Entrevista a Carlos Veiga, autor del libro Las cuatro nobles verdades del budismo

BELÉN BOVILLE

Comienzo a leer el libro de Carlos Veiga Martínez Las Cuatro Nobles Verdades del budismo: Enseñanzas fundamentales de Buda (Miraguano Ediciones, 2020) en una tarde fría y tranquila de un mes de enero nevado, mientras caen los copos blancos y en diagonal sobre los olivos. Mi ventana de costura y lectura, por donde entra la luz del atardecer, está hoy apagada por un cielo plomizo, mientras las gotas de nieve hechas agua se deslizan por las vigas y caen «poc» «poc» en una escupidera esmaltada.

Carlos Veiga es Doctor en Psicología, Licenciado en Antropología Cultural y Psicólogo Clínico de los servicios de Salud pública de Asturias. Carlos también es monje zen, y compañero de la Sangha en la que ambos practicamos, la sangha de Bárbara Kosen. Ambos seguimos a esta maestra francesa que recibió el Dharma de Taisen Deshimaru, el maestro japonés que trajo el zen a Europa en los años 60.

Muchos de nosotros, que hemos sido educados y hemos crecido en un entorno católico monoteísta, hemos ido descubriendo mediante la práctica de la meditación zen, el zazen, y las enseñanzas de los distintos maestros zen, algunos conceptos esenciales del budismo y de su inmediatez, el aquí y el ahora. Las Cuatro Nobles Verdades del budismo está escrito por un hombre que cada día se sienta inmóvil en la postura de la montaña tranquila. El autor nos aporta una claridad y una sencillez encomiables; nos va entreabriendo una práctica y una filosofía de una grandísima belleza y profundidad sin cargarte de datos ni erudición, y sin aburrirte en un solo momento. Carlos Veiga, ha sentido en sus huesos y en sus rodillas las infinitas horas de meditación y ha llegado en muchos momentos a la esencia, a la médula, a lo fundamental. Carlos no escribe de oídas, escribe porque lo ha vivido. Más allá del pensar y el no pensar, de la ignorancia y la avidez, las Cuatro Nobles Verdades nos descubren de una manera objetiva todo el proceso mental por el que estamos en contacto con el mundo, real o ilusorio…

Conversamos con el autor acerca de su trabajo y las razones para investigar y escribir la obra.

Carlos Veiga Martínez.

Belén Boville: Eres psicólogo clínico y una persona acostumbrada a mirar más allá. ¿Cuándo descubriste la práctica del zazen? No digo el zen como fuente intelectual sino la práctica de sentarse, solo sentarse, shikantaza, el zazen… 

Carlos Veiga: Pues es una historia un poco curiosa. Mi padre tenía en su biblioteca muchos libros orientales, Confucio, Tao Te Ching, y también libros sobre historias de maestros zen que me gustaba leer cuando era un niño, entonces a los 16 o 17 años un instructor de yoga me enseñó a sentarme, y como decía Emmanuel Carrère en su libro Yoga, el zafú siempre estaba por ahí. Siendo ya un adulto, un día me encontré con un libro del maestro Taisen Deshimaru, y me sorprendió mucho porque yo pensaba que el zen era algo antiguo que ya no se practicaba, ya ves mi desconocimiento del tema. Entonces pensé que, si había maestros zen actuales, quería conocer a uno, y encontré a mi maestra, Bárbara Kosen, y su templo, Shorin-ji, y entonces las historias de maestros zen que daban bastonazos a sus discípulos, las historias que eran como un sueño de mi infancia, se hicieron realidad, y así empecé a sentarme. Suena un poco romántico, pero fue así, fue un buen karma.

Bárbara Kosen. Fuente: https://efeverde.com/20-anos-de-zazen-en-madrid-por-belen-boville/

BB: ¿Cuál fue la razón para investigar hasta las fuentes más antiguas y escribir este libro en castellano?

CV: Por mi educación cristiana, otro karma, pensaba que tenía que haber un texto original, una biblia budista en la que encontrar las palabras de Buda, y busqué en los sutras más antiguos esa enseñanza original. La sorpresa fue que las enseñanzas del Buda en los sutras del canon pali, la impermanencia, el fastidio de la vida, el enredo de los deseos, la interdependencia de todas las existencias, el samādhi, no me parecieron nada distinto de lo que enseña mi maestra, y comprendí las palabras del maestro Dōgen en el Bendōwa, cuando dice que sentarse en zazen es lo mismo que el Dharma de Buda. Mis inquietudes intelectuales quedaron calmadas, sentí que no necesitaba más, que estudiarme a mí mismo sentado en silencio era lo mismo que estudiar los sutras, que esa enseñanza antigua que buscaba en una biblia budista era algo que ya estaba actualizado aquí y ahora, que los antiguos y nosotros practicamos juntos el mismo Dharma intemporal. Esa fue la conclusión a la que llegué en mi estudio muy limitado de los sutras.

