El sonido femenino del dharma. Las poderosas voces de las primeras mujeres budistas en India y Tíbet*

LIA BELTRÃO

TRADUCIDO POR FINA IÑIGUEZ

Este artículo forma parte de la edición especial «Mujeres y budismo en los países de habla hispana».

«Para que las mujeres encuentren caminos viables hacia la liberación, necesitamos la inspiración de otras mujeres que hayan logrado mantenerse fieles a sus propias energías sin apegarse a su género y que, con esta integridad, hayan alcanzado la liberación completa.» Lama Tsultrim Allione

«La historia que aprendemos es la historia de los hombres, de las guerras, de las conquistas. La historia de las mujeres aún no se ha contado y necesitamos que lo sea». Lama Padma Samten

Foto: Javardh

El sonido de las voces que han transmitido el dharma del Buda a generaciones y generaciones de practicantes ha sido un sonido predominantemente masculino. En el budismo tibetano, hasta la diáspora, las monjas no tenían formación filosófica, muchas de ellas ni siquiera sabían leer y escribir, y sus prácticas religiosas se limitaban a los rituales y a la realización de ceremonias. En el budismo japonés, todavía hoy en muchos templos y centros de práctica, los practicantes repiten solemnemente todos los días los nombres de quienes han sostenido el linaje desde la época del Buda: siempre hombres. Hasta hace poco, una monja ordenada tenía que obedecer ocho preceptos más que un monje; siendo que el primero afirma que, aunque ella tenga cien años de ordenación y un monje un día, ella debe inclinarse ante él y considerarlo superior.

Sin embargo, desde que la primera mujer se colocó ante el Buda para escucharlo y alcanzar la liberación, una legión de otras mujeres ha tomado el mismo refugio y ha avanzado en el camino hacia la iluminación para beneficio de otros seres de forma libre y completa. Además de haber sido desafiadas a superar los obstáculos internos y más sutiles de sus propias mentes, estas mujeres afrontaron obstáculos externos típicos de las sociedades patriarcales a las que pertenecían. Ya fuera porque vivían en un ambiente explícito de represión que tullía su libertad espiritual, o que las amarras que les impedían la liberación fueran más sutiles e internas, los relatos de cómo estas mujeres pasaron de seres ordinarios a grandes practicantes, arhats o budas, merecen ser contados a partir de sus propias voces.

Considerado por muchos estudiosos como un linaje perdido, este conjunto de voces femeninas se presenta hoy en día no como un hilo, lineal y recto, sino como un magnífico mosaico de diferentes formas, texturas y colores. O como un coro de incontables voces, emanando sonidos femeninos de sabiduría y compasión.

Un templo de muchas mujeres

En las pinturas de un templo budista a los pies del Himalaya indio, encontramos una hermosa imagen del Buda Sakiamuni en una noble pared, a la derecha del altar. Del otro lado, a la izquierda, con el mismo tamaño y un aura del mismo color e intensidad que la del Buda, vemos a una mujer de pelo blanco. El Buda y esta mujer forman una sugerente simetría en relación a quienes los miramos.

Este templo fue idealizado y construido por la maestra budista Jetsunma Tenzin Palmo, y la mujer de pelo blanco con el mismo aura que el Buda es Mahapajapati Gotami, la primera monja budista y la responsable de haber hecho con que el camino hacia la liberación del sufrimiento presentado por el Buda fuera extensivo a las mujeres. En una enseñanza sobre los poemas de realización de las primeras monjas, reunidos en una colección llamada Therigatha: canciones de las mujeres antiguas, Jetsunma nos recordó el papel extraordinario de Mahapajapati y de las mujeres que la siguieron en la estructuración del budismo en sus inicios.

