tanto como lo ha sido en el noh japonés o el cham monástico en el Himalaya.

Ted Shawn en Gnossienne, 1919. Foro de Albert Witzil. Imagen cortesía de New York Public Library, Jerome Robbins Dance Division

Uno de los conceptos fundamentales del budismo es la imposibilidad de expresar en palabras aquello que constituye la esencia de la realidad, la realidad sublime, última. La transmisión supraverbal yace en el corazón de la tradición y la práctica budista. La compasión y la tolerancia sin límites son principios esenciales. El budismo se adapta fácilmente a formas ajenas de pensar y hacer arte, sin sacrificar por ello sus conceptos básicos. El budismo se ha adaptado a tradiciones creativas indígenas, transformándolas, al mismo tiempo, exponiéndolas al reto de un pensamiento amplio que ha extraído las posibilidades latentes de aquellas y ha inspirado una respuesta creativa en los artistas.

Desde que Isadora Duncan observó que faltaba algo en la danza occidental, generaciones de artistas de la danza occidental han buscado en sí mismos, en la historia cultural, en tierras lejanas y en conceptos espirituales para encontrar aquella parte que falta y expresarla. La parte que falta es la creatividad gnóstica. Bien al contrario que el budismo, el cristianismo, a lo largo de los siglos, ha suprimido la danza sistemáticamente, justificándolo con argumentos religiosos. Las filosofías de la Ilustración enfatizaron la razón por encima del sentimiento. El budismo no tiene esta ansia de control y, por ello, diferentes tipos de budismo han producido diferentes formas de danza.

Natalia Osipova y David Hallberg en The Leaves Are Fading, de Anthony Tudor, 1975. Copyright de la foto: Vanja Karas

El viaje del budismo a lo largo y ancho del planeta y a través de los milenios ha consistido en una asimilación creciente, en infinitas variedades de expresión y en la trascendencia espiritual. No es accidental que el tiempo infinito y el espacio vacío de la metafísica budista hayan atraído a artistas independientes insatisfechos con nociones de danza incompletas y normas sociales restrictivas que encorsetan la expresión artística. El budismo trata del refinamiento de la percepción y de la persona como centro de la espiritualidad. El cuerpo es el medio para la iluminación. Esta idea básica, ajena, incluso anatema, para las filosofías occidentales, prendió el fuego de la creatividad, de la realización personal y de una realidad espiritual viviente.

La danza es un agente de civilización que crea orden, un talismán vivo, de propiedad cósmica. El budismo es una disciplina de refinamiento. Cuando las civilizaciones se encuentran e interactúan en una armonía de pensamiento elevado, surge el brillo del respeto mutuo, una luz que se difunde más allá de los límites de la creación. Algunas culturas y formas culturales son más susceptibles que otras de un desarrollo sincrético. Aun así, las civilizaciones se descubren a través de individuos. Una serie de artistas de danza occidental, a lo largo de los siglos XIX y XX, descubrieron el budismo, lo exploraron y lo practicaron, y esto afectó de forma profunda su propia obra creativa y dejó una idea diferente tanto de lo que era la danza como de lo que era el budismo.

Summerspace, 1958, por Merce Cunningham, representado por su compañía en 2008. Foto de Charles Atlas. Imagen cortesía de Merce Cunningham Trust

El curso del siglo XX, añadido a los milenios de historia del budismo, proporciona una oportunidad de apreciar las cualidades de la mente y el carácter personal entre aquellos artistas aventureros que experimentaron encuentros pioneros con el poder del budismo para inspirar y dar vigor a la transformación de su práctica artística. Dentro del campo de la danza dramática occidental, grandes artistas encarnaron y ejemplificaron la transformación por los principios budistas. Entre ellos se cuentan el pionero de la danza, Ted Shawn (1891–1972), el coreógrafo de ballet Anthony Tudor (1908–87), el maestro de la danza contemporánea Merce Cunningham (1919–2009) y la creadora vanguardista Meredith Monk (n. 1942).

Las experiencias de estos artistas de la danza fueron parte de una ola más grande del naciente budismo occidental, una nueva fase en aquello que el budismo siempre ha hecho: asimilarse. Su trabajo es la expresión de su iluminación, iniciada por el viaje, la investigación, la intuición y el genio artístico. El modelo que ofrece el budismo para expandir los límites de la libertad personal, junto a la fascinación del bailarín por los territorios desconocidos de la coreografía, proporciona un marco para que el límite que trasciende lo histórico interactúe con el límite de la creatividad personal, produciendo así una poética transgresora. Analizar con lupa la danza y el budismo es ver lo que ocurre cuando dos límites se encuentran. Es un estudio sobre cómo ir más allá.

Meredith Monk, Volcano Songs, 1997, en Jacob’s Pillow. Imagen cortesía de Jacob’s Pillow Archive

Los artistas de la danza como Shawn, Tudor, Cunningham y Monk, encarnan el potencial transformador del budismo. Sus ejemplos demuestran que la creatividad no se puede duplicar. El resultado de la influencia expansiva del budismo en la danza han sido unos horizontes de expresión más anchos, libertades personales sin cadenas y la manifestación de principios. La aplicación de los principios budistas hizo que nuevas profundidades del arte de aquellos salieran a la luz.

Inspírate como Shawn, que se dio cuenta de cómo el núcleo de la expresión danzada no es lo dramático, sino lo espiritual. Inspírate como Anthony Tudor, que realizó el “solo eso” del zen incluso en el Londres de los años 20 del siglo XX, despojado de cualquier elemento asiático o simbólico. Inspírate como Cunningham, que honró el momento sin adornos, puro, y el esplendor del mundo fenoménico que forma una unidad, como la irrepetible voz del cosmos; o como Monk, que crea formas musicales y de movimiento totalmente nuevas, que hablan un idioma universal. El crecimiento personal y la práctica artística se pueden transformar a través de los principios budistas. Mi deseo para ti, en este comienzo de 2021, es bien simple: inspírate.

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