BB: Por tu trabajo en un centro primario de salud estás en contacto diariamente con el sufrimiento, con el dolor de muchas personas. ¿Cómo consigues trasladar el mensaje o filosofía de las Cuatro Nobles Verdades a una persona con depresión o angustia?

CV: Para mí, el zen no es una terapia, las terapias tienen un alcance, el zen es otro campo, tiene la amplitud de una vía espiritual ancestral, es otra cosa. Y tampoco siento que tenga algún mensaje que hacer llegar. Pero cuando repites zazen todos los días la Vía se vuelve algo natural, está en tu forma de escuchar, de estar junto al otro, aceptas que la vida es así, que conlleva siempre algún inconveniente, que es natural envejecer y morir, y no pasa nada, eso es liberador, dejas de estar peleado con todo. Así, si tú estás más ligero por dentro, estás más vacío por dentro, eso está bien para ayudar a los demás, puedes recibir el sufrimiento de los demás y no verte tan abrumado con eso, dejar pasar. A veces el mensaje es saber estar.

BB: La enseñanza que recibimos es, básicamente «aquí y ahora». Este mensaje aparentemente simple ¿sirve para orientar a las personas de tu consulta?

CV: Aquí y ahora sirve, pero es mejor no hablar de ello. Yo estoy aquí y ahora, presente con mi cuerpo y mi mente, y la persona está aquí y ahora, y juntos vivimos un momento que es irrepetible, que se va constantemente, abiertos a ese encuentro, a lo que tenga que ser, a la realidad de sus vidas. Pero no hay que hablar de aquí y ahora, no hay que hacer una filosofía o una psicología de eso, porque si lo intentas atrapar se esfuma, desaparece. Sirve para estar, pero no te puedes servir de ello… Creo que he dejado de intentar «ser zen» con mis pacientes, no hay que hacer del zen ni una terapia ni una impostura, es suficiente con saber estar, eso es aquí y ahora para mí, y así es como puedo ayudar mejor, sin servirme del zen, sin intentar atraparlo, sin intentar servirme de él, solo estar, prestar tu presencia. Para que el zen funcione es mejor olvidarte de él, no molestarlo, no utilizarlo para algo, de hecho, cuanto menos me preocupa el zen, mejor funciona, es mi koan actual.

BB: La filosofía budista data de hace más de 2500 años, y fue una buena receta ante el sufrimiento. ¿Cómo podemos aplicar esta filosofía hoy en un mundo tan tecnológico, complejo y digital? 

CV: El mundo tecnológico, como dices, no es nada malo, no hay ningún problema con la tecnología, el problema somos nosotros. El filósofo francés Gilles Deleuze hablaba de los dispositivos de inmovilización, me gusta esa visión, los cuerpos inertes atrapados frente al dispositivo tecnológico, reducidos a un proceso puramente cerebral, como cuando ves a las personas en una parada de autobús, están sentadas juntas, cada una replegada corporalmente sobre su teléfono, aisladas, con la columna vertebral encorvada y torcida. El dispositivo te a-isla del entorno y te desconecta de tu cuerpo. Es una buena imagen de la sociedad actual, replegados sobre nosotros mismos, de espaldas a lo real, lo real del cuerpo, lo real del medio ambiente, lo real del sufrimiento ajeno… Entonces el Dharma de Buda, que es intemporal porque se ocupa de asuntos intemporales, tiene mucho sentido en una sociedad gobernada por dispositivos de inmovilización, enderezarse, no dejar caer la cabeza hacia delante todo el rato y abrir la mirada a lo que está a nuestro alrededor… por eso Sodo Yokoyama decía que la postura de zazen es una postura venida del cielo, es un don que el cielo ha hecho a los seres humanos. Levantar la cabeza, no dejarse atrapar en el dispositivo, no darle la espalda a lo real, eso es buda en la sociedad tecnológica.

BB: Estamos acostumbrados a hacer listas y categorías de las cosas y los problemas. Te ruego que de una manera muy sucinta describas esas Cuatro Nobles Verdades, como si se tratara de un twit, de tal manera que se nos queden grabadas para cuando las necesitemos.

CV: Lo que te hace sufrir viene de ti, la felicidad y la tranquilidad también están en ti, hay un camino interior que te devuelve a esa condición normal.

BB: Cuéntanos por qué te ordenaste monje y cuál es tu práctica diaria y en el dojo que diriges.

CV: Me ordené monje para seguir la enseñanza de mi maestra.

Nuestra práctica cotidiana ocurre en un dojo en el que nos sentamos a diario. Un dojo urbano es un dispositivo muy interesante, es como un maestro impersonal. Cuando viene alguna persona para aprender a sentarse, tienes que volver siempre a la postura, a la respiración, a la concentración, entonces el dojo nunca te deja pasar del nivel principiante. Y luego la gente viene, la ayudas, y luego se van, siguen sus vidas… Y tienes que abrir tu práctica a los demás sin esperar nada a cambio, eso es muy difícil, pero es la enseñanza de nuestra maestra.

