Economía budista: hacia una sociedad más feliz

ANAM THUBTEN RINPOCHE

Anam Thubten Rinpoche

Recuerdo cuando la profesora Clair Brown, de la Universidad de California en Berkeley, me mencionó algo llamado «economía budista». Fue, tal vez, la primera vez que ese término entró en mi mente; me sonaba un poco esotérico, casi como un oxímoron, aunque hoy en día podemos afirmar sin sombra de duda que se ha desarrollado hasta convertirse en una disciplina independiente como la física, las matemáticas o la historia. Se han escrito libros al respecto y se han dado conferencias. La economía budista sigue en un estadio en el cual necesita que le prestemos atención, pero tiene el potencial para evolucionar hasta convertirse en una ciencia social más rica y completa que contenga una sabiduría más profunda, de la que carecen los modelos económicos modernos. Es un tema fascinante, porque es algo relativamente nuevo y, además, es una combinación de ciencias sociales y tradición espiritual. La economía budista se ha desarrollado sobre todo en Occidente, cuya cultura se enraíza en las religiones judeocristianas, pero los pueblos orientales también están empezando a prestarle atención. La profesora Brown me dijo que había recibido invitaciones de lugares tan remotos como Sri Lanka para dar charlas al respecto. Personalmente, me gustaría que más personas de distintos ámbitos profesionales abrazaran la economía budista: quienes ocupan los estrados en instituciones de educación superior, así como personas de los gobiernos que llevan a cabo políticas que influyen en la sociedad a nivel macro y microeconómico.

La pregunta es ¿por qué necesitamos desarrollar la economía budista? Hoy en día, muchos de nosotros somos críticos con las prácticas económicas habituales que carecen de facetas importantes: abnegación, altruismo, generosidad auténtica, satisfacción y felicidad incondicional. Existe una necesidad y un anhelo de algo como la economía budista que abarque todos estos principios, que son indispensables para el bienestar de cualquier nación. Esto no significa que la economía budista se oponga a la felicidad terrenal o el bienestar material. Tampoco propone un estado místico de la mente como el único objetivo válido. Muchos budistas entienden el bienestar de la sociedad como algo que se puede desarrollar mediante los cuatro valores propicios: el dharma, la prosperidad, el placer y la liberación. En muchas liturgias budistas se encuentran versos que rezan para que los países y todo el mundo se vean enriquecidos por estos cuatro valores. Existe una popular ceremonia tibetana, conocida como Yangbod que se lleva a cabo para atraer estos cuatro valores. Las personas del Tíbet acostumbran a invitar a lamas para llevarla a cabo para familias y matrimonios.

Aunque el budismo tántrico hace hincapié en la importancia de la satisfacción y las virtudes interiores, este también desarrolla un modelo conceptual concreto de una buena sociedad, gobernada por líderes iluminados y en la que los ciudadanos disfrutan de estos cuatro valores. Hoy en día, al mirar a nuestro alrededor es difícil encontrar un país que cumpla con estos criterios. Al llegar a Estados Unidos hace muchos años, tuve la sensación de que este país podría señalarse como la prueba viviente de que la humanidad puede crear una nación ideal sobre la tierra, tal y como propone el budismo tántrico. Aparentemente, Estados Unidos promueve la libertad religiosa, el pluralismo cultural, la abundancia de recursos y tiene un PIB impresionante sobre el papel. Mi ingenuidad inicial no duró mucho, a medida que fui observando sus calamidades.

La economía moderna ha florecido desde hace tiempo mediante el sistema de libre mercado y eso ha sido una bendición para muchos. Pero muchas otras personas se han quedado fuera y están atrapadas en un círculo vicioso de pobreza que amenaza su dignidad humana básica. Esta situación no mejora y, en muchos casos, está empeorando. Sin embargo, existe un cierto dogma al respecto de que dejar prosperar el libre mercado, alimentado por una avaricia sin control y el denominado interés propio racional beneficia al conjunto. Esta teoría está llena de agujeros. La infame «mano invisible» no comparte el pastel de la economía con todo el mundo y deja solo unas migajas para que sobreviva la mayoría. Este es el motivo por el que muchas personas creen que ha llegado el momento de introducir un nuevo modelo económico que sea racional y justo. Y aquí es donde la economía budista puede ofrecer una alternativa excelente que arroje luz sobre la mejor naturaleza humana, la relación entre la felicidad y la práctica de los valores interiores y la red de interdependencia entre la naturaleza y los seres vivos.

Profesora Clair Brown. Fotografía cortesía de Clair Brown

Muy pronto el mundo se va a enfrentar a una escasez de recursos sin precedentes derivada del exceso de consumo y el cambio climático. Quizá ya no podamos seguir haciendo las cosas «como siempre». Cada año, esta amarga realidad va a hacerse más palpable, hasta el punto de que ya no podamos permitirnos la «comodidad» de la negación. Ahora mismo, la mayor parte del mundo está perdido en un sueño de crecimiento económico infinito, con un rápido desarrollo de países que quieren alcanzar el club de los países ricos. Todo el mundo sueña con llevar el estilo de vida estadounidense. En realidad, puede que esto no sea siquiera posible, a menos que me esté perdiendo algo. Este precioso aunque frágil planeta tendría muchos problemas para mantener a 7800 millones de estadounidenses.

La economía budista no rechaza la relación entre el bienestar humano y el crecimiento económico. Será difícil crear una sociedad realmente democrática en la que los ciudadanos de todos los estratos sociales disfruten de un alto nivel de vida si la pobreza prevalece por encima de la prosperidad. Bután, un pequeño país budista del Himalaya utiliza la Felicidad Interior Bruta como medida de desarrollo sostenible, en lugar de centrarse únicamente en la actividad económica. Esto suena muy iluminado sobre el papel, pero funciona bastante mal en algunos índices internacionales de felicidad. Al parecer no es uno de los países más felices, mientras que los escandinavos suelen dominar las clasificaciones de países felices.

Una sociedad feliz es el resultado de considerar valores centrales los principios espirituales, de tener un acceso igualitario a la educación y la sanidad empoderando a todos los géneros y grupos sociales. Esta tarea no es imposible. Solo tenemos que expandir nuestro cuidado hacia todo el mundo y estar dispuestos a dar los pasos necesarios. Quizá no veamos un mundo perfecto, pero seguro que veremos un mundo en el que las personas están bien alimentadas, satisfechas y disfrutan de derechos y dignidad individuales. La economía budista puede guiarnos a un objetivo si tenemos la voluntad de aplicarla como sabiduría que nos guíe para definir nuestros valores básicos.

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