El legado de Gudō Wafu Nishijima en Chile. Segunda parte
MARÍA ELVIRA RÍOS
Puede leer la primera parte de este artículo aquí
En la primera parte de este artículo, pudimos acercarnos al legado de Nishijima sensei en Chile por medio de la figura de Luis Díaz, su experiencia con el budismo zen y la profunda influencia de las enseñanzas de su maestro. En esta ocasión, nos vamos a referir a otra figura y también a otra historia que, al igual que la de Luis, nos introduce en la extensión del legado de Nishijima sensei en Chile, así como en las prácticas budistas que esta persona ha ido preservando y desarrollando en el país. Se trata de Ingrid Antonijevic.
Ingrid recuerda a su madre como la primera persona que le inculcó el interés por las prácticas asiáticas, específicamente el yoga, hace 60 años, algo que en aquella época no era nada común en un país como Chile. Fue así como aprendió los asanas y la postura del loto, de manera que, hasta el día de hoy, su cuerpo guarda la memoria de esa posición, manteniendo la flexibilidad corporal necesaria para llevar ambas piernas a una postura que difícilmente hubiera logrado en la adultez. Luego, al ser mamá por primera vez a los 21 años, inició prácticas de meditación para aliviar el estrés de la maternidad, aunque aún no tenía claro de qué se trataba meditar. Después, en otro momento de alta intensidad emocional en su vida, volvió a la meditación gracias a un libro que había encontrado en la vitrina de una tienda. Desde entonces, no dejó de meditar durante diez años, aunque de forma «muy autodidacta», según señala Ingrid. Pasaron los años, y conoció a un grupo de personas en un espacio de meditación dirigido por el maestro de Qigong, el profesor Kim, el mismo maestro mencionado por Luis Díaz. Fue allí donde Ingrid se sentó en el safu (cojín) que pertenecía a Luis, quien en ese momento vivía en Japón. Así comenzó su camino en el zen.
Cuando Luis viajó a Chile, extendió una invitación a las personas del grupo del profesor Kim para que visitaran Japón, ya que él estaba viviendo en el dōjō de Nishijima sensei, donde serían bien recibidos. Ingrid relata que, por circunstancias de la vida, tuvo que realizar un viaje laboral a Japón. Fue entonces cuando comenzó su práctica en el dōjō, con mucho apoyo de Luis y Nishijima sensei, tomando el primer voto un día antes de regresar a Chile. Siguiendo las recomendaciones de su maestro, quien le enfatizó la importancia de practicar, pero también de estudiar, inicia la lectura del Shōbōgenzō, al que considera el mejor libro para comprender y practicar el budismo. Además, recomienda la traducción de Nishijima sensei. Asimismo, ante la duda de si debía seguir una vida ascética para la práctica budista, el maestro le dice: «¡Tú! Vuelve a trabajar». Para Ingrid, esto fue un gran alivio, ya que comprendió que podía continuar con sus prácticas sin renunciar a su vida personal. Ella define esta forma de entender la práctica, enseñada por Nishijima sensei, como un «budismo urbano», inspirado en el estilo de su maestro, Kōdō Sawaki.
Ingrid regresa a Japón, y es durante ese segundo viaje cuando toma el voto de maestra. A partir de entonces, inicia un estudio de veinte años sobre el budismo. Su denominación como «monja zen» despertó interés en los medios chilenos, especialmente por su incursión en el mundo político del país.
Cuando Nishijima sensei viajó a Chile, Ingrid organizó la charla que el maestro tuvo con Fernando Flores, relatada en la primera parte de este artículo. Fue en ese momento cuando Nishijima sensei se dio cuenta de que Ingrid estaba profundamente vinculada con el espacio público, algo que le pareció muy valioso. Ingrid llegó a ser ministra de Economía en Chile, algo que para el maestro tuvo un gran valorNishijima sensei nunca vivió en un monasterio; llevó la práctica de una manera sumamente cercana a la vida cotidiana de las personas laicas. Se hizo monje a los 50 años, después de retirarse justamente de un trabajo vinculado al gobierno japonés. Más tarde, se convirtió en asesor de una empresa de cosmetología, cuyo dueño le instaló el dōjō Ida Ryogokudo en Tokio para que personas extranjeras pudieran ir a meditar. Sin embargo, ese dōjō desapareció a los pocos años, ya que Nishijima sensei quedó al cuidado de su hija debido a un problema de salud, y el empresario que sostenía el dōjō también estaba gravemente enfermo. Finalmente, el dōjō fue demolido.