Por otro lado, la vida diaria, de trabajo, de familia, tiene que acomodarse a los horarios de zazen, y zazen tiene que acomodarse a la actividad diaria, entonces la actividad y el silencio se interpenetran, se influyen mutuamente, tienes que aprender eso también. En la calle del dojo hay una empresa de paquetería y por la mañana los trabajadores están cargando sus furgonetas, y hacen ruido, antes eso me molestaba, pero luego entendí que cada uno hace lo que tiene que hacer, los repartidores hacen lo que tienen que hacer, y con sus ruidos no te dejan dormir en el zazen de la mañana, y los monjes hacemos lo que tenemos que hacer, nos sentamos en silencio y hacemos zazen junto con toda la ciudad, hacemos zazen para la ciudad, para el conductor de autobús, para los repartidores, el dojo es para beneficiar a la ciudad…

Y luego, tengo la suerte de practicar con una monja que siempre está en zazen, Paula, que también dirige el zazen cuando le toca. Tener a alguien a tu lado que te corrige cuando te inclinas a los lados es muy importante, es la dimensión de la sangha, y eso es algo que también puedes aprender en un dojo… por eso creo que el dojo es un maestro impersonal, a veces te hace sentir bien, pero si pierdes el equilibrio te da un bastonazo. Esa es nuestra pequeña práctica diaria, muy poco ambiciosa, solo sentarse juntos en silencio de cara a la pared, junto con toda la ciudad.

BB: Háblanos un poco de ese proceso mental por el que rumiamos los pensamientos una y otra vez

CV: Esos pensamientos en bucle son un fenómeno muy interesante. La gente que busca tranquilizar la mente con la meditación siempre se sorprende cuando descubre que no puede parar de pensar, que no controla los pensamientos, lo cual nos lleva a la siguiente pregunta; si no podemos dejar de pensar cuando queremos, entonces ¿quién piensa? evidentemente no es el yo el que piensa, porque no puede parar de pensar cuando quiere, el yo no se sostiene en nada, es solo una suposición. Esto me recuerda la siguiente historia; Eka, el segundo ancestro del chan, fue a ver al maestro Bodhidharma y le dijo; «tranquiliza mi mente», se conoce que tenía muchos pensamientos, y Bodhidharma le dijo; «trae aquí tu mente para que la tranquilice». Eka se quedó callado y después de un rato dijo; «no la puedo traer, no la puedo coger». Bodhidharma le respondió; «pues ya está tranquila». Es así, tal cual, cuando por un instante intuyes que esos pensamientos no son nada, que están vacíos, que solo son un agregado más, que aparece condicionado a otro agregado, que se extinguen cuando desaparece su causa, pero que no tienen una existencia propia… Si te das cuenta de esto, aunque solo sea por un instante, entonces has transformado la ignorancia en sabiduría, has encontrado el nirvana dentro del samsara. Creo que este es el truco de la Vía del Medio, no fijarse solo a una posición, a un solo punto de vista, salir del bucle, nuestra maestra dice «no coagular la mente», creo que es así como ella explica la Vía del Medio… Así que esos pensamientos molestos son un buen campo de práctica, nos enseñan lo necios que podemos llegar a ser los seres humanos.

B: ¿Recomiendas el zazen a tus pacientes? ¿En qué consiste la práctica? ¿Está al alcance de cualquier persona?

CV: Le recomiendo zazen a cualquiera si surge en la conversación, y como hay mucha gente a mi alrededor que sabe que soy un monje zen, cuando quieren saber me preguntan…

Zazen no es para todos, porque hace falta una determinación que es muy difícil de encontrar en las personas. Pero si te sientas en zazen una sola vez ya has obtenido el satori, y cualquiera puede probar a sentarse una vez, así que zazen es para todos.

El psicólogo clínico Carlos Veiga en una de las terapias de grupo. Fotografía Paloma Ucha.

B: Tu, además de monje y psicólogo, eres padre. ¿Cómo transmites o has transmitido esta filosofía de vida a tus hijos?

CV: Mis hijos son muy jóvenes y aún no sienten la presión de la impermanencia, aún no han obtenido el espíritu del despertar, o sí, no lo sé. Antes de que abriéramos el dojo, practicaba zazen en casa, y cuando estaba sentado, ellos trataban de no hacer ruido para no molestar a zazen, y escuchaban el Hannya Shingyo, y sabían las primeras sílabas… era muy gracioso. Los hijos te observan, son como un espejo, aprendes mucho observándoles. Y hay una transmisión silenciosa, han crecido con la conciencia de que hay un silencio sagrado, no sé si eso va a condicionar sus vidas más adelante, ojalá sea un buen karma para ellos, ojalá que encuentren el kesa. 

Muchas gracias por tus preguntas Belén, han sido muy interesantes, y muchas gracias a Buddhistdoor, hacen un trabajo excelente, les deseo lo mejor.

Belén Boville es periodista y monja en la Sangha zen de Bárbara Kosen, ubicada en Madrid y en el templo de Shorinji (Villanueva de la Vera, Cáceres, España).