Como beber agua salada

BASILI LLORCA

15-02-2021

Algunos occidentales no familiarizados con la visión budista se sorprenden o desconciertan cuando escuchan que el deseo causa sufrimiento. Suelen argumentar cosas como: «no es posible dejar de tener deseos, eso me volvería insensible, como un vegetal…» o «sin deseos ¿cómo podría obtener todo lo necesario para vivir?» Cuesta entender una vida sin el deseo. Se imagina como un estado de inapetencia, desinterés o insensibilidad. No debería sorprender, pues en una cultura que basa el bienestar en la gratificación sensorial, es difícil entender que el deseo cause sufrimiento o sea algo negativo.

A esta dificultad de orden cultural se puede añadir otra de tipo semántico. Si buscamos sinónimos de deseo en español, encontramos: afán, anhelo, ansia, antojo, ambición, aspiración, apetito, empeño, pasión, pretensión o interés. Un campo semántico amplio con significados positivos y negativos. ¿A qué nos referimos aquí con «deseo»?A la traducción del término sánscrito raga, que tiene un sentido de apego insano.

En general, conviene distinguir entre deseos naturales o sanos y lo que denominaremos deseo perturbador. Los primeros se refieren a aspiraciones que emanan de nuestra naturaleza y que, siendo acordes con ella y con la realidad, nos hacen sentir bien y nos armonizan. Un ejemplo es la aspiración, compartida con todos los seres sensibles, a evitar el sufrimiento y a ser felices, a sentirnos libres y en armonía, o el amor bondadoso que desea eso mismo a los demás. Esas aspiraciones son deseos, pero naturales, nos hacen sentir bien y nos armonizan al momento de sentirlos, y motivan acciones que contribuyen a un genuino bienestar del que lo siente, de los demás y en el mundo. Tales aspiraciones son, de hecho, necesarias, pues impulsan y direccionan nuestra vida hacia la felicidad, la libertad y la plenitud. En cambio, el deseo perturbador, como indica su nombre y analizaremos, no produce contento, ni nos armoniza. Muy al contrario, causa malestar y perturba la mente, fomentando estados de ansiedad carencial. De ahí su consideración negativa.

Eso es así, porque el deseo perturbador se sustenta en una creencia errónea o exagerada sobre la capacidad de algo, sea material o inmaterial, para satisfacernos realmente. Es una distorsión supersticiosa de la realidad que crea falsas expectativas que, al no poder ser satisfechas, conducen necesariamente a la frustración. No es realista. Obtener lo deseado pocas veces depende de nosotros; de hecho, sólo somos uno de los innumerables factores que pueden hacerlo posible. Si dependiera solo o principalmente de nuestro deseo, lo tendríamos casi garantizado: todos seriamos ricos, guapos, queridos, etcétera, cosa que sabemos no ocurre. Es más, todas las cosas, situaciones o experiencias que podemos desear son efímeras, se transforman y cesan. Como dijo el Buda: «Todo lo creado es efímero: lo compuesto, se descompone; lo integrado, se desintegra; la forma, se deforma; lo unido, se separa.» Es su naturaleza, no dependen sólo de nosotros, y por mucho que deseemos algo, aun consiguiéndolo, no podemos retenerlo, se nos escapará como la arena se escurre entre los dedos.

Por otro lado, buscar satisfacción en el deseo tiene un efecto perverso. Al hacerlo, estamos posponiendo nuestra satisfacción para el futuro—hasta obtener lo deseado—, y así, de manera inconsciente, nos condenamos a vivir el presente—única experiencia real—, con una sensación de necesidad y carencia. Antes, en algunos bares solían colocar un cartel que ilustra esto muy bien: «Hoy no se fía, mañana sí».

Buscar la felicidad en la satisfacción de los deseos está condenado al fracaso. Porque no conseguir lo que queremos produce decepción o frustración, más o menos sutil o intensa, dependiendo de la fuerza del deseo. Y si lo obtenemos, nos damos por satisfechos y empezamos a perder interés en ello, y volvemos a proyectar el deseo en algo nuevo que capta nuestra atención y sentimos necesario o incluso imprescindible, generando nuevas expectativas. Cuántos deseos y fantasías hemos alimentado en nuestra vida, en su momento sentidas como importantes y que ahora, con perspectiva, nos parecen insustanciales y a veces hasta rechazables. Y lo más importante, con toda la energía y esfuerzos que les dedicamos, ¿nos han procurado una satisfacción duradera? Si analizamos nuestra vida, seguramente descubriremos que, a pesar de tantas expectativas y trabajos, seguimos tan insatisfechos y expectantes como al principio. Al condicionar nuestra satisfacción al hecho de conseguir o evitar algo externo o futuro, que no depende de nosotros, perdemos el control de nuestra vida y experiencia, haciéndonos a nosotros mismos dependientes y vulnerables y sacrificando con ello nuestra libertad.