Ingrid va a formar la sangha en Chile, a la que nombra Maitreya Zen. Sobre la elección de este nombre, relata que, cuando Nishijima sensei viajó a Chile, ella se hizo cargo de su traslado. En uno de esos viajes, le comentó al maestro que, si se creaba una sangha en Chile, lo correcto sería que el nombre de Dōgen (el que lleva la sangha de Nishijima sensei en Japón) correspondiera a Luis, por ser su primer discípulo chileno. Como ella era la segunda, le expresó su deseo de llamar a la nueva sangha Maitreya. A esto, Nishijima sensei respondió: «Ese nombre… es un mito muy bonito… sí, póngale Maitreya a su sangha». Ingrid eligió este nombre inspirándose en las reflexiones de Thích Nhất Hạnh, quien concibe a Maitreya no como una individualidad, sino como un colectivo: «A lo mejor todos juntos vamos a ser Maitreya», comenta Ingrid. Su intención era acoger a muchas personas y que la sangha fuera muy grande… aunque no lo es tanto (risas). Esto se debe a que, en la sangha, se practica shikantaza (sólo sentarse), sin objetivo (mushotoku), lo cual puede resultar un poco más difícil. No hay entretenimientos ni imágenes.
A diferencia del budismo tibetano, señala Ingrid, en el budismo zen nadie habla de la reencarnación. El budismo tibetano, en cambio, es más devocional y tiene ciertos paralelismos con el cristianismo, lo que ha facilitado su mayor éxito en la difusión en países como el nuestro.
El estilo de Ingrid es diferente al de las sanghas de comunidades más grandes, que suelen contar con dōjōs más amplios y un mayor movimiento o tránsito de personas. Su sangha, en cambio, tiene menos miembros, pero estos son permanentes. Señala que el grupo está compuesto por alrededor de cincuenta personas, aunque diariamente asisten unas diez. La sangha tiene una conformación legal como asociación, administrada por un directorio. Además de la práctica, realizan diversas actividades, todas centradas en el zazen. Ingrid organiza un taller anual en el que enseña una introducción al budismo y a la práctica. A partir de este taller, algunas personas se van sumando, lo que permite mantener la comunidad activa.
Además de organizar y desarrollar la sangha, Ingrid ha llevado la práctica a las empresas. Se dedica a entrenar equipos corporativos mediante el «método Maitreya», inspirado en la idea de budismo urbano de Nishijima sensei. Este método procura integrarlo con la ontología del lenguaje (a propósito de sus estudios con Fernando Flores) y con la filosofía occidental, para ayudarlos a ser más efectivos en su trabajo, en el liderazgo de sus empresas y sus negocios. En cuanto a los resultados dice que, por lo menos, ha visto entusiasmo y que, en una empresa, ya lleva seis años llevando a cabo estos entrenamientos, a los que titula como «Liderazgo consciente». Este enfoque sigue también la línea de Kōdō Sawaki, quien se autodenominaba «el monje sin monasterio» porque enseñaba a Dōgen en contextos como sindicatos, universidades y otros espacios fuera de los templos o dōjōs tradicionales. La ontología del lenguaje también juega un papel importante en este método, ya que Ingrid la relaciona con el óctuple sendero, poniendo énfasis, por ejemplo, en la atención al modo en que nos comunicamos. Por ello, el logo de Maitreya Zen representa el cuerpo de una persona meditando, junto con dos pétalos: uno simboliza el espíritu y el otro, el lenguaje.
Como hemos podido observar, tanto la experiencia de Luis como la de Ingrid reflejan el legado de Nishijima sensei en Chile. Además de la práctica de zazen como elemento esencial en la transmisión del zen, encontramos un componente clave: la integración de las enseñanzas del maestro en la labor profesional de ambos. Esto se manifiesta, por un lado, en la traducción de las obras de Dōgen, de Nishijima sensei y en la difusión de sus enseñanzas, y, por otro, en la aplicación del zen a los espacios laborales y a la vida cotidiana de personas vinculadas al mundo empresarial. Solo el tiempo dirá cómo los practicantes de la comunidad Maitreya Zen, los participantes de los talleres empresariales de Ingrid o los lectores de las traducciones de Luis continuarán resonando con las enseñanzas de Nishijima sensei y extendiendo su legado en Chile por nuevos caminos.
María Elvira Ríos Peñafiel es magister y doctora en estudios de Asia y África, con especialización en China, del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México (2015). Sus publicaciones tratan temáticas de budismo, idioma y cultura china. Actualmente, es investigadora del Núcleo Milenio ICLAC, UC, coordinadora del Laboratorio Ecobudismo LEB e investigadora-docente en distintas instituciones académicas y organizaciones sin fines de lucro. Miembro de la Red iberoamericana de estudios budistas, RIEB y miembro fundador de ALADAA CHILE.