El templo idealizado por Jetsunma es una extensión de esta enseñanza y, aunque no propaga orgullosamente este estatus, no sería una sorpresa si fuera considerado el templo budista tradicional con el mayor número de figuras femeninas en sus paredes. Encontramos, por supuesto, las 21 Taras protegiendo ambos lados del altar, y también Yeshe Tsogyal y Mandarava. Machig Labdron bendice, bailando desnuda, las prácticas de Chöd que allí realizan periódicamente las monjas del convento. Vemos a Milarepa rodeado de muchas discípulas, cada una con su nombre, figuras de una historia todavía poco conocida. En cada espacio del templo flotan monjas, yoguinis y dakinis. Siempre coloridas, mujeres que bailan, meditan, trabajan. Y a los pies del mismo Buda y de Mahapajapati, vemos veinticuatro discípulas: mujeres cuyas vidas se vieron impactadas por el encuentro cara a cara con el propio Buda y que, gracias a la intervención de esta «señora valiente y persistente», como dice Jetsunma, pudieron entrar en el camino de la mendicidad. Una historia que, lo sepamos o no, tiene que ver con la nuestra.

Ilustración de Diego Navarro

Una señora con el Dharma en el corazón en una poderosa conjunción de eventos

Mahapajapati era la hermana de Maya, la madre del príncipe Siddharta. Ambas eran esposas del rey Suddhodana y cuando Maya murió, poco después del nacimiento del pequeño Siddharta, Mahapajapati lo tomó como hijo. Años más tarde, el joven príncipe abandonó el palacio y cuando regresó después de alcanzar la iluminación, Mahapajapati lo recibió con los brazos abiertos, escuchó sus enseñanzas y se convirtió en practicante laica.

En ese momento, Mahapajapati ya disfrutaba de cierto respeto tanto por su edad como por ser la esposa del rey y, al recibir enseñanzas espirituales de forma directa, algo bastante inusual para las mujeres de aquella época, otras mujeres comenzaron a buscarla pidiendo orientación y ayuda espiritual. Muchas de ellas formaban parte del grupo de cortesanas, artistas o músicas del harén del príncipe Siddharta y que, tras su marcha, habían perdido de alguna manera su sentido de identidad. Otras eran mujeres cuyos maridos, padres o hijos habían muerto debido a una reciente batalla por el agua entre el clan de los Sakya y sus vecinos Koliyans. En esa misma batalla, el Buda ofreció un sermón y los hombres que sobrevivieron terminaron por seguirle.

La batalla por un lado y el impacto de la presencia del Buda por el otro transformaron el reino de los Sakyas en un reino de mujeres que compartían el mismo estatus: el de estar «desgarradas», ya no subyugadas a ninguna relación masculina directa. En un momento en que las mujeres no eran muy diferentes de un tipo de propiedad, inicialmente perteneciente al padre, luego al esposo, luego al hijo, en el reino de los Sakyas, de repente el número de mujeres sin esta protección y dominio masculino creció. Y Mahapajapati no fue una excepción. Su hijo, Nanda, y su sobrino nieto, Rahula, se hicieron monjes y también siguieron al Buda en su camino de mendicidad. Su esposo, Suddhodana, murió poco después. «Esto dejó a Pajapati sin la red de conexiones familiares que garantizaba a todas las mujeres de esa sociedad su identidad y seguridad», dice Susan Murcott en First Buddhist Woman: Poems and Stories of Awakening.

Mahapajapati no tardó en reconocer el poderoso encuentro de conjunciones en aquel escenario: en un reino vacío de hombres y del sentido de identidad social que éstos garantizaban a las mujeres, ella, una señora sin más obligaciones mundanas, estaba rodeada de esposas, viudas, bailarinas, músicas y ex cortesanas—mujeres que ahora libres de tantas amarras, desarrollaron un interés genuino en seguir al Buda. Para alguien que ya albergaba en su corazón la verdad del dharma, no había otra cosa que hacer sino buscar al Buda y pedirle permiso para convertirse en monjas y entrar en el camino de la mendicidad.

Vergüenza masculina y cambios

La siguiente historia no descansa en consenso. Se dice en el Cullavagga (una colección de deberes e instrucciones de comportamiento para monjes y monjas) que la respuesta que Mahapajapati recibió del Buda sobre la fundación de una sangha monástica femenina fue por tres veces negativa y que solo después de una apelación de Ananda, el Buda cedió a la solicitud, con la condición de que las monjas siguieran «ocho reglas especiales» —u «ocho reglas estrictas»—como también se las conoce, que someten a la sangha femenina a la masculina. Esta versión—tanto de la vacilación del Buda como de haber sido el autor de las reglas—es hoy cuestionada por muchos eruditos estudiosos del budismo y asociada a aquellos que siglos después de la muerte del Buda trasplantaron una tradición oral a la escrita, dando a las palabras una marca cultural propia.

Sin embargo, a pesar de que la creación de una sangha monástica femenina y las ocho reglas que la siguieron, aunque parezcan ser, bajo la mirada feminista moderna, apenas el fruto del deseo o del hábito de dominación masculina, en la práctica imponía a los monjes una obligación que podría en verdad avergonzarles: ahora no solo eran responsables de mantener la orden de su propia ala masculina, sino también de la femenina. En la introducción de los traductores del libro Lady of the Lotus-Born: the life and enlightment of Yeshe Tsogyal, éstos ubicaron esta «vergüenza masculina» dentro del campo de la estructura social y cultural impuesta: «La aparente ansiedad por encontrar un lugar a un grupo de mujeres desgarradas dentro de una estructura masculina externa, bien pudo haber sido una medida necesaria para que la orden de las monjas fuera inteligible y aceptable para la sociedad de aquel tiempo».

Habiendo surgido por el buen sentido cultural, o por el sexismo puro, estas reglas, que fueron impuestas a las monjas budistas durante siglos, aunque consideradas «auténticas» por muchos hombres practicantes y profesores del dharma de diferentes tradiciones, ya están en franca decadencia. La monja zen brasileña Wahô Degenszajn dice que el soto zen no solo no somete a las monjas a estas reglas, sino que dice con alegría que su maestra, la monja Coen sensei, ha incluido el nombre de Mahapajapati en las oraciones de dedicación de méritos, antes solo hechas al Buda Sakiamuni y a los dos fundadores del linaje soto. Una joven monja chilena de la tradición kagyu que conocí en India, Ani Karma, relató que en el primer encuentro que tuvo con su maestro Tai Situpa Rinpoche después de la ordenación escuchó de él: «¿Sabes cuál es tu principal deber como monja?» A lo que él mismo contestó: «Ser feliz».

Ilustración: Diego Navarro

De la India al Tíbet

Doce siglos separan a Mahapajapati y las primeras mujeres en encontrarse con el Buda de Yeshe Tsogyal, la figura histórica femenina más conocida del budismo tibetano. Mahapajapati supo actuar persistentemente para establecer una sangha de monjas, y Yeshe Tsogyal, como yoguini y laica, tuvo el mismo sentido de compromiso con el dharma: perfeccionó las enseñanzas recibidas de Gurú Padmasambava, logró la iluminación completa, estableció innumerables conventos para mujeres en Tíbet y fue la principal responsable por la transmisión y preservación de las enseñanzas de su maestro en tierras tibetanas.

A pesar de haber vivido en diferentes épocas y culturas, las reglas que se imponían a estas mujeres y el estrecho lugar que se les reservaba—siempre como buenas hijas, esposas y madres—permanecían esencialmente iguales. A pesar de disfrutar del título de princesa, cuando era solo una adolescente, Yeshe Tsogyal fue ofrecida literalmente como una caza a dos pretendientes por su propio padre. Aquel que consiguiera correr más rápido y alcanzarla, la tomaría como esposa. Totalmente segura de que no quería casarse, al ser agarrada del cabello por su futuro esposo, se cuenta en su biografía que la joven puso sus pies en una piedra como si fuera barro y «permaneció estable como una montaña. Mientras su ropa era arrancada y ella golpeada con un látigo de metal, Tsogyal cantó:

Si este cuerpo humano que he recibido

Solo esta vez en el espacio de muchos kalpas,

No está destinado a hacerme

Obtener la iluminación,

¿Por qué debería convertirlo en una fuente

De lamento en el samsara?

(…)

Mátame si quieres,

¡No me importa!

La primera parte del Lady of the Lotus Born, un terma de la propia Tsogyal descubierto en el siglo XVII, trae esta y otras historias que muestran a una joven «luchando desesperadamente contra las presiones sociales de su tiempo», ya sea en su papel de esposa, sujeta a las crueldades de su marido, o como practicante mendicante, cuando era perseguida por asaltantes y violadores.

Cuando Yeshe Tsogyal se convierte en consorte y estudiante de Gurú Rinpoche, pide enseñanzas a partir del dolor, describiendo el entorno de dureza y lucha en el que estaba viviendo: «Si pido limosna, los perros me ahuyentan; si vienen en mi dirección alimentos y riquezas, los ladrones me saquean; por mi belleza, soy presa de tramposos lascivos; si estoy ocupada con mucho que hacer, la gente del pueblo me acusa; si no hago lo que ellos creen que debo hacer, me critican; si pongo el pie en el lugar equivocado, todo el mundo me odia. Tengo que preocuparme con todo lo que hago. ¡Eso es lo que es ser mujer! ¿Cómo puede una mujer lograr de esa manera la realización del dharma? ¡Solo ser capaz de sobrevivir ya es bastante difícil!

Ilustración: Diego Navarro

Indianas, tibetanas y nosotras, brasileñas: la misma lucha infértil por la aceptación

Esta confesión desconcertantemente franca de Yeshe Tsogyal a Gurú Rinpoche explicita un lugar compartido por muchas mujeres practicantes incluso hoy en día: la lucha constante por la aceptación y el correspondiente sufrimiento del rechazo. Esta lucha es también el trasfondo de los poemas de las primeras monjas, contemporáneas de Mahapajapati, que narraban una vida común de apego al cuerpo y a la propia belleza, y la creencia de que sin hijos ni marido no eran nada, visiones que tan solo resonaban el lugar social a ellas reservado.

Parece que estamos muy lejos de la India de hace 2600 años o del Tíbet del siglo VIII, en el que mujeres como Tsogyal, que no ocupaban el espacio a ellas reservado, fueron sometidas a las mayores crueldades. De hecho, la lucha de las mujeres, expresada principalmente en el movimiento feminista, ha garantizado en todo el mundo conquistas inimaginables hace menos de 100 años. Pero, en realidad, queda mucho por hacer. La violencia contra las mujeres, ligada irremediablemente a este juego de aceptación y rechazo de los roles sociales establecidos, cuya base es una cultura patriarcal y machista, resulta tristemente real con datos crecientes en nuestro país. El Anuario Brasileño de Seguridad Pública informó recientemente que en 2016 a cada dos horas una mujer fue asesinada en Brasil y el número de violaciones creció un 4% con respecto al año anterior, sumando la aterradora cifra de 50.000 casos. En el ámbito de la disputa ideológica, una ola conservadora contra el movimiento feminista también está en aumento. Tan pronto como se anunció la llegada a Brasil de la filósofa Judith Butler, símbolo del feminismo y la Teoría Queer, se lanzaron peticiones en línea contra su participación en el evento promovido por el SESC SP (uno de los centros culturales más importantes de São Paulo –n.d.t) y le llovieron ofensas en su página de Facebook.

En un nivel más sutil e interno, pero basado en la misma base cultural, la mente femenina común parece girar en torno a la preocupación y al esfuerzo para que seamos aceptadas—por la familia, por el compañero (o incluso la compañera), por la sociedad—y al sufrimiento que vivimos cuando no lo somos. La búsqueda de una apariencia perfecta, un trabajo seguro o un súper desempeño profesional, una relación que nos brinde seguridad, una maternidad que finalmente nos haga «completas» … La lista es infinita y aunque no concierne exclusivamente al universo femenino, milenios de dominio de culturas patriarcales han dejado en la mente de las mujeres la terrible huella de la búsqueda constante de aceptación y seguridad. Como resultado, a menudo nos sentimos exactamente como lo describe Tsogyal al confesar su infértil intento de ser aceptada, su fracaso en poner el pie «en el lugar correcto».

Ilustración: Diego Navarro

Cruzando: la clave del alivio

La palabra que tanto las mujeres del Therigatha como Tsogyal en su terma eligieron para describir lo que surge después de encontrar la verdad del dharma dentro de ellas mismas, fue «alivio». El nacimiento que tuvieron como mujeres en una búsqueda espiritual genuina, ya sea como monjas o yoginis, no está asociado a la idea de «renuncia», sino a esta palabra mucho más revolucionaria y libertaria. Las voces de estas mujeres nos transmiten—en un unísono ahhhhh—el alivio externo de romper con el juego del matrimonio, la maternidad, las obligaciones sociales y vivir una vida de total dedicación al dharma; el alivio interno de dejar caer el soporte de nuestras identidades, surgiendo casi siempre en una fusión con este deseo de aceptación y seguridad; y el alivio secreto de, al realizar la naturaleza de nuestra propia mente y la de los otros seres, decir «basta» y, de forma natural, como un río que fluye hacia el más, dedicar su vida al dharma. La sororidad, es decir, la alianza entre mujeres, señalada por el movimiento feminista como fundamental en la construcción de una sociedad en la que haya equidad de género, surge como resultado natural de la práctica de un bodhisattva. Un voto natural que parece decir: «Hermana, estoy libre y dedico mi vida para que tú también lo seas», como en esta enseñanza de Tsogyal a su discípula nepalí Dordje Tso:

Este cuerpo, compuesto de carne y sangre,

Este cuerpo inferior, cargando el bardo del peso de la materia,

El camino para que él navegue a través del cielo

Es la meditación en los canales y energías sutiles

Si logras el dominio sobre la energía y la mente –

La llamada «realización» no es más que esto

A menudo, Tsogyal comienza sus canciones de realización autonombrándose: «Yo, la mujer Yeshe Tsogyal» Es así, localizando su cuerpo y condición, que de forma feroz y compasiva Tsogyal nos ofrece enseñanzas que destruyen permanentemente cualquier idea de que «ser mujer» puede ser de alguna forma limitante. Tsogyal alcanzó la iluminación y danza en el espacio libre de nociones de género o cualquier otra noción y, desde ese espacio libre, grita alto el nombre «mujer». Es así, en sororidad profunda, que nos inspira a hacer lo que ella, Mahapajapati y las madres del dharma que nos precedieron hicieron: sentir arder el cuerpo y la vida con la verdad del dharma, abrir el corazón con alivio y sin vacilación, adentrarse en ese mismo espacio, el útero de todas y todos los Budas.

 Lia Beltrão es periodista brasileña, editora de la Revista Bodisatva, practicante budista y facilitadora de Work That Reconnects (TQR), una metodología desarrollada por la activista, eco-filósofa y erudita budista Joanna Macy.

* Este texto es una traducción de “O som femenino do Dharma. As poderosas vozes das primeiras mulheres budistas na Índia e no Tibete”, de Lia Beltrão, publicado en la Revista Bodisatva nº 29, en 2018. Disponible en su tienda online

This Post Has 3 Comments

  1. Maricela Muñiz Lamelas

    Gracias BuddhistDoor y también a la autora por este artículo que realmente he disfrutado mucho leer. Ha sido muy instructivo y ha sabido tocar el tema de la mujer desde la Sangha primitiva hasta la modernidad actual, desarrollando los problemas de cada etapa concreta, y compaginando muy sabiamente la historia y las enseñanzas del Dharma con la evolución histórica de las luchas por la igualdad y liberación femeninas. Ciertamente, esta serie sobre budismo y mujer es muy informativa y merece mucha atención y gratitud.

  2. Anonymous

    Muchas gracias a ti, Maricela.

  3. Rute Cardoso

    Parabéns e agradecida pela iniciativa. Importante escrever a história. Cada um tem as suas experiências em diferentes ângulos e diferentes formas de vivenciar a prática. O registro vale para o presente e para o futuro. Tomara que se estenda também a língua portuguesa, Brasil. Tashi Delek ❤

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