Basar, erróneamente, lo que es una aspiración natural y genuina al bienestar y la satisfacción en la mera obtención de deseos, del tipo que sean, no solo está condenado al fracaso y la decepción, como se ha explicado, también afecta al estado de la mente. Perpetuar la insatisfacción en el momento presente genera un estado ansioso y expectante que a su vez retroalimenta el deseo, creando así un patrón de aferramiento compulsivo que nos atrapa en un círculo vicioso de ansia, aferramiento e insatisfacción. Así, nos esclavizamos, apartándonos del contento y satisfacción deseados.

La condición existencial del “fantasma hambriento” manifiesta los efectos del deseo egoico.

El Buda identifica esa pulsión, una «sed» ansiosa o avidez—en sánscrito, trisna—como el verdadero origen del malestar y la insatisfacción. Un estado de ansia existencial subyacente, que se manifiesta en una sed constante de experiencias deseables y de evitación de la frustración, en un ansia expectante de satisfacción futura. Y al intentar calmar esa sed interna, ese vacío carencial, buscando y aferrando nuevas cosas o experiencias pasajeras, lo que hacemos en realidad es alimentar y perpetuar el círculo vicioso de ansia y frustración. Es como intentar calmar la sed con agua salada, da más sed.

Esa pulsión insatisfecha desata dos mecanismos instintivos: el aferramiento o apego y la aversión. Ambos compulsivos, dominan la mente sin elección. El aferramiento hace que la mente se apegue de manera obsesiva a los objetos de deseo. La aversión, que rechaza lo que se siente como desagradable, se instala obsesivamente en lo rechazado. Aunque parecen nuestros protectores, sin los cuales no conseguiríamos lo deseado o evitaríamos lo indeseable, son en realidad un engaño y producen el efecto contrario al deseado. El aferramiento, no sólo mantiene el estado carencial como vimos, además, la tensión por retener la sensación placentera conseguida impide el pleno disfrute y hace que se destruya antes. Por su parte, la aversión no sólo nos hace sentir mal, incrementa la sensación desagradable, fijándola y haciéndola parecer más duradera. Y encima ninguna de las dos tiene, por si misma, la capacidad de conseguir o evitar lo que queremos. Dirigidos por estas dos pulsiones y el ansia subyacente, podemos pasarnos la vida alimentando deseos y aversiones. Persiguiendo cosas, relaciones, situaciones o experiencias, o bien huyendo de ellas; engañados por la ilusión de que la felicidad consiste en conseguir o evitar. En realidad, obtenemos el efecto contrario: impiden vivir en paz y plenitud el momento presente, nos mantienen en constante tensión y conflicto y llevan a continuos altibajos, unas veces expectantes y otras deprimidos. Son la causa de la hiperactividad y la falta de la atención. Cuando intentamos meditar, estas dos compulsiones arrastran la mente al futuro o al pasado con todo tipo de pensamientos y fantasías sobre deseos o posibles temores, impidiendo que ésta permanezca calmada en el presente.

En definitiva, toda forma de deseo perturbador, desde el ansia básica hasta sus manifestaciones más burdas, como la codicia, nos hace daño y nos atrapa más en el círculo vicioso de la insatisfacción. Aunque lo consideramos instintiva y erróneamente como nuestro amigo benefactor y a pesar de sus cantos de sirena, es en realidad nuestro peor enemigo: nos roba la paz y la satisfacción, impide ser libres y vivir en plenitud. El Buda lo ilustró con una imagen muy descriptiva: el deseo es como chupar miel en el filo de la navaja.

Todas las enseñanzas y terapias del Dharma son esencialmente antídotos para las distintas manifestaciones del deseo perturbador y el ansia existencial, para desaprender ese hábito instintivo y recuperar con ello la auténtica autonomía, paz, libertad y armonía, que son nuestra verdadera condición natural.

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Basili Llorca (Alcoi, 1952se inició en el budismo en 1978, formándose como monje budista, durante catorce años, en Monasterios de Nepal, India y Francia con enseñanzas y transmisiones de SS el Dalai Lama, Lama Thubten Yeshe, Kyabje Zopa Rimpoche, Ken Gueshe Tekchog, Tarab Tulku y Chögyal Namkhai Norbu, entre otros maestros de diferentes escuelas tibetanas. Enseña filosofía y práctica del budismo desde hace más de veinticinco años en diferentes centros. Es Presidente fundador de Dharmadhatu y de la Asociación Educación Universal. Participó en la creación y dirección de centros de la FMT. Fue Vicepresidente de la Casa del Tíbet de Barcelona y Vicepresidente fundador de la CCEB. Es Máster en Métodos para el Crecimiento Personal